Por Francesca Lombardo
En el Museo de
Bellas Artes figura entre las obras de exhibición permanente una pintura de
Valenzuela Puelma, un cuadro de gran formato posiblemente neoclásico y cuya
escena resulta exótica: un mercader árabe o turco exhibe a la venta una mujer a
medias velada, casi desnuda en la sugestión de los velos que la cubren; es una
mujer deseable y carnal que perfectamente podría ornar el prestigio de un
serrallo. Este cuadro se llama La Perla
del Mercader. Hace años el pintor chileno Juan Domingo Dávila realiza una
obra tomando esta misma escena de subasta y seguramente también la permanencia
del original en el Museo como un referente instalado, para sustituir la perla o el rostro de esta con el
rostro de Verdejo, caricatura chilena del dibujante Koke popularizada en la
revista de sátira política Topaze (entre los años treinta hasta los setenta del
siglo pasado aproximadamente y con una distribución y una venta muy amplia).
Dávila es un artista chileno que reside hace muchos años en Australia y su obra
es, por decir lo menos, punzante y de una insolencia irónica y política
irremediable. Aun viviendo en el exterior viaja a Chile durante años para
exponer regularmente su trabajo.
Esta obra que
altera a La perla del mercader oficial
y museística fue expuesta, en los años noventa quizás, en una muestra que se
llamó Rota y que reunía otras obras donde el autor también mutaba el rostro
del personaje esperado por el de Verdejo. Parece fundamental describir este
personaje de la historia del comic chileno: Verdejo es anterior a Perejil, a
Condorito, es la representación más socarrona y ácida del roto chileno, flaco y
astuto, entre vagabundo y bueno para todo y para nada, alcoholizado y sin mucha
ilusión sobre nada y nadie, sobrevividor a todo trance, feroz como un guarén.
Un cuerpo
enjuto cubierto por ropas tirillentas, unos pocos pelos hirsutos en la barba,
con pocos dientes, muchas caries y seguramente aliento vinoso, es interesante
que este personaje despierte entre aversión y fascinación. Posiblemente hay
algo en él de irreductible, es el roto chileno de la Guerra del Pacífico, de la
tropa regular que se comió el desierto y pasó a sangre y fuego a toda población
que se le cruzara, que no dejó pasar el botín de guerra y, me olvidaba, que por
supuesto utilizó el corvo como tenedor y corta uñas, ese corvo de origen tal
vez montañés y luego usado por los mineros del salitre en el norte, su punta rapaz
servía para agarrarse a los pedrugos de caliche. Es tardíamente que el Ejército Chileno lo incorpora como arma de tropa para el combate cuerpo a cuerpo. También
lo vuelve el corvo desleal en la tortura y el crimen político.
Verdejo con
bombachas rojas, la infantería de la nación, la carne de cañón de la patria.
El roto es
temible y también salva, puede ser fiel y fiero pero nunca es muy seguro que
reconozca al amo. Es pues lo más distante de lo pintoresco del pillo blando que
es Perejil o de lo inocuo de Condorito, que es un pobre ave “bueno”, él podría
ser un jardinero o un mocito, un junior que compra cigarros. Verdejo no es nada
de eso. Él es más bien un husmeador depredador de cuidado, una característica
inolvidable en su rostro es su gran boca, una boca que ríe en permanencia
instaurando una distancia enorme y a la vez una connivencia irónica, insultante.
Una gran boca como una herida que no cierra, desde donde se eyecta la risa, la
carcajada procaz y también el insulto mestizo. Pantalones con parches en las
rodillas y doblados en la basta, una faja que es un trapo enrollado a la
cintura, como la faja campesina pero esta es de cargador, para proteger el
riñón, hojotas en vez de zapatos que señalan lo rural cercano aún pero también
el entendimiento a fondo de lo urbano y citadino.
¿Por qué hablar
tanto de este personaje y comenzar con La
Perla del Mercader y la sustitución? Me parece que es por la perla (en los
años 1950 en adelante hubo un dúo folclórico chileno llamado “Los Perlas” que
aparecían vestidos como Verdejos y cantaban con el falsete propio de la cueca
chora La Cueca del Guatón Loyola).
Pero
volviendo al roto, actualizándolo, así como en la guerra él sigue dando
satisfacciones, la selección chilena ahora es bicampeona y cuenta entre sus
aguerridas filas con casi puros verdejos. Me gusta eso, hay una épica en eso,
pero seguramente el más, el terrible, la perla heroica, es Medel, el perro, el Gary que no deja pasar, el que
juega con lesión y con el muslo embarrilado, el
que llora desconsolado cuando no se logra ganar, el que se estrella
contra el palo del arco sin titubear, poniendo la parrilla costal, la cadera,
lo que sea para que la pelota no entre. El perro putea sin tregua, inventa
neologismos que venden duro en el mercado, hace spots publicitarios, tiene unos
hijos gemelos de los que lleva tatuados sus nombres en los antebrazos, tiene una
púdica dulzura cuando habla de ellos o de sus padres y de su niñez en la
Palmilla.
El año pasado, o
tal vez antes, después del Mundial en Brasil o unos días después de que la selección ganó la copa América por primera vez, el Ejercito de Chile, en una ceremonia más bien privada y a la
que nadie más del equipo fue invitado, le entregó a nuestro perro Medel, un
corvo.
¿Por qué a él y
solo a él el Ejército lo distingue con esta arma particular?
Tal vez porque
el hilván a la figura del roto chileno, el que se carburó con chupilca del diablo para aguantar la
marcha y el combate y que sigue carburándose para aguantar la vida, es
necesario renutrirlo, reposicionarlo y atraerlo, hacerlo rendir más como la
mano, el hombro, los pies de obra que sostengan y defiendan a la patria.
La perla, el
perro, no sabemos qué piensa del Ejército. Sí sabemos, porque lo ha dicho en
entrevistas, que de no haber jugado fútbol habría sido narco. Como insolente
guarén es un pirata que juega con piratas, capaz de hacer cuerpo en lo filial,
no en lo institucional. Es posible que la horda fraterna sea su pertenencia, su
manada. Si esta no existe o se acaba, Verdejo se guarece solo en los desagües,
tapado con los cartones de su soledad.
El mercader no
cesa de exhibir su perla, la regatea, la usura, solo que la gran boca que sonríe
a medias desdentada y furiosa no tiene precio. El monto, el precio, el valor de
cambio de esta mercancía como el mismo Verdejo vienen rotos.