15 de mayo de 2014

Acceso y Absceso

Por Francesca Lombardo

Hasta fines de este mes de mayo en el Teatro La Memoria se está exhibiendo una obra dirigida por Pablo Larraín y actuada por Roberto Farías. Es un largo monólogo que perorea, ofrece, se excede, se reconcentra y en una lengua dislocada, llena de actos apenas puestos en lenguaje, escenifica la hemorragia del sin lugar total de un sujeto descalabrado de principio a fin.

Nada más virulento que la fuerza inicial y la fuerza terminal, la fuerza del vagido de la cría naciendo y el ronquido de la agonía. Pareciera ser eso lo que escuchamos atragantadamente en los cincuenta minutos que dura en escena. Palabras que son cosas palpitantes, pre-semióticas, embadurnadas aún de los detritus placentarios y de la larga catástrofe de haber nacido así no más… sin equipaje, sin palo mayor, sin ancla más que el cuerpo con su gloria y su tragedia.

Me quedo suspendida en la palabra acceso, que da nombre a la obra. Lo más directo es evidentemente lo que se refiere al tránsito por un umbral, tener o no tener la posibilidad, el derecho, la suerte de acceder o no a algo.

En una segunda posibilidad la palabra también indica crisis, ataque, exposición total o parcial de algún tipo de saturación que se vuelve incontenible. Brote, brusca llegada o regreso de un fenómeno patológico por el momento incontenible y en estas acepciones nos acercamos por contigüidad, por fondo y forma significante a la palabra absceso.

Maravillosa potencialidad de las palabras, absceso también es crisis y remite a tránsito, a circulación. Urgencia inminente de dar salida, de drenar lo que ya no puede más mantenerse fijo y colectado.

Un punto culminante de dolencia e insoportabilidad de los tejidos infiltrados por pus, un volcán erigido y palpitante apuntando a eclosionar, a abrirse una salida que descargue, que drene.

Tal vez la obra invita a mirar el absceso, verlo latir al extremo, por momentos ver su punta de picadura, su punctum y la perforación que nunca logra el vaciamiento completo porque quizás eso sería aún recuperable, saneable, higienizable.

Estamos invitados a ver eso, el daño enquistado ya sea en quistes duros o blandos, necrosis transgeneracional que no obedece ya, que no responde a institucionalidad alguna ni a buena o mala conciencia social ninguna.

Sandokan, el héroe de Salgari (apodo del protagonista), como un chamán extraviado se sigue enfermando gravemente en y por su pueblo. Sandokan gana su vida y mientras lo hace drena en el lenguaje, en los gestos, en la violencia feroz el no querer morir aún.

Este gladiador urbano enarbola un cuerpo que es a la vez absceso y acceso traficado por curitas, tíos, gimnasios, hogares de internación, pizzas… Sandokan del Transantiago es una medida sacrificial que en general pasa desapercibida y que a la vez no deja de ser una medida económica que concierne a los flujos, así como concentración necrótica y supuraciones varias en la carne expuesta ofertada a cualquier postor para que supuestamente otras áreas del organismo simulen salud, vendan y compren indulgencias, hagan abstracto aquello que escapa, resiste, se pudre y en esa descomposición enumera lo irrecuperable del bastión de carne humana sufriente y gozante contra todo y a pesar de todo.

La obra está ocurriendo. Véanla.

8 de mayo de 2014

Deseo Gratuito y de Calidad

Por Antonio Moreno Obando
@monodias

A propósito de esta nueva jornada ciudadana en el nombre de la educación, somos todos otra vez convocados por los estudiantes a tomar posición sobre la manera en que estamos modelando nuestro pacto social y no será este el día en que ignoremos este llamado.

Nos aparece hace ya largo rato una pregunta por cuál es el lugar que tiene este atributo misterioso llamado calidad en materias educativas. Esta búsqueda de la cualidad diferenciadora en un modelo de mercado, resulta en una enorme insatisfacción que se instala como una incógnita, llenado de producciones argumentativas de toda clase en los medios. Mientras unos intentan como siempre dominar el misterio y pretender responder en forma rápida y rentable, otros se quedan en la posibilidad de quedarse un momento en el problema para devolverse hacia la búsqueda de un sentido que no termina de llegar, pero que provoca participación y producción de conocimientos nuevos.

En estas discontinuidades, en donde las necesidades no quedan del todo satisfechas a través de las tasas de retorno o de probados modelos técnicos, surge un lugar propicio para que los conceptos psicoanalíticos se pongan a trabajar.

Muy temprano en la obra de Freud aparece un irremediable descalce humano entre el impulso natural a la sobrevivencia y aquel que en forma gratuita y costosa destinamos al placer. Esta diferencia sitúa en lugares paralelos por un lado a la necesidad con su fin de satisfacción predeterminado y por otra al deseo que siempre deja un resto de insatisfacción para seguir siempre deseando.

En cierto momento de la lectura lacaniana, esta necesidad se desnaturaliza en la ambigüedad del lenguaje y queda bajo la formulación de una demanda, la cual si bien puede por momentos pretender algo determinado, en definitiva apunta a una demanda de amor en el sentido amplio.

Así como en el siglo XX se abrió una pugna en las psicologías preguntándose si acaso hay respuestas psíquicas naturales que cancelen determinados apremios, de alguna manera en nuestro incipiente siglo XXI chileno, vemos inquietudes similares replicadas en el espacio público, particularmente en los últimos tiempos a propósito de la buena Calidad y su inseparable búsqueda de Atributo.

Si acaso el problema de la calidad en la educación se tratara de necesidades, el concepto de calidad estaría más o menos definido por criterios de formulación estratégica y la optimización de los procesos objetivos puestos en juegos en el aula. Esta afirmación desde el lente omnisciente del commodity, simplifica el acto del aprendizaje a la adquisición de la adecuada información para la adaptación al medio y su consecuente éxito en la sobrevivencia. Pero a pesar de este intento de pulcritud metodología, de todas formas arrastra inevitables a prioris ya conocidos, como por ejemplo entender al hombre como un organismo individual, perfectamente natural, potencialmente apto si las proteínas del adn mitocondrial lo permiten, heterosexual por fisiología, sano mentalmente y siempre buscando el éxito. Desde estos supuestos, el aprendizaje se logra cultivando con información estimulante al instinto natural bien inspirado para sobrevivir y ser el más apto en un salvaje mundo libre.

Pero si por un momento pensamos esta calidad desde la vereda del deseo y su demanda de amor irreductible, si lo leemos desde el malentendido del lenguaje, si no queremos saciar del todo la insatisfacción que produce, nos encontraremos con un sujeto determinado por un colectivo y por lo tanto con una posición subjetiva, para bien o para mal.

Deseo en este sentido irreductible significa que lo que ese sujeto logra demandar no está del todo articulado en lo que dice, pero que desde ese resto humano es capaz de producir cultura y crear formas diversas para el pacto social. Entonces el aprendizaje ya deja de estar en la dimensión del más apto y se acerca a la dimensión del placer.

Si la demanda del lado del deseo es escuchada y acogida, algo se va transfiriendo del uno hacia el lugar del Otro en la forma de una demanda de amor, especialmente si le ocurre en una sala de clases a un niño que está al cuidado de un adulto significativo. La producción de ese adulto a cargo es una oferta de discurso que se empalma como un saber en el deseo de sentido de un niño, posición deseante que se volvió política el 2011 cuando para recuperar esa subjetividad debieron tomarse sus colegios.

Lo obtuso de la demanda callejera, lo que porfiadamente persiste hasta hoy tiene que ver con la demanda de amor, esto es, educación gratuita y de calidad como un derecho. Es un derecho a transitar por la escuela como un lugar que le dé cabida a la subjetividad, que acoja a los sujetos en sus demandas, esas que se enuncian como urgencias inmediatas, pero que luego deviene en un espacio gratuito para el amor, de ese imposible que busca a diario una cualidad.

Pidamos en el espacio público lugar para nuestro deseo como un derecho en la ciudad, derecho a una erótica con el conocimiento, que sea igual para todos, que sea gratuito y que su calidad sea la capacidad de seguir siempre deseando.