26 de noviembre de 2013

Paz para los niños

Por Peter Molineaux

El domingo en la noche, justo a la hora de los noticiarios centrales de los canales de televisión, pudimos ver al mediático Dr. Rodrigo Paz tomándose la sede del Servicio Nacional de Menores (SENAME) junto a un puñado de personas. Su protesta de esa noche fue solamente uno de muchos actos que Paz ha realizado en el último año contra el mencionado Servicio. En una entrevista a la revista Paula, publicada el mismo domingo, se reportean sus vociferaciones con megáfono frente al congreso, su ayuno en Plaza Italia, su carta al Presidente o su llanto cuando la candidata Bachelet lo tomó por fin en cuenta. En el mismo artículo, Paz dice que ha gastado más de 30 millones de pesos de su propio bolsillo y que lo hace por los niños.

El argumento de este psiquiatra de la tele es, a grandes rasgos, el siguiente: Los niños que tienen conductas delictivas están enfermos y por lo tanto necesitan tratamiento. Como los niños pobres no reciben tratamiento, delinquen. Los niños acomodados sí lo reciben y no delinquen. El SENAME estaría haciendo mal las cosas porque no dan el tratamiento adecuado a los niños. El llamado sería al Ministerio de Salud para que se haga responsable de la delincuencia juvenil como un problema de salud pública. Habría que eliminar al SENAME y crear un organismo que se haga cargo de esto que según Paz valdría 600 millones de dólares al año. Simple. Indignante que el gobierno no se preocupe por los niños. Ojalá el Presidente Piñera esté escuchando por ahí.

Para seguir este argumento habría que preguntarse de qué están enfermos estos niños y cuál es su tratamiento. La respuesta a lo primero es fácil, y aunque no lo diga siempre públicamente el Dr. Paz, se sabe por sus prácticas: son bipolares. Caen dentro del espectro bipolar.

Como fue alguna vez el Trastono por Déficit Atencional para niños, el Espectro Bipolar se está forjando un lugar central en el diagnóstico psiquiátrico para niños y adultos—una enfermedad para toda la familia. Su causa: la más pura e indiscutible, la preferida por el Tercer Reich, la genética. El tratamiento propuesto es con fármacos estabilizadores del ánimo o antipsicóticos. Nuevamente en la plaza, Paz exige un tratamiento integral y multidisciplinario, pero en su trabajo en centros de la red de salud pública, de los que fue removido sistemáticamente, atiende a sus pacientes en 3 minutos, tiempo suficiente para preguntar si el niño "anda mejor" y subir o mantener la dosis del medicamento. ¿Preguntas o reclamos de los padres? En el mejor de los casos: "hable con la psicóloga." En el peor: "usted, señora, también es bipolar."

Ser bipolar es una condición crónica. Como diagnóstico tuvo sus inicios en las Psicosis Maníaco Depresivas y, luego de un paso por ser un Trastorno Afectivo, hoy lo Bipolar va tomando su nuevo título de Espectro.

En un espectro cabe casi todo, facilitando el diagnóstico y justificando el uso rápido de fármacos que, efectivamente, luego de ajustar las dosis, reducen la agitación de los niños. En los adultos la cosa es menos clara porque, a diferencia de los escolares que pasan rápidamente al acto, los grandes hablan más y pueden decidir si toman o no remedios, tener una postura frente a su tratamiento o simplemente quejarse.

Al ser un diagnóstico para toda la vida, ser bipolar se instala desde niño junto con los medicamentos para siempre, creando inmediatamente a un enfermo crónico. Ese acto aplastante es el que practica el Dr. Rodrigo Paz. Más allá de sus indignados discursos a megáfono abierto en contra de un SENAME que a todas luces funciona mal frente a un problema complejo, Paz no propone otra cosa que pacificar con violencia.

Los psicoanalistas, en su práctica diaria, también escuchan, ven, sienten el ritmo persistente de una agitación en la época contemporánea, no solo en los niños, sino en el cuerpo. De hecho, el Encuentro Americano de Psicoanálisis de la Orientación Lacaniana que se celebró hace unos días en Buenos Aires, el mismo fin de semana en el que el Dr. Paz intensificaba su cruzada por los niños, llevó como título Hablar con el Cuerpo, La Crisis de las Normas y la Agitación de lo Real. La constatación clínica de toda una serie de cuadros, que van desde la hiperactividad a la obesidad o desde las nuevas adicciones a las crisis de pánico, han llevado al psicoanálisis a preguntarse qué hay en la época que provoca estos efectos que poco tienen que ver con una queja elaborada en palabras y que comprometen de tal forma al cuerpo.

Las elaboraciones teóricas van en la línea de que la supremacía de lo simbólico, sostén de los grandes ideales, del Padre, de las Normas, ha dado paso en nuestros tiempos al goce más o menos desenfrenado del cuerpo, de lo real del cuerpo. De la modernidad en que, como Chaplin, había que levantarse, ir al trabajo, llegar a la casa, criar a los hijos, hemos pasado a otra era en que hay que encontrarse a si mismo, disfrutar plenamente de la vida sexual, consumir: Tu Vida Fluye, te dice el banco. Tu vida debe fluir. Lo que antes descansaba en el Otro porque la exigencia era Suya para ejercer sobre los sujetos, se ha trasladado con la época a cada sujeto, a cada cuerpo, provocando su exaltación.

Para los niños, antes había que hacerle caso a los adultos. Hoy la infancia se idealiza y hay que ser un niño feliz. De eso que la Norma exigía, se podía uno escabullir. Del imperativo ser un niño feliz, el cuerpo no escapa.

Sobre el tratamiento del niño con más de 40 detenciones antes de los 10 años conocido como Cisarro, el Dr. Paz dijo que al administrarle los fármacos "apareció Cristóbal, apareció el niño que es" y así se habría podido hacer un trabajo psicoterapéutico con él. Al quitarle el tratamiento el avaro SENAME hizo desaparecer al niño y volvió el delincuente enfermo. Esta visión recortada de un sujeto es como el bisturí para la fealdad o el estrangulamiento gástrico para la obesidad: una solución desde el cuerpo para el cuerpo, un automatismo que no logra hacer lazo. Es, en el fondo, una solución que está en línea con la época, profundamente violenta y bruta.

18 de octubre de 2013

Emblemáticos por un cuerpo

Por Antonio Moreno Obando

Resulta inevitable hoy ver nuevamente a los estudiantes recargados con la pesada cruz de la segregación y la violación de sus derechos. A propósito del ranking de notas para la postulación universitaria, hemos visto a dirigentes estudiantiles emblemáticos y segregados poner el pecho a las palabras, en un tiroteo de argumentos absolutos en favor de una causa propia.

Una vez más, como tantas otras, el juicio público sobre nuestra veja inequidad, recae durante estos días como chivo expiatorio en la imagen de niños emblemáticos incrustados en las cuñas de noticiero, mientras aparece ausente del escarnio el contexto hablado por los adultos desde el cual en las aulas y en los hogares estos noveles cuerpos encarnan sus amores.

Lo que se pone en juego en estas rebuscadas comunicaciones es la identidad, la imagen, el emblema, pero siempre desde el engaño del que carga de un mandato ese ideal pregnante, es que no es el mismo asunto la impronta de un emblema para un estudiante que para el adulto.

La identificación para el psicoanálisis, por más propia y auténtica que parezca el objeto de su acepción, nace necesariamente con el otro. La formulación de un rasgo único(unario)primero presente en el otro y luego incorporado en lo propio, hace posible pensar el Uno como el Otro, ya que eso uno que se tiene cobra sentido porque existe todo lo otro y por lo tanto es la posibilidad de la pura diferencia. Al mismo tiempo, tomar algo único del otro, rasgo único, es una forma de apegarse al objeto, en un acto de amor que permite salvarse del vacío y construir en ese vínculo un sentido de mismidad.

En un nivel del desarrollo como el de un estudiante, para Freud, se debe lidiar con el trance de despojarse del cuerpo de la infancia y por lo tanto reencontrase con el objeto de amor, asunto que resulta tan dramático en muchos de nuestros adolescentes. Entonces proteger la identidad de ese rasgo unario, de eso que se incorpora del otro para sellar la propia mismidad, puede ser un atajo importante al vacío.

El adolescente está sumido en las trasformaciones del cuerpo, desencajando los amores tramitados desde la obsoleta imagen del cuerpo infantil, llenando de incertidumbre su posibilidad de reencuentro con el objeto amado. Desde esta peripecia, el emblema como por ejemplo el signo de un colegio, puede representar algo que reviste un valor mayor: signo que primero fue de otros, los más deseados, y que luego se hicieron parte de sí. Lo emblemático entonces marca ese rasgo unario característico de lo deseable en eso otro y que luego se integró a la propia singularidad.

Se puede pensar en el caso de alguno de los estudiantes emblemáticos molestos con el ranking, la presencia siniestra de perder lo singular que por el momento acciona como un ancla el limite identitario con el deseo de los otros, de eso Otro.

Mientras ocurre la discusión y el horror vacui de perder el rasgo unario de lo emblemático, surge también en estos jóvenes la amenaza de ser intencionadamente conducidos al rompimiento del movimiento estudiantil por ese Otro, fuente muy importante de la nueva impronta y las nueva demandas de amor-derechos del joven estudiante. Esta amenaza no hace sino remarcar la amenaza que se cierne como una sombra ominosa: en la irrupción desenfrenada del otro, perder la interioridad afirmada desde la identidad ideal del liceo emblemático.

La pregunta surge con más fuerza sobre el significado para un adulto, el cual requiere de un emblema. Cabe entonces una pregunta por la identidad y sus avatares de quienes que ya han pasado por este momento de su desarrollo y que desde la solapa de los estudiantes logran colgar un emblema que pueda representar para ellos un mejor pasar en la dolorosa competencia diaria por el prestigio. Más allá de las cacerías morales, quizás sea ya el momento de ver esos esfuerzos puestos en palabras a través de nuevas cuñas televisivas y comenzar a cargar la pesada cruz de las cuentas con el sistema a aquellos que están en la posición de hacerlo.

25 de julio de 2013

Trabajo en Chile: ¿Entre la necesidad y la sofisticación?

Por Luz María Chaves

El Paro Nacional convocado por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) el 11 de julio pasado, junto a la aprobación y adhesión de los estudiantes y los gremios de los profesores y de la salud en Chile, instalan demandas que a estas alturas de los procesos de movilización, son una repetición de las necesidades de lo público por sobre lo privado o del rol del estado y el rol de empresariado: Por un Sueldo Mínimo “digno”; Término del sistema privado de Administradoras de Pensiones; Fin a las Isapres; Nueva Institucionalidad Laboral, que entre otras cosas otorgue derecho efectivo a negociar y el derecho a huelga. En conclusión, luchar para que Chile no siga creciendo a costa de la explotación de sus trabajadores.

El Paro convocado por el sindicato de trabajadores de la ex Posta Central, hoy convertida en hospital, duró nueve días y la demanda era remover a otra institución pública a un enfermero, funcionario de ese hospital, por “maltrato psicológico hacia los funcionarios y hacia los pacientes." La Directora respondió a este malestar que el paro era ilegal, inmoral y antiético: “Nuestra tarea y responsabilidad es atender a nuestros pacientes de la forma más adecuada, oportuna y digna… Este es un hospital que atiende grandes urgencias, a los politraumatizados, a los grandes quemados, es decir, a pacientes tremendamente graves y vulnerables…" “No hay que perder el foco, que son nuestros pacientes…" "Hay una vía administrativa, jurídica y un conducto regular..." "Esto no se puede transformar en un gallito.” Durante el proceso de paralización se había realizado un sumario en contra del enfermero, pero el gremio solicitó que se anulara por falta de probidad al no haber citado a los funcionarios involucrados.

Finalmente se llegó a un acuerdo el viernes 19 del presente: El presidente del gremio de trabajadores comunicó: “Se realizará sumario administrativo en contra del enfermero acusado de maltrato psicológico. Después de nueve días de paralización e intransigencia de la Directora de este hospital, hemos logrado, en conjunto con el MINSAL, llegar a un acuerdo."

Estos dos acontecimientos convertidos en noticias nacionales me hacen reflexionar nuevamente sobre el complejo mundo del trabajo. Y digo complejo y más aún, diría, dramático porque en un sentido amplio se puede pensar el trabajo como un lugar y una exterioridad donde se juegan experiencias de sufrimiento, de enfermedad, de vida y muerte, de placer y displacer. Lugar donde pasamos la gran parte de nuestros momentos. Tanto es así que teóricos del arte, de la filosofía, de la política, de la sociología y también del psicoanálisis, entre otros, han interpelado y problematizado este mundo. Interrogar el trabajo significa desplegar aspectos subjetivos, intersubjetivos, económicos y socioculturales imposibles de soslayar.

El psicoanálisis nos da una visión amplia de lo social al afirmar que la característica principal de la separación naturaleza-cultura es que nuestra especie trabaja –a diferencia de la naturaleza que no trabaja porque ella es lo dado. El trabajo se instala como la energía puesta en producir e inventar productos que no fueron dados de por sí. Para el hombre que trabaja hubo de producirse una represión que significó deponer el placer por la necesidad de crear condiciones que lo dado no posibilitaba para él. Esto que la especie realiza hace ya muchos años va a implicar un sufrimiento, una renuncia al principio del placer. George Bataille, escritor francés, agregará a esta reflexión que el trabajo como actividad humana instala prohibiciones y prescripciones a las cuales el hombre debe responder, pero también se eleva como un subterfugio a la propia violencia de éste y se vuelve fundamental para la vida humana. Mientras más se avanza al paso de los siglos, esta vivencia se irá complejizando.

Actualmente el trabajo se encuentra en una paradoja que se centra, por un lado, en una universalización de las relaciones de mercado y de un mejoramiento continuo de la técnica que han llevado a una productividad del trabajo humano a dimensiones ilimitadas, por tanto a una actividad que exige ocuparse, dedicarse y fatigarse. El trabajo implica para los hombres una división de los espacios, los tiempos y formas de hacer y ser. Hasta hoy esta división trae consigo privilegio o desfavorecimiento que implican sufrimiento para el sujeto. Por otro lado, nos enfrentamos a condiciones extremas de deshumanización, que en lo subjetivo implica quedar expuestos a sufrir de miedos intensos, angustia, cansancio, a vivir situaciones denigrantes, a veces vergüenza por traicionar las propias convicciones, inseguridad, sentimientos de injusticia, entre otras.

Por esto, al escuchar las demandas de la CUT, ¿no es escuchar un discurso anacrónico, propio del siglo XIX y principios del XX donde la producción de los trabajadores y sus beneficios no les pertenecían y los vivía como ajenos? Estas demandas ¿no son las mismas por las cuales los trabajadores en esos siglos lucharon? Pues, al parecer no son anacrónicas y sí hay una repetición de una lucha que se actualiza. Quienes históricamente se han preocupado por el sufrimiento de los trabajadores han sido los movimientos sindicales. Las formas, claro, son distintas porque la lucha actual no tiene como objetivo central el derecho a la vida, tal como se buscaba en la reducción de la jornada laboral para que los trabajadores no murieran de enfermedades laborales por exceso de trabajo. Aunque hoy, esto tendría que ser investigado a la luz de otras formas ante las cuales un trabajador se expone a la muerte.

En un periodo anterior a 1968, el movimiento sindicalizado alcanzó la reivindicación de la protección de la salud: se resguardó al trabajador de los accidentes laborales, las enfermedades profesionales y las intoxicaciones por contacto con químicos. La lucha por la salud del cuerpo conducía a denunciar las condiciones de trabajo. Posterior a 1968, se destacó el auge que comenzó a tener la salud mental, ampliando la problemática de la salud en general. Comienzan en Francia las investigaciones sobre la psicodinámica del trabajo: esta disciplina centró su análisis del sufrimiento psíquico como resultado de la confrontación de los hombres con la organización del trabajo.

Christophe Dejours, psicoanalista francés, investigador de los fenómenos psicosomáticos y experto en temas institucionales y laborales, sostiene la hipótesis que el sufrimiento laboral, en algún momento, comenzó a ser negado e invisibilizado por las organizaciones sindicales. Según el autor, durante los años 70 junto con el auge de la salud antes descrito hubo un gran rechazo por parte del sindicalismo a toda comprensión que se centrara en lo psicológico individual, a las prácticas individuales por sobre la acción colectiva. Persistía una desconfianza hacia dichas prácticas considerándolas reaccionarias y antimateralistas. A estas posiciones, dice él, se debería el debilitamiento progresivo de los sindicatos y la rápida desindicalización de las personas que ya no se veían representadas en estas ideas. Este espacio que fue dejando el mundo sindical abrió camino a otros sectores que fueron investigando e interesándose por estos temas: la psicología del trabajo, la psicosociología, los estudios realizados por la psicopatología y el psicoanálisis. Por último, los recursos humanos toman la delantera con resultados nefastos para los derechos de los trabajadores.

El paro de la ex Posta Central delata un sufrimiento laboral que se expresa en la violencia que ejerce un miembro de un equipo de trabajo hacia otro u otros. Aparentemente, estaríamos frente a un conflicto referido al ambiente laboral, a un problema grave en un equipo de trabajo. Pero cabría preguntarse si este enfrentamiento se debe sólo a un deterioro grave de las relaciones interpersonales o a un conflicto que comienza y termina en ese equipo de trabajo. Ciertamente no acaba allí. Este sufrimiento corresponde a una violencia institucional aprendida y que va bajando a través de los distintos niveles jerárquicos de una institución. La trampa consiste en hacer aparecer este conflicto que es político-administrativo y que corroe, lo más probable, a toda esa institución, como psíquico, es decir, como un simple maltrato psicológico. ¿Acaso no es lo que escuchamos en el discurso de la Directora del hospital cuando dice que es ilegal, inmoral y antiético detener el funcionamiento de una institución, como es el caso de la ex Posta Central que atiende casos que se debaten entre la vida y la muerte por un caso particular de maltrato? La paradoja de este discurso es que a los enfermos-clientes no se los puede desatender para atender un maltrato de un funcionario hacia sus colaboradores y a esos mismos pacientes que se pretende proteger. Este es un caso donde tras el conflicto que aparece como provocado por disputas interpersonales se esconde la influencia sin rostro de la institución, pero que en este episodio particular apareció una violencia con rostro al descubierto.

En estas dos noticias de paro lo que se expone son las distintas líneas de fuga que acompañan al análisis del sufrimiento de los trabajadores en Chile: Un sufrimiento colectivo relacionado con la subsistencia, donde el trabajador se extraña a sí mismo en sus actividades laborales y sigue quedando fuera de los beneficios del crecimiento económico. Otro sufrimiento que es el resultado de la confrontación de los hombres y las mujeres con la organización del trabajo y su participación en el espacio institucional y que se particulariza como un sufrimiento intrapsíquico.

Por último, ambas experiencias tienen alcances existenciales: el trabajo exige un gasto de energía supeditada a los límites de lo útil, al principio de utilidad, porque el sujeto pensado en términos estrictamente económicos es un sujeto útil, con una demanda de tiempo que lo obliga mayoritariamente a seguir produciendo. La regla fundamental de la sociedad actual es tener y mantener a un sujeto en la homogenización de lo útil.

Ciertamente, todas las demandas expuestas son dignas, pero unas se encuentran entre las demandas necesarias y otras entre las más sofisticadas.

18 de julio de 2013

Consumir / Consumar

Por Francesca Lombardo

Hace unas semanas fui invitada a participar en una conferencia en el Servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital San José (área norte de Santiago) en el marco del programa Chile Crece Contigo el cual ha tenido a su cargo la implantación de psicólogos clínicos en Unidades Hospitalarias de Ginecología y Obstetricia a fin de seguir clínicamente a las pacientes con embarazos de alto riesgo y/o problemas asociados.

En este marco y para un público de médicos, matronas y psicólogos del Servicio, se me solicitó que tomara a cargo hablar del tema Consumo y Embarazo. Ese sería el eje de la reflexión. Detrás de estas nociones está evidentemente que el concepto de “consumo” es el que estaría más sujeto a reflexión, ya que está específicamente (aunque no dicho) apuntado al tema del consumo de drogas y embarazo adolescente y adulto. La contingencia es, pues, los casos de dependencia y manejo de esos embarazos con el antecedente de madres consumidoras de droga. La oscilación entre, por una parte, la inmediatez de una absorción y una descarga irreprimible asociada a la sustancia toxico-gozante y, por otra, la fecundación, retención y gestación lenta, silenciosa, de un proyecto que implica lo actual y también lo futuro.

Pugna inaguantable de derrocharse en el acto y también y al mismo tiempo deseo de contener, llevar a fin una cría y asistirla humanamente y suficientemente una vez nacida.

Boicot al proyecto, apogeo del contraproyecto, agarre y desagarre a la vez.

Es respecto a esto y a las posibilidades y potencialidades en primer lugar etimológicas que me he aproximado al tema. Se me vienen a la cabeza las frases: “consumirse por los dos extremos” y “quemar la vela por los dos cabos.”

El verbo consumir apunta a la acción de hacer de las cosas un uso que las inutiliza. El consumir no es necesariamente una destrucción de materia sino una destrucción de utilidad. La cosa, ese algo consumido una vez realizado, consumado, ya no sirve más, nunca más. Relanzamiento entonces de un nuevo consumo sin tregua para reiniciar y finiquitar a la vez. El consumo se entiende como la acción de llevar algo a su pleno cumplimiento. Utilización de mercancías, de riquezas para la satisfacción de necesidades imperiosas.

La palabra consumar significa hacer la suma, adicionar con… Llevar algo a término, acabar, coronar, cumplir, cometer, perpetrar.

El embarazo, esa coagulación que llamamos fecundación es, me parece, algo fulgurante y feroz, un agarramiento del deseo en la virtualidad orgánica. Pregnante, es decir lleno de sentido implícito, lleno de razón, de consecuencia, un acto que implanta y abre a un proceso, que implica tiempos, fases, colonización del futuro por otra vida interpuesta.
Las razones de “coagulación” que el psiquesoma femenino puede tener para alojar el tiempo entre sus pliegues son muchas. Una autorización entrañable que hace que una mujer conciba no necesariamente está ligada a la posibilidad ulterior de criar, a lo mejor solo llegamos a la prueba de fertilidad, igualarse a la madre sólo en la potencialidad, no en el fruto acabado de una vida humana sobre tierra.

“Quemar la vela por ambos cabos” es en este caso apurar el consumo consumiéndose y a la vez consumar en el embarazo una consumición no menos deseante pero ligada a la inmortalidad. Así, fluyendo simultáneo a esa gran soltada que significa el goce como desgaste y muerte, este gesto de retener, de guardar algo para sí y para el mundo.

Economía del derroche, existencial, solitario y descreído, apurar el trago de un licor insoportable, apurarlo a fin de terminar pronto y simultáneamente con esto, implante de señas de una plusvalía que haga dique, que traiga a otros, que implique suma y no solo sustracción.

Crisis de ambivalencia difícil de soportar para el saber y para el poder, para la medicina, para la asistencia social, para el derecho, la religión.

Consumir y consumar son verbos que apuntan a la economía, es decir a la circulación y administración de los bienes con ganancia o pérdida, sistema de consumo social donde la irrupción críptica y secreta del flujo libidinal que atraviesa al sujeto se muestra en su intolerable realidad.

Crisis es la palabra griega que aparece como indisolublemente ligada a la decisión. Ella puede ser rastreada como un brusco cambio en el curso de un estado, sea en bien o en mal y esto debido a la lucha entre el agente de agresión y las fuerzas de defensa del organismo. Una crisis es siempre un momento peligroso, un punto agudo en la afección, es así como vislumbraría este consumir y consumar. Es probable que el consumar abra sigilosamente una escotilla a la pura usura. Es posible esto al menos por un tiempo, no sabemos, no podemos saber si durable, entrecortado o corto. Esto dependerá de la inversión del deseo en cada caso, es decir, la ejecución inmediata o la ejecución a largo plazo.

Evidentemente que mi exposición para el público que he señalado fue más extensa, pasando por la teoría de las pulsiones, por la diferencia sexual, por el no “instinto maternal,” pero lo que resumo aquí me sigue pareciendo una lonja a re–explorar. Particularmente porque lo que se dibuja de fondo es una gran crisis con la noción de duración, durar cuánto, para qué y por qué. Estas interrogantes la pulsión las actúa y nosotros los espectadores no sabemos qué hacer.

10 de julio de 2013

La insatisfacción en toma

Por Antonio Moreno Obando

Justo antes de estas vacaciones de invierno, muchos de los liceos en toma depusieron su ocupación. Esto a pesar de que en los días anteriores a las primarias el gobierno optara por desalojar a los estudiantes antes que entregaran pacíficamente los establecimientos, como si el llamado al acto de las fuerzas del orden trajera un consuelo frente al sinuoso ejercicio del dialogo. Sin embargo después del procedimiento policial, el malestar pareció exasperar aún más a sus convocantes.

La expresión que los secundarios dejaron en el espacio público, opera como demanda en su sentido más radical y no logra encontrar una adecuada respuesta en quien es interpelado. Los representantes del gobierno y algunos padres con vocación política intentan ocupar el lugar que opera como el causante de las reglas del juego, y al estar del lado de quien responde, se vuelven impotentes ante los requerimientos, condenan a los demandantes a la insatisfacción y asisten a la propia caída de su legitimidad como reguladores.

Quien responde lo ha hecho como autoridad inflexible, aunque la posición de estar caídos frente a la demanda adolescente les ha resultado insostenible; cada vez que una toma dejó en entredicho el ejercicio de su poder, el impulso subió como un furioso flujo de sangre a la cabeza para actuar con todo el rigor que fuere posible, dejando así en claro que su autoridad sigue turgente. Lo trágico de esta posición beligerante es que mientras más reivindicador de su potencia es quien responde, la demanda insatisfecha no cede en su deseo y mantiene desde su carencia la fuerza suficiente como para lanzarse una y otra vez. Al parecer no fue suficiente ver en las comunas de Santiago y en Providencia el año pasado toda la fuerza de facto quedar estéril ante la indignación de los demandantes, cada vez más fortalecidos con la coacción que se ejercía en su contra.

Para el psicoanálisis la insatisfacción eterna del neurótico, en particular de la histeria, ha sido un paradigma desde el cual se ha sostenido gran parte de su producción teórica y práctica. El psicoanalista Lucien Israël, en su libro El goce de la histeria, dice que para estas neuróticas su insatisfacción se articula por la búsqueda de un maestro a quien ofrecer el ejercicio de su propia perfección, ofrecimiento no correspondido de la misma manera por parte del maestro quien se ofrece a su vez al reconocimiento de una instancia diferente. Este drama de la incompatibilidad, es condición para que el deseo de quien demanda siga siempre deseando. Dice Israël: “expresar que un deseo permanece insatisfecho, es con todo, la mejor manera de probar que el deseo existe”.

Esta figura del maestro nos viene oportuna para pensar en cómo se articula la insatisfacción frente al saber y más específicamente cómo ese agente encargado de administrar con sabiduría los recursos del Estado está enredado en la generación del deseo de los jóvenes estudiantes.

La actual crisis del sistema educativo construye su pregunta sobre la calidad educativa desde una condición de derecho que asegura la gratuidad. La premura familiar de ver apretado el presupuesto por la obligación de pagar por educación de alguna forma ha empujado un malestar ciudadano que comenzó como cliente insatisfecho y que va terminando en la posibilidad de generar un nuevo pacto social a través de una asamblea constituyente. El asunto es que actualmente el alcance de esa concepción de calidad es más amplia y no solo desde el alcance que se le puede dar en términos técnicos, sino desde la expectativa que tiene esa familia apretada sobre la transformación que el movimiento estudiantil puede generar en la manera de relacionarnos en el espacio público.

Pero respecto a lo específico de quienes hoy en ese espacio público han manifestado de manera más radical este malestar, los secundarios, encontramos una forma de presión en la toma que pone en juego las formas en la cuales el saber se articula al fin con el deseo de lo jóvenes estudiantes. En las comunidades educativas en general –y más aún en un liceo llamado emblemático– el saber es impartido por parte del maestro en forma vertical y autoritaria, recortando en forma permanente aquel aspecto del aprendizaje que permite un resultado que rentabiliza: desde el pago de la excelencia académica que beneficia al profesor y el aumento de las matriculas por resultados al sostenedor, hasta el ranking de postulación a las universidades en busca de un futuro con mejores rentas.

La ley que disciplina estos colegios competitivos, que sostienen sus proyectos educativos la mayor parte de las veces desde una mera normativa interna, es una ley que instituye a ciegas, que ejerce su sanción educadora en forma homogeneizante sobre el alumnado con un fin productivo y que no reconoce las diferencias entre los sujetos.

En los espacios de toma, no hay ningún indicio de esta forma vertical de impartir el saber. Por el contrario, estos recintos cerrados por sus sillas y mesas trancando los accesos hacen perder los recursos y la paciencia a los agentes que deben responder desde un requerimiento de producción, ese mundo adulto de Estado y Padres que tanto ha invertido en sus resultados académicos duros. Las tomas han trasformando el espacio relacional de los liceos en enclaves de una producción cultural heterogénea, que en su ejercicio busca un espacio de identidad en tanto movimiento hacia la diferenciación con el otro, pero desde la una premisa basada en un pacto social diferente.

Esta toma de un propio espacio no constituye solamente una forma radical de generar un nuevo sentido en la forma de trasmitir el saber desde un nuevo ordenamiento, también es una espera, una carta abierta, una solicitud dirigida a ese lugar que detenta el saber, a la figura del maestro que sabe como y donde deben hacerse las cosas, que sabe de las consecuencias y que se establece como ley.

Si acaso este afán que no cede en su deseo desde quien demanda es comparada con la conceptualización que el psicoanálisis hace de la neurosis insatisfecha, esa insatisfacción puesta en el instrumento toma pide una ley perfecta y proporcional a su sacrificio; la expectativa generada de la entrega en la lucha está condenada a la frustración por no encontrar en quien debería responder un interés por devolver el sacrificio ofrecido. Entonces, si hubiese un camino para el desplazamiento y hacerle un rodeo a ese malestar que mortifica, se debe dejar de esperar aquella ley perfecta que calza con precisión con todo el sacrificio ofrecido. De otra manera será imposible salir de la posición del parapetado hacia la puesta en juego del deseo en el espacio público. La caída de la posición que pasivamente espera la respuesta perfecta producto de la fallida relación del otro por ser este diferente es condición para no quedarse detenido en el dolor y seguir deseando. Dice Israël, que la lucha por el deseo es aceptar el riesgo de perder.

2 de julio de 2013

Santiago, Río y Estambúl

Por Peter Molineaux

El domingo en la noche, cerca del estadio Maracaná, los manifestantes rompieron uno de los cordones de seguridad destinado a proteger la final de la Copa Confederaciones en la que los locales apabullaron a los españoles por 3-0. El viernes, en Estambul, las protestas callejeras agregaban consignas por la muerte de un activista kurdo en el norte del país. El miércoles, en Santiago, la Alameda estuvo sin tránsito vehicular casi todo el día en la enésima jornada de neumáticos ardiendo y estudiantes marchando.

Se plantea ampliamente la pregunta por lo que tienen en común las explosiones sociales en Turquía y en Brasil con el movimiento estudiantil chileno. Se parecen, con solo mirarlas de lejos, en lo siguiente: en el uso que hacen de las redes sociales para convocar y para dar voz a sus demandas; en que tienen como punto de partida peticiones muy particulares que sin embargo resuenan como un reclamo más profundo que llegaría incluso a cuestionar el modelo; en que casi invariablemente las manifestaciones son pacíficas pero terminan en violencia; y en que sucede en países donde la llegada del desarrollo sería inminente.

La explosión ocurre como una bomba, con una pequeña mecha se enciende una gran cantidad de molestia acumulada que por estar adormecida no se conocía. Hay un malestar sin forma, flotante, que de pronto se toma de algo y se inflama. Los incidentes en Estambul empezaron como protesta frente a la construcción de un mall en un espacio público. Lo de Brasil partió por el precio del pasaje de la micro. En Chile, la primera gran marcha fue contra la construcción de una represa hidroeléctrica. La masividad de las manifestaciones y la violencia de la destrucción física que producen sus márgenes poblados por ideologías ultra, adolescencia desatada y peones formados por el narcotráfico empujan imperiosamente a tratar de dar solución a este fenómeno callejero.

En Chile y Turquía, que están gobernados de momento por sus derechas, la solución ha sido reprimir con fuerza y criminalizar a los movimientos, llenando sus discursos de significantes como violentistas, borrachos, mano dura y limpiar. El resultado ha sido la radicalización de los movimientos y más violencia.

En Brasil, la presidenta Dilma Rousseff intenta de palabra y con acciones concretas dar respuesta a las peticiones que los ciudadanos claman por la calle. Pero allá el clamor tampoco para.

No ha funcionado ni reprimir ni responder a la demanda.

Para los psicoanalistas la demanda es la puesta en palabra de una necesidad. Esto quiere decir que lo que el cuerpo pide tiene que ser articulado por ese cuerpo en algo que le es ajeno y que lo precede –el lenguaje– para solicitar la satisfacción de eso que le falta y que experimenta como necesidad. Pero como esa vía significante, es decir hecha de palabras, es de un orden distinto a lo que pide el cuerpo, la respuesta solo puede ser insatisfactoria. Es una encrucijada trágica: para obtener lo que se necesita es obligación ingresar en una dimensión en la que no está lo que satisface y, como consecuencia, eso que podría colmar la necesidad se pierde. Para el bebé humano, la alternativa, es decir quedarse en el ámbito de la necesidad, significaría no poder pedir nada, no demandar y permanecer en un circuito cerrado de autosatisfacción. Es lo que sucede en el autismo.

En la demanda hay, por lo tanto, una petición al otro que no se puede satisfacer.

Para el mercado, sin embargo, las cosas son más simples: la necesidad es lo que le falta a las personas individualmente y cuando se juntan muchas necesidades se forma una demanda. Lo que deban hacer las empresas es crear productos que puedan satisfacer esa demanda a través de la oferta. Por buena suerte de los que están del lado de la producción, las necesidades parecen ser infinitas, por lo tanto la oferta deberá serlo también. Así han estado funcionando los países en desarrollo hasta que de pronto la voracidad de sus pueblos se empezó a volcar a las calles con sus demandas a las que la oferta no tiene nada que ofrecer.

El salto simple que hace el mercadeo al asumir que la demanda es solo una acumulación de necesidades que deben ser satisfechas con objetos ofrecidos a distintos costos segmentados –ABC1, C2, C3, etc.– no sabe que para que haya demanda se tuvo que producir la pérdida del objeto al que apuntaba la necesidad para entrar en el lenguaje y articular esa demanda. El paso de necesidad a demanda hace que el deseo sea infinito porque su objeto falta y por faltar moviliza. En nuestros países en desarrollo esto ha sido explotado notablemente por el márketing, pensando que el deseo es lo mismo que la necesidad y que se colma con oferta. Como eso no ocurre, el malestar ha ido ebullendo bajo la superficie de los malls, tomando su energía del sobreendeudamiento, las horas extra, las metas, la excelencia, el éxito y el estruje generalizado al que están sometidos los sujetos para consumir lo que la oferta ofrece incansablemente.

Y ¡BUM! Explosión social.

La estrategia represiva de derecha no funciona porque ¿quién se va a reprimir en una sociedad donde todo se le ofrece a la demanda? Por el lado de la izquierda, la respuesta de Dilma ha producido hasta el momento el mismo efecto que el mercado: ofrecerle a la demanda como si fuera necesidad y encontrarse con una voracidad insaciable.

Para que se frene esta maquina de producir insatisfacción y explosión tendrá que aparecer por algún lado la pérdida. En la revolución francesa los ciudadanos no sólo le cortaron la cabeza al rey y a la nobleza sino que a sus propios héroes: la guillotina a Robespierre para que la revolución se automutilara y cediera al pacto social.

Como están las cosas hoy, nadie parece dispuesto a perder, ni los que demandan lo insaciable ni los que ofrecen al infinito en un con-su-mismo cada vez más autista.

30 de abril de 2013

Laurence o el discurso canalla

Por Peter Molineaux

La renuncia de Laurence Golborne a la candidatura por la presidencia como abanderado de la UDI se concretó pocos días después del fallo de la Corte Suprema en contra de su antiguo empleador, Cencosud. Se condenó al holding a devolver 70 millones de dólares por cobros abusivos en sus tarjetas de retail y las miradas se volvieron inmediatamente hacia el sonriente ex-ministro porque esos abusos se cometieron cuando él era Gerente General de la firma. Fue el inicio del fin. La estaca definitiva vino con el reporte de su participación en una sociedad establecida en un paraíso fiscal del caribe. Estruja a la gente acá y guarda su plata allá para no pagar impuestos. #CaGolborne.

Su defensa fue precaria, titulando: "Yo seguía órdenes del directorio." Luego, "siempre he hecho lo que la ley exige," abriendo el flanco de la diferencia entre lo legal y lo ético.

Al conocer la condena a su Cencosud, Horst Paulmann hizo una declaración muy extraña en la que se alegraba por lo acontecido: "La Corte Suprema definió una nueva forma de trabajar, nosotros vamos a acatarlo y estamos muy contentos en el directorio de que no se haya aplicado multa y no haya que pagarle al Gobierno, sino que esto va 100% hacia nuestros clientes, y todo lo que es para nuestros clientes es bueno para nosotros."

Esa forma de pensar –y también de actuar– dice lo siguiente: voy a acatar la ley, pero si no me lo prohiben explícitamente voy a lucrar al máximo que permita el mercado. El mercado, es decir la competencia, es justamente lo que los grandes holdings como Cencosud van tragando. También explicita Paulmann que su interés son sus clientes y no el gobierno, o sea nuevamente el Mercado y no el Estado. Es una ideología conocida, de libertad económica. De sonrisa y marketing. De venta, venta, venta. Conquistar nuevos mercados y que no se meta el estado.

Esa ideología es la que elige a Golborne como Gerente General y también como candidato a la presidencia. Pero es más que una ideología: es una forma de hacer lazo social. No es sólo una forma de pensar, una serie de ideales por los cuales luchar, sino que se trata de un discurso y como tal tiene efectos sobre el goce, los intercambios y los cuerpos de los sujetos.

Cuando Lacan elaboró sus cuatro discursos en 1969, pensó en "cuatro y no más." Cuatro modos de hacer lazo. Fueron el discurso del amo, el del histérico, el universitario y el del analista. Cada uno tenía una particular manera de lidiar con la verdad, con el objeto, con el otro, etc. Hasta ahí las cosas iban bien, pero en los años siguientes el septuagenario Jacques empezó a hablar de un quinto discurso, de una bestia voraz que asomaba para nuestra época: el discurso capitalista. Lo bautizó también con el preciso pseudónimo de discurso canalla.

Es una forma astuta de hacer lazo social, pero que está destinada a reventar. En los otros discursos hay siempre un punto de fuga, algo que se escapa permitiendo que la cosa marche. En el discurso del amo, por ejemplo, a pesar de que el amo se dirige al esclavo para dominarlo, éste último tiene el saber para producir y el amo entonces está en verdad en una posición precaria, en falta. Eso mantiene el lazo, la necesidad de apelar a otro. El discurso universitario intenta cubrir con el saber al objeto –explica, publica, da cátedra– pero produce en el sujeto una falta porque el saber no cubre suficientemente al objeto, al mundo. La verdad del discurso universitario no es el saber sino el amo. Por eso unas doctrinas caen y otras se impulsan por movimientos de poder más que por superaciones intelectuales.

Cada uno de los cuatro discursos deja espacio para un movimiento y eso permite que algo circule. Con eso que escapa, que sobra, se hace algo. Para enlazarse con el otro es necesario que algo falte en el uno. Sino ¿para qué el otro?

La astucia del canalla es hacer una trampita en la operación. Pillo el capitalista. El artilugio consiste en poner al sujeto como agente de su falta y hacerlo creer que es el amo. Quiero eso y me lo llevo. Lo saco con la tarjeta. Lo tengo. Así produce un circuito cerrado en el que se ofrecen objetos –cualquier objeto– al sujeto como satisfacción de su falta sin permitir que nada escape. Como el consumidor sucumbe al engaño de ser el amo en el mundo de la oferta constante, su demanda se relanza y se vuelve a relanzar en una turbina de excesos sin freno. La válvula de escape, que era en los cuatro discursos justamente aquello que no se puede satisfacer, queda clausurada. En el acto de consumo el sujeto se consume y se dirige hacia la implosión.

Paulmann se alegra de que se devuelvan los 70 millones de dólares a sus clientes porque sabe que eso va a volver a entrar en el circuito capitalista. Simplemente tiene que seguir ofertando cualquier cosa y seguirá el consumo de los sujetos y la acumulación del holding. Golborne enfrentaba su campaña de la misma manera, ofreciendo cualquier cosa tanto a la UDI como a su electorado para conquistar votos. Una campaña publicitaria.

Afortunadamente la política chilena no está aún en el punto de admitir que se opere dentro de ella con el discurso canalla. Había una expectativa puesta en Sebastián Piñera para traer la excelencia del mundo privado al gobierno, pero fracasó en el camino y hubo que traer políticos como Allamand, Matthei o Chadwick para hacer funcionar al país. Golborne era el representante de esa idea del primer Piñera, donde los ideales se reemplazaban por slogans y la forma era más importante que el contenido. Lo que estaba detrás, ciertamente, no eran ideas políticas sino una manera de hacer las cosas, aquella del discurso capitalista. Con ese intento de reemplazar la política por gerencia el país ardió. Aquí algo del sujeto todavía se subvierte.

No ha sido posible gobernar con el discurso canalla porque la política funciona con el discurso del amo, con esa máquina de tramitar ideales, ideas, ideologías. La trampita capitalista de reemplazar los ideales por cualquier cosa no ha resultado para lo público porque lo público es el lugar por definición del lazo social, ese que la trampita busca evitar. Horst lo sabe. Sebastián lo aprendió. Laurence se está enterando.

8 de abril de 2013

El Nombre del Papá

Por Peter Molineaux

Se ha aprobado en el Congreso Nacional una modificación al Código Civil que cambia los artículos en los que se otorga el cuidado de los hijos a la madre en el caso de una separación conyugal. Detrás de esta modificación está una organización que se llama Amor de Papá, compuesta sobre todo por padres que han sufrido lo que ellos llaman una discriminación y la injusticia de perder legalmente la tuición de sus hijos cuando sus ex-parejas recurren a los tribunales y hacen uso del Código que las favorece explícitamente.

En un punto de su tramitación durante el año pasado la Ministra del Sernam, Carolina Schmidt, y la diputada María Angélica Cristi de la Comisión de Familia introdujeron en la ley "amor de papá" (así busca ser llamada por la organización) una norma supletoria que dejaría a los niños a cargo de la madre mientras durara el juicio. Esto para los Papás significaba que su esfuerzo legal quedaría en "letra muerta," desatando en sus entrevistas y en su página web una campaña contra la Ministra Schmidt llena de superlativos, descalificaciones e incluso un poster con la foto de ella y la leyenda "SE BUSCA ¡Ministra MACHISTA! Facilita el MALTRATO a los Hijos de la Patria." Veíamos por la prensa la pelea entre los Papás y la Mujer esperando que pronto se materializara la ley que ponga finalmente a los niños como interés superior.

Los Papás recibieron en marzo de este año el respaldo en el Congreso y en el mundo académico para rechazar el intento de la Ministra por matar su ley. A pesar de esto Carolina Schmidt ha expresado que va a introducir algunos ajustes "técnicos de redacción" en la ley a través del Sernam, levantando las sospechas de los Papás que temen que sea una forma tramposa de lograr el objetivo que tiene Ella de mantener la discriminación. La Ministra, La Mujer, quiere seguir jodiéndonos a los Papás. Se revive en la escena nacional el fantasma de la escena judicial: Ella nos quiere quitar el derecho de ver a nuestros hijos. A pesar de que la Ministra tuiteó que no va a cambiar nada de lo acordado en el Congreso y que es una "buena ley," los Papás siguen indignados, suspicaces.

La petición de la organización Amor de Papá es bien sensata: piden igualdad de derechos y deberes. Sin embargo, la pasión con la que pelean con la representante estatal de los intereses de la mujer revela entre líneas otra cosa que tiene que ver justamente con lo que la igualdad ante la ley intenta regular: la diferencia. La fundamental entre estas –la primera– es la diferencia sexual. En la relación con el otro sexo se pone en juego esta distinción original que es consecuencia de la disparidad anatómica constatada en la infancia y que impregna toda alteridad futura. Tener o no tener no es lo mismo. Remite a la castración, a la impotencia, a la incompatibilidad, a lo imposible.

La forma más simple de rechazar la castración es atribuírsela a otro y, por morfología genital, la que parece más evidentemente castrada es la mujer. Pero el retorno del alejamiento por esa vía es el de la mujer castradora, aquella que por no tener nada que perder –por ya estar castrada– viene por lo más preciado. En el caso de los Papás, los hijos. Es un esbozo de las historias de amor que terminan judicializadas. Eres TU la culpable. No, eres TU. No vas a ver más a tus hijos. Te voy a demandar.

Apelar a la ley, es decir al tribunal, tiene en principio la función de establecer un orden en aquello que ha sido devastado por los avatares de las diferencias entre unos y otros. Los sujetos litigantes una vez pensaron –sintieron incluso– que estar juntos era la conquista de la grieta de su diferencia. Cuando esa ilusión cae, el reclamo es justamente hacia el otro y la respuesta del otro es un reclamo aguerrido hacia el uno por aquello que falta. Bajo esta guerra irresponsable (porque la castración es responsabilidad de cada uno) están los niños producidos por esa relación que intentó cubrir la grieta. El peligro para esos niños es ser tomados como nueva promesa de alivio para la serie diferencia-castración-impotencia. Es lo que intenta evitar explícitamente el Derecho con el interés supremo del niño.

La ley, en clave psicoanalítica, tiene desde Freud su fuente en el Padre. La entrega de los mandamientos a Moisés por Dios-Padre a condición de matar a su propio hijo es en la tradición Judeocristiana uno de los actos simbólicos ejemplares que ligan la Ley con lo Paterno. Había ahí un garante, un ser supremo, potente, que velaba por que se hiciera justicia más allá de lo que sucediera en la tierra, incluyendo la muerte. Pero ese Dios no es en nuestros días el centro del universo ni de la voluntad.

Ese Padre tampoco.

Desde hace un tiempo se discute en los círculos psicoanalíticos sobre la caída del Padre en nuestra época. Es todavía polémico, pero lo que Lacan llamó el Nombre del Padre, es decir un referente simbólico que asegura que las cosas anden, ya no anda tanto. Esto significa que aquello que se sostenía para ordenar y vérselas con la diferencia se desdibuja, imponiendo consecuencias para lo masculino, lo femenino y para las dinámicas en torno a la sexuación y el síntoma.

La caída del Padre podría limitar, por ejemplo, al patriarcado que ha convivido de manera sorprendente con la estructura marcadamente matriarcal de la familia chilena, produciendo con ese paralelo la particular síntesis de hombres machistas mamones. La caída del Padre podría también permitir que aparezcan nuevos ordenamientos estructurados en torno a otros parámetros que no son la Ley, lo simbólico, la prohibición.

El amor de papá se perfila como una de esas novedades. La definición de Papá que da la organización en su página web dista ampliamente del Padre y, para evitar confusiones, tiene que preocuparse incluso de explicitar que no está definiendo a una madre. No es que los Papás quieran ser mamás, pero se le parecen más que al Padre. Ahora bien, el Padre antiguo, el Dios-Padre no es un modelo a seguir en su violencia, en su intransigencia aplastante, en su juicio desconsiderado. Pero sin él, sin esa posición garante, se hace difícil lidiar con el otro sexo a pesar de la promulgación de una ley nacional que apunte a la igualdad. El motor de la lucha no es la desigualdad sino la diferencia.

El único que sabía hacer algo con esa diferencia era el Padre. Los Papás, ante su caída, levantan una ley que busca igualarlos con la mujer en un intento más por ganarle a la impotencia que la existencia de su sexo produce. Aunque esta ley sea un éxito, su promulgación no evitará el fracaso de la igualdad como antídoto para la diferencia.

19 de marzo de 2013

La cruz de Francisco

Por Antonio Moreno Obando

Hoy tenemos un Santo Padre muy conocido por nosotros, de esa manera como se conoce a un vecino aquí en Latinoamérica: aunque jamás se le dirija la palabra se puede saber qué come, qué piensa, incluso qué tipo de calzoncillos usa. También se le puede tener afecto o se le puede odiar, están demasiado expuestas sus miserias.

Y así de repente un día el vecino se hizo el Sumo Pontífice. Antes de celebrar primero aparece la suspicacia, ya habrá tiempo para los festejos. Sin embargo lo que genera en todo el vecindario este nombramiento con su perplejidad es un incansable gesto de asombro y sorpresa, como si no se pudiera hablar de otra cosa. Nos encontramos en el espacio público con los ojos redondos ya saliendo de sus órbitas, muy pendientes a los pasos de esta nueva autoridad. Se ha vuelto fundamental para los vecinos saber sobre su probidad, sobre su calidad moral, sobre su verdadero carácter, puede ser un demonio o un santo, un guerrillero o un nuevo paladín conservador, quién sabe...

Todo esto nos remece algo del sujeto, nos obliga a cortar algo de continuidad en nuestros discursos católicos o ateos obligándonos a relanzarnos en nuevas frases, no solo sobre un personaje famoso en particular, sino que sobre nuestro propia escatología; es que para los católicos pensar en la muerte, en el cielo o el infierno es así de anal.

Hay una clave de lectura de Lacan que alguna vez usó para poder acercarse mejor al texto freudiano y sus problemas clínicos que podría sernos útil en este comidillo. Lacan echó mano de la lingüística para diferenciar el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación, donde en palabras simples el primero sería el de lo dicho y el segundo el del acto de decir. Al pensar este binomio, se puede representar el problema del sujeto con su ineluctable división, circunstancia en la cual su verdad parece confundida entre estas dos mitades, la mayor parte de los tiempos discordantes entre si.

El sujeto del enunciado del Papa de apoco comienza a aparecer en los espacios públicos; lentamente aparecen sus dichos a través de su prolíficas publicaciones, hasta el momento solo editadas en Argentina, o a través de imágenes de archivo de los noticieros de la televisión. Así como conociendo nos vamos enterando de un tipo misógino, homofóbico y opositor no solo a los Kirchner sino que a las soluciones que los neosocialismos latinos ofrecen a los problemas sociales.

Pero por otra parte hay un sujeto de la enunciación que puede adivinarse sin necesidad de tenerlo tendido en un diván. Todavía anda en buses como un cardenal, no se pone la muceta roja de papa, paga la cuenta y pide que lo reconozcan como otro obispo más. Sin embargo destaca un acto más llamativo que la simple extravagancia: no se pone la cruz de los papas, sino que mantiene la suya. ¿Qué tipo de verdad se está colando en estos actos de la enunciación?

Desde esta pregunta por la cruz, puntúo a continuación tres palabras que lo acompañan en este tiempo de nombramientos:

1.- Francisco: Francisco de Asís, monje mendicante del siglo XII, tiene no solo la marca de la pobreza sino también la de la trasgresión y de la crítica feroz que avivaba los corazones espirituales de la época. Junto a su prédica que condenaba el interés de la iglesia sobre sus patrimonios, tanto de sus feligreses como de sus tesoros santos, estaba también la de los cátaros, quienes si bien se basaban en principios más radicales que los de Francisco, compartían el mismo fondo de la lucha. Los cátaros no tenían la misma cruz que los Apostólicos Romanos, porque su sentido de la venida de Jesús era diferente. El desenlace fue muy distinto para ambos frentes de esta lucha disidente: Francisco logro hacer reconocer a su orden y transformarla en una de las más populares durante los siguientes siglos, mientras que los cátaros fueron masacrados en una cruzada especialmente organizada contra ellos.

Más allá de las posiciones que se puedan tomar sobre los hechos historiográficos, el mensaje de Francisco aunque dosificado, sigue aún vigente hasta nuestros días. En cambio a los cátaros se los puede conocer hoy a través de algunos blog conspiranoicos de la web.

2.- Latino: Después del Concilio Vaticano Segundo, mientras en Paris los más alocados intelectuales tenían su mayo del 68, en Latinoamérica teníamos la Conferencia General de Medellin del 68, la cual no solo toma enserio las nuevas orientaciones sociales que por primera vez emanaban desde Roma, sino que se las llevó a una postura más radical a través de un corpus importado de las ciencias sociales y filosofía laica, llegando fiablemente al marxismo y su materialismo histórico. Esta revolución de la doctrina agitó con vehemencia los corazones espirituales en nuestro continente. En Chile tuvimos también su materialización histórica política laica y también pastoral. El peruano Gustavo Gutiérrez produjo el manifiesto de esta nueva misión: La Teología de la Liberación. Esta producción teológica latina fue capaz de levantar con mucho vigor miles de nuevas vocaciones en muy corto tiempo y comenzaron rápidamente a desplegarse a través de los distintos dispositivos de la evangelización. Fue tan grande el impacto que provocaron estas ideas en la iglesia, que tuvieron que ser rápidamente purgadas por el mismo Consejo Episcopal Latinoamericano, desde el año 72 en adelante.

Gutiérrez y su grupo fueron capaces de encontrar un punto de desestabilización clave en la administración de la curia, inspirándose en el desparpajo y poética de nuestro realismo mágico. Es que hay algo en nuestro razonamiento que no solo está basado en la irremediable preocupación por los pobres, sino que también está favorecida por esa distancia con la acepción de las palabras que nos deja libres transitando con desparpajo por los discursos. Así fue como Gutiérrez en un par de páginas de su manifiesto pudo instalar el neologismo ortopraxis, ya que desde su inteligencia de la fe como razón crítica, debía construir un reverso para la ortodoxia, esa que se erigió como bandera de guerras, almas condenadas y cuerpos quemados, durante tantos siglos a costa de interminables problemas escolásticos.

Esta Teología de la Liberación ha sido por lejos lo más relevante en términos discursivos como producción original en Latinoamérica para la iglesia universal. Al menos hasta estos nuevos acontecimientos.

3.- Cómplice: Bergoglio tiene el rostro del silencio de la iglesia Argentina durante la violación de los derechos humanos por parte de Videla. Más allá de las pruebas que puedan existir para inculparlo en una causa en particular, labor que se hace muy difícil más aún en estos días, es la constatación de una complicidad lo que indigna. A pesar de presumir esta gigantesca omisión forzada por la extorsión y la intimidación de la fuerza, de todas formas queda ineluctable la imagen de líderes espirituales sin el coraje ni el amor suficiente como para combatir. El pueblo argentino culpa a su iglesia de no defender a sus hermanos de la masacre, de sentarse a ver como el pueblo era aplastado sin importar que en esos oprimidos estuviera también el rostro de Cristo. Pero algo tiene de redentor el ministerio de San Pedro, porque también él fue un cobarde y cómplice al negar al Jesús oprimido y torturado.

¿Cuál será la Cruz de un Santo Padre Latino? quizás no sea la misma que reposa en los cofres de oro del imperio vaticano, parece estar más cercana a las miserias de los conquistados, ese que de indio quiso ser ignaciano como sus profesores y desde ahí lidiar con esa pobreza en el paisaje, lleno de ese realismo mágico y su laxitud poética con la lengua docta, esa cobardía terrible frente al fusil, esa inconsecuencia que hace que pueda surgir una disonancia entre el enunciado y la enunciación para que aparezca algo de la verdad.

1 de marzo de 2013

El festival agudo

Por Peter Molineaux

El final del verano trae siempre en Chile el gran evento mediático del Festival de la Canción de Viña del Mar. Los diarios estivales, los noticieros y –por supuesto– los programas de farándula están saturados de información e imágenes sobre los artistas, los rostros y la reina. El espectáculo en las primeras planas.

Pero más allá de la música, de las conferencias de prensa y de las voces de los animadores hay un sonido, un ruido que aparece en todos lados, a cualquier hora del día y que responde a la aparición de algún cantante frente a su fanaticada: el chillido. Ya sean los hermanos Jonas en Viña o Los Beatles en su gira del '65, ese ruido estalla estridente desde las aglomeraciones de público, sobre todo femenino y sobre todo adolescente.

Es un grito agudo, sostenido. En sus casos más intensos el chillido se acompaña de llanto, pérdida del equilibrio, agitación física y a veces hasta de un desplome completo. Ocurre mucho en las adolescentes, incluso en aquellas muy jóvenes cómo ha descubierto y explotado meticulosamente Disney, provocando el fenómeno en niñas de 9, 10 u 11 años con la fabricación de estrellas de corta edad dirigidas a ese mercado.

El chillido no se da tanto entre varones y si ocurre aparece como una característica más bien femenina del sujeto. Entre las mujeres adultas ocurre un poco, pero con el paso de los años sucumbe a la compostura y aparece muy esporádicamente, quizás al calor de una despedida de soltera.

Es, en suma, un fenómeno circunscrito casi por completo a la adolescencia femenina.

La intensidad de la vida afectiva adolescente se explica para el psicoanálisis por el hecho de que la maduración física del cuerpo, su desarrollo sexual, reanima de manera vigorosa los fantasmas que fueron enterrados por cada sujeto en su infancia. Estos fantasmas, dramatizados por Freud con su referencia a la tragedia de Edipo Rey, tienen una alta carga afectiva y llevan a cuestas el peso terrible de la castración. La dinámica edípica pone para el infante humano a las figuras paternas, maternas y fraternas en una escena que infusiona grandes cantidades de amor y odio, vida y muerte, una guerra de afectos al interior del pequeño aparato psíquico en formación. Ver la pataleta de un niño o de una niña nos da una idea de la intensidad involucrada en esos años.

El paso de esa tormenta por la vida infantil es aplastada por la represión cerca de los 4 o 5 años y establece el espacio psíquico conocido como inconsciente. Sobreviene una etapa de relativa calma que Freud llamó latencia en la que se adquieren habilidades sociales, culturales, físicas. La vida afectiva que sacude con intensidad al pequeño neurótico infantil es, para el inventor del psicoanálisis, de naturaleza sexual, libidinal. Reaparece en la pubertad porque justamente la maduración sexual del cuerpo reanima desde lo inconsciente a esos fantasmas edípicos primordiales que ahora se ponen en juego fuera de la familia, en las intensas primeras relaciones de amor exogámico.

El chillido festivalero toma su fuerza de esa intensidad. Pero se agrega otra cosa en ese grito que se apodera de las pequeñas fanáticas de Justin Bieber o Matt Hunter: su persistencia y la manera en que sobrecoge al cuerpo son evidencia de que ahí hay gran cantidad de goce. En sus elaboraciones sobre la sexualidad humana, Jacques Lacan llegó a un punto en el que complejizó su concepto revolucionario –jouissance (goce)– elaborando dos formas de gozar: goce fálico y goce Otro o femenino. Ninguno es exclusivo de uno u otro sexo, pero sí son prueba de lo imposible de la complementariedad entre los sexos: de ahí que no hay relación sexual, célebre frase lacaniana.

Goce suplementario, decía, desechando para la teoría psicoanalítica toda ilusión de medias naranjas con finales felices: no hay complemento, hay un goce limitado por su propia estructura –fálico– y hay un goce Otro –femenino– que escapa a todo orden, que es de otro orden, persistente y que no se cruza para nada con lo fálico. No se cruza.

El chillido de la fanática adolescente no es una petición de cruce, no es sexual. La posición inalcanzable –literalmente intocable– del ídolo es condición necesaria para provocar el alarido. Pero ese alarido no es una provocación. Es un cuerpo atravesado por el goce y ubicado justo en la imposibilidad que impone la castración. La castración, sacrificio hecho por los humanos para entrar en el pacto social, es el campo del goce fálico, de los placeres recortados, del goce sexual como compensación por la pérdida del goce absoluto. Justo en el momento de revisitar inconscientemente la sexualidad infantil y la castración en la adolescencia, algo se asoma de ese Otro goce, desconocido para el orden fálico de la adultez.

Disney promocionó en la época más juvenil de los Jonas Brothers una moda para sus fanáticas: anillos de castidad. Cada uno de los hermanos usaba uno en su mano para simbolizar que eran vírgenes y que iban a resguardar su castidad por ser valiosa. Las niñitas podían comprar los mismos anillos y comulgar de esa manera asexuada con sus idolatrados artistas.

Seguramente la firma de Mickey Mouse buscaba con ese gesto camuflar lo que fácilmente podía ser confundido con una sexualización de las jóvenes aficionadas. Pero lo que hay en el retorcimiento de las fans, a pesar de tener la apariencia de tomar el cuerpo como lo hace lo sexual, es otra cosa, es Otro goce. Lo que el saber fálico de hombres adultos pensó ver en esos chillidos es en realidad aquello que no tiene nada que ver con la sexualidad y sobre lo que ese saber no tiene idea.

El ruido estridente que se escucha al final del verano en Chile toma su intensidad de la reaparición de lo sexual en la adolescencia y se empalma, frente al ídolo perfecto –remitente a los idealizados fantasmas infantiles– con una fuerza desconocida, persistente y absolutamente otra que es el goce femenino. Es una ventana pequeña, que no dura demasiado tiempo, pero que muestra la persistencia de lo infinito más allá de nuestras limitaciones de sujeto sexuado.

8 de febrero de 2013

Chile: Justicia competitiva para el siglo XXI

Por Antonio Moreno Obando

Ayer jueves el ministro del interior Andrés Chadwick nos comunicó su nuevo pesar a través de los medios de comunicación. Esta vez la causa fue la determinación de la corte de apelaciones de Temuco, la cual a través de un dictamen del juez, readecuó la medida cautelar interpuesta contra Emilio Berkhoff apegándose esta vez al tenor de los cargos presentados. De esta readecuación resultó el levantamiento de la prisión preventiva que caía sobre el imputado y el inesperado efecto comunicacional de su liberación, a penas días después de ser acusado con gran publicidad en los medios como el líder de un movimiento armado mapuche.

El martes pasado escuchábamos en una entrevista al canal 24 Horas al diputado Iván Moreira afirmar sobre el hasta entonces detenido: “¿usted cree que una persona que participa de la CAM (Coordinadora Arauco-Malleco) y tiene un arma es un bebe de pecho?, pregunta Moreira a la periodista retórico y enérgico a propósito de las presunciones de falta de pruebas que existían para esta acusación impulsada por el Ministro a través de las Policías.

Acerca de este revés en su deseo de justicia, Chadwick con la elocuencia de su anterior cargo como vocero, refiere en conferencia de prensa: "Sentimos la carga pesada cuando la justicia no nos colabora"

En esta frase, el fundamento de la presunción de inocencia de nuestro sistema de justicia se interpone como un serio problema de eficacia, sistema que concebido hoy en día como un proceso productivo, debe obtener por resultados castigos como insumos para los requerimientos emanados de la planificación estratégica del Poder Ejecutivo. Es que en la lógica del emprendedor liberal, la disposición adecuada de los recursos hace que los esfuerzos logren capitalizarse en metas concretas; pero dichas metas operan acá igual que en el mundo privado como una forma de coordinar acción a favor de un deseo particular y privado.

En la esencia del espíritu liberal, está el derecho personal a tener algo que los otros no tienen. La libertad de tener lo que yo quiera primero que el otro debe estar garantizada por el Estado; lo público en este caso opera generando la suficiente confianza para que todos los individuos libres puedan arreglárselas para tener todo lo que se propongan en forma competitiva.

Si en este diseño la función social tiene algún sentido, es para lograr que el mercado de iniciativas privadas permita la entrada segura a todos quienes quieran a la competencia, generando en la suma de sus producciones la riqueza suficiente para la felicidad de los ciudadanos. Si el estado por alguna razón deja de velar por este afán de libertad privada en función de algún intangible fundado en la ideología comunista u otra abstracción impracticable por la realidad del mercado, la estrategia del Estado liberal tiene solo dos caminos: o cae en el error  o simplemente en el mal manejo.

Desde esta mirada se puede entender cómo un Director de Servicio, Gerente, Senador, CEO o Ministro no logre entender que una sociedad deba gastar recursos y tiempo en proteger los derechos de todos por igual y que  para juzgar a alguien se deban cumplir con todas aquellas formalidades que permiten el lazo social.

Al margen de la eficacia de un diseño organizacional, todas aquellas demandas que el Estado deja a la voluntad del mercado y quedan excluidas de la satisfacción prometida, se transforman en actos; la diferencia es que en el mundo privado estos actos de violencia son entendidos como competencia y en el mundo público son entendidos como una vulneración de derechos.

El gobierno liberal propone una estrategia en la cual la garantía por los derechos de todas las personas es una pérdida de tiempo al perder la perspectiva de una adecuada focalización, y los intereses del Estado se desnaturalizan en base a una especie de ensoñación diurna de algunos desviados que imaginan un mundo que intenta regular la ambición de las personas a favor de un concepto difícil de medir como por ejemplo un trato mejor.

Cabe también asociar libremente en este punto los otros dos temas jurídicos que llenan profusamente nuestra prensa:

Por una parte la defensa corporativa sobre el director de impuestos internos Julio Pereira, acusado por la opinión pública y no por Estado, por su conflicto de intereses. El acto parece hablar por si solo: tener por cliente en la esfera privada a quien le descuento impuestos en la esfera pública. En una posible tesis del poder judicial estratégico dentro de la cadena productiva de un gobierno liberal, sería absurdo condenar algo así: la meta es mantener saludable la competencia de nuestros mercados, las pruebas de un posible conflicto de intereses no tienen valor porque el fondo de la obra de este funcionario es por lejos superior a la pequeñez de los medios que utilizó para conseguirlas. Qué duda cabe el enorme aporte de Pereira a la credibilidad de nuestro Mercado, aunque suene feo para algunos, así es el mundo no hay que ser resentido.

Pero se deja ver con mayor claridad esta posición sobre la justicia en un caso de farándula como la acusación de abuso sexual de un animador de televisión contra una menor en un Casino, se cuela en la prensa y en el boca a boca un análisis que no se hace sobre los temas políticos pero que apunta a los mismos nudos sobre la legitimidad del mismo modo como Freud describió el mecanismo del desplazamiento que hace un sujeto de su trabajo del sueño, desfigurándose en imágenes inofensivas para sortear la censura de la consciencia: Hasta donde la opinión pública logra informarse, aparece el deseo de una mujer poniendo desde su particular visión de la realidad su deseo de justicia, solo que a pesar del otro, justicia que quizás tiene en su biografía un sentido y un fin posible, pero que en su medio para lograrlo no escatima en transgredir al otro, incorporando dentro de su goce la precaria posición de la ley.

El mensaje que asoma dice de un deseo que no necesita una prueba legal para poner en juego el impulso de destruir a su semejante, donde la convicción por saciar sus impulsos es tan urgente que hace irrelevante e ineficiente la búsqueda de un litigio que sea de intermediario como pacto social.

31 de enero de 2013

Sr. Notario

Por Peter Molineaux

Para una gran cantidad de trámites legales y comerciales es necesario en Chile visitar una Notaría. Hay un número limitado porque la cantidad de Notarios designados en el país es también limitada por ley: 391. El Notario debe ser de profesión Abogado y tiene asignada una larga lista de funciones entre las que está certificar que lo que dice aquí es lo mismo que dice acá: copiar, timbrar, firmar, legalizar. El equipo administrativo prepara los documentos y el Sr. Notario firma.

Entrar a una Notaría, especialmente en el centro de Santiago, es un viaje en el tiempo. Por alguna razón no se han eliminado de nuestro desarrollante y cabalgante jaguar de país a estas reliquias burocráticas que hacen honor a su destemporalidad con un estilo que gustaría al octagenario Sr. Notario en sus años vigorosos. Abunda el enchapado de madera en las paredes, el olor a la época en que se podía fumar entre las fibras de la alfombra y el cortinaje, las puertas con mucho vidrio corrugado que deja pasar luz pero no saber exactamente qué trámite se está haciendo del otro lado.

Es un lugar donde la máquina de escribir ha sobrevivido a la digitalización, donde el empastado de las copias de todos los diarios oficiales del siglo tienen un lugar. No es extraño ver el pelo escarmenado de alguna funcionaria proclamando el último grito de la moda del año 1982. Corretéa el oficinista clásico: pelo engominado, corbata corta, mangas cortas y aires de haber llegado al tope de su destino laboral.

Todos los papeles circulan con una lógica ensayada. El visitante inexperto no sabe por dónde empezar, qué parte de ese zumbido interpelar para ingresar su necesidad que es la de todos: la firma del Sr. Notario. Está todo organizado en torno a él. Si no está: estamos sin firma. Nada se puede hacer. Cuando llega: firma todo sin mirar porque confía en que sus subalternos hicieron bien el trabajo de confirmar que lo de aquí es igual que lo de acá.

Esta función notarial está en el centro de los movimientos legales del país y se le da suma importancia. Sin embargo se cierra un buen rato a la hora de almuerzo: el Notario no está. Se paralizan los tipeos de las teclas arcaicas que mueven la burocracia nacional hasta que se tome el bajativo y la siesta el Sr. Notario. Luego recomienza el acto repetitivo de poner la garantía de puño y letra durante la tarde. Cierran a las 18:30, máximo. Se fue el Sr. Notario.

Este ritual desconcertante para la cultura del horario de mall, del 24/7 y del touch and go debe su sobrevivencia al hecho de que no se ha revisado su funcionamiento desde el año 1943, salvo para ajustar los aranceles. La designación de un Notario dura hasta que el señor se traslade, sea destituido o muera, es decir, es de por vida. Deberían dejar el cargo a los 75 años, pero permanecen más tiempo por una "norma especial." Es buen negocio y no conviene jubilar. Hay que mantener relativamente vivo al Sr. Notario porque su función es intransferible y su muerte significa que ese cargo queda vacante y comienza la ruleta oscura de una nueva designación, dejando toda a la oficina sin firma, inútil por siempre. El negocio se acaba.

Se llama oficialmente el negocio de notarios y es regulado por el Ministerio de Justicia. Está en el límite entre lo público y lo privado y su función es justamente dar carácter público a documentos privados. Es una posición de mucho cuidado: justo en el lugar para dar fe de la legitimidad de un acto entre privados hay un privado –el Notario– que se ha ganado el derecho vitalicio de hacer su negocio privado de firmar para legalizar. Los notarios son designados por el Ministro de Justicia en un concurso que no es abierto al público.

Lo que busca lograr la función notarial es que algo del pacto social, de la Ley, garantice el pacto entre dos sujetos que desconfían el uno del otro. No confiar es de lo más esperable: sabemos desde Freud que los instintos de agresión se dirigen hacia el otro entre los humanos. Para que no nos destruyamos nos hemos organizado bajo una Ley que intenta regular esos instintos y en Chile hemos puesto como ministro de fe de esa Ley al Sr. Notario, un abogado que ganó un concurso hace muchos años.

Se quiso hacer una reforma en 2008, pero no prosperó. En 2010 el primer Ministro de Justicia del gobierno actual, Felipe Bulnes, hizo una propuesta que incluía licitar las notarías para que los postulantes compitieran entre sí, ofreciendo de esa forma un mejor precio a sus clientes. La Asociación de Notarios y Conservadores saltó con sus timbres de agua y sus corcheteras a defender su negocio: licitar pone en riesgo la seguridad jurídica, hasta un narcotraficante podría poner una notaría. Teodoro Ribera, en su paso por el Ministerio, escuchó a los notarios y pretendía presentar un nuevo proyecto antes de finalizar el año pasado. Su mandato, como es sabido, terminó anticipadamente por escándalo y las Notarías siguen como siempre.

No hay nada que garantice que el Sr. Notario no sea un narco, pero su lugar entre nosotros sigue siendo muy respetado. Se le trata con gran pompa en su pequeño reino de papeles por firmar. Su firma da confianza. Incluso da esa ilusión de seguridad jurídica.

En la experiencia psicoanalítica es conocido que una garantía es una ilusión. Pero es una ilusión que en general elegimos creer inconscientemente porque la alternativa es la paranoia, una psicosis. Mediante la represión, expulsamos de la consciencia lo que no queremos saber –que no hay garantías– y confiamos en la pompa del Sr. Notario. Pero es un acto de fe. Lo que la Asociación de Notarios llama seguridad jurídica es la fe que depositamos en que ese acto bobo de firmar y timbrar tenga una asociación con la Ley. Y sí la tiene, pero es bien distinta a la idea de que un hombre altamente ético ha recibido del Estado la tarea de visar como tercero iluminado la relación entre dos ciudadanos que sospechan el uno del otro. Su asociación a la Ley es de alguien que ha obtenido el privilegio vitalicio por concurso opaco de sostener una ilusión de garantía.

La parafernalia notarial mantiene esa ilusión con los recursos más finos de la burocracia: espere un momento, tenga paciencia señor, haga la fila, ¿quién lo manda? Esos escritorios rebosantes de carpetas apiladas están ahí para dar la tranquilidad de que estamos en presencia de algo serio, de una larga tradición. Toda esa pirotecnia entorno al Sr. Notario ayuda a que mantengamos la fe. ¿Podría mantenerse sin él?

El Notario da cuerpo (sobre todo mano) a una función. Pero la figura del Sr. Notario todavía guarda los aires oligárquicos de un título poderoso otorgado a alguien importante de por vida. ¿Será necesario aún en Chile que para mantener la ilusión esos aires estén presentes en un trámite? ¿Se puede avanzar sin el Sr. Notario?

14 de enero de 2013

Afilados

Por Peter Molineaux

La semana pasada la Corte Suprema ratificó una serie de recursos de protección en contra de las ISAPREs por subir unilateralmente los precios de los planes de salud de las personas. Se ha hecho conocida últimamente en la prensa la referencia a la famosa cartita que reciben los afiliados informando los aumentos. Si no se interpone un recurso de protección en un tribunal competente al recibir ese documento, el plan sube. Si se pone el recurso, casi invariablemente se declara ilegal el aumento y se evita que se realice.

Como lo habitual es que los ciudadanos no judicialicen su relación con su proveedor de salud, el plan aumenta año a año. Esto tiene muy molestos a los clientes de ISAPREs, provocando reclamos, declaraciones de ministros y un proyecto de ley con miras a regular el estrujamiento. Paralelamente, casi como una ostentación, cada año se anuncia que las utilidades de estos intermediarios entre los bolsillos de los sujetos y sus servicios médicos aumentan más de 30%. Suena a caradurismo cuando desde su Asociación declaran luego del fallo de la Corte que "si no suben los planes el sistema colapsa."

Quizás tengan sus razones: si la utilidad no es buena el negocio no es atractivo y no hay inversión ni innovación. Es un argumento de negocios, de capitales. Es el que usó Agrosuper para cerrar su planta en Freirina. No es buen negocio, no se hace. Chao. A pesar de que es rico el cerdo, podemos vivir con unos 400.000 menos. Pero en salud se trata de otra cosa. Hay un problema en lo que se junta al tratarse del negocio de la salud.

En un negocio hay clientes, aquellos que tradicionalmente siempre tienen la razón y hay que satisfacer. Eso, para el que quiere hacer negocio en la salud ya es un problema porque al tratarse de la salud hay demandas que no se pueden satisfacer y el médico siempre tiene la razón. Las ISAPREs intentan resolver el problema de la demanda con oferta: variedad de planes, flexibilidad, competencia. Lo del médico omnisapiente, por su lado, es maquillado con hotelería, atención al cliente y fotos publicitarias donde el actor vestido de médico sonríe para ti.

En el sitio web donde se reúnen bajo una causa común las ISAPREs de Chile –se reúnen justamente aquellos que supuestamente dan con la competencia entre si una dinámica a lo que ellos mismos llaman el sistema– hay un extraño híbrido entre gran pompa al modelo y defensas corporativas contra los proyectos legales que buscan afectar su negocio. Se anuncia con alegría, por ejemplo, que en Brasil "después de los electrodomésticos, el coche nuevo y los viajes en avión, el plan de salud se convirtió en un sueño de consumo palpable para la clase media..." Un poco más arriba en la página se puede pinchar un link para saber cuál es la posición de las ISAPREs respecto del Proyecto de Ley Plan Garantizado de Salud. Al pinchar el link, además del texto de defensa, aparece arriba junto al logo una pequeña consigna: "Usa bien tu Isapre. Haz valer tus beneficios."

Usa bien tu Isapre. Haz valer tus beneficios. Es una frase muy cargada. En primer lugar intenta sonar a gancho publicitario, pero en su primera parte es en realidad una advertencia: si no usas bien tu Isapre vas a perder. Aprovecha o te cagamos. La segunda parte podría estar colgada en un consultorio público con la palabra derechos en lugar de beneficios. Es incómoda la posición de la Asociación de ISAPREs porque tiene que tratar a sus clientes como beneficiarios o incluso, disculpando el término, como sujetos de derecho. Esta desgracia les sucede porque la competencia es justamente FONASA, un sistema público para ciudadanos del que las ISAPREs quisieran ir afiliando a todos los que puedan pagar. En su defensa contra la Ley dicen estar muy preocupados de que no se afecte a la clase media, su nicho de mercado, su pedazo de la torta. Sus próximos clientes.

En Estados Unidos la salud para clientes domina el panorama. La gran bandera de lucha de Obama en su primer mandato fue crear un sistema de salud público que proveyera un safety net, una red de protección a los ciudadanos. Los republicanos lo han resistido con vehemencia bautizándolo Obamacare y demonizándolo como un paso hacia el socialismo. Allá decir socialista es un insulto.

En ese sistema norteamericano para clientes, que es defendido con uñas y dientes por los neoconservadores, el médico consulta a la aseguradora de salud del cliente antes de hacer un procedimiento para saber si está cubierto. Si no lo cubre no se hace porque es muy, muy caro. El doctor le hace un favor a su cliente al advertirle que no se haga su tratamiento o examen porque no podrá pagar la cuenta. Hay, por supuesto, miles de historias en las que enfermarse significa que hay que vender la casa para pagar.

La psicología americana también ha adoptado el término cliente para referirse a lo que los psicoanalistas aún llaman paciente. La idea de allá es que un paciente es muy pasivo. Un cliente sería más proactivo, con el poder de elegir los servicios de uno u otro terapeuta, desechando al que no le conviene y pagando al que sí. Libre en el mercado, buscando oferta para su demanda.

Que los psicoanalistas traten de pacientes a sus clientes es para ese mundo una forma anticuada, pasada de moda, superada. Es incluso ofensivo. No me trate de paciente, soy un cliente.

El uso del término paciente en psicoanálisis tiene raíces en su historia, es heredado del hecho de que Freud era médico. Se usa, para ser más riguroso, el término analizante. El analista y su analizante. Pero en reuniones clínicas, coloquios, simposios se usa paciente. Quizás persista porque en un análisis hay que tener paciencia, aunque lo que hay en el fondo de ese término es la constatación de una asimetría entre la posición del analista y la del paciente. No son lo mismo. El término cliente intenta mercantilizar y así, en la idea liberal de mercado, democratizar la relación disímil entre un sujeto y el Otro.

En psicoanálisis esa relación no es democrática ni igualitaria. Es más bien trágica, oprimente, neurótica en el mejor de los casos. El analista, por efecto de lo que Freud bautizó como transferencia, representa para el paciente al Otro en la relación que se establece en un análisis. Es una relación en la que hay, por cierto, una demanda, pero no se trata de un proveedor de servicios y su cliente. Se trata más bien de la petición de aliviar un malestar que es inherente a la condición de sujeto, es decir una demanda profunda e imposible de satisfacer. En lugar de una oferta, los avatares de cada psicoanálisis tramitarán en esa relación transferencial su demanda hasta reducirla a un nivel soportable. No se trata de agotarla absolutamente porque ofertar una satisfacción implica necesariamente ejercer un engaño.

La demanda de salud –aquella que se le hace a un médico ya sea por FONASA o ISAPRE– es una demanda de paciente, es decir una demanda infinita de algo imposible. Buena salud para mi y los míos siempre. Cuando es hecha al Estado, al sistema público, se recibe como respuesta la impotencia de un sistema que efectivamente no puede con esa demanda imposible: se muestra en las caras de sus empleados y las grietas de los hospitales. Ahí se reciben todos los insultos y quejas a un Otro representado por el Estado o el gobierno de turno.

Cuando se le hace una demanda de paciente a una ISAPRE, ese sistema la recibe como demanda de cliente. Oferta entonces un engaño: Confianza toda la vida, Isapre Consalud. Usted no está solo, Isapre Banmédica. La mejor salud del mundo, Isapre Vida Tres. Al intentar poner a la salud en la serie de los electrodomésticos, el auto nuevo y los aviones, las ISAPREs buscan saturar con una fantasía al cliente, vendiendo un producto completo, perfecto, ideal. Sin embargo engañan y decepcionan al paciente.

Un paciente no deja de ser paciente por ser tratado como cliente. Ese es el problema de este negocio. De ahí la esquizoide página web de las ISAPREs de Chile y su paradójica posición frente a sus afiliados: cuídese de sus cuidadores, sólo un recurso de protección lo salvará.

9 de enero de 2013

Movimiento Ciudadano Latifundista Araucano, ¡presente!

Por Antonio Moreno Obando

Anteayer nos sorprendimos con la manifestación ciudadana, incluida toma no autorizada de espacio público, de los sindicatos y propietarios legales de la Araucanía, utilizando los mismos métodos de participación de aquellos sectores sociales que no encuentran forma de representar de mejor forma sus intereses.

Pero la violencia ejercida sobre esos viejos cuerpos calcinados, quedó por momentos ensombrecida por el brillo de Antígona expresado por nuestras altas e intermedias autoridades doliéndose a través los medios de comunicación: el Ministro del Interior no solo no condenó la obstrucción de caminos como en otras conocidas ocasiones, sino que avaló públicamente esta vía de participación, así como también el Ministro de Agricultura avaló la equivalencia de fuerzas para defenderse del ataque armado, o como el intendente y el jefe de los sindicatos por momentos se quebraron en televisión, o como el carabinero jefe de la novena zona se refirió al fallecido con un cercano don Werne en el parte policial.

En muchas otras ocasiones se han registrado muertes en nuestro país, no solo en la Araucanía sino que en otros lugares, muchas de ellas injustas y fuera de la ley, pero muy pocas veces hemos visto este nivel de congoja por parte de nuestras autoridades; es que probablemente esta vez han fallecido no sólo compatriotas sino que partidarios de una misma familia, de un mismo bando.

La familia liberal, coautora de nuestra cultura en vías de desarrollo, en algún momento en la historia de Chile encarnó la visión europea del desarrollo, la libertad de producir riqueza con el solo límite de la propia capacidad de trabajo, con la tristeza del desarraigo de su tierra de origen, con principios religiosos en su base, tomando a diario el desafío de civilizar paisajes vírgenes, aprovechar la riqueza que el autóctono sin educación desperdicia día tras día y así generar con su esfuerzo progreso económico al país que la acogió.

Desde la simiente de nuestra vieja familia chilena de los propietarios surge con el fallecimiento del matrimonio Luchsinger la figura del mártir: la muerte horrorosa aparece como un modo de agenciar un conflicto familiar y político de muchas generaciones, establece una causa para luchar, restituye el sentido cuando la ira se vuelve difusa. Al mismo tiempo la unanimidad de la condena al atentado escamotea una habitual censura en la ciudad chilena traumatizada post-Pinochet; es que para el liberal sólo se respeta la opinión cuando defiende los intereses del vecino de izquierda y nunca se respeta cuando alguien subraya el derecho privado de conservar lo que es solo mío y que no se puede compartir.

El ministro Larroulet el fin de semana hablaba en El Mercurio del fin de la superioridad moral de la concertación. Da la impresión de que hay chilenos que hace años, quizás hace décadas, acumulan cierto malestar de no poder gritar su afán de éxito y libertad sin que un envidioso chaquetero le diga egoísta. ¿Serán acaso esos chilenos de bien y de trabajo, premiados con los derechos del capital a causa de sus buenos actos, que creen en una particular forma de libertad y no tienen el espacio para lucir su orgullo en el espacio público sin que alguien critique o trolee?

Entonces no extraña que las familias propietarias se sientan hoy amenazadas y desamparadas, como otrora la expropiación del Estado los hizo sentir obligándoles a parapetarse y juntar sacos de maíz para tirarlos al paso de los militares y carabineros.

En esta misma línea de troleos, amenazas y angustias, aparecen muy reveladoras las cavilaciones de la ya célebre Tere Marinovic, pensadora ultraconservadora que recuerda los pasos comunicacionales de la Sarah Palin del Tea Party. Ella debe ser hoy en día una de las personas más insultadas por medios escritos de nuestro país, agresiones que afloran en respuesta a sus desinhibidos e inusuales puntos de vista. Hace unos días atrás Tere desarrolla en su cuenta de Twitter una articulación sobre su experiencia en varias frases: la aceptación de uno mismo es la esencia del problema moral, frase de Carl Jung que en la serie que propone encuentra su particular sentido con la siguiente frase unos minutos más tarde: yo soy el único causante de mi ansiedad, la angustia no es algo que se desarrolle entre el yo y el medio ambiente.

Algo en estos recortes habla del narcisismo, de una angustia que no tiene que ver con el otro o con el lazo social, no tiene que ver con lo que hay que ir a buscar en el otro, más bien es una ansiedad que solo remite a una necesidad, a una carencia que debe ser satisfecha; si la angustia está en el yo, entonces no hay nada que salir a buscar, nada que tolerar, nada que recomponer imaginariamente en un discurso, nada que deber en una oposición simbólica, es algo arcaico y autoerótico en el sentido Freudiano, en donde la autoconseravación y lo erótico están montados uno sobre el otro: es mi yo hambre y la libertad de comer.

Esta angustia tiene algo esquizoparanoide como dice la clásica psicoanalista Melanie Klein, este afán de tener algo que sacie rápido el vacío, en una frontera erógena donde no está aún visible el otro como distinto al uno. Esta posición implica el ataque persecutor del exterior, un exterior incomprensible que viene a destruir lo poco que fue posible de conquistar con el estómago lleno de leche. 


Cuando el discurso liberal del derecho a tenerlo todo le pide al Estado que sea pequeño, lo que promueve en su manifiesto es que el Estado tenga la atribución de sacar la fuerza pública para apresar vagos pero que no tenga la atribución suficiente como para regular la libertad de tenerlo todo para los sujetos.

No es de extrañar que nuestros ministros, muchos de ellos con viejas vocaciones de comando, en la actualidad altamente incómodos lidiando a diario con sus pasiones desde el Estado, no tengan más voluntad de política que derivar a los malos al poder judicial para luego más tarde sacarse la corbata y participar en sus ratos libres en este nuevo movimiento cuidadano latifundista: la consigna sería más fusiles menos estado para ser libres.

Sin embargo hay algo crucial e insoslayable que mostraron los movimientos ciudadanos estos años de agitado combate urbano: aunque no se entienda ni se comparta la proclama, el espacio público debe recibir a todos sus ciudadanos con su malestar para evitar caer en la violencia.

Hago un llamado a la comunidad indignada que salió este año a las calles, para reconocer el malestar de nuestros liberales y ofrezcamos nuevamente la plaza pública para sus reclamos; a mi no me gustaría ver a este movimiento ciudadano-propietario radicalizándose, ya sabemos donde termina ese camino.