25 de junio de 2012

27/f, carta de Bachelet y Angustia

Por Antonio Moreno Obando

Ha llegado carta: la madre que parecía enredar su deseo en asuntos extranjeros, vuelve con su deseo a presentar algo mantenido a raya por omisión: su deseo de volver a ser “la jefa” de todos los chilenos. No parece casualidad que durante estos días los medios de comunicación asocien dos hechos de distinta naturaleza ante la presentificación del deseo de esta mujer jefa, la catástrofe del 27/f y la carta que oferta a sus hijos. Al parecer por alguna razón ambos producen un efecto.

El día lunes pasado, una comisión de hijos únicos sin hermanos políticos llamados comisión 27/f, acusan a esta particular madre de haber cometido una gravísima falta por haber privado de los cuidados necesarios a la población, producto de su incompetencia para interpretar señales. Estas señales eran escamoteadas, horadadas, por aquellos chilenos que sufrían una catástrofe real.

Ya todos hemos visto a esta madre por video digital, preguntando en esa oficina de emergencias a esos otros sujetos indiferenciados y semidormidos, como extensiones de un Yo en trabajo de sueño, sobre señales certeras de la catástrofe, pero por alguna razón los escritos que llegaban desde afuera eran indescifrables. En este escenario onírico, las palabras escritas se mostraban como garabatos, lengua materna que aún no pierde todo el sentido y que incapaz para nombrar algo no logra cifrar algo de eso real que estaba ocurriendo.

Sus hijos la acusan de algo claro: no logró traducir una necesidad real en demanda; no hubo la oferta oportuna, y por el hecho de encarnar ese Otro primordial del cual todo emana, esa noche de devastación no hubo una palabra que nos comunicara.

La comisión de hijos únicos en su trabajo llama gravísima esta falta de liderazgo sin lograr explicarse cómo no fue posible leer y entender un texto escrito tan simple como los comunicados faxeados entre las entidades vigilantes. Es que resulta difícil explicar por qué la ex presidenta accede a la lectoescritura para escribir una carta llena de su propio deseo como la que fue leída el fin de semana anterior en la Democracia Cristiana y no le funcionó esa noche cuando leía confusos informes sobre las necesidades de sus hijos. Es que la lectura de las señales siempre es un fallido y penoso camino.

La Onemi es una oficina especializada en gestionar catástrofes. Esto implica emplear todo el conocimiento científico que existe para cumplir su viejo anhelo epistemológico: prevenir y controlar eventos. Para los ojos de un gobierno experto en gestión como el actual, se veía tan sencillo saber leer un fax o prender un teléfono satelital. Sin embargo, hace solo un mes, la autoridad máxima de este organismo decía a quien quisiera escucharlo que los procedimientos de emergencias no podían perpetuarse en el tiempo y que cada situación y localidad tiene sus particularidades, como si no fuera tan sencillo llegar y poner en protocolos la cosa. Aún cuesta creer que después de tanto estudio altamente especializado de entidades independientes que apoyan la gestión del gobierno se pueda saber con precisión las catástrofes del alza en los impuestos hasta el 2020, pero no se pueda aún predecir y controlar cómo sacar el agua de las casas de la clase media cuando llueve un día y medio, ni mucho menos calcular el impacto económico que para esa comunidad en particular esto tiene. ¿Qué pasa con la gestión de las catástrofes? ¿Qué es lo que angustia en las catástrofes? ¿Cuál es la diferencia entre las alarmas y una crisis real? ¿De qué es acusada Michelle Bachelet?

La palabra angustia fue reemplazada por la palabra ansiedad por la neuropsiquiatría de la evidencia hace décadas, en donde el paroxisma expresado como síntoma en la experiencia del paciente está determinado por lo plausible de su causa, parangón a su vez determinado por la adaptación de ese organismo funcional con su entorno. En otras palabras: si usted grita y arranca despavorido al ver avecinarse un maremoto está bien, pero si hace lo mismo cuando ve llegar a su madre de sorpresa un día domingo, posiblemente necesite un tratamiento medicamentoso.

A pesar de que Freud dijo muchas cosas sobre la angustia después de muchas vueltas, recién en el 1932 se anima a diferenciar tres tipos: la angustia real sobre un peligro externo, la angustia neurótica sobre un peligro proveniente de las propias pulsiones del inconsciente o la angustia de conciencia cuando surge un peligro de lo moral. Pero a pesar del paroxisma que implique en la experiencia, Freud siempre entendió este algo sentido como una señal ante la presencia de algo peor que se aproxima. Pero ¿Cómo vamos a saber de dónde viene el peligro? ¿Cómo vamos a saber a qué tipo de angustia freudiana corresponde el hecho de que usted quiera correr despavorido los domingos frente la visita inesperada de su madre?

Por eso es que a veces es tan difícil para los clínicos pensar en qué hacer con esta alarma, cómo se gestiona, dónde radica su eficacia, cuáles son los tratamientos que sirven y en qué consisten sus protocolos.

Algo extraño nos indica que la madre puede jugar un papel fundamental en la aparición de la angustia. Puede pensarse una causa para esta experiencia cuando no hay la suficiente distancia entre ese Otro primordial materno y aquel pedazo de carne que como hijo pelea por diferenciarse, por poner una demanda entre ambos. Por eso Lacan dice que la angustia es falta de una falta, porque la madre al llegar de sorpresa un día domingo puede saturar de amor a tal punto a ese sujeto que en tanto hijo es nuevamente incorporado al capricho materno igual como si fuera un objeto, tal como un día fue parte de su cuerpo.

Por eso es menos angustiante cuando ella logra escuchar una demanda para aparecer, como por ejemplo venir de visita cuando es invitada. Angustia saber que la madre quiere algo y va a poner en posición de objeto a sus hijos. Es cosa de ver la rabieta de Quintana presidente del PPD ante la posibilidad de ser devorado por un Otro primordial aun no invitado. La carta muestra el deseo de Bachelet y eso implica necesariamente estragos.

Michelle tranquiliza y angustia sin mayores razones, es acusada como madre y querida como tal. Su liderazgo está puesto en juego por afinar poco la demanda que oferta, ante un país de hijos desordenados que habitan en el problema de la representación. ¿No será demasiado esto de que nos gobierne una madre? ¿Qué responsabilidad tiene en las catástrofes nuestro padre ciencia, que descifra en forma tan certera las leyes ocultas del universo cuando no logra predecir la irrupción de la devastación? ¿Qué tipo de catástrofes cobran vidas por lo impredecible y cuáles otras por el recorte de un método?

18 de junio de 2012

Lithium

Por Peter Molineaux

El Ministerio de Minería propuso, para escamotear la ley que declara no concesionable al litio en Chile, decretar la oferta de Contratos Especiales de Operación a las empresas que se ganen la licitación. Las licitaciones otorgadas tendrían un límite en cantidad y tiempo.

El litio extrae su deseabilidad del futuro automotriz: los autos eléctricos usan baterías de este mineral e irán reemplazando durante el siglo a los motores sedientos de ese menguante oro negro.

Oro blanco, le dicen. Por metonimia lo asociamos al oro. Por metáfora también: el litio es el gold standard de los estabilizadores del ánimo. Como el oro entre las monedas internacionales, que da un valor conocido contra el que todos se pueden transparentar, el litio es el estándar de su área de la investigación farmacológica: si su nuevo medicamento estabiliza más que el litio, es bueno.

La discusión surgida recientemente en torno a la explotación del litio tiene algo de este gold standard. Se debate fuertemente el asunto porque si lo hacemos de una manera con el litio, se le podrá comparar con todo el mineral chileno y medir, por ejemplo, si lo que se hace con él funciona mejor que lo que se hace con el cobre. Lo que está en debate en el país es lo siguiente: o lo concesionamos o lo explotamos.

Una concesión es un don, ceder algo a otro. ¿A cambio de qué? La economía liberal dice que a cambio de competitividad. Ceder para no quedarnos atrás. La economía socialdemócrata dirá que es mejor que el Estado se haga cargo y reparta los beneficios entre los ciudadanos. No ceder para quedarnos con lo producido.

Por la vía de la concesión se ha agregado en Chile un impuesto a la extracción de recursos no renovables, un royalty, palabra que se traduce del inglés como realeza – cobrar como cobra el rey por trabajar sus tierras. Si el Estado hiciera la explotación, como quiere la oposición, tendría que trabajar. Cobrar o trabajar, esa es la cuestión.

Pero también está la cuestión de la elaboración. Ahí estaría el cambio de paradigma: dejar de ser un país de explotación y exportación para ser un país donde se elaboran las materias y se hacen productos complejos. La batería de litio made in Chile.

El sueño de la industrialización empalmado al sueño medioambiental de la energía limpia.

Freud fundó el psicoanálisis sobre la interpretación de los sueños. Su tesis fue que los sueños son cumplimientos de deseos. Estos deseos estarían reprimidos – son inconscientes – porque el soñante no puede admitir lo que desea. Sin embargo esos deseos se las arreglan para expresarse a través de una codificación que Freud llamó el trabajo del sueño.

Para que el sueño funcione – para que se exprese el deseo – hay que hacer un trabajo.

Ese trabajo consiste en engañar a la consciencia: el inconsciente transforma los contenidos latentes (deseos, recuerdos, traumas) en contenidos altamente simbólicos a través de los mecanismos de la condensación y el desplazamiento: juntar en un símbolo varios contenidos o deslizar el contenido hacia un símbolo asociado. Hay una transformación de un material en otro, más complejo y que se puede usar.

La pregunta hoy es por el deseo: ¿Qué queremos con el litio? La respuesta del Gobierno ha sido, a través de un decreto, que lo trabaje otro. Que me dé un pedacito, que me rinda tributo.

En un célebre capítulo de su libro El Yo y el Ello, Freud describe los vasallajes del Yo. Él, el Yo, se cree amo de su territorio (el aparato psíquico), pero debe ceder constantemente al Ello, insaciable demandante de satisfacción, y al Superyó, severo representante interno de las normas morales más estrictas. El rey, el que cobra royalty, es un vasallo.

La solución de la concesión del litio intenta, con un espejismo narcisista, dejarnos como rey: el litio es mío y le doy un poco a otro. Pero en realidad nos deja como donantes fáciles a un rey de afuera y vasallos como siempre del reino interno. Se hipoteca el deseo detrás del sueño del litio y se recibe a cambio el porcentaje del reyecillo.

Ese sueño del litio tiene una historia, un material latente, que tiene los registros traumáticos de la minería nacional. Desde la frustración de Valdivia al no encontrar mucho oro hasta la judicialización de las diferencias contractuales entre CODELCO y Anglo American, pasando por el drama nortino del salitre y la nacionalización del cobre, lo minero suena en el fondo de la travesía chilena.

La pregunta sigue siendo la misma, ¿qué queremos con el mineral?

Los dos lados de la discusión, liberales y socialdemócratas, coinciden en torno a la elaboración del litio. Quieren que desarrollemos tecnologías, que no seamos solamente exportadores, que seamos líderes.

Que el litio chileno sea líder. Ese es el sueño. Para que ese sueño se sueñe tiene que haber un deseo: que nuestro litio sea líder, que mi litio sea líder.

Quiero que sea mio. Ese es el deseo.

Entonces, no quiero concedérselo a otro. El deseo no se cede. Lo que hay que hacer con el deseo, para que se haga el sueño, es un trabajo.

Ahí aparece el vasallaje interno, el de El Yo y el Ello. Para Freud eso sólo logra conducirse con cierto éxito cuando sucede lo que llamó sublimación: que los deseos más inconfesables y ocultos se salten al Yo – y su narcisismo – y produzcan una obra de alto valor estético, social o cultural. La Batería de Litio Chilena.

11 de junio de 2012

Al estadio, al estadio. Seguro.

Por Peter Molineaux

El estadio no es seguro. La única manera de contener su volatilidad ha sido con estructuras de concreto, diques, rejas o leyes severísimas. Lo que está en juego en el estadio, los ingredientes que están más allá del juego de pelota, van exactamente en contra de la seguridad: hay ganas de destruir al otro.

La pasión que despierta el fútbol se desparrama, se contagia y desborda los macizos límites de nuestros coliseos modernos. El hincha tiene su nombre bien puesto: se hincha, hincha al de al lado e hincha a la hinchada. Hincha al jugador, al equipo.

Es conocido el otro significado de hincha, el hincha pelotas, aquel que colma al otro con su persistencia. Esas pelotas, las que no son de fútbol ni las biológicas, aveces revientan.

El resultado es explosivo, violento. Se desata una batalla entre hinchados que rompen con su bandera el cuerpo del otro o, viceversa, el otro rompe con sus manos la bandera del primero desatando la ira. A veces hasta la muerte: desacralizaste mi camiseta.

Las fanaticadas se estrellan cervezas en las cabezas, se lanzan pedazos de calle y escupitajos en muchos países: hooligans ingleses, tifosi italianos, barristas latinoamericanos. No es un descontento social contingente.

Ser de un equipo pone en juego algo muy profundo, casi ontológico: se juega la identidad.

En términos freudianos es una identificación, es decir, algo tomado del otro y hecho propio para armar un Yo, para dar una respuesta coherente a la pregunta fundacional ¿quién soy?

Cuán central sea esta identificación futbolera dependerá de cada historia. Muchas veces se transmite familiarmente y se guarda muy cerca de otras identidades fundamentales como ser hombre, mujer, chileno, chilena, regalón, princesa, oveja negra. Soy del Colo, de la U.

Otras veces sirve para sortear la adolescencia y el remezón que reciben las dinámicas infantiles con el paso por la pubertad. Puede ser también una gran rebelión: elegir un equipo en contra de la tradición familiar. Las historias son variadas, pero en el hincha, la identificación a su equipo está muy cerca de lo que lo estructura psíquicamente – tan cerca que no lo sabe. Es inconsciente.

Al frente está el otro. El otro hincha, el otro equipo. Lo que apasiona es derrotarlo porque si él existe, con su identidad, hace tambalear la mía porque sé – inconscientemente – que la mía también es de otro. No temo que el otro quiera quitarme a mi equipo o suplantarme como hincha de mi camiseta. No defiendo algo mío porque el otro lo quiera tomar, que sería lógico, consciente, sino porque su existencia revela la operación primitiva que hice para decir quién soy.

No quiero saber nada de eso. Entonces el otro es el incompleto, el inútil, el enemigo a demoler.

Pero en el estadio de fútbol hay algo más que ganas de destruir al otro. Hay amor. Además del amor a la camiseta, a los colores y al equipo propio, hay en los cantos de las barras algo de amor para el otro. Se prometen sodomizaciones y felaciones en variadas estrofas, muestra de un apasionado amor homoerótico. Al mismo tiempo que se asegura que los del frente son homosexuales, generalmente con la palabra hueco o maricón, se canta "al chuncho lo vamos a culiar" o "indio chúpalo." La intención explícita, al parecer, es sádica. Sin embargo el propio Marqués habría argumentado que por serlo no deja de ser amor. Algo se hincha.

La relación al otro es ambivalente: los conocidos Eros y Tanatos. Historias de amor y odio hay en todos lados. Lo que sorprende en el fútbol es el contraste entre un juego – que ciertamente puede levantar rivalidades – y una pasión descabellada capaz de producir niveles de violencia extremos. Las identificaciones primarias se defienden con violencia.

Se ha implementado para erradicar esa violencia el Plan Estadio Seguro. A su cargo está Cristián Barra, que además de apellidarse muy adecuadamente, combina en su currículum problemas con la justicia y un deseo que ha sido descrito por algunos periodistas como "roba cámaras" y "pasado de revoluciones." Su historia mediática comenzó cuando le quitó el micrófono al Ministro Golborne en el primer contacto con los 33 mineros. Su misión hoy es eliminar a las barras bravas.

Barra el Bravo versus Barras Bravas. Hay dos pasiones enfrentadas: la que busca identificarse, ser reconocido en la pantalla, y la que defiende su identificación temprana a un color que le dio sentido. Vaya batalla. Hay amenazas telefónicas a los unos, arrestos a los otros, prohibiciones de bombos y el hackeo de la página de la ANFP. La palabra "hack" es onomatopéyica, el golpe de un hacha contra la madera: hack, hack, hack. Si no hay bombo – bum! – hay hack. El que defiende una identificación tan profunda lo va a hacer con todo lo que tiene. Lo ha hecho desde que es.

La Intendenta Metropolitana, Cecilia Pérez, quiere "que vuelva la familia a los estadios," que sea una fiesta con globitos y serpentinas. Su función es la de la represión, entendida en su sentido psicoanalítico: enviar algo al inconsciente para no saber nada de eso. Pero lo reprimido quiere salir y se las arregla para hacerlo. Freud, al hablar de los síntomas neuróticos usó la frase el retorno de lo reprimido. ¿Cómo retornará lo reprimido la próxima vez? Bum, hack, ¿ ?

4 de junio de 2012

El modelo “Salfate” de nuestro desarrollo social: Todo calza

Por Antonio Moreno Obando

Como aquel hermano no reconocido de la tria fata, se erige una voz a través de los misteriosos atributos de los medios de comunicación, cual vocero de Laquesis, una de estas tres hermanas conocedoras exclusivas del destino, la encargada de la duración de los hilos de la vida. Pero este personaje portador de privilegiados mensajes lleva en su nombre un esfuerzo trágico por expulsar de si el papel que los seres luminosos le han dado: Sal(de mi)destino.

Las Parcas representan la expresión de un pensamiento mítico y antiguo, donde la ley cósmica que da origen a la existencia y sus devenires no puede ser cambiada ni aun por los dioses, y donde sólo el relato puede alojar en su particular despliegue un sentido aprehensible para los mortales.

Pero para el mundo helénico el misterio del mito fue pronto reemplazado por la codicia conquistadora del logos y su razón. Aunque se puede entender su nacimiento por el esfuerzo lógico de la Escuela de Mileto, será la ambición desmedida por poseer la verdad de los veleidosos herederos de Sócrates quienes finalmente lograron plasmar el logos en un método.

¿Qué oscura fuerza divina se despierta cuando el antiguo oficio del destino de Las Parcas es descifrado mediante la lógica aristotélica? ¿Qué tipo de poder se despierta cuando el oráculo deja el relato para amplificar su Yo hasta conocer detalles precisos del futuro?

Al parecer el ansioso deleite por nuestro nuevo acceso suntuario, va insuflando la curiosidad por lo que no tenemos aun: el futuro, la muerte, la vida después de la muerte, el juicio final y la promesa de ser elegido, curanderos espiritistas abducidos y una variada gama de oráculos muy enfocados en la eficiencia, tal como los medios de comunicación hoy lo transforman en tele realidad.

Pero estos fenómenos sobre el conocimiento paranoico, vale decir, el desborde de lo que el yo desconoce, el transitivismo y la alienación en la identificación con el otro, son temas ya comentados mucho antes de que nos llegara la tan esperada bendición de la abundancia sin límites.

Freud en el año 1924, con el entusiasmo a cuestas de una nueva formulación del aparato psíquico, en un texto llamado La perdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis, describe un funcionamiento como soporte fundamental para la explicación de tan particulares saberes: sujetos que desde su Yo remodelan la realidad en un proceso de reconstrucción que en su afán de dejar fuera un aspecto de la realidad insoportable, pueden llegar a crear nuevas percepciones de la realidad, sin más sustento que sus propias y anteriores percepciones.

El conocimiento paranoico completa los misterios que habitan fuera de ese Yo con registros que en la relación con la realidad han quedado desde antes, pero esta completación como toda producción, tiene un fin muy particular a la economía de ese aparato psíquico.

Nuestro pariente chileno de Las Parcas comienza a sufrir en carne propia la conquista del logos en busca del saber definitivo. Primero para él eran las predicciones catastróficas escritas en presagios míticos. Ahora lo vemos obsesionado en la búsqueda de un algoritmo matemático creado por iluminados brasileños, para así descifrar con las herramientas de la lógica científica ese designio del que huye y del cual su Yo aún no termina de acceder.

Esta vez la pretensión apodíptica de tener la verdad de lo que no es posible saber, de revelar todo lo que completa al avasallado Yo, es al fin una posibilidad plausible. Es que ya sabemos que el logos no miente, aunque a veces nos indique el lugar exacto de los mismos dioses.

¿Es posible con las herramientas aristotélicas darle un valor paramétrico a lo que no ha ocurrido aun? ¿No es esa la pretensión del pensamiento económico de la modernidad?

Pues las notaciones algebraicas encuentran en nuestros problemas actuales una irresistible expresión: el cálculo de los costos sombra en cualquier adecuada evaluación social de un millonario proyecto privado. Para saber si una iniciativa privada puede ser aprobada por el estado, debe expresar su rentabilidad social, entendida como la relación entre lo que está dispuesto a pagar la demanda por el servicio y lo que la oferta es capaz de cobrar según sus gastos, entendiendo que un país destina recursos en ese proyecto particular desviándolos de un sinfín de otros potenciales proyectos.

La necesidad de inversión en infraestructura de utilidad pública asociada al crecimiento económico, está ya muy documentada por un país en vías de desarrollo como este. Sería hoy absurdo plantear algo diferente: si construye el Puente de Chacao o si robustece su abastecimiento eléctrico a través de una carretera eléctrica como la que hoy está en cuestión, la rentabilidad social que obtienen los habitantes del país es muchas veces mayor.

Por ejemplo, debemos calcular cuántos recursos le cuesta al país el Puente Chacao y cuanto rentabiliza haciéndolo. Para eso las preguntas del oráculo científico son necesarias: Un beneficiario va a gastar al mes $80.000 en pasar por el puente, pero ¿Cuánto ahorra en transporte? ¿Cuánto ahorra en tiempo? ¿Qué es capaz de producir en el tiempo que ahorra? Si consideramos que por minuto puede producir 31 pesos ¿Cuánto puede ganar adicional al año con el tiempo del que ahora dispone? ¿Cuánto ahorrará cuando en 5 años más le ocurra un accidente? ¿Cuántas vidas de su familia salvará por llegar a tiempo a un servicio de salud? ¿Cuánto vale la vida de una persona considerando lo que es capaz de producir en su vida útil? y si esa vida del pariente que salvó, con su vida útil se transforma en emprendedor ¿Cuántas horas de trabajo adicional aporta al país? ¿Cuántos puestos de trabajo? ¿Cuántas utilidades?

Con todos los millones calculados, el beneficiario que solo paga $80.000 al mes va ser millonario, aunque jamás se enterará de eso.

La metonimia a la que lleva este misterio es interminable, la función paramétrica que mide lo que está fuera de la experiencia individual no tiene límite, no hay continente ni contenido, no hay una regulación de la significación fálica. Lo que si hay es una construcción imaginaria fundada en una premisa apodíptica para reconstruir la realidad a imagen y semejanza de una economía particular sin el otro, donde la ganancia sin regulación rompe el lazo social.

Pobres funcionarios aquellos que, al asesorar el proyecto de ley de la carretera eléctrica anunciado para septiembre de este año, deben calcular la rentabilidad social y sus costos sombra para 1.900 kilómetros de expropiación.

Para nuestros oráculos chilensis todo calza, solo hace falta que nuestras pobres subjetividades sepan pronto todo lo que el destino nos depara. Tranquiliza pensar que no sólo hay charlatanes sino que verdaderos artistas del presagio de dilatada trayectoria, que con la investidura de Tiresias, cada cierto tiempo nos orientan sobre las futuras catástrofes signadas por la peste de nuestros inmorales tiempos, tal como lo hizo el Señor Büchi  en el cuerpo Economía y Negocios de El Mercurio este domingo. Le pregunto ¿Chile está preparado para tanto?