Por Francesca Lombardo
Hacer caer de su sitio, echar por
tierra, literalmente “hacer caer una roca.” Hemos visto eso con una cierta
profusión en nuestras noticias recientes.
Pero esta vez me parece al menos en tres situaciones, que la “precipitación”
podría ser reflexionada en el contrapunto incesante entre lo privado y lo público, lo familiar, véase parental, y también la más extensa, colectiva o
social. Un contrapunto que arrastra la transmisión ética, la ideológica y la
afectiva.
Las madres, los padres y las
filiaciones reales, imaginarias y simbólicas, los avatares de la transmisión
entre generaciones, los enrevesados nudos o deslizamientos en la estructura
edípica criolla: son esas reflexiones las que me parecen provocativas en este
caso.
La enorme palabra que es la
“ética” pareciera estar absolutamente tejida en las relaciones de principio
estructurante, es decir en las relaciones de emergencia y nutrición de lo que
habrá de ser un sujeto humano cabal, quiero decir un sujeto capaz de transitar
incesantemente a lo largo de su existencia entre lo singular y lo universal, entre
lo individual y lo social. La ética parece que sería aquello que un humano
conserva aún cuando haya olvidado todo o casi todo lo demás.
Supuestamente hay cosas que el
humano titubea en hacer ya que compromete en esa ejecución su pertenencia al
pacto social y a los grandes tendones con que ha sido criado, educado e
investido. Ciertamente que aquí habrá de suponerse la fuerza y la claridad con
que ese sujeto ha aprendido a representarse al otro y a los otros, con qué vara
ha sido medido y por ende con qué vara medirá a su vez. Qué lugar ocupa en él
la capacidad de reciprocidad, de lealtad, de solidaridad con lo plural global y
no solamente con sus pertenencias más evidentes, llámese familia, clase, arcas,
etc.
Al respecto, las situaciones a
las que aludo en medio del acontecer más o menos actual de nuestras noticias y
hechos sociales, dan materia a algunas disquisiciones impías.
Empecemos por lo que podríamos
llamar “vehiculación” y premuras del grande y feroz apetito, sea este el
apetito de ingesta, acaparamiento y gula, o trátese también del apetito de no retribución, de no
cargar como se debe con el error, el accidente, la lesión inflingida al otro o
a los otros, esa parte que nos cabe a cada uno en el intercambio general.
Caval es una sigla y también una palabra de historia equina, de
“cavallo” (en italiano y/o francés), el cavallier, el cavaleur tiene lo equino
a la base de eso que respecta a vehiculizarse, a transportarse, es un jinete en su móvil. También es una palabra
asociada a cava, a cueva, a cavar, hacer orificio, hacer bóveda. Caval podría ser lo propio de la cueva,
de la oquedad y de paso y en términos de transporte también lo propio de la
vena cava.
Caval pareciera ser una palabra que en rigor no existe en nuestro
idioma. Por eso se presta a la sigla. Desconozco lo que esa sigla significa
condensadamente, por lo tanto intento tratarla como palabra que remite a sus
raíces etimológicas y lo que estas pueden sugerir.
Hablo de circulación, de tráfico,
de accidentes de trasporte, hablo de lo social y en eso inserto estos episodios
que nombré anteriormente: - Caval derrocamiento de una madre. - Accidente de tránsito, muerte e impunidad,
derrocamiento de un hijo. - Penta, la gula extrema de los gerentes, de los
empresarios: el derrocamiento de algunos padres
económicos por obra y gracia de la comunidad fraterna y social que
devela la polución extensa y obliga a sanciones.
Evidentemente son derrocamientos
parciales, tal vez remontables. Pero me interesa más que nada la precipitación
en su momento. Importa fijar ahí la atención.
En Chile, el día de la elección
presidencial que dio como ganadora a una mujer, --hablo de la noche donde se
inicia su primer período-- la mujer electa sube al escenario para celebrarlo con
sus electores. En ese aparecer y por primera vez en este tipo de exhibición, lo
que vemos es comparecer ante nosotros a una familia compuesta por madre, un hijo
varón, dos hijas mujeres y la madre de la madre: es ese grupo el que se hace
presente como estructura disímil en
referencia al modelo de la “sagrada familia” habitual. Aquí lo que es mostrado es
emocionantemente sociológico, chileno y laico. Recuerdo esa fotografía para la
memoria como algo hasta ahí inédito, de una dignidad y veracidad reales,
indiscutibles.
Abuela, madre, hijas y un hijo,
primogénito, un hijo hombre rodeado de mucha mujer.
Un hijo que se casa y a su vez
tiene un hijo hombre: el caso Caval si es un caso de ganancias y vehiculaciones
varias es también un arreglo de cuentas edípicas, con todo lo sangriento que
esta contabilidad puede resultar.
En los hechos no un hijo contra
la madre sino las leyes de exogamia yendo por su ración.
En los hechos una mujer, la otra
mujer del hijo colonizando los haberes. Me parece interesante a mi esta otra
lucha de clases.
El hijo que ocupa un lugar digamos algo “feminizado:” a la vez como “primer
damo” y también como titular de un cargo que no tiene el espesor viril de otras
carteras gubernamentales, se trata de Fundaciones Socioculturales que dependen
de la Presidencia de la República y que habitualmente han estado a cargo de las
esposas de los presidentes.
Así por una mujer interpósita (la esposa del hijo) la madre
es sancionada, simbólicamente derrocada. Nada mejor que una mujer para herir a
otra ahí donde duele. Matices del poder femenino en sus diversas vertientes
civiles y domésticas. ¿Influencia o capacidad de decisión? Tal vez ni lo uno ni
lo otro, sino una capacidad medular de obstrucción, de vérselas con el
contrapelo de lo oficial. Bajas políticas de la retorsión que se apoyan mejor
si hay una necesidad grande de hacer flamear mucho símbolo fálico, autos muy
costosos, golpes empresariales y signos de poder de exhibición mediática.
El otro acontecimiento en el que
me fijo se refiere a un padre y un hijo, un padre que no trasmite, es decir
alarga la bebificación de su retoño más allá de lo posible. Los amigos, el dinero, los contactos, el servilismo social,
el tejido de componendas judiciales, todo cooperando en la no investidura de un
hombre joven y cautivo oportunista de su no acceso a la subjetividad adulta,
civil. Derrocamiento que el padre ejecuta como el patrón que es y que no quiere
dejar de ser.
El hijo un lactante eterno e
impune, jubilado de partida por su padre quien confisca la ceremonia de armarlo
caballero, de trasmitirle una voluntad ética que lo conforme y lo habilite.
Un joven sordo y mudo ante los
sucesos que lo comprometen como hechor, profitando de los favores tibios de la
impunidad, flacos favores por cierto, para él, para su padre, para su clase de
la cual solo se ejemplifica su deterioro y decadencia.
Y finalmente en estos acontecimientos
que nos recorren está el caso de los gerentes, de los empresarios y padres de familia.
Jefes de dineros viejos y nuevos, todos mezclados en el sálvese quien pueda.
Padres con mayúscula y padres con minúscula, los dueños, los gerentes generales
y los subordinados, padrecitos menores, vulnerables, identificados todos
también al poder pero que caen primero y hasta se salvan un poco. Ellos son los
que primero caen pero a la vez son los que en ciertas condiciones primero
“cooperan,” venden y zafan. Derrocamientos a granel en la horda de padres: su
asistencia grupal en la sala judicial así lo muestra. El Estado, el juez y los
fiscales vienen a recordar, también como padres, que mal que mal también somos
una República, algo que es de todos y que a veces al menos es bueno recordar y
hacer sentir. Que la “cosa” de todos se
recupere, que podamos pensar, enjuiciar y sancionar me parece redundantemente “una buena cosa.”