25 de julio de 2013

Trabajo en Chile: ¿Entre la necesidad y la sofisticación?

Por Luz María Chaves

El Paro Nacional convocado por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) el 11 de julio pasado, junto a la aprobación y adhesión de los estudiantes y los gremios de los profesores y de la salud en Chile, instalan demandas que a estas alturas de los procesos de movilización, son una repetición de las necesidades de lo público por sobre lo privado o del rol del estado y el rol de empresariado: Por un Sueldo Mínimo “digno”; Término del sistema privado de Administradoras de Pensiones; Fin a las Isapres; Nueva Institucionalidad Laboral, que entre otras cosas otorgue derecho efectivo a negociar y el derecho a huelga. En conclusión, luchar para que Chile no siga creciendo a costa de la explotación de sus trabajadores.

El Paro convocado por el sindicato de trabajadores de la ex Posta Central, hoy convertida en hospital, duró nueve días y la demanda era remover a otra institución pública a un enfermero, funcionario de ese hospital, por “maltrato psicológico hacia los funcionarios y hacia los pacientes." La Directora respondió a este malestar que el paro era ilegal, inmoral y antiético: “Nuestra tarea y responsabilidad es atender a nuestros pacientes de la forma más adecuada, oportuna y digna… Este es un hospital que atiende grandes urgencias, a los politraumatizados, a los grandes quemados, es decir, a pacientes tremendamente graves y vulnerables…" “No hay que perder el foco, que son nuestros pacientes…" "Hay una vía administrativa, jurídica y un conducto regular..." "Esto no se puede transformar en un gallito.” Durante el proceso de paralización se había realizado un sumario en contra del enfermero, pero el gremio solicitó que se anulara por falta de probidad al no haber citado a los funcionarios involucrados.

Finalmente se llegó a un acuerdo el viernes 19 del presente: El presidente del gremio de trabajadores comunicó: “Se realizará sumario administrativo en contra del enfermero acusado de maltrato psicológico. Después de nueve días de paralización e intransigencia de la Directora de este hospital, hemos logrado, en conjunto con el MINSAL, llegar a un acuerdo."

Estos dos acontecimientos convertidos en noticias nacionales me hacen reflexionar nuevamente sobre el complejo mundo del trabajo. Y digo complejo y más aún, diría, dramático porque en un sentido amplio se puede pensar el trabajo como un lugar y una exterioridad donde se juegan experiencias de sufrimiento, de enfermedad, de vida y muerte, de placer y displacer. Lugar donde pasamos la gran parte de nuestros momentos. Tanto es así que teóricos del arte, de la filosofía, de la política, de la sociología y también del psicoanálisis, entre otros, han interpelado y problematizado este mundo. Interrogar el trabajo significa desplegar aspectos subjetivos, intersubjetivos, económicos y socioculturales imposibles de soslayar.

El psicoanálisis nos da una visión amplia de lo social al afirmar que la característica principal de la separación naturaleza-cultura es que nuestra especie trabaja –a diferencia de la naturaleza que no trabaja porque ella es lo dado. El trabajo se instala como la energía puesta en producir e inventar productos que no fueron dados de por sí. Para el hombre que trabaja hubo de producirse una represión que significó deponer el placer por la necesidad de crear condiciones que lo dado no posibilitaba para él. Esto que la especie realiza hace ya muchos años va a implicar un sufrimiento, una renuncia al principio del placer. George Bataille, escritor francés, agregará a esta reflexión que el trabajo como actividad humana instala prohibiciones y prescripciones a las cuales el hombre debe responder, pero también se eleva como un subterfugio a la propia violencia de éste y se vuelve fundamental para la vida humana. Mientras más se avanza al paso de los siglos, esta vivencia se irá complejizando.

Actualmente el trabajo se encuentra en una paradoja que se centra, por un lado, en una universalización de las relaciones de mercado y de un mejoramiento continuo de la técnica que han llevado a una productividad del trabajo humano a dimensiones ilimitadas, por tanto a una actividad que exige ocuparse, dedicarse y fatigarse. El trabajo implica para los hombres una división de los espacios, los tiempos y formas de hacer y ser. Hasta hoy esta división trae consigo privilegio o desfavorecimiento que implican sufrimiento para el sujeto. Por otro lado, nos enfrentamos a condiciones extremas de deshumanización, que en lo subjetivo implica quedar expuestos a sufrir de miedos intensos, angustia, cansancio, a vivir situaciones denigrantes, a veces vergüenza por traicionar las propias convicciones, inseguridad, sentimientos de injusticia, entre otras.

Por esto, al escuchar las demandas de la CUT, ¿no es escuchar un discurso anacrónico, propio del siglo XIX y principios del XX donde la producción de los trabajadores y sus beneficios no les pertenecían y los vivía como ajenos? Estas demandas ¿no son las mismas por las cuales los trabajadores en esos siglos lucharon? Pues, al parecer no son anacrónicas y sí hay una repetición de una lucha que se actualiza. Quienes históricamente se han preocupado por el sufrimiento de los trabajadores han sido los movimientos sindicales. Las formas, claro, son distintas porque la lucha actual no tiene como objetivo central el derecho a la vida, tal como se buscaba en la reducción de la jornada laboral para que los trabajadores no murieran de enfermedades laborales por exceso de trabajo. Aunque hoy, esto tendría que ser investigado a la luz de otras formas ante las cuales un trabajador se expone a la muerte.

En un periodo anterior a 1968, el movimiento sindicalizado alcanzó la reivindicación de la protección de la salud: se resguardó al trabajador de los accidentes laborales, las enfermedades profesionales y las intoxicaciones por contacto con químicos. La lucha por la salud del cuerpo conducía a denunciar las condiciones de trabajo. Posterior a 1968, se destacó el auge que comenzó a tener la salud mental, ampliando la problemática de la salud en general. Comienzan en Francia las investigaciones sobre la psicodinámica del trabajo: esta disciplina centró su análisis del sufrimiento psíquico como resultado de la confrontación de los hombres con la organización del trabajo.

Christophe Dejours, psicoanalista francés, investigador de los fenómenos psicosomáticos y experto en temas institucionales y laborales, sostiene la hipótesis que el sufrimiento laboral, en algún momento, comenzó a ser negado e invisibilizado por las organizaciones sindicales. Según el autor, durante los años 70 junto con el auge de la salud antes descrito hubo un gran rechazo por parte del sindicalismo a toda comprensión que se centrara en lo psicológico individual, a las prácticas individuales por sobre la acción colectiva. Persistía una desconfianza hacia dichas prácticas considerándolas reaccionarias y antimateralistas. A estas posiciones, dice él, se debería el debilitamiento progresivo de los sindicatos y la rápida desindicalización de las personas que ya no se veían representadas en estas ideas. Este espacio que fue dejando el mundo sindical abrió camino a otros sectores que fueron investigando e interesándose por estos temas: la psicología del trabajo, la psicosociología, los estudios realizados por la psicopatología y el psicoanálisis. Por último, los recursos humanos toman la delantera con resultados nefastos para los derechos de los trabajadores.

El paro de la ex Posta Central delata un sufrimiento laboral que se expresa en la violencia que ejerce un miembro de un equipo de trabajo hacia otro u otros. Aparentemente, estaríamos frente a un conflicto referido al ambiente laboral, a un problema grave en un equipo de trabajo. Pero cabría preguntarse si este enfrentamiento se debe sólo a un deterioro grave de las relaciones interpersonales o a un conflicto que comienza y termina en ese equipo de trabajo. Ciertamente no acaba allí. Este sufrimiento corresponde a una violencia institucional aprendida y que va bajando a través de los distintos niveles jerárquicos de una institución. La trampa consiste en hacer aparecer este conflicto que es político-administrativo y que corroe, lo más probable, a toda esa institución, como psíquico, es decir, como un simple maltrato psicológico. ¿Acaso no es lo que escuchamos en el discurso de la Directora del hospital cuando dice que es ilegal, inmoral y antiético detener el funcionamiento de una institución, como es el caso de la ex Posta Central que atiende casos que se debaten entre la vida y la muerte por un caso particular de maltrato? La paradoja de este discurso es que a los enfermos-clientes no se los puede desatender para atender un maltrato de un funcionario hacia sus colaboradores y a esos mismos pacientes que se pretende proteger. Este es un caso donde tras el conflicto que aparece como provocado por disputas interpersonales se esconde la influencia sin rostro de la institución, pero que en este episodio particular apareció una violencia con rostro al descubierto.

En estas dos noticias de paro lo que se expone son las distintas líneas de fuga que acompañan al análisis del sufrimiento de los trabajadores en Chile: Un sufrimiento colectivo relacionado con la subsistencia, donde el trabajador se extraña a sí mismo en sus actividades laborales y sigue quedando fuera de los beneficios del crecimiento económico. Otro sufrimiento que es el resultado de la confrontación de los hombres y las mujeres con la organización del trabajo y su participación en el espacio institucional y que se particulariza como un sufrimiento intrapsíquico.

Por último, ambas experiencias tienen alcances existenciales: el trabajo exige un gasto de energía supeditada a los límites de lo útil, al principio de utilidad, porque el sujeto pensado en términos estrictamente económicos es un sujeto útil, con una demanda de tiempo que lo obliga mayoritariamente a seguir produciendo. La regla fundamental de la sociedad actual es tener y mantener a un sujeto en la homogenización de lo útil.

Ciertamente, todas las demandas expuestas son dignas, pero unas se encuentran entre las demandas necesarias y otras entre las más sofisticadas.

18 de julio de 2013

Consumir / Consumar

Por Francesca Lombardo

Hace unas semanas fui invitada a participar en una conferencia en el Servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital San José (área norte de Santiago) en el marco del programa Chile Crece Contigo el cual ha tenido a su cargo la implantación de psicólogos clínicos en Unidades Hospitalarias de Ginecología y Obstetricia a fin de seguir clínicamente a las pacientes con embarazos de alto riesgo y/o problemas asociados.

En este marco y para un público de médicos, matronas y psicólogos del Servicio, se me solicitó que tomara a cargo hablar del tema Consumo y Embarazo. Ese sería el eje de la reflexión. Detrás de estas nociones está evidentemente que el concepto de “consumo” es el que estaría más sujeto a reflexión, ya que está específicamente (aunque no dicho) apuntado al tema del consumo de drogas y embarazo adolescente y adulto. La contingencia es, pues, los casos de dependencia y manejo de esos embarazos con el antecedente de madres consumidoras de droga. La oscilación entre, por una parte, la inmediatez de una absorción y una descarga irreprimible asociada a la sustancia toxico-gozante y, por otra, la fecundación, retención y gestación lenta, silenciosa, de un proyecto que implica lo actual y también lo futuro.

Pugna inaguantable de derrocharse en el acto y también y al mismo tiempo deseo de contener, llevar a fin una cría y asistirla humanamente y suficientemente una vez nacida.

Boicot al proyecto, apogeo del contraproyecto, agarre y desagarre a la vez.

Es respecto a esto y a las posibilidades y potencialidades en primer lugar etimológicas que me he aproximado al tema. Se me vienen a la cabeza las frases: “consumirse por los dos extremos” y “quemar la vela por los dos cabos.”

El verbo consumir apunta a la acción de hacer de las cosas un uso que las inutiliza. El consumir no es necesariamente una destrucción de materia sino una destrucción de utilidad. La cosa, ese algo consumido una vez realizado, consumado, ya no sirve más, nunca más. Relanzamiento entonces de un nuevo consumo sin tregua para reiniciar y finiquitar a la vez. El consumo se entiende como la acción de llevar algo a su pleno cumplimiento. Utilización de mercancías, de riquezas para la satisfacción de necesidades imperiosas.

La palabra consumar significa hacer la suma, adicionar con… Llevar algo a término, acabar, coronar, cumplir, cometer, perpetrar.

El embarazo, esa coagulación que llamamos fecundación es, me parece, algo fulgurante y feroz, un agarramiento del deseo en la virtualidad orgánica. Pregnante, es decir lleno de sentido implícito, lleno de razón, de consecuencia, un acto que implanta y abre a un proceso, que implica tiempos, fases, colonización del futuro por otra vida interpuesta.
Las razones de “coagulación” que el psiquesoma femenino puede tener para alojar el tiempo entre sus pliegues son muchas. Una autorización entrañable que hace que una mujer conciba no necesariamente está ligada a la posibilidad ulterior de criar, a lo mejor solo llegamos a la prueba de fertilidad, igualarse a la madre sólo en la potencialidad, no en el fruto acabado de una vida humana sobre tierra.

“Quemar la vela por ambos cabos” es en este caso apurar el consumo consumiéndose y a la vez consumar en el embarazo una consumición no menos deseante pero ligada a la inmortalidad. Así, fluyendo simultáneo a esa gran soltada que significa el goce como desgaste y muerte, este gesto de retener, de guardar algo para sí y para el mundo.

Economía del derroche, existencial, solitario y descreído, apurar el trago de un licor insoportable, apurarlo a fin de terminar pronto y simultáneamente con esto, implante de señas de una plusvalía que haga dique, que traiga a otros, que implique suma y no solo sustracción.

Crisis de ambivalencia difícil de soportar para el saber y para el poder, para la medicina, para la asistencia social, para el derecho, la religión.

Consumir y consumar son verbos que apuntan a la economía, es decir a la circulación y administración de los bienes con ganancia o pérdida, sistema de consumo social donde la irrupción críptica y secreta del flujo libidinal que atraviesa al sujeto se muestra en su intolerable realidad.

Crisis es la palabra griega que aparece como indisolublemente ligada a la decisión. Ella puede ser rastreada como un brusco cambio en el curso de un estado, sea en bien o en mal y esto debido a la lucha entre el agente de agresión y las fuerzas de defensa del organismo. Una crisis es siempre un momento peligroso, un punto agudo en la afección, es así como vislumbraría este consumir y consumar. Es probable que el consumar abra sigilosamente una escotilla a la pura usura. Es posible esto al menos por un tiempo, no sabemos, no podemos saber si durable, entrecortado o corto. Esto dependerá de la inversión del deseo en cada caso, es decir, la ejecución inmediata o la ejecución a largo plazo.

Evidentemente que mi exposición para el público que he señalado fue más extensa, pasando por la teoría de las pulsiones, por la diferencia sexual, por el no “instinto maternal,” pero lo que resumo aquí me sigue pareciendo una lonja a re–explorar. Particularmente porque lo que se dibuja de fondo es una gran crisis con la noción de duración, durar cuánto, para qué y por qué. Estas interrogantes la pulsión las actúa y nosotros los espectadores no sabemos qué hacer.

10 de julio de 2013

La insatisfacción en toma

Por Antonio Moreno Obando

Justo antes de estas vacaciones de invierno, muchos de los liceos en toma depusieron su ocupación. Esto a pesar de que en los días anteriores a las primarias el gobierno optara por desalojar a los estudiantes antes que entregaran pacíficamente los establecimientos, como si el llamado al acto de las fuerzas del orden trajera un consuelo frente al sinuoso ejercicio del dialogo. Sin embargo después del procedimiento policial, el malestar pareció exasperar aún más a sus convocantes.

La expresión que los secundarios dejaron en el espacio público, opera como demanda en su sentido más radical y no logra encontrar una adecuada respuesta en quien es interpelado. Los representantes del gobierno y algunos padres con vocación política intentan ocupar el lugar que opera como el causante de las reglas del juego, y al estar del lado de quien responde, se vuelven impotentes ante los requerimientos, condenan a los demandantes a la insatisfacción y asisten a la propia caída de su legitimidad como reguladores.

Quien responde lo ha hecho como autoridad inflexible, aunque la posición de estar caídos frente a la demanda adolescente les ha resultado insostenible; cada vez que una toma dejó en entredicho el ejercicio de su poder, el impulso subió como un furioso flujo de sangre a la cabeza para actuar con todo el rigor que fuere posible, dejando así en claro que su autoridad sigue turgente. Lo trágico de esta posición beligerante es que mientras más reivindicador de su potencia es quien responde, la demanda insatisfecha no cede en su deseo y mantiene desde su carencia la fuerza suficiente como para lanzarse una y otra vez. Al parecer no fue suficiente ver en las comunas de Santiago y en Providencia el año pasado toda la fuerza de facto quedar estéril ante la indignación de los demandantes, cada vez más fortalecidos con la coacción que se ejercía en su contra.

Para el psicoanálisis la insatisfacción eterna del neurótico, en particular de la histeria, ha sido un paradigma desde el cual se ha sostenido gran parte de su producción teórica y práctica. El psicoanalista Lucien Israël, en su libro El goce de la histeria, dice que para estas neuróticas su insatisfacción se articula por la búsqueda de un maestro a quien ofrecer el ejercicio de su propia perfección, ofrecimiento no correspondido de la misma manera por parte del maestro quien se ofrece a su vez al reconocimiento de una instancia diferente. Este drama de la incompatibilidad, es condición para que el deseo de quien demanda siga siempre deseando. Dice Israël: “expresar que un deseo permanece insatisfecho, es con todo, la mejor manera de probar que el deseo existe”.

Esta figura del maestro nos viene oportuna para pensar en cómo se articula la insatisfacción frente al saber y más específicamente cómo ese agente encargado de administrar con sabiduría los recursos del Estado está enredado en la generación del deseo de los jóvenes estudiantes.

La actual crisis del sistema educativo construye su pregunta sobre la calidad educativa desde una condición de derecho que asegura la gratuidad. La premura familiar de ver apretado el presupuesto por la obligación de pagar por educación de alguna forma ha empujado un malestar ciudadano que comenzó como cliente insatisfecho y que va terminando en la posibilidad de generar un nuevo pacto social a través de una asamblea constituyente. El asunto es que actualmente el alcance de esa concepción de calidad es más amplia y no solo desde el alcance que se le puede dar en términos técnicos, sino desde la expectativa que tiene esa familia apretada sobre la transformación que el movimiento estudiantil puede generar en la manera de relacionarnos en el espacio público.

Pero respecto a lo específico de quienes hoy en ese espacio público han manifestado de manera más radical este malestar, los secundarios, encontramos una forma de presión en la toma que pone en juego las formas en la cuales el saber se articula al fin con el deseo de lo jóvenes estudiantes. En las comunidades educativas en general –y más aún en un liceo llamado emblemático– el saber es impartido por parte del maestro en forma vertical y autoritaria, recortando en forma permanente aquel aspecto del aprendizaje que permite un resultado que rentabiliza: desde el pago de la excelencia académica que beneficia al profesor y el aumento de las matriculas por resultados al sostenedor, hasta el ranking de postulación a las universidades en busca de un futuro con mejores rentas.

La ley que disciplina estos colegios competitivos, que sostienen sus proyectos educativos la mayor parte de las veces desde una mera normativa interna, es una ley que instituye a ciegas, que ejerce su sanción educadora en forma homogeneizante sobre el alumnado con un fin productivo y que no reconoce las diferencias entre los sujetos.

En los espacios de toma, no hay ningún indicio de esta forma vertical de impartir el saber. Por el contrario, estos recintos cerrados por sus sillas y mesas trancando los accesos hacen perder los recursos y la paciencia a los agentes que deben responder desde un requerimiento de producción, ese mundo adulto de Estado y Padres que tanto ha invertido en sus resultados académicos duros. Las tomas han trasformando el espacio relacional de los liceos en enclaves de una producción cultural heterogénea, que en su ejercicio busca un espacio de identidad en tanto movimiento hacia la diferenciación con el otro, pero desde la una premisa basada en un pacto social diferente.

Esta toma de un propio espacio no constituye solamente una forma radical de generar un nuevo sentido en la forma de trasmitir el saber desde un nuevo ordenamiento, también es una espera, una carta abierta, una solicitud dirigida a ese lugar que detenta el saber, a la figura del maestro que sabe como y donde deben hacerse las cosas, que sabe de las consecuencias y que se establece como ley.

Si acaso este afán que no cede en su deseo desde quien demanda es comparada con la conceptualización que el psicoanálisis hace de la neurosis insatisfecha, esa insatisfacción puesta en el instrumento toma pide una ley perfecta y proporcional a su sacrificio; la expectativa generada de la entrega en la lucha está condenada a la frustración por no encontrar en quien debería responder un interés por devolver el sacrificio ofrecido. Entonces, si hubiese un camino para el desplazamiento y hacerle un rodeo a ese malestar que mortifica, se debe dejar de esperar aquella ley perfecta que calza con precisión con todo el sacrificio ofrecido. De otra manera será imposible salir de la posición del parapetado hacia la puesta en juego del deseo en el espacio público. La caída de la posición que pasivamente espera la respuesta perfecta producto de la fallida relación del otro por ser este diferente es condición para no quedarse detenido en el dolor y seguir deseando. Dice Israël, que la lucha por el deseo es aceptar el riesgo de perder.

2 de julio de 2013

Santiago, Río y Estambúl

Por Peter Molineaux

El domingo en la noche, cerca del estadio Maracaná, los manifestantes rompieron uno de los cordones de seguridad destinado a proteger la final de la Copa Confederaciones en la que los locales apabullaron a los españoles por 3-0. El viernes, en Estambul, las protestas callejeras agregaban consignas por la muerte de un activista kurdo en el norte del país. El miércoles, en Santiago, la Alameda estuvo sin tránsito vehicular casi todo el día en la enésima jornada de neumáticos ardiendo y estudiantes marchando.

Se plantea ampliamente la pregunta por lo que tienen en común las explosiones sociales en Turquía y en Brasil con el movimiento estudiantil chileno. Se parecen, con solo mirarlas de lejos, en lo siguiente: en el uso que hacen de las redes sociales para convocar y para dar voz a sus demandas; en que tienen como punto de partida peticiones muy particulares que sin embargo resuenan como un reclamo más profundo que llegaría incluso a cuestionar el modelo; en que casi invariablemente las manifestaciones son pacíficas pero terminan en violencia; y en que sucede en países donde la llegada del desarrollo sería inminente.

La explosión ocurre como una bomba, con una pequeña mecha se enciende una gran cantidad de molestia acumulada que por estar adormecida no se conocía. Hay un malestar sin forma, flotante, que de pronto se toma de algo y se inflama. Los incidentes en Estambul empezaron como protesta frente a la construcción de un mall en un espacio público. Lo de Brasil partió por el precio del pasaje de la micro. En Chile, la primera gran marcha fue contra la construcción de una represa hidroeléctrica. La masividad de las manifestaciones y la violencia de la destrucción física que producen sus márgenes poblados por ideologías ultra, adolescencia desatada y peones formados por el narcotráfico empujan imperiosamente a tratar de dar solución a este fenómeno callejero.

En Chile y Turquía, que están gobernados de momento por sus derechas, la solución ha sido reprimir con fuerza y criminalizar a los movimientos, llenando sus discursos de significantes como violentistas, borrachos, mano dura y limpiar. El resultado ha sido la radicalización de los movimientos y más violencia.

En Brasil, la presidenta Dilma Rousseff intenta de palabra y con acciones concretas dar respuesta a las peticiones que los ciudadanos claman por la calle. Pero allá el clamor tampoco para.

No ha funcionado ni reprimir ni responder a la demanda.

Para los psicoanalistas la demanda es la puesta en palabra de una necesidad. Esto quiere decir que lo que el cuerpo pide tiene que ser articulado por ese cuerpo en algo que le es ajeno y que lo precede –el lenguaje– para solicitar la satisfacción de eso que le falta y que experimenta como necesidad. Pero como esa vía significante, es decir hecha de palabras, es de un orden distinto a lo que pide el cuerpo, la respuesta solo puede ser insatisfactoria. Es una encrucijada trágica: para obtener lo que se necesita es obligación ingresar en una dimensión en la que no está lo que satisface y, como consecuencia, eso que podría colmar la necesidad se pierde. Para el bebé humano, la alternativa, es decir quedarse en el ámbito de la necesidad, significaría no poder pedir nada, no demandar y permanecer en un circuito cerrado de autosatisfacción. Es lo que sucede en el autismo.

En la demanda hay, por lo tanto, una petición al otro que no se puede satisfacer.

Para el mercado, sin embargo, las cosas son más simples: la necesidad es lo que le falta a las personas individualmente y cuando se juntan muchas necesidades se forma una demanda. Lo que deban hacer las empresas es crear productos que puedan satisfacer esa demanda a través de la oferta. Por buena suerte de los que están del lado de la producción, las necesidades parecen ser infinitas, por lo tanto la oferta deberá serlo también. Así han estado funcionando los países en desarrollo hasta que de pronto la voracidad de sus pueblos se empezó a volcar a las calles con sus demandas a las que la oferta no tiene nada que ofrecer.

El salto simple que hace el mercadeo al asumir que la demanda es solo una acumulación de necesidades que deben ser satisfechas con objetos ofrecidos a distintos costos segmentados –ABC1, C2, C3, etc.– no sabe que para que haya demanda se tuvo que producir la pérdida del objeto al que apuntaba la necesidad para entrar en el lenguaje y articular esa demanda. El paso de necesidad a demanda hace que el deseo sea infinito porque su objeto falta y por faltar moviliza. En nuestros países en desarrollo esto ha sido explotado notablemente por el márketing, pensando que el deseo es lo mismo que la necesidad y que se colma con oferta. Como eso no ocurre, el malestar ha ido ebullendo bajo la superficie de los malls, tomando su energía del sobreendeudamiento, las horas extra, las metas, la excelencia, el éxito y el estruje generalizado al que están sometidos los sujetos para consumir lo que la oferta ofrece incansablemente.

Y ¡BUM! Explosión social.

La estrategia represiva de derecha no funciona porque ¿quién se va a reprimir en una sociedad donde todo se le ofrece a la demanda? Por el lado de la izquierda, la respuesta de Dilma ha producido hasta el momento el mismo efecto que el mercado: ofrecerle a la demanda como si fuera necesidad y encontrarse con una voracidad insaciable.

Para que se frene esta maquina de producir insatisfacción y explosión tendrá que aparecer por algún lado la pérdida. En la revolución francesa los ciudadanos no sólo le cortaron la cabeza al rey y a la nobleza sino que a sus propios héroes: la guillotina a Robespierre para que la revolución se automutilara y cediera al pacto social.

Como están las cosas hoy, nadie parece dispuesto a perder, ni los que demandan lo insaciable ni los que ofrecen al infinito en un con-su-mismo cada vez más autista.