6 de julio de 2015

Antes y después (de ser Campeones)

Por Peter Molineaux

En este amanecer de la semana luego de que Chile es Campeón de América, cuando todavía suena extraña esa frase y se pueden ver aquellos penales una y otra vez sin cansancio, invito a recordar una escena, una noche entre la semifinal y la final:

Señoras con abrigo de piel o señoritas con ollas brillantes gritando desde sus autos en los barrios más privilegiados de la capital. Tuiteros chillando que ellos también tienen derecho a manifestarse. El cacerolazo ABC1 puede intentar comprenderse, primero, desde el punto de vista de los "manifestantes" de las alturas: Nosotros estamos hartos de la delincuencia, que es una forma de injusticia porque se nos viene a robar aquello que hemos adquirido legítimamente. Desde esa perspectiva, interpelar a las autoridades del Estado en una manifestación pública parece tener sentido: se está cometiendo una injusticia, un crimen. Clarito.

En cambio desde abajo, desde abajo a la izquierda, la furia emana con el argumento de que en una sociedad tan desigual, donde los privilegiados de siempre roban con cuello y corbata a todo el resto del país, no deben extrañarse de que les vayan a quitar sus joyas de sangre y sus objetos de ostentación. Clarito.

Un país dividido, con masas marchando por la Alameda sin Delicias, pidiendo la educación que terminaría con las diferencias y, más arriba, las esposas de los ricos protestando con el método que usaron hace ya más de 40 años sus madres y abuelas para quejarse de la amenaza del despoje de sus bienestares de entonces.

Un país fracturado, que paradójicamente se une en torno al fútbol, en la pasión de cantar, como en Brasil 2014, el insistente último verso del himno nacional: "O el asilo contra la opresión, o el asilo contra la opresión, o el asilo contra la opresión."

¿Cuál opresión? ¿De qué opresión canta apasionadamente el hincha pije que pagó la entrada a la Gran Final que cuesta cinco sueldos mínimos en reventa? ¿De cuál opresión canta el pioneta de La Vega que prende fuego en Avenida La Paz para calentar las manos sin importar la preemergencia ambiental? ¿La opresión de la delincuencia? ¿La opresión del peso del saco de porotos? ¿Del Comunismo o del Capitalismo?

No cantan seguramente de la opresión española, que nos cuenta la Historia que inspiró el patriotismo del himno escrito luego del paso de los Libertadores. No. Cada uno canta por el asilo que Chile le da —o debería darle— contra su opresor. Los entusiastas de la dictadura cantaban contra el marxismo. Los que celebraron la democracia recuperada entonaban contra el dictador. Hoy, post-modernismo mediante, cada uno canta por su propia opresión. Opresión en el pecho, por ejemplo.

En El Malestar en la Cultura, ya avanzada su teoría y su práctica psicoanalítica, Freud esboza una tesis simple sobre la aparente paradoja de vivir tan oprimidos por una sociedad dentro de la que de todas formas insistimos habitar: hacer civilización, juntarnos, es la única forma posible de sobrevivir como humanos, desprovistos de garras y pelajes, frente a una naturaleza potentísima y destructiva. La civilización es, también, la única forma de sobrevivir a nuestros propios impulsos —naturales— que tienen como protagonistas a la agresividad y a la sexualidad. Civilizar es juntarse para protegerse unidos contra lo de afuera y lo de adentro: establecer un orden que tiene sin embargo el costo de la represión de los propios instintos para no destruir al otro que, en términos civilizatorios, es también uno mismo. Lo civilizado es, por así decirlo, un asilo gracias a la opresión.

El cacerolazo de los privilegiados se hace caricaturesco —como la señora rica que lleva a su empleada doméstica a golpear la olla por ella— porque la queja del privilegiado es ridícula en si misma. Se quejan de llenos. Pero lo que preocupa, en este asilo largo y angosto, es que aquello contra lo que nos protege la civilización no es compartido. Quizás nunca lo ha sido, pero hoy se pone de manifiesto en la distancia abismal entre la queja contra la delincuencia —que pone al delincuente, al otro, como externo al país que construimos con nuestro esfuerzo (zurdos flojos)— y la protesta contra los abusos de los privilegiados que se hacen hace ya varios años en las calles de todo el país —que pone a esos privilegiados afuera también. Esos dos extremos, incendiados por los tipeos EN MAYÚSCULA de los comentarios de las noticias digitales y las variadas redes sociales aparecen como el reverso del fútbol de la Selección: unificador nacional, que abriga al himno ardiente como no lo hacía nada ni nadie desde los inicios de la Patria.

El caso de Arturo Vidal, que casi muere en la velocidad del ascenso desde un destino cerca de los márgenes hasta el privilegio mundial, muestra el filo de esta partición. "Te vai a cagar a todo Chile" decía El Rey Arturo al Carabinero que lo arrestó en la fase de grupos. Exige un privilegio y el sargento —afortunadamente— ejerce lo que puede juntar de ley civilizante en el país y lo lleva detenido. Sampaoli, para sorpresa de todos, ciertamente incómodo, pero intentando hacer uso de su posición política para salvar la situación, dice la palabra inclusión para que nuestro caballo de pura sangre que había estrellado su caballo rojo la noche anterior pudiera seguir adelante. Y siguió. Y esa inclusión cambió la historia repetida y repetida por los cien años del fútbol chileno. Ese acto permitió ser Campeones. Se reintegró ese impulso mortífero de Arturo a una estructura civilizada. 

Ese acto marca, como dicen los comentaristas deportivos, un antes y un después. Una forma de tramitar los impulsos que los incluye, a un costo, en un colectivo. El costo que pagó Vidal fue, seguramente, la vergüenza. Lo que recibió y debió dar al grupo fue confianza. 

El antes y el después de la fraccionada civilidad chilena no se hace aún. Estamos más cerca de construir un muro en el Cantagallo para hacer dos asilos contra opresiones distintas. Pero quizás haya un punto de inflexión, un gesto civilizador. Y quizás no. Quizás sigamos en el país de la desconfianza y los sinvergüenza.

10 de junio de 2015

El Club de los corazones verdaderamente solitarios

Por Francesca Lombardo

(Nota para la película chilena “El Club” dirigida por Pablo Larraín y ganadora del Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín 2015)

"Tras de mí, imperceptible
sin rozarme los hombros
mi ángel muerto, vigía."

Rafael Alberti. Paraíso Perdido 

Me pregunto por qué llamar comedia al género de esta película. ¿Comedia negra? La comedia implica, me parece, un aflojamiento trivial, una sustracción de densidad con el fin de entretener, aliviar, borronear lo trágico. En rigor, ni la trama, ni las imágenes, ni los textos me parecen fáciles y ligeros. Si hay risa no es por comedia sino por lo imposible y trágico, por la angustia ligada a ello. Tal vez cuando se dice “comedia” lo que se pretende es socializarla, volverla más inocua de lo que en realidad es. Nosotros sabemos por lo demás que la vida de los seres humanos se juega siempre primero como tragedia y posteriormente, dependiendo de los recursos internos y externos, tal vez como comedia. También la historia colectiva y singular se juega en esas modalidades. Me parece que El Club se juega todavía en la primera versión.

Solo lo trágico podría dar cuenta de lo enigmático, lo desgarrado y solo que la narración fílmica y textual de esta película muestra.

Más allá o más acá del juicio religioso, jurídico, público, incluso en ausencia y secreto de estos, las abyecciones solo humanas son también el secreto goce antisocial y el tropismo insalvable de disolución en él. El precio no es cuantificable, es alto pero no sabemos cuánto, algo que gira alrededor de precios, de apuestas taciturnas, de resistencia sobreviviente, de porfía humana inquebrantable; eso es lo que conforma el microclima de la obra.

Estos hombres ya no jóvenes y sin embargo cada uno aferrado al niño omnipotente y polimorfo, constituyen en sí y en paisaje algo que seguramente es el último andén antes del fin del viaje.

Un andén empozado para siempre en un límite, una frontera al borde del mar eternamente invernal, una caleta dejada por supuesto de “la mano de Dios,” lugar donde estivan derrumbes, silencios culpables y la mala conciencia de una institución religiosa que separa, fiscaliza y calla con la implacabilidad de lo mudo, es decir de lo inhumano.

Hombres cuyo parentesco radica en ser todos parias, incluida la semi monja que los ordena, nutre y organiza y que presta su astucia a la defensa encarnizada del lugar.

Pero (y este pero me parece fundamental) están los perros, los perros del pueblo, mestizos huérfanos y también los galgos con su hechura competitiva y su origen enigmático. Seguramente no pura sangre pero que aún exhiben sus raros cuerpos góticos, perros antiguos perfilados como dibujos, como signos de la cacería, de la persecución de una presa.

Lebreles veloces a los que se añade plusvalía por casta y por su eventual producción de dinero por apuesta. Animales reales y simbólicos acotados a la caleta y sobre todo a los espacios de competencia, pistas, casilleros de partida, meta, ganancia o pérdida… emoción sin límite de competir, criaturas circulantes que generan circulante.

El galgo es quizás lo único que cohesiona al grupo, lo que le da cierta vitalidad, cierta alegría y orgullo, ocupar el tiempo en entrenarlo, en desafiar el azar con cuidados adyacentes. 

Cinódromos populares y clandestinos en los bordes costeros, también en los predios del interior. Excitación de la competencia: ¿quién llegará primero? ¿Quién agarrará la presa?

¿Quién estará más cerca del señuelo que hace correr, querer, a veces hasta ganar?

La semi monja, la hermana, la única mujer es la que lleva el perro a los perros, la que tutorea su salida y su concurso, la que afronta la rivalidad con los otros hombres y perros.

Los hombres suyos observan desde lejos, se alegran o entristecen de acuerdo al triunfo o la derrota. De lejos, excluidos de lo social, participan clandestinamente de lo clandestino en una eventualidad única de divertimento y de competitividad de los hombres entre si representados por los galgos. Evento en que los solos de corazón por única vez y velozmente dejan de ser los apartados del rebaño por pecados ciertamente capitales y densos, relacionados todos con excesos de depredación diversa.

Los lebreles y esos hombres siguen corriendo por una presa o por un señuelo, no corren como los caballos para adelantar al otro, no, ellos corren porque hay una liebre en juego.

En todo o casi todo nuestro litoral, en balnearios y caletas, siempre hay galgos proletarizados que todavía muestran sus líneas antiguas y finas, enjutas como signos caligráficos.

Es a esos perros que esta nota intenta fijar.

"Grande, tapándolo todo,
la sombra fija del perro."

"¡Salta sobre ellos! ¡Hiérelos!
¡Únelos, sombra del perro!"

Rafael Alberti. Paraíso Perdido 

La mitología universal asocia el perro (Anubis, Cerbero, Xolote…) a la muerte y a los infiernos, al mundo de abajo y a la luna. El símbolo muy complejo del perro se liga a su función “psicopompa,” es decir a cumplir la función de guía mítico en la noche de la muerte luego de haber sido compañero del hombre en el día de la vida.

Enlazador de entre mundos, el perro ha prestado su rostro como guía de las almas y esto en todos los trechos de la historia cultural de Occidente.

El lebrel, a diferencia de las otras razas, es considerado como no impuro sino dotado de “baraka,” en árabe equivalente a buen augurio, suerte, fortuna. Un amuleto vivo que protege.

Los cínicos, filósofos marginales, reclaman como emblema al perro y a la constelación que lleva este nombre. Una escuela filosófica de cynos = perro en griego. Un concepto y un saber que involucra a un misterioso can brincando bajo el sol y las estrellas de Atenas.

Los filósofos de la antigüedad tenían la costumbre de dar sus lecciones en sitios particulares que se asociaban a la corriente filosófica que representaban. Así la Academia de Platón, el Liceo de Aristóteles, el Jardín de Epicuro. A manera de burla, Antístenes el cínico elige en las afueras de la ciudad un espacio de borde: en el simbolismo urbano el cínico elige los extramuros, el margen de lo social y ciudadano.

El Cinosargo, este lugar del cínico, concentra toda la fuerza del emblema y de una anécdota mítica: Durante el sacrificio ofrecido a Hércules, el dios preferido por los cínicos, un perro venido de no se sabe dónde se habría apoderado con eficaz celeridad del trozo de carne destinado al dios. Rivalizar en impertinencia y ganarle la mano a los oficiantes del sacrificio es razón suficiente para situar al animal bajo auspicios favorables.

Rapiña real y simbólica la del perro de los cínicos. Astuto que va por lo suyo y no ceja en eso.

En el  Cinosargo se encuentran los excluidos de la ciudadanía, aquellos a quienes el azar del nacimiento, la fatalidad de la vida, el delito o accidente habían vuelto indignos de tener acceso a los cargos cívicos o de pertenencia y pertinencia social. La Escuela Cínica ve la luz en los suburbios, lejos de los barrios ricos, en un lugar destinado a los excluidos y no necesariamente arrepentidos.

Un largo rodeo para volver (aunque según yo nunca he dejado de hablar de ella) a la película El Club.

La casa en una caleta olvidada, el grupo segregado reunido bajo ese techo, reglas claras de convivencia y horarios, una pequeña horticultura puertas adentro y una sola ocupación que los reúne activa o pasivamente. Esto es entrenar al galgo, picarlo en la arena de la playa tras las infinitas vueltas de señuelo o hacerlo correr linealmente para fortalecer su velocidad. 

El perro, la carrera, el ganar o perder. La apuesta, eso es lo que cohesiona a los socios del Club motivando actos extremos, desesperados y de presión inapelable.

Así, puesta en muerte de la competencia para siempre y redoblamiento del ostracismo.

También un perro o como un perro el ángel negro que vocifera, recuerda y repite todo eso que no puede ser escuchado y que finalmente vendrá a sustituirse al galgo pero esta vez como quiltro apocalíptico y demente, dando tumbos, exhibiendo la gran herida de la memoria, imposible, corrosivo, como un ángel muerto, convivir en eso y sin olvido, para siempre y sin olvido. Como quien dice: “para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni postura,” basta con sacrificar a los perros y aceptar a un ángel muerto entre nosotros.

22 de mayo de 2015

Pater Familia Chilensis

Por Antonio Moreno Obando
@monodias

El jueves 14 de mayo, dos estudiantes fueron asesinados por un hombre. Dos cuerpos cayeron sin vida producto de las balas percutidas por otro cuerpo que lo que los sentenció en un segundo a morir bajo el fuego de su mano. Podría no haber sido una marcha por derechos el contexto, no es necesario marcar el acto político de los estudiantes para mostrar el punto que paraliza. La brutalidad radica en la simpleza, el atributo de un sujeto que sin importar la circunstancia no duda un segundo en eliminar a otro sujeto. ¿De dónde emana esta atribución moral? Tampoco es necesario apelar al trajín de futilidad y descontrol de impulsos que acompaña al pistolero para explicar el factor social que aparece de reojo en este acto. No hay que ir más lejos de los comentarios de las redes sociales para hacerse una idea, porque en medio de las condenas, se deja ver la defensa de la legitimidad del asesinato, pues el hijo intercedió por su padre, un esforzado comerciante que defendía su propiedad de jóvenes salvajes que ensuciaron su muralla tantas veces antes hermoseada.
 
Entonces desde el corte que produce la noticia de la muerte de dos jóvenes como los que habitan en cualquier familia, surge como torrente un discurso rabioso y contenido sobre la necesidad imperiosa de acabar con la vida de quien amenaza lo propio.  En este caso el acto es del hijo que sale en defensa del padre, pero cuando ese Pater Familia debe referirse al hecho en la plaza pública, igual que en el tiempo del imperio romano, solo apela a la legitimidad del acto homicida en beneficio de su patria postestas, parapetado contra los ensuciadores de la ciudad que claman por algo colectivo a causa de su flojera. 
 
El 20 de mayo en la Florida, un nuevo Pater Familia Chilensis asesinó a su esposa y a sus dos hijas. Lo que sabemos del caso por la prensa, es que el homicida deja una carta confesando su autoría y argumentando como razón a su premeditado acto que iba a ser abandonado por su mujer. La causa razonada de su asesinato es la condición, nuevamente, de un ajusticiamiento basado en una particularísima moral. Así como el número de femicidas crece, surge la expectativa de que estos asesinos son todos psicópatas consumados y no es así. Aunque la existencias de grandes perversos sueltos es una forma de localizar la angustia frente a un peligro doméstico que en cualquier casa podría ocurrir, al parecer hay algo externo a las murallas del hogar que como un (no) discurso se apropia de los cuerpos igual como si fuera una película de suspenso. 
 
A pesar del esfuerzo que hacemos a diario para regular nuestra brutalidad desde la acción política con enfoques de derecho, aún seguimos aplastados por quienes nos debemos. Desde la violencia del vitae necisque potestas,  facultad del Pater Familia Romano que le permite disponer de la vida y de la muerte de quienes están bajo su cargo incluido su patrimonio, hasta la actualización del despotes griego, hoy emprendedor déspota, antes jefe de familia que por derecho natural tiene el atributo de señor y padre, administrador celoso de la propiedad como instrumento de uso y de producción que bien pueden ser objetos como también mujeres, hijos y esclavos. 
 
Pero el Amo no nace con el capitalismo. Por eso, en este momento histórico de Chile, despedazar con dientes y muelas al ejercicio político es hoy un acto de violencia. Es una forma, aunque bien intencionada, de despojar eso que nos humaniza, nos hace falibles y contradictorios, y que por lo tanto nos permite un espacio particular para nuestro deseo en un espacio colectivo. Este aniquilamiento de la política, sea en favor del derecho a matar del nuevo Pater Familia Chilensis o en favor de los discursos ultras que sostienen la lucha social pero en base a la violencia del acto; en ambos sentidos dejan expuestos a estos cuerpos, hoy asesinos, al natural, consumidos en su propio goce mortificante, incapaces de investir, incapaces de hacer un mal entendido en medio de su profunda pureza, de su profunda simplicidad, cuerpos sin política, animalizados, destinados a producir para alimentar a quienes se quejan en la oreja, o para decapitar al que habita un pedazo de su propio cuerpo arriesgando su propiedad, sea una casa en una ciudad o su cuerpo compartido en una cama. Cuerpos de la necesidad que no tienen el material mental ni corporal para formular una demanda, cuerpos violentos, indignados con la saciedad del otro, particularmente de los políticos, pero no por una razón ética, sino por la siempre disputa del prestigio. 
 
Por estos días se escucha en los pasillos la legitimidad de herir a un joven con un guanaco si es que estaba protestando, o a un deteriorado comunicador deportivo arrollando gratuitamente a un político en la televisión para que gane menos dinero que él, cobrándose así de una afrenta antigua, o a una autoridad de nuestro empresariado pidiendo a la gente olvidarse de sus derechos para concentrarse sólo en su deber. Así con la cancha despejada, con  el silencio de los indignados taimados, nuestros Paters Familia Chilensis ven la oportunidad de entrar al espacio público, cobrándose sus afrentas, avalados por el sentido común. Quizás un día de estos nuevamente empiece la guerra entre los que tienen la palabra con moral y los animales.

11 de mayo de 2015

El Punto G de Peñailillo

Por Peter Molineaux

El primer cambio de Gabinete del segundo mandato de la Presidenta Michelle Bachelet tiene como gran caído al ahora ex-Ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo. Luego de ser el principal hombre de confianza de la Presidenta, inició su desplome con el manejo de los primeros días del caso Caval y terminó de morder el polvo con la aparición de boletas realizadas por supuestos trabajos profesionales que a todas luces son pagos por su trabajo político en la pre-campaña presidencial. Estos hechos lo ponen en la misma serie que los personajes teñidos por la cochiná que resulta del cruce entre dinero y política, es decir, Wagner, los Carlos, Dávalos, la Ena, los hijos-de-Pizarro, etc. Su reacción a la seguidilla de boletas fue, para su desgracia, la misma que sus nuevos compañeros de serie: "yo no hice nada ilegal," "las asesorías sí se realizaron" y otras. 

Pero Peñailillo pertenece a otra serie, un poco más antigua, que se ha llamado G90: una generación de políticos del PPD que él lidera y que se formaron en la década de la vuelta a la democracia en Chile. Como coincidencia de nombres y ácida sincronía, a nivel internacional el G90 es el grupo formado por los países más pobres de la Organización Mundial del Comercio para reunir fuerzas y plantear posiciones comunes, intentando con esto contrapesar al G8, el pequeño grupo de los más ricos.

El G90 chileno juntó en la década de 1990 a jóvenes políticos "sin cuna," es decir aquellos que no pertenecían a familias con apellido reconocible en los poderes políticos ni económicos (que como vamos viendo son bastante más cercanos de lo que parecían). Peñailillo, vocero de la zona sur de la  Confech cuando estudiaba en la Universidad del Bío-Bío, se fue perfilando como el representante, el símbolo, de una épica meritocrática de esa generación: jóvenes políticos que por su carácter y talento entraban a lo más alto de las esferas del poder de un país que hasta entonces sólo era gobernado por una elite impenetrable. 

La escalada del G90 —que incluía además de Peñailillo a nombres como Faúndez, Riquelme y Henríquez— se perfiló dentro del aparato político desde el gobierno de Lagos, poblando los gabinetes con un aire más académico, universitario, experto que puramente político o dirigencial. De ahí que su gran corpus de trabajo en las últimas dos décadas lleve el enlodado nombre de asesorías. Por ahí el triángulo académico/económico/político encontró un fértil terreno: ese grupo de jóvenes meritocráticos podía ocupar y alternarse en cargos estatales, al mismo tiempo de asesorar o formar empresas que busquen influir en el mundo público para lograr beneficios económicos. Por ahí fueron entrando, con uno que otro escándalo (como el del G90 Harold Correa en Chiledeportes) que no por escandaloso terminó con su ascenso.

Hoy, por la misma vía que mezcla academia, empresas y política, caen.

Los G90 vivieron el fin de su adolescencia y los formadores años de la primera adultez en la década que les da su nombre. Los '90 fueron años sucios. En Europa se estaba pasando de la claridad del corte de la guerra fría entre capitalismo y comunismo a una transición basada en el florecimiento económico, pero sin grandes ideales. En EEUU, el triunfo del free world dio paso a la serie de guerras en Medio Oriente que continúan hasta hoy y que producen por su salvaje disparidad una reacción radicalizada y también salvaje. En el mundo de la cultura popular se pasó del glam y el yuppi al grunge, que en contraposición al brillo y el éxito levantaba sin muchas ganas la bandera de los trapos sucios como ropa y el desencanto como melodía. Una forma de "no estoy ni ahí" que llevó a su lengua en esta lejana esquina del mundo nuestro Premio al Limón, Marcelo Ríos. Algo de esa cultura se transmitía a nuestro territorio: en cassette, cómpac o por el cable de MTV un sonido sucio y una ética dejada permeaban a la generación de los '90. Algo de ese pathos habrá llegado en algún formato también a Cabrero, 8ª Región.

En Chile, la transición era hacia la democracia luego del reino de uno de los dictadores más afamados de la historia mundial por su brutalidad autoritaria. Se transitó en los '90, por lo tanto, de la lucha contra (o a favor) del totalitarismo a otra cosa bastante más pequeña: la medida de lo posible. Esa transición funcionó, pero no tuvo la limpieza, la pureza, de la defensa de un ideal o de la lucha contra un tirano. Tuvo la suciedad de la política de los acuerdos. Pasando y pasando. Lo pasado pisado

Lo que no se pudo tocar, es decir el sistema económico, siguió funcionando libre, mientras el foco político estaba en mantener la democracia y en el esclarecimiento y condena progresiva de las atrocidades contra los derechos humanos.

Esos son los años formativos del G90. En ese tiempo en el que la prudencia en lo político llamaba a los expertos para reemplazar a los idearios y en que lo económico liberal corría por cuenta propia, alguien tenía que asesorar y alguien tenía que pagar. La década del 2000 fue el tiempo consagrado de la política de los expertos y del ascenso de Peñailillo y los suyos.

La formación de los G90 —y la de aquellos que por edad se hicieron hombres o mujeres en la década del '90— tiene la cochiná naturalizada. Si en los '70 Amor y Paz o Patria y Libertad eran los grandes orientadores para un sujeto. En los noventa el éxito por sobre todo en lo económico y el Ni Ahí para los ideales políticos produjo sujetos pragmáticos, pero desorientados y sin autoridad propia. Expertos que asesoran a los que llevan el peso, pero que carecen de piso propio. 

Los noventa fueron de transición y los 2000 de consolidación. El 2011 marcó otra cosa, más parecida a la revolución. Hoy hay protagonistas jóvenes muy distintos al G90 en su constitución, con ideas políticas más que experticias asesorantes. Los G90, como lo fue la década que les da su nombre, parecen haber sido también de transición. 

19 de marzo de 2015

Derrocamientos Varios

Por Francesca Lombardo
 
Hacer caer de su sitio, echar por tierra, literalmente “hacer caer una roca.” Hemos visto eso con una cierta profusión en nuestras noticias recientes.  Pero esta vez me parece al menos en tres situaciones, que la “precipitación” podría ser reflexionada en el contrapunto incesante entre lo privado y lo público, lo familiar, véase parental, y también la más extensa, colectiva o social. Un contrapunto que arrastra la transmisión ética, la ideológica y la afectiva.
 
Las madres, los padres y las filiaciones reales, imaginarias y simbólicas, los avatares de la transmisión entre generaciones, los enrevesados nudos o deslizamientos en la estructura edípica criolla: son esas reflexiones las que me parecen provocativas en este caso.
 
La enorme palabra que es la “ética” pareciera estar absolutamente tejida en las relaciones de principio estructurante, es decir en las relaciones de emergencia y nutrición de lo que habrá de ser un sujeto humano cabal, quiero decir un sujeto capaz de transitar incesantemente a lo largo de su existencia entre lo singular y lo universal, entre lo individual y lo social. La ética parece que sería aquello que un humano conserva aún cuando haya olvidado todo o casi todo lo demás.
 
Supuestamente hay cosas que el humano titubea en hacer ya que compromete en esa ejecución su pertenencia al pacto social y a los grandes tendones con que ha sido criado, educado e investido. Ciertamente que aquí habrá de suponerse la fuerza y la claridad con que ese sujeto ha aprendido a representarse al otro y a los otros, con qué vara ha sido medido y por ende con qué vara medirá a su vez. Qué lugar ocupa en él la capacidad de reciprocidad, de lealtad, de solidaridad con lo plural global y no solamente con sus pertenencias más evidentes, llámese familia, clase, arcas, etc.
 
Al respecto, las situaciones a las que aludo en medio del acontecer más o menos actual de nuestras noticias y hechos sociales, dan materia a algunas disquisiciones impías.
 
Empecemos por lo que podríamos llamar “vehiculación” y premuras del grande y feroz apetito, sea este el apetito de ingesta, acaparamiento y gula, o trátese  también del apetito de no retribución, de no cargar como se debe con el error, el accidente, la lesión inflingida al otro o a los otros, esa parte que nos cabe a cada uno en el intercambio general.
 

Caval es una sigla y también una palabra de historia equina, de “cavallo” (en italiano y/o francés), el cavallier, el cavaleur tiene lo equino a la base de eso que respecta a vehiculizarse, a transportarse, es un jinete en su móvil. También es una palabra asociada a cava, a cueva, a cavar, hacer orificio, hacer bóveda. Caval podría ser lo propio de la cueva, de la oquedad y de paso y en términos de transporte también lo propio de la vena cava.
 
Caval pareciera ser una palabra que en rigor no existe en nuestro idioma. Por eso se presta a la sigla. Desconozco lo que esa sigla significa condensadamente, por lo tanto intento tratarla como palabra que remite a sus raíces etimológicas y lo que estas pueden sugerir.
 
Hablo de circulación, de tráfico, de accidentes de trasporte, hablo de lo social y en eso inserto estos episodios que nombré anteriormente: - Caval  derrocamiento de una madre.  - Accidente de tránsito, muerte e impunidad, derrocamiento de un hijo. - Penta, la gula extrema de los gerentes, de los empresarios: el derrocamiento de algunos padres  económicos por obra y gracia de la comunidad fraterna y social que devela la polución extensa y obliga a sanciones.
 
Evidentemente son derrocamientos parciales, tal vez remontables. Pero me interesa más que nada la precipitación en su momento. Importa fijar ahí la atención.
 
En Chile, el día de la elección presidencial que dio como ganadora a una mujer, --hablo de la noche donde se inicia su primer período-- la mujer electa sube al escenario para celebrarlo con sus electores. En ese aparecer y por primera vez en este tipo de exhibición, lo que vemos es comparecer ante nosotros a una familia compuesta por madre, un hijo varón, dos hijas mujeres y la madre de la madre: es ese grupo el que se hace presente como estructura disímil en referencia al modelo de la “sagrada familia” habitual. Aquí lo que es mostrado es emocionantemente sociológico, chileno y laico. Recuerdo esa fotografía para la memoria como algo hasta ahí inédito, de una dignidad y veracidad reales, indiscutibles.
 
Abuela, madre, hijas y un hijo, primogénito, un hijo hombre rodeado de mucha mujer.
 
Un hijo que se casa y a su vez tiene un hijo hombre: el caso Caval si es un caso de ganancias y vehiculaciones varias es también un arreglo de cuentas edípicas, con todo lo sangriento que esta contabilidad puede resultar.
 
En los hechos no un hijo contra la madre sino las leyes de exogamia yendo por su ración.
 
En los hechos una mujer, la otra mujer del hijo colonizando los haberes. Me parece interesante a mi esta otra lucha de clases.
 
El hijo que ocupa un lugar digamos  algo “feminizado:” a la vez como “primer damo” y también como titular de un cargo que no tiene el espesor viril de otras carteras gubernamentales, se trata de Fundaciones Socioculturales que dependen de la Presidencia de la República y que habitualmente han estado a cargo de las esposas de los presidentes.
 
Así por una mujer interpósita (la esposa del hijo) la madre es sancionada, simbólicamente derrocada. Nada mejor que una mujer para herir a otra ahí donde duele. Matices del poder femenino en sus diversas vertientes civiles y domésticas. ¿Influencia o capacidad de decisión? Tal vez ni lo uno ni lo otro, sino una capacidad medular de obstrucción, de vérselas con el contrapelo de lo oficial. Bajas políticas de la retorsión que se apoyan mejor si hay una necesidad grande de hacer flamear mucho símbolo fálico, autos muy costosos, golpes empresariales y signos de poder de exhibición mediática.   
 
El otro acontecimiento en el que me fijo se refiere a un padre y un hijo, un padre que no trasmite, es decir alarga la bebificación de su retoño más allá de lo posible. Los amigos, el  dinero, los contactos, el servilismo social, el tejido de componendas judiciales, todo cooperando en la no investidura de un hombre joven y cautivo oportunista de su no acceso a la subjetividad adulta, civil. Derrocamiento que el padre ejecuta como el patrón que es y que no quiere dejar de ser.
 
El hijo un lactante eterno e impune, jubilado de partida por su padre quien confisca la ceremonia de armarlo caballero, de trasmitirle una voluntad ética que lo conforme y lo habilite.
 
Un joven sordo y mudo ante los sucesos que lo comprometen como hechor, profitando de los favores tibios de la impunidad, flacos favores por cierto, para él, para su padre, para su clase de la cual solo se ejemplifica su deterioro y decadencia.
 
Y finalmente en estos acontecimientos que nos recorren está el caso de los gerentes, de los empresarios y padres de familia. Jefes de dineros viejos y nuevos, todos mezclados en el sálvese quien pueda. Padres con mayúscula y padres con minúscula, los dueños, los gerentes generales y los subordinados, padrecitos menores, vulnerables, identificados todos también al poder pero que caen primero y hasta se salvan un poco. Ellos son los que primero caen pero a la vez son los que en ciertas condiciones primero “cooperan,” venden y zafan. Derrocamientos a granel en la horda de padres: su asistencia grupal en la sala judicial así lo muestra. El Estado, el juez y los fiscales vienen a recordar, también como padres, que mal que mal también somos una República, algo que es de todos y que a veces al menos es bueno recordar y hacer sentir. Que la “cosa” de  todos se recupere, que podamos pensar, enjuiciar y sancionar me parece  redundantemente “una buena cosa.”

13 de febrero de 2015

Animales

Por Peter Molineaux

A mediados de los años 2000 se podía encontrar en las licorerías de Francia un vino chileno llamado Quiltro. En la etiqueta posterior rezaba una pequeña leyenda sobre estos simpáticos perritos con los que uno se encontraba en la calle al visitar nuestro austral país. 

Folklórico, ¿no?

Hoy en Chile, tras el intento por parte del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) de incluir dentro de la #leydecaza la posibilidad de cazar perros salvajes —asilvestrados— que en los campos, praderas y oasis atacan a los animales de la pequeña ganadería, ha explotado el mundo animalista, aullando al cielo y chillando frente a todo aquel que no tenga el corazón para condenar esta crueldad contra los perritos. 

El mismo SAG, sucumbiendo a la presión del mundo doglover, tuvo que suspender la medida a la espera de una mesa de diálogo amplia para definir qué hacer con el candente problema de estas jaurías que incluyen en su abanico de atacados a los seres humanos.

Los militantes del amor puro hacia las mascotas difunden en las redes sociales enternecedoras fotos de cachupines abandonados y luego saneados, otros adorables con ojos de tristeza e incluso hacen trascender la idea de que ahora un cazador malvado, cual Historia de Babar, podrá venir a matar a tu regalón si éste se aleja unos cuantos metros de casa. La medida que se intentó promulgar, en realidad, estaba dirigida a esas jaurías de perros que se han reproducido lejos de la domesticación y la ternura, desarrollando por adaptación a su medio y selección natural mayor fuerza mandibular, instinto de caza y organización para derribar a animales que superan en dos o tres veces su tamaño. Venga perrito, pssst pssst pssst. Veeeeeenga.

La propuesta del SAG no consideraba la caza del quiltro callejero, por costumbre urbano y dependiente de los humanos y su trato o maltrato dentro de la ciudad. Ese no estaba en la mira del cazador. El que estaba en la mira era justamente el perro cazador, que por su irrupción en los ecosistemas se va convirtiendo en plaga, con los efectos catastróficos que eso trae para flora, fauna y humano.

Hay que separar, por supuesto, al quiltro urbano, que es el efecto de una ciudad que los cuida mal, tanto por abandono como por la falta de una política clara de contención y trato institucional de estos animales, del perro asilvestrado, que por adaptarse al hostil medio salvaje y por ganarle a sus rivales en el canibalismo ha logrado una fuerza y destreza que amenazan gravemente a su entorno.

El quiltro urbano, con los cuidados necesarios, podrá vivir con una persona, familia o comunidad sin mayores sobresaltos, recibiendo los afectos humanos gracias a su naturaleza gregaria y sus ojos grandes, adaptados durante milenios para la vida con personas. El asilvestrado es otra cosa.

El amor por las mascotas, en su mayoría perros y gatos, acaece por un proceso de proyección e identificación. A pesar de que un perro tenga instintos y una gama de reacciones emocionales básicas que pueden ir desde el miedo a la rabia, producen en muchas personas la idea de que  tienen afectos más complejos como la lealtad, el cariño, la paciencia o simplemente el amor-por-mi. Las emociones complejas son una característica exclusiva de los seres humanos que, por su condición de hablantes, logran una relación simbólica con los afectos básicos, armando por metáfora y metonimia un entramado psíquico por el que se dirige aquello que se siente a través del lenguaje. El manoseado ejemplo de la palabra portuguesa saudade muestra cómo un sentimiento complejo sólo existe gracias a la lengua.

Entonces, la formación de sentimientos complejos con un animal, que sólo puede expresar emociones básicas y conductas instintivas (que también pueden ser pseudosociales), sucede cuando el humano proyecta sobre ellos sus emociones (simpatía, ternura, admiración) y luego se identifica con esas emociones, cerrando el circuito en un amor completito donde el otro no molesta más que por sus desechos corporales y algún resto de instinto que lo lleve a romper de vez en cuando un zapato viejo.
 
Cuando el animalista aúlla en twitter porque alguien dijo que los animales son inferiores a los humanos o, más recientemente, cuando sus bocas espumantes logran hacer retroceder al SAG en su decisión, se pone en evidencia la potencia de la estructura de la identificación, pues en aquello a lo que nos identificamos está nuestro amor propio, nuestro narcisismo. Los dueños se van pareciendo cada vez más a sus mascotas.

Por otra parte, el maltrato a los animales es obviamente un reflejo de la crueldad del maltratador, llevándonos a pensar que en sus relaciones a otro humano también deberá haber algo de esa crueldad. Asimismo, la compasión hacia los animales también predice compasión en lo humano. Pero la defensa de lo silvestre por una identificación ciega y el ataque salvaje hacia cualquier cuestionamiento del animalismo te convierte, finalmente, en animal.

Ya dentro de la cuidad y los muros de la civilización, cabe pensar en lo siguiente: si en nuestro trato a los perros está nuestro trato a nosotros mismos, ¿qué nos dice la postal chilena de las calles llenas de quiltros? ¿Somos un país de perros callejeros? ¿De huachos cuidados a medias por todos y a cargo de ninguno? ¿Tenemos una respuesta responsable a este problema que no termine en una trifulca de emociones básicas?

Se convocará a una mesa amplia a la que también vendrán los animales. Sit. Tranquilo. Eeeeso.