31 de enero de 2013

Sr. Notario

Por Peter Molineaux

Para una gran cantidad de trámites legales y comerciales es necesario en Chile visitar una Notaría. Hay un número limitado porque la cantidad de Notarios designados en el país es también limitada por ley: 391. El Notario debe ser de profesión Abogado y tiene asignada una larga lista de funciones entre las que está certificar que lo que dice aquí es lo mismo que dice acá: copiar, timbrar, firmar, legalizar. El equipo administrativo prepara los documentos y el Sr. Notario firma.

Entrar a una Notaría, especialmente en el centro de Santiago, es un viaje en el tiempo. Por alguna razón no se han eliminado de nuestro desarrollante y cabalgante jaguar de país a estas reliquias burocráticas que hacen honor a su destemporalidad con un estilo que gustaría al octagenario Sr. Notario en sus años vigorosos. Abunda el enchapado de madera en las paredes, el olor a la época en que se podía fumar entre las fibras de la alfombra y el cortinaje, las puertas con mucho vidrio corrugado que deja pasar luz pero no saber exactamente qué trámite se está haciendo del otro lado.

Es un lugar donde la máquina de escribir ha sobrevivido a la digitalización, donde el empastado de las copias de todos los diarios oficiales del siglo tienen un lugar. No es extraño ver el pelo escarmenado de alguna funcionaria proclamando el último grito de la moda del año 1982. Corretéa el oficinista clásico: pelo engominado, corbata corta, mangas cortas y aires de haber llegado al tope de su destino laboral.

Todos los papeles circulan con una lógica ensayada. El visitante inexperto no sabe por dónde empezar, qué parte de ese zumbido interpelar para ingresar su necesidad que es la de todos: la firma del Sr. Notario. Está todo organizado en torno a él. Si no está: estamos sin firma. Nada se puede hacer. Cuando llega: firma todo sin mirar porque confía en que sus subalternos hicieron bien el trabajo de confirmar que lo de aquí es igual que lo de acá.

Esta función notarial está en el centro de los movimientos legales del país y se le da suma importancia. Sin embargo se cierra un buen rato a la hora de almuerzo: el Notario no está. Se paralizan los tipeos de las teclas arcaicas que mueven la burocracia nacional hasta que se tome el bajativo y la siesta el Sr. Notario. Luego recomienza el acto repetitivo de poner la garantía de puño y letra durante la tarde. Cierran a las 18:30, máximo. Se fue el Sr. Notario.

Este ritual desconcertante para la cultura del horario de mall, del 24/7 y del touch and go debe su sobrevivencia al hecho de que no se ha revisado su funcionamiento desde el año 1943, salvo para ajustar los aranceles. La designación de un Notario dura hasta que el señor se traslade, sea destituido o muera, es decir, es de por vida. Deberían dejar el cargo a los 75 años, pero permanecen más tiempo por una "norma especial." Es buen negocio y no conviene jubilar. Hay que mantener relativamente vivo al Sr. Notario porque su función es intransferible y su muerte significa que ese cargo queda vacante y comienza la ruleta oscura de una nueva designación, dejando toda a la oficina sin firma, inútil por siempre. El negocio se acaba.

Se llama oficialmente el negocio de notarios y es regulado por el Ministerio de Justicia. Está en el límite entre lo público y lo privado y su función es justamente dar carácter público a documentos privados. Es una posición de mucho cuidado: justo en el lugar para dar fe de la legitimidad de un acto entre privados hay un privado –el Notario– que se ha ganado el derecho vitalicio de hacer su negocio privado de firmar para legalizar. Los notarios son designados por el Ministro de Justicia en un concurso que no es abierto al público.

Lo que busca lograr la función notarial es que algo del pacto social, de la Ley, garantice el pacto entre dos sujetos que desconfían el uno del otro. No confiar es de lo más esperable: sabemos desde Freud que los instintos de agresión se dirigen hacia el otro entre los humanos. Para que no nos destruyamos nos hemos organizado bajo una Ley que intenta regular esos instintos y en Chile hemos puesto como ministro de fe de esa Ley al Sr. Notario, un abogado que ganó un concurso hace muchos años.

Se quiso hacer una reforma en 2008, pero no prosperó. En 2010 el primer Ministro de Justicia del gobierno actual, Felipe Bulnes, hizo una propuesta que incluía licitar las notarías para que los postulantes compitieran entre sí, ofreciendo de esa forma un mejor precio a sus clientes. La Asociación de Notarios y Conservadores saltó con sus timbres de agua y sus corcheteras a defender su negocio: licitar pone en riesgo la seguridad jurídica, hasta un narcotraficante podría poner una notaría. Teodoro Ribera, en su paso por el Ministerio, escuchó a los notarios y pretendía presentar un nuevo proyecto antes de finalizar el año pasado. Su mandato, como es sabido, terminó anticipadamente por escándalo y las Notarías siguen como siempre.

No hay nada que garantice que el Sr. Notario no sea un narco, pero su lugar entre nosotros sigue siendo muy respetado. Se le trata con gran pompa en su pequeño reino de papeles por firmar. Su firma da confianza. Incluso da esa ilusión de seguridad jurídica.

En la experiencia psicoanalítica es conocido que una garantía es una ilusión. Pero es una ilusión que en general elegimos creer inconscientemente porque la alternativa es la paranoia, una psicosis. Mediante la represión, expulsamos de la consciencia lo que no queremos saber –que no hay garantías– y confiamos en la pompa del Sr. Notario. Pero es un acto de fe. Lo que la Asociación de Notarios llama seguridad jurídica es la fe que depositamos en que ese acto bobo de firmar y timbrar tenga una asociación con la Ley. Y sí la tiene, pero es bien distinta a la idea de que un hombre altamente ético ha recibido del Estado la tarea de visar como tercero iluminado la relación entre dos ciudadanos que sospechan el uno del otro. Su asociación a la Ley es de alguien que ha obtenido el privilegio vitalicio por concurso opaco de sostener una ilusión de garantía.

La parafernalia notarial mantiene esa ilusión con los recursos más finos de la burocracia: espere un momento, tenga paciencia señor, haga la fila, ¿quién lo manda? Esos escritorios rebosantes de carpetas apiladas están ahí para dar la tranquilidad de que estamos en presencia de algo serio, de una larga tradición. Toda esa pirotecnia entorno al Sr. Notario ayuda a que mantengamos la fe. ¿Podría mantenerse sin él?

El Notario da cuerpo (sobre todo mano) a una función. Pero la figura del Sr. Notario todavía guarda los aires oligárquicos de un título poderoso otorgado a alguien importante de por vida. ¿Será necesario aún en Chile que para mantener la ilusión esos aires estén presentes en un trámite? ¿Se puede avanzar sin el Sr. Notario?

14 de enero de 2013

Afilados

Por Peter Molineaux

La semana pasada la Corte Suprema ratificó una serie de recursos de protección en contra de las ISAPREs por subir unilateralmente los precios de los planes de salud de las personas. Se ha hecho conocida últimamente en la prensa la referencia a la famosa cartita que reciben los afiliados informando los aumentos. Si no se interpone un recurso de protección en un tribunal competente al recibir ese documento, el plan sube. Si se pone el recurso, casi invariablemente se declara ilegal el aumento y se evita que se realice.

Como lo habitual es que los ciudadanos no judicialicen su relación con su proveedor de salud, el plan aumenta año a año. Esto tiene muy molestos a los clientes de ISAPREs, provocando reclamos, declaraciones de ministros y un proyecto de ley con miras a regular el estrujamiento. Paralelamente, casi como una ostentación, cada año se anuncia que las utilidades de estos intermediarios entre los bolsillos de los sujetos y sus servicios médicos aumentan más de 30%. Suena a caradurismo cuando desde su Asociación declaran luego del fallo de la Corte que "si no suben los planes el sistema colapsa."

Quizás tengan sus razones: si la utilidad no es buena el negocio no es atractivo y no hay inversión ni innovación. Es un argumento de negocios, de capitales. Es el que usó Agrosuper para cerrar su planta en Freirina. No es buen negocio, no se hace. Chao. A pesar de que es rico el cerdo, podemos vivir con unos 400.000 menos. Pero en salud se trata de otra cosa. Hay un problema en lo que se junta al tratarse del negocio de la salud.

En un negocio hay clientes, aquellos que tradicionalmente siempre tienen la razón y hay que satisfacer. Eso, para el que quiere hacer negocio en la salud ya es un problema porque al tratarse de la salud hay demandas que no se pueden satisfacer y el médico siempre tiene la razón. Las ISAPREs intentan resolver el problema de la demanda con oferta: variedad de planes, flexibilidad, competencia. Lo del médico omnisapiente, por su lado, es maquillado con hotelería, atención al cliente y fotos publicitarias donde el actor vestido de médico sonríe para ti.

En el sitio web donde se reúnen bajo una causa común las ISAPREs de Chile –se reúnen justamente aquellos que supuestamente dan con la competencia entre si una dinámica a lo que ellos mismos llaman el sistema– hay un extraño híbrido entre gran pompa al modelo y defensas corporativas contra los proyectos legales que buscan afectar su negocio. Se anuncia con alegría, por ejemplo, que en Brasil "después de los electrodomésticos, el coche nuevo y los viajes en avión, el plan de salud se convirtió en un sueño de consumo palpable para la clase media..." Un poco más arriba en la página se puede pinchar un link para saber cuál es la posición de las ISAPREs respecto del Proyecto de Ley Plan Garantizado de Salud. Al pinchar el link, además del texto de defensa, aparece arriba junto al logo una pequeña consigna: "Usa bien tu Isapre. Haz valer tus beneficios."

Usa bien tu Isapre. Haz valer tus beneficios. Es una frase muy cargada. En primer lugar intenta sonar a gancho publicitario, pero en su primera parte es en realidad una advertencia: si no usas bien tu Isapre vas a perder. Aprovecha o te cagamos. La segunda parte podría estar colgada en un consultorio público con la palabra derechos en lugar de beneficios. Es incómoda la posición de la Asociación de ISAPREs porque tiene que tratar a sus clientes como beneficiarios o incluso, disculpando el término, como sujetos de derecho. Esta desgracia les sucede porque la competencia es justamente FONASA, un sistema público para ciudadanos del que las ISAPREs quisieran ir afiliando a todos los que puedan pagar. En su defensa contra la Ley dicen estar muy preocupados de que no se afecte a la clase media, su nicho de mercado, su pedazo de la torta. Sus próximos clientes.

En Estados Unidos la salud para clientes domina el panorama. La gran bandera de lucha de Obama en su primer mandato fue crear un sistema de salud público que proveyera un safety net, una red de protección a los ciudadanos. Los republicanos lo han resistido con vehemencia bautizándolo Obamacare y demonizándolo como un paso hacia el socialismo. Allá decir socialista es un insulto.

En ese sistema norteamericano para clientes, que es defendido con uñas y dientes por los neoconservadores, el médico consulta a la aseguradora de salud del cliente antes de hacer un procedimiento para saber si está cubierto. Si no lo cubre no se hace porque es muy, muy caro. El doctor le hace un favor a su cliente al advertirle que no se haga su tratamiento o examen porque no podrá pagar la cuenta. Hay, por supuesto, miles de historias en las que enfermarse significa que hay que vender la casa para pagar.

La psicología americana también ha adoptado el término cliente para referirse a lo que los psicoanalistas aún llaman paciente. La idea de allá es que un paciente es muy pasivo. Un cliente sería más proactivo, con el poder de elegir los servicios de uno u otro terapeuta, desechando al que no le conviene y pagando al que sí. Libre en el mercado, buscando oferta para su demanda.

Que los psicoanalistas traten de pacientes a sus clientes es para ese mundo una forma anticuada, pasada de moda, superada. Es incluso ofensivo. No me trate de paciente, soy un cliente.

El uso del término paciente en psicoanálisis tiene raíces en su historia, es heredado del hecho de que Freud era médico. Se usa, para ser más riguroso, el término analizante. El analista y su analizante. Pero en reuniones clínicas, coloquios, simposios se usa paciente. Quizás persista porque en un análisis hay que tener paciencia, aunque lo que hay en el fondo de ese término es la constatación de una asimetría entre la posición del analista y la del paciente. No son lo mismo. El término cliente intenta mercantilizar y así, en la idea liberal de mercado, democratizar la relación disímil entre un sujeto y el Otro.

En psicoanálisis esa relación no es democrática ni igualitaria. Es más bien trágica, oprimente, neurótica en el mejor de los casos. El analista, por efecto de lo que Freud bautizó como transferencia, representa para el paciente al Otro en la relación que se establece en un análisis. Es una relación en la que hay, por cierto, una demanda, pero no se trata de un proveedor de servicios y su cliente. Se trata más bien de la petición de aliviar un malestar que es inherente a la condición de sujeto, es decir una demanda profunda e imposible de satisfacer. En lugar de una oferta, los avatares de cada psicoanálisis tramitarán en esa relación transferencial su demanda hasta reducirla a un nivel soportable. No se trata de agotarla absolutamente porque ofertar una satisfacción implica necesariamente ejercer un engaño.

La demanda de salud –aquella que se le hace a un médico ya sea por FONASA o ISAPRE– es una demanda de paciente, es decir una demanda infinita de algo imposible. Buena salud para mi y los míos siempre. Cuando es hecha al Estado, al sistema público, se recibe como respuesta la impotencia de un sistema que efectivamente no puede con esa demanda imposible: se muestra en las caras de sus empleados y las grietas de los hospitales. Ahí se reciben todos los insultos y quejas a un Otro representado por el Estado o el gobierno de turno.

Cuando se le hace una demanda de paciente a una ISAPRE, ese sistema la recibe como demanda de cliente. Oferta entonces un engaño: Confianza toda la vida, Isapre Consalud. Usted no está solo, Isapre Banmédica. La mejor salud del mundo, Isapre Vida Tres. Al intentar poner a la salud en la serie de los electrodomésticos, el auto nuevo y los aviones, las ISAPREs buscan saturar con una fantasía al cliente, vendiendo un producto completo, perfecto, ideal. Sin embargo engañan y decepcionan al paciente.

Un paciente no deja de ser paciente por ser tratado como cliente. Ese es el problema de este negocio. De ahí la esquizoide página web de las ISAPREs de Chile y su paradójica posición frente a sus afiliados: cuídese de sus cuidadores, sólo un recurso de protección lo salvará.

9 de enero de 2013

Movimiento Ciudadano Latifundista Araucano, ¡presente!

Por Antonio Moreno Obando

Anteayer nos sorprendimos con la manifestación ciudadana, incluida toma no autorizada de espacio público, de los sindicatos y propietarios legales de la Araucanía, utilizando los mismos métodos de participación de aquellos sectores sociales que no encuentran forma de representar de mejor forma sus intereses.

Pero la violencia ejercida sobre esos viejos cuerpos calcinados, quedó por momentos ensombrecida por el brillo de Antígona expresado por nuestras altas e intermedias autoridades doliéndose a través los medios de comunicación: el Ministro del Interior no solo no condenó la obstrucción de caminos como en otras conocidas ocasiones, sino que avaló públicamente esta vía de participación, así como también el Ministro de Agricultura avaló la equivalencia de fuerzas para defenderse del ataque armado, o como el intendente y el jefe de los sindicatos por momentos se quebraron en televisión, o como el carabinero jefe de la novena zona se refirió al fallecido con un cercano don Werne en el parte policial.

En muchas otras ocasiones se han registrado muertes en nuestro país, no solo en la Araucanía sino que en otros lugares, muchas de ellas injustas y fuera de la ley, pero muy pocas veces hemos visto este nivel de congoja por parte de nuestras autoridades; es que probablemente esta vez han fallecido no sólo compatriotas sino que partidarios de una misma familia, de un mismo bando.

La familia liberal, coautora de nuestra cultura en vías de desarrollo, en algún momento en la historia de Chile encarnó la visión europea del desarrollo, la libertad de producir riqueza con el solo límite de la propia capacidad de trabajo, con la tristeza del desarraigo de su tierra de origen, con principios religiosos en su base, tomando a diario el desafío de civilizar paisajes vírgenes, aprovechar la riqueza que el autóctono sin educación desperdicia día tras día y así generar con su esfuerzo progreso económico al país que la acogió.

Desde la simiente de nuestra vieja familia chilena de los propietarios surge con el fallecimiento del matrimonio Luchsinger la figura del mártir: la muerte horrorosa aparece como un modo de agenciar un conflicto familiar y político de muchas generaciones, establece una causa para luchar, restituye el sentido cuando la ira se vuelve difusa. Al mismo tiempo la unanimidad de la condena al atentado escamotea una habitual censura en la ciudad chilena traumatizada post-Pinochet; es que para el liberal sólo se respeta la opinión cuando defiende los intereses del vecino de izquierda y nunca se respeta cuando alguien subraya el derecho privado de conservar lo que es solo mío y que no se puede compartir.

El ministro Larroulet el fin de semana hablaba en El Mercurio del fin de la superioridad moral de la concertación. Da la impresión de que hay chilenos que hace años, quizás hace décadas, acumulan cierto malestar de no poder gritar su afán de éxito y libertad sin que un envidioso chaquetero le diga egoísta. ¿Serán acaso esos chilenos de bien y de trabajo, premiados con los derechos del capital a causa de sus buenos actos, que creen en una particular forma de libertad y no tienen el espacio para lucir su orgullo en el espacio público sin que alguien critique o trolee?

Entonces no extraña que las familias propietarias se sientan hoy amenazadas y desamparadas, como otrora la expropiación del Estado los hizo sentir obligándoles a parapetarse y juntar sacos de maíz para tirarlos al paso de los militares y carabineros.

En esta misma línea de troleos, amenazas y angustias, aparecen muy reveladoras las cavilaciones de la ya célebre Tere Marinovic, pensadora ultraconservadora que recuerda los pasos comunicacionales de la Sarah Palin del Tea Party. Ella debe ser hoy en día una de las personas más insultadas por medios escritos de nuestro país, agresiones que afloran en respuesta a sus desinhibidos e inusuales puntos de vista. Hace unos días atrás Tere desarrolla en su cuenta de Twitter una articulación sobre su experiencia en varias frases: la aceptación de uno mismo es la esencia del problema moral, frase de Carl Jung que en la serie que propone encuentra su particular sentido con la siguiente frase unos minutos más tarde: yo soy el único causante de mi ansiedad, la angustia no es algo que se desarrolle entre el yo y el medio ambiente.

Algo en estos recortes habla del narcisismo, de una angustia que no tiene que ver con el otro o con el lazo social, no tiene que ver con lo que hay que ir a buscar en el otro, más bien es una ansiedad que solo remite a una necesidad, a una carencia que debe ser satisfecha; si la angustia está en el yo, entonces no hay nada que salir a buscar, nada que tolerar, nada que recomponer imaginariamente en un discurso, nada que deber en una oposición simbólica, es algo arcaico y autoerótico en el sentido Freudiano, en donde la autoconseravación y lo erótico están montados uno sobre el otro: es mi yo hambre y la libertad de comer.

Esta angustia tiene algo esquizoparanoide como dice la clásica psicoanalista Melanie Klein, este afán de tener algo que sacie rápido el vacío, en una frontera erógena donde no está aún visible el otro como distinto al uno. Esta posición implica el ataque persecutor del exterior, un exterior incomprensible que viene a destruir lo poco que fue posible de conquistar con el estómago lleno de leche. 


Cuando el discurso liberal del derecho a tenerlo todo le pide al Estado que sea pequeño, lo que promueve en su manifiesto es que el Estado tenga la atribución de sacar la fuerza pública para apresar vagos pero que no tenga la atribución suficiente como para regular la libertad de tenerlo todo para los sujetos.

No es de extrañar que nuestros ministros, muchos de ellos con viejas vocaciones de comando, en la actualidad altamente incómodos lidiando a diario con sus pasiones desde el Estado, no tengan más voluntad de política que derivar a los malos al poder judicial para luego más tarde sacarse la corbata y participar en sus ratos libres en este nuevo movimiento cuidadano latifundista: la consigna sería más fusiles menos estado para ser libres.

Sin embargo hay algo crucial e insoslayable que mostraron los movimientos ciudadanos estos años de agitado combate urbano: aunque no se entienda ni se comparta la proclama, el espacio público debe recibir a todos sus ciudadanos con su malestar para evitar caer en la violencia.

Hago un llamado a la comunidad indignada que salió este año a las calles, para reconocer el malestar de nuestros liberales y ofrezcamos nuevamente la plaza pública para sus reclamos; a mi no me gustaría ver a este movimiento ciudadano-propietario radicalizándose, ya sabemos donde termina ese camino.