26 de noviembre de 2014

Fibromialgia*

Por Peter Molineaux y César Jara

*Publicado en la última edición de la revista Psiquiatría y Salud Mental, órgano oficial del Instituto Psiquiátrico "Dr. José Horwitz Barak" y de la Sociedad Chilena de Salud Mental; Año XXXI; Nº 1.

El desafío que la fibromialgia le pone al psicoanálisis tiene efectos tanto en su teoría como en su clínica. Los síntomas conversivos, tan presentes en las histerias que contribuyeron al nacimiento de la teoría freudiana, tenían para el analista un significado oculto: el cuerpo estaba representando algo reprimido por el aparato psíquico, causando estragos en la vida neurótica. La idea de Freud fue que esta era una manera que el inconsciente usaba para burlar la represión y lograr de forma enmascarada su fin último: decir lo indecible. En la sociedad victoriana, donde la restricción de lo sexual predominaba, las señoritas bien educadas hacían síntomas en el cuerpo que estaban altamente cargados de aquello que debían esconder en la esfera social. Entonces la mano se entumecía hasta donde era cubierta por el guante, símbolo de elegancia, o una paciente enmudecía por callar el nombre del amante prohibido. Los radicales síntomas apabullaban al saber médico por no corresponder a ninguna localización explicable desde lo neurológico. En otros casos más acrobáticos, el cuerpo convulsionaba de forma tan sugerente que no podía pensarse más que en el orgasmo teatralizado. Lo reprimido encontraba en el cuerpo un lugar para hablar.

Esas conversiones cedían, luego del descubrimiento del inconsciente y el método freudiano, a la interpretación del psicoanalista. La lógica era la siguiente: al revelar aquello que estaba representando, ese síntoma somático se liberaba del afecto asociado a él, quitándole su potencia y dejando en paz al cuerpo. 

En nuestros días, la fibromialgia presenta el problema de no tener en su estructura esa carga simbólica de antaño. No se la ha podido leer como una clave que busca ser interpretada para revelar alguna verdad. Aparece como una simple persistencia, impermutable, sin resultar su remoción a través de la clásica interpretación analítica. La clínica victoriana no funciona para esta nueva manifestación física que, al igual que su antecesora histérica, no responde a ninguna causa anatómica.

Pero el psicoanálisis también ha pasado por las épocas y ha elaborado su praxis –el entrelazado de su teoría con su clínica– al calor de las décadas y embebido de los discursos que desde el siglo XX iban preparando al XXI.

El analista francés Jacques Lacan se sirvió de la lingüística, del estructuralismo, de las matemáticas y la topología para relanzar al análisis del alma hacia nuestra época. La realidad humana, para él, tiene tres registros. Algo así como tres partes que la componen y que se articulan para configurar la experiencia del sujeto. Las llamó lo simbólico, lo imaginario y lo real. En términos generales, lo simbólico es el lenguaje, es decir la estructura lógica que sostiene al mundo a través de la palabra. Lo imaginario es la presentación del mundo, la pantalla sobre la que proyectamos nuestra realidad y percibimos algo del otro. Lo real es lo no-simbolizado, la ritmicidad de la carne, el cuerpo sin nombre.

Lo que funcionaba en Freud también funcionaba al principio para Lacan: la supremacía de lo simbólico. Había algo que representaba a otra cosa y eso tenía que ser revelado, interpretado, leído.

Pero, junto con la época, el psicoanálisis lacaniano ha ido trasladándose desde una clínica de lo simbólico a una clínica de lo real. 

Lo real no es la realidad. Se nos presenta como desconocido, misterioso, indecible y al mismo tiempo extrañamente familiar. Lacan lo concibe en un principio como un resto, lo que queda afuera de la intersección de lo simbólico y lo imaginario. Pero hacia el final de su vida fue prestándole más atención y con ayuda de la topología le dio una importancia equivalente a los otros dos registros en lo que llamó el nudo borroméo

Ese nudo –y la función que puede tomar en él lo real– explica en cierta medida a la fibromialgia y a las otras nuevas manifestaciones del cuerpo que no se revisten de simbolismo como son el cutting en adolescentes o el colon irritable.

El borroméo se arma así: tres argollas de un material flexible se entrelazan de tal manera que cuando se tire de dos de ellas la restante quede al medio, tensada e impidiendo que las otras dos se suelten. En términos psíquicos esto significa, a grandes rasgos, que en momentos de dificultad uno de los registros –real, simbólico o imaginario– funciona manteniéndose estirado y sin cortarse para que la estructura se mantenga. En términos simples: uno de los registros aguanta al resto de la estructura psíquica, impidiendo que se desarme.

Lo que aguantaba en la época de Freud, en una cultura en la que la represión predominaba, era el registro simbólico: parálisis en las piernas para significar el oculto deseo sexual, por ejemplo. Esa argolla del nudo lograba retener a las otras dos, manteniendo la estructura a través de la expresión de lo que de otra manera no podía decirse. Hoy se presentan cada vez más casos en que la argolla que se tensa para sostener a las otras no es la misma: en este principio de siglo se apela cada vez más a lo real para retener a los otros dos registros del nudo.

La caída de los grandes ideales que hacían posible la primacía de lo simbólico –El Padre, La Patria, La Libertad, El Pueblo, El Trabajador, Las Escrituras– junto con el ascenso del acceso al consumo han provocado en el cuerpo el fenómeno del dolor como anudamiento de la estructura. Es decir que el aplacamiento de lo simbólico en favor de la insaciable exigencia de la época –el consumo– ha hecho que lo único que pueda resistirse a ser consumido sea lo real de la carne. De ahí la queja de esa carne que no sabe más que expresarse con su fibra. 

Fibromialgia: dolor del tejido conjuntivo, aquel que constituye desde el embrión la base de todos los tejidos musculares del cuerpo. Fibro-mi-algia: me duele el cuerpo hasta la fibra y no hay símbolo ni imagen que lo pueda interpretar.