28 de octubre de 2019

No era depresión, era capitalismo

Por Antonio Moreno Obando
(@monodias)

No era depresión, era capitalismo” dice una frase pintarrajeada en una de las tantas murallas de este Chile que vive su paroxismo. Por estos días, se torna más difícil establecer el límite entre el singular sufrimiento del sujeto y el efecto de una opresión social estructural. Las epistemes clínicas y sociales reagrupan sus sistemas para diferenciar sus causas, pero a quienes debemos escuchar al cuerpo que habla, se nos horada cualquier ilusión de autenticidad en la práctica.

Hay algunos chilenos que en estos días llegan a la consulta, porque a pesar de todo tienen aun el privilegio de la pregunta. Muchos otros no llegan, no los vemos en televisión, no leemos sus relatos, pero pensamos en ellos. Mas bien los suponemos en la urgencia del acto tras un galpón ardiendo, tras una estantería arrasada. Hay otros que ni si quiera suponemos, a pesar de conformar una multitud ensordecedora hace unos días. Hoy están en sus casas atónitos, quebrados financiera y moralmente, no duermen, no logran conseguir hora de atención psicológica en el sistema público, no logran financiar un tratamiento particular, incluso ni siquiera logran llegar al lugar de los tratantes por las distancias, lejanías que son culturales y territoriales.

La distinción entre el buen vivir del sujeto y el problema del Estado no ha sido inventada por los psicoanalistas. La pesada carga de estas conjeturas las dejamos en nuestra comunidad psi guardadas en el baúl de la filosofía social. Poco nos toca abrir esos viejos libros, ya poco parecen relacionarse con las lecturas especializadas a las que nos dedicamos; los guardamos en un baúl por eso, para evitar el desorden. 

Por haber dejado tan religadas esas lecturas en nuestras formaciones, hemos perdido la posibilidad del cuestionamiento crítico. Como un viejo hábito aprendido en dictadura, las preguntas que podrían interpelar nuestra identidad quedan segregadas por su condición de extrajería. El precio del olvido crítico nos dejó abandonados en un costado individualista de lo Real, corriendo siempre el peligro de repetir.  Ojalá no nos pase que asumiendo una ética como nueva y al mismo tiempo siendo parte de un componente profiláctico del modelo productivose nos aparezca una y otra vez irremediablemente lo no representado como un feroz desborde. Podrá pasarle a nuestra clase política, pero que a nosotros no. Y si nos pasara algo parecido, seríamos entonces un vector funcional e ingenuo en medio de una vieja historia de opresión. 

Como lo planeta Axel Honneth en La sociedad del desprecio, el concepto de patología de la práctica médica pensada desde la filosofía social, opera en la medida que existen ciertas suposiciones sobre la autorrealización humana. Entonces ¿Qué tipo de sujetos estamos suponiendo?

El efecto de pretender olvidar los propios supuestos y por lo tanto desconocer los propios determinantes culturales de nuestras acciones puede llevarnos a un desenlace ya anunciado: darle desde la práctica clínica de la psiquis, legitimidad a la alienación y la cosificación que produce el capitalismo neoliberal. Es que, si seguimos deshistorizados, en nombre de la neutralidad, ya no sentiremos incomodidad al orientar la cura para quien hace lazo en un trabajo opresivo, o elaborando una castración de la privación hecha de pensiones miserables, o buscando una estabilización en la relación abusiva, o peor aun, analizando la culpa de quien cumple una y otra vez la satisfacción sádica de abusar de otro. 

Parecen esas disquisiciones condiciones morales, pero se nos atraviesan con menos vigor, no resuelven porque son solo preguntas, las mismas que pueden aparecer en el propio análisis o las mismas que han animado la producción teórica y práctica para el abordaje del sufrimiento humano. Por eso la justicia no es un problema especular, no es una rectificación imaginaria, siempre ha sido una pregunta sobre lo que no logra resolverse en el sentido; si la justicia es ética, es porque es un horizonte al que no se llega del todo, es también un quiebre irremediable con el Otro, es un desclase eterno que busca con ardor y por lo tanto también es un plus, una posibilidad de producción. 

En días como hoy, la neutralidad sine qua non mas parece efecto de la alienación que semblante. Incluso hoy lo vemos en algunos colegas desde el olvido selectivo de nuestras determinaciones históricas políticas y culturales. Pero tampoco la concientización es una posibilidad de tratamiento o de dirección de la cura, precisamente porque el inconsciente, así como el problema ético de la justicia no pueden pensarse al interior del problema político de la moral. Para llegar al examen moral de la conciencia y encontrar un punto de anclaje intersubjetivo, no podemos acallar el pujante descalce que nos hace desear ética, desear justicia. 

Al parecer no es el ánimo depresivo el que nos lleva, es la pregunta crítica que nunca colma.

29 de agosto de 2018

El patio de los alambres y de las naranjas que no están

Por Antonio Moreno Obando
(@monodias)

Poner en el patio de los naranjos de la Moneda alambres para colgar naranjas es una instalación. Es un acto deconstructivo. Es una pieza plástica en nombre de la pérdida, porque es el amarre subjetivo ante un objeto perdido; transplantar un fruto y dejarlo colgando con un tallo artificial en ese otro tallo donde falta su fruto es ominoso, es una naranja fantasma; nos muestra un objeto en el lugar donde no tiene que estar; por eso, si se le mira en el marco de una foto de prensa, produce un efecto indecible.

Lo más deconstructivo de este acto es que no tiene autor. El autor es un abstracto. La mano que puso ese alambre es solo un instrumento maquínico de una serie de relaciones aun mas complejas; son relaciones políticas, desubjetivadas, testimonio de la pura tecnología, sujeto que aparece en la abyección de lo digital, en la traducción interminable de los códigos comunicaciones, sin cuerpo, sin territorio, que por osmosis se trasladan de una estrategia comunicacional a la otra, con la eficacia del discurso invisible de capitalismo y su mano que oculta lo que no está.

Esta deconstrucción performa la disolución de la República, es un atentado al concepto patrimonial moderno, es el gesto avergonzado del conquistado frente a la visita del conquistador, es la crisis del modelo que controla la producción financiera, porque controla lo que comunica y genera valor agregado, pero deja ver los hilos de su montaje, de la ficción de su valor

Es que esta magnífica obra tiene efecto de corte. Esa angustia la hemos visto estos días en un presidente apedreado en Quintero, en la amenaza de muerte que representa el sueño de un semejante, en la interpelación de una pregunta que se toma la palabra del lado de un periodista y que deja sin palabras al ministro entrevistado, en la inscripción histórica la incapacidad para poder fijar el sueldo mínimo; todas estas instancias de corte, todos efectos flotantes como presentimientos llevados a Obra en el patio de los naranjos. 

¡Bravo!

22 de noviembre de 2017

Francesca Lombardo ha devenido

Por Antonio Moreno Obando 
(@monodias)

En junio de 1980, en una revista de filosofía y literatura llamada “Margen”, cuyo director era Justo Pastor Mellado, Francesca Lombardo escribió la primera parte de un ensayo llamado “reflexión sobre el heterogéneo”. Sus primeras frases eran así: 

“Como la masa del encéfalo misma, surcado de grietas, de circunvalaciones complicadas, de pliegues, el cerebro es una pequeña caja de música. A cada cuarto de hora, una bailarina de porcelana hace una ronda patética, siguiendo la antigua melodía de una música vagamente conocida, pero identificable.
¿Por qué llamar caja de música al cerebro, masa informe, feto prisionero a perpetuidad de la celda ósea de los parietales, occipitales y del hueso frontal? Caja de música y cajita de Pandora, donde residen en vigilia perpetua, la muerte, el trabajo y la enfermedad. Pero el cerebro es también una caja fuerte, un depósito que conserva el capital de lo aprendido, y también es el lugar donde todo lo aprendido deviene informe, disfrazándose en el simulacro, el teatro, la locura. La muerte es el obrero universal, la fuga, la transgresión, conoce la clave de esta cámara de seguridad. El mapa desconocido de los hemisferios es una escritura, un sánscrito indecible. (…)”

Pareciera, 37 años después de este texto, que en esa cajita guardó todo lo que nos trajo. Así Francesca ha devenido, entre la imagen y la abyección real, cajita de Pandora que se expande desde su texto escrito y muerto; así ha sido, con nosotros, su devenir; devino materia poética, devino fuga, indiscernible. Porque esa, su muerte obrera, ahora, más tarde hizo su parte, al fin baila libre del surco de su ronda, empujada por la vibración de su celda ósea, arrojada irremediablemente hacía el khaos.

Lo que nos queda es su transgresión, ese es su heterogéneo. Una escritura en directo trayecto hacia el desgarramiento del goce. Vino sola de lejos para hacer un trabajo de la enfermedad, forjado en el fuego acuoso del vientre sangrante, ahí mismo, en el frío pabellón de obstetricia del Hospital Salvador, justo en aquellos rincones donde lo real se manifestaba sin contenciones. En medio de ese derrame, de esos vacíos, el trabajo mortuorio y vivificante de su escritura se hizo, igual que Laquesis, la Moira hilandera, desanudando la carne envuelta.

En el propio abismo del origen medimos los hilos del destino y desde esas longitudes trenzamos junto a ella nuestras alienaciones y separaciones. Así nos filiamos, en bandada desacompasada, viajábamos y regresábamos como la pulsión vuelve a su nido de borde. Pero el tiempo diacrónico pasaba reificante: en el costado vimos como la institución de la transmisión construyó sus monumentos, vimos con ella de reojo como el saber perfeccionó sus suplementos, transgenizó sus cátedras con textos asépticos, indexó hordas de conjuntos vacíos.

Mientras todo cambiaba, algo en esa madre de torrentes desmedidos no cesaba, algo quedó suspendido, permaneció afecto; será acaso porque tuvo varias muertes que conocía los conductos oscuros del cuerpo, quizás por eso se dedicó a decir romances sobre los flujos, las durezas y los orificios. Así fue su trayecto, como un atravesamiento que no se reducía, que ganaba monto cada vez; quizás por eso mientras sospechaban de su imaginario en las casas de los oficios y su sucesión de números en las solapas, ella prefirió encontrar un lugar más allá de la fatalidad, donde se pueda compartir el amor y no el odio.

Pero ese es su legado, su tránsito, fuimos testigo de ello; al menos ella pudo pasar para quedarse. Por eso devino ahora que recodamos su última muerte, devino como aleteo del pájaro de Ibis, tinta fúnebre y milagrosa que tejió destinos, que dejó costuras escritas entre el arte y la clínica, entre el significante y el goce, entre lo que vive y lo que muere.

Desde la transgresión de su llegada pasaron décadas, pero de un tiempo ritual, porque la horizontal era su raigambre y también lo era la vertical, su columna, la vértebra, la metáfora, la sincronía, las columnas de Salomón, el rayo solar; por esa vertical hizo stasis, subvirtió, libró sus guerras civiles, vasculó, saturó.

Su heterogéneo ahora es su sánscrito indecible. 



22 de diciembre de 2016

Juguete Amargo

Por Francesca Lombardo

Hace muchos años en una revista Playboy o Penthouse vi una ilustración inolvidable: el dibujo a página completa mostraba las calles de una ciudad de noche, la sombra de los edificios con algunas ventanas iluminadas y en primer plano y protagónicamente, el marco de una ventana abierta por la cual salía volando a los tumbos una muñeca inflable que había perdido su tapón de globo y que emprendía un vuelo espasmódico emitiendo ese sonido característico de la pérdida de aire retenido. También aparecía en esta ventana un hombre desnudo que gritaba desesperadamente: “¡¡¡Amor mío no me abandones!!!” 

Esa ilustración no sé si me produjo risa. Creo que más bien me provocó perplejidad, tal vez por eso no la he olvidado nunca.

El recuerdo de ese chiste en una revista supuestamente para hombres es lo que subtiende mi ánimo ahora, cuando entre las noticias del fin de año ha sido cuestión de otra muñeca inflable que ha suscitado comentarios, escandalizaciones, declaraciones de principio y en fin un sin número de emociones intensas.

La escena: reunión de empresarios y personajes de la política que afichan su presencia y con ello también su vigencia. Al finalizar la reunión hay (parece que es de tradición) entrega de regalos alusivos a cada personaje invitado… lo alusivo me parece en este caso de particular interés.

Un caballito de palo, es decir una cabeza y un palo donde montarse y galopar heroicamente. En ese caballo se puede ser Atila, El Cid, Alejandro Magno, se puede ser hasta el Llanero Solitario. Hay algo dulce en ese juguete antiguo que así como modesto es enormemente investido por el imaginario infantil. 

Un juguete se podría decir que es un objeto, una cosa abandonada irresistiblemente a una fuerza, a una voluntad exterior que usa y abusa de su poderío sobre lo inanimado de ese objeto.

Volviendo a la reunión de empresarios, hay otros regalos que no retuve pero el que fija la escena, digamos pro navideña, es por supuesto la muñeca inflable que el empresario anfitrión regala al Ministro de Economía. ¿Qué significará? ¿A qué hará alusión este don?

La muñeca en cuestión tiene el pelo negro y corto, su consistencia plástica es de un rosado dañino e inflado, su cuerpo mantiene los brazos abiertos como en un amago de abrazo que no dará jamás, las piernas están medianamente separadas pero esto da lo mismo porque lo que estas piernas podrían encerrar, es decir la supuesta oquedad genital, figura expuesta en lo que sería el pubis. La muñeca ostenta sus tres orificios, en este caso preciso el bucal figura sellado por una pegatina que dice: “Para estimular la economía”… Pero horror y error, este artefacto, este juguete amargo no puede estimular nada. Más bien en su apatía de caucho solo puede recibir, ser apretada, estrujada para culminar las emanaciones líquidas que vienen encaminadas desde la fricción-ficción solitaria. Me dicen además que a este juguete amargo los orificios le son extraibles, son algo así como cloacas atornillables que se pueden sacar para ser por ejemplo lavadas y luego vueltas a poner, de lo contrario posiblemente el juguete florecería en zonas de descomposición y sería un golpe duro al olfato, por lo tanto de estimulación nada y de economía ciertamente la no salida a mercado alguno.

Una confusión extraordinaria, un error en el regalo que no es necesariamente un error moral, sino conceptual y eso es lo que me puede parecer más sobrecogedor.

Este juguete amargo es una prótesis, eso que está y se exhibe porque lo que debería estar no está. Prótesis es el cadáver en el velatorio, él muestra eso que no está, el humano que se fue para siempre.

Prótesis y juguetes, ellos intercambian a nivel de ausencias pero el olor a muerto inunda el espacio y es muy intenso.

Reuniones y regalos de hombres entre hombres donde por cierto la alusión central es a la castración que vía lo ominoso, lo inquietantemente extraño, vuela a ras de piso. Así una prótesis para la soledad de quien no puede, no logra interceptar a otro humano, ni siquiera a un viviente animal o vegetal. Por eso se les llama consoladores, consuelan (no es tan seguro, más bien la resaltan) la falta, la impotencia varia. La muñeca, el caballo, el escándalo que suscitan tal vez tiene que ver con lo que es secreto en el individuo y que así debe permanecer para que el cuento social, político, económico todavía pueda contarse.

Secretos del individuo solo, miseria y desconsuelo, sin querer verlo, sin saber escucharlo, obtusamente travestidos en otras cosas ellos se filtran y confusamente hacen noticia.

21 de noviembre de 2016

Nuestro Estado no sindica

Por Antonio Moreno 
(@monodias)

La negociación fallida entre el gobierno y el sindicato de los empleados  públicos deja un malestar generalizado, tanto en los propios trabajadores como en los usuarios de los servicios públicos, a pesar de que ambos se declaran afectados por una misma causa: no ser reconocidos. Entonces cabe una pregunta por el lugar a donde apunta esa demanda ¿Quién es el llamado a reconocer al otro?

Lo narrado en los medios de comunicación, relata sobre un gobierno que es requerido como empleador por los trabajadores organizados, el cual respondió siempre de la misma forma, con solo un número, como una repetición pétrea en cada oportunidad de conversación. 

El malestar generalizado lo vimos en las imágenes del noticiero central: forcejeos e insultos más allá de lo republicano, deseos de murallas trasparentes para el hemiciclo, dramáticos casos de usuarios de salud más enfermos por la no atención, la Moneda cerrada para los trabajadores y protegida por fuerzas especiales; y así, en todas esas imágenes irrumpió una desolación difusa en nuestra conciencia pública. 

Lo que está en escena parece apuntar a algo más profundo que la negociación por un pequeño margen de dinero; hay algo en esa demanda que nos interpela a todos sobre la relación entre el trabajo, lo colectivo y nuestros derechos como ciudadanos.  Aparecen preguntas por la forma en la que trabajamos y por cómo nos subjetivamos en esa rutina agobiante: ¿De dónde viene ese imperativo de cumplir? ¿Cómo se define esa insuficiencia? ¿Es una construcción del psiquismo individual lo que vivimos como injusto o lo opera la condición material de nuestro modelo productivo?  Y en el caso de los empleados de la ANEF ¿Dónde empieza y donde termina su deber de seguir trabajando a pesar de cualquier oferta o descuento del gobierno? ¿De dónde emana el imperativo al cumplimiento que cae a gritos en cada espalda movilizada y cuál es el tamaño de la insuficiencia que está en juego?

Lo que hizo el gobierno como respuesta a la demanda de sus empleados, de aquellos que revindicaron una insuficiencia común en el espacio público,  fue iterar solo un número, despojando cualquier rastro de dialogo en ese encuentro. Fue una perseveración mímica,  sin considerar  siquiera las consecuencias políticas, menos aún el reconocimiento de un diálogo legítimo. Responder con sólo una sola palabra a cualquier otra palabra es una manera eficaz  de desmontar cualquier posibilidad para esos otros de encontrar en la gran otredad de su Aparato Público un lugar colectivo donde situarse. 

Por otra parte, ese usuario furioso con el paro, oprimido por su propio trabajo, con una aplastante insuficiencia personal en sus deudas, que debe volverse empresario de sí mismo para pagar un monto calculado por el mercado financiero de endeudabilidad mucho mayor de lo que su capacidad productiva puede pagar, ese mismo sujeto colmado e identificado a los valores de su empresa para la superación personal, ese sujeto apolítico que no vota y solo exige calidad en los productos y servicios que recibe más allá de si son provistos por el Estado o por un supermercado, es el mismo que en su tribuna de las redes sociales termina deslegitimando la manifestación sindical como posibilidad de colaboración colectiva. Esa manifestación colaborativa que pone una medida a la insuficiencia voraz, le parece al usuario del servicio al cliente una soberana flojera y una irresponsabilidad.

En la expresión actual de nuestra democracia, llena de silencios y omisiones, esa gran construcción colectiva garante de derechos que es el Estado, ya no tiene a su vez el reconocimiento que necesita para ofertar otro devuelta; es que su imperativo hoy está conformado no desde la ciudadanía sino que desde otros mandatos, otros requerimientos sin cuerpos, sin tiempo ni espacio, son los mandatos del mercado de valores y sus capitales transnacionales desterritorializados, única fuente capaz de situar en su discurso a los agentes de la actividad económica con sus deberes.

El gobierno no negoció con sus trabajadores porque tampoco puede reconocer la capacidad de todos los trabajadores de nuestro Estado-Nación para negociar. Ni siquiera considera sus costos políticos porque ya ni siquiera tiene adversarios. En el Chile de los imperativos del capital, la subjetivación es de uno en uno, y no hay espacios para que los colectivos puedan sindicar las condiciones materiales de su insuficiencia; no hay ni aun palabras de parte del Estado para situar ahí, en la negociación de sus propios agentes, una posibilidad para decir algo de su propio malestar, ¿qué acto puede ser más elemental que ese?

8 de julio de 2016

La Perla del Mercader

Por Francesca Lombardo

En el Museo de Bellas Artes figura entre las obras de exhibición permanente una pintura de Valenzuela Puelma, un cuadro de gran formato posiblemente neoclásico y cuya escena resulta exótica: un mercader árabe o turco exhibe a la venta una mujer a medias velada, casi desnuda en la sugestión de los velos que la cubren; es una mujer deseable y carnal que perfectamente podría ornar el prestigio de un serrallo. Este cuadro se llama La Perla del Mercader. Hace años el pintor chileno Juan Domingo Dávila realiza una obra tomando esta misma escena de subasta y seguramente también la permanencia del original en el Museo como un referente instalado, para sustituir la perla o el rostro de esta con el rostro de Verdejo, caricatura chilena del dibujante Koke popularizada en la revista de sátira política Topaze (entre los años treinta hasta los setenta del siglo pasado aproximadamente y con una distribución y una venta muy amplia). Dávila es un artista chileno que reside hace muchos años en Australia y su obra es, por decir lo menos, punzante y de una insolencia irónica y política irremediable. Aun viviendo en el exterior viaja a Chile durante años para exponer regularmente su trabajo.

Esta obra que altera a La perla del mercader oficial y museística fue expuesta, en los años noventa quizás, en una muestra que se llamó Rota y que reunía otras obras donde el autor también mutaba el rostro del personaje esperado por el de Verdejo. Parece fundamental describir este personaje de la historia del comic chileno: Verdejo es anterior a Perejil, a Condorito, es la representación más socarrona y ácida del roto chileno, flaco y astuto, entre vagabundo y bueno para todo y para nada, alcoholizado y sin mucha ilusión sobre nada y nadie, sobrevividor a todo trance, feroz como un guarén.

Un cuerpo enjuto cubierto por ropas tirillentas, unos pocos pelos hirsutos en la barba, con pocos dientes, muchas caries y seguramente aliento vinoso, es interesante que este personaje despierte entre aversión y fascinación. Posiblemente hay algo en él de irreductible, es el roto chileno de la Guerra del Pacífico, de la tropa regular que se comió el desierto y pasó a sangre y fuego a toda población que se le cruzara, que no dejó pasar el botín de guerra y, me olvidaba, que por supuesto utilizó el corvo como tenedor y corta uñas, ese corvo de origen tal vez montañés y luego usado por los mineros del salitre en el norte, su punta rapaz servía para agarrarse a los pedrugos de caliche. Es tardíamente que el Ejército Chileno lo incorpora como arma de tropa para el combate cuerpo a cuerpo. También lo vuelve el corvo desleal en la tortura y el crimen político.

Verdejo con bombachas rojas, la infantería de la nación, la carne de cañón de la patria.

El roto es temible y también salva, puede ser fiel y fiero pero nunca es muy seguro que reconozca al amo. Es pues lo más distante de lo pintoresco del pillo blando que es Perejil o de lo inocuo de Condorito, que es un pobre ave “bueno”, él podría ser un jardinero o un mocito, un junior que compra cigarros. Verdejo no es nada de eso. Él es más bien un husmeador depredador de cuidado, una característica inolvidable en su rostro es su gran boca, una boca que ríe en permanencia instaurando una distancia enorme y a la vez una connivencia irónica, insultante. Una gran boca como una herida que no cierra, desde donde se eyecta la risa, la carcajada procaz y también el insulto mestizo. Pantalones con parches en las rodillas y doblados en la basta, una faja que es un trapo enrollado a la cintura, como la faja campesina pero esta es de cargador, para proteger el riñón, hojotas en vez de zapatos que señalan lo rural cercano aún pero también el entendimiento a fondo de lo urbano y citadino.

¿Por qué hablar tanto de este personaje y comenzar con La Perla del Mercader y la sustitución? Me parece que es por la perla (en los años 1950 en adelante hubo un dúo folclórico chileno llamado “Los Perlas” que aparecían vestidos como Verdejos y cantaban con el falsete propio de la cueca chora La Cueca del Guatón Loyola). 

Pero volviendo al roto, actualizándolo, así como en la guerra él sigue dando satisfacciones, la selección chilena ahora es bicampeona y cuenta entre sus aguerridas filas con casi puros verdejos. Me gusta eso, hay una épica en eso, pero seguramente el más, el terrible, la perla heroica, es Medel,  el perro, el Gary que no deja pasar, el que juega con lesión y con el muslo embarrilado, el  que llora desconsolado cuando no se logra ganar, el que se estrella contra el palo del arco sin titubear, poniendo la parrilla costal, la cadera, lo que sea para que la pelota no entre. El perro putea sin tregua, inventa neologismos que venden duro en el mercado, hace spots publicitarios, tiene unos hijos gemelos de los que lleva tatuados sus nombres en los antebrazos, tiene una púdica dulzura cuando habla de ellos o de sus padres y de su niñez en la Palmilla.

El año pasado, o tal vez antes, después del Mundial en Brasil o unos días después de que la selección ganó la copa América por primera vez, el Ejercito de Chile, en una ceremonia más bien privada y a la que nadie más del equipo fue invitado, le entregó a nuestro perro Medel, un corvo.

¿Por qué a él y solo a él el Ejército lo distingue con esta arma particular?

Tal vez porque el hilván a la figura del roto chileno, el que se carburó con chupilca del diablo para aguantar la marcha y el combate y que sigue carburándose para aguantar la vida, es necesario renutrirlo, reposicionarlo y atraerlo, hacerlo rendir más como la mano, el hombro, los pies de obra que sostengan y defiendan a la patria.

La perla, el perro, no sabemos qué piensa del Ejército. Sí sabemos, porque lo ha dicho en entrevistas, que de no haber jugado fútbol habría sido narco. Como insolente guarén es un pirata que juega con piratas, capaz de hacer cuerpo en lo filial, no en lo institucional. Es posible que la horda fraterna sea su pertenencia, su manada. Si esta no existe o se acaba, Verdejo se guarece solo en los desagües, tapado con los cartones de su soledad.

El mercader no cesa de exhibir su perla, la regatea, la usura, solo que la gran boca que sonríe a medias desdentada y furiosa no tiene precio. El monto, el precio, el valor de cambio de esta mercancía como el mismo Verdejo vienen rotos.


9 de marzo de 2016

Sirve para otra guerra

Por Peter Molineaux

Una escena el domingo al atardecer: Hay una van de Carabineros afuera de la Embajada de Argentina en Vicuña Mackenna, frente a Almirante Simpson. Hay cuatro o cinco policías al lado del vehículo, haciendo guardia/conversando. Pasa una micro del Transantiago llena de barristas de Colo-Colo, cantando, colgando de las puertas. Tiran un objeto contundente (¿una piedra?) a un auto en la vereda del frente. Chilla la alarma. Veo a los Carabineros subirse raudos a su vehículo junto a los que ya ocupaban la patrulla (otros cuatro o cinco) y pienso automáticamente, con una moralina moderna: "ahí van, a perseguir a los malhechores..." Pero pasan los segundos, después un minuto y no comienza la sirena ni la persecución esperada. Pasa otro bus repleto de garreros golpeando la carrocería de la máquina pública. Otro minuto. La patrulla inmóvil. La alarma del auto apedreado aullando. 
Luego, terminado el peligro, silenciada la alarma, veo bajar uno a uno a los Carabineros de su vehículo, ponerse nuevamente sus gorras, retomar su guardia. Lentamente me doy cuenta de que no se habían subido a su vehículo–¡raudos!–para detener el crimen, sino por temor a ser atacados, para defenderse a si mismos de la horda desatada...
No culpo a los pacos por cuidarse, por supuesto: son un blanco jugoso para esa muchedumbre. Pero así están las cosas: el retorno de lo reprimido pasa pulsando por las arterias de la ciudad y el órgano represor arranca, se esconde, respira mejor cuando pasa eso que está llamado a aplacar. 

18 de febrero de 2016

El Huacho Riquelme

Por Peter Molineaux

Cayó Riquelme, administrador de La Moneda, uno de los últimos sobrevivientes de la hermandad G-90 del también caído hijo político de la Presidenta, Peñailillo. Cayó, como ya es costumbre en esta época de terremotos y fracturas en la institucionalidad nacional, por el cruce sucio entre política, influencia y dinero. Cayó porque la madre calló y ese padrastro que lo quiere poco lo sacó con la frase "fue un parto inducido." Ni los hermanos que ya perdieron su transitorio acceso al poder, ni alguien que se pronunciara para reconocerlo como hijo legítimo pudo detener la caída del Huacho Riquelme.

Si el padre de la patria, don Bernardo, tuvo que ser bautizado por segunda vez por un tío –un tío político- para dar legitimidad a aquel que sería llamado a liberar y dirigir los destinos de este país recién parido, ¿qué queda en nuestros tiempos sin padre para los huachos actuales de la política?

Hasta hace poco había una forma de hacer las cosas: una relación bien aceitada entre aquellos que acapararon por los medios que fuesen las fuentes de riqueza natural del país y aquellos dedicados a establecer las leyes y a administrar la nación. Tan aceitado estaba todo que era aceptada sin asombro la sabrosa práctica de que además de defraudar la representatividad popular con pagos de actores interesados a políticos, se agregaba el ahorrito de defraudar al fisco con boletas falsas. Este último plus –la yapa de la evasión de impuestos– ha sido finalmente el que da el golpe de gracia en la mayoría de los casos.

Ese acuerdo de caballeros, en realidad entre caballeros y herederos, se sostenía en la opacidad garantizada por los padres, ostentadores de los gestos autoritarios que ha producido nuestra historia desde que el huacho fundador se sostuviera en un significante prestado al extranjero O'Higgins para dar paternidad a la patria. Portales, Ibáñez, Pinochet lo siguieron para dispensar los golpes fuertes cuando fue necesario dar garantía de que esto marcha y punto. Ricardo Lagos, padre, fue el último en ejercer con éxito esa función: "En Chile las instituciones funcionan."

La opacidad del padre, que no tenía por qué dar explicaciones y que por lo tanto permitía las transacciones de los hermanos sin que se levantaran cuestionamientos, se ha ido reemplazando por el fanatismo de la transparencia, pues el exceso cerdo de la acumulación llegó a tal punto que era demasiado evidente para escamotear. Llegó a tal punto que hasta los padres no pudieron seguir sosteniendo el semblante y fueron arrastrados también hasta el lodo. 

Ahora entonces, probidad ante todo. Full disclosure. Full Monty. Nadie se salva. En eso estamos: con los trapitos al sol viéndole las manchas en las prendas interiores a todos los cagados y cagones. Cual horda de sans-culottes arrastrando por las calles al acusado en otra ola más de revolución que dejó sin cabeza incluso a los que pusieron en movimiento la propia Revolución Francesa, el entusiasmo con el que se derribó a los Carlos de Penta tuvo su retorno en SQM. Y jugar al empate ya no funciona porque los goles están hechos, y esos goles rompieron la malla que quedaba para velar aquello que debe velar la política para darle forma al lazo social: que para hacer ciudad con el otro, hay cosas que no se pueden saber, es decir, hay un campo desconocido al que no se tiene acceso siempre. Esto es, en términos psicoanalíticos, dicho simplemente, que existe el inconsciente. 

El inconsciente es una maquinita de circulación de sinsentido en sentido, de luz en sombra y viceversa. Es la manera en que el sujeto puede hacerse representar entre significantes, entre palabras, para dar forma al vacío que hay en su centro. Una alternancia entre saber y no saber es necesaria para representarse, finalmente para existir.

El fanatismo por la transparencia, como reacción lógica a la opacidad de los padres de siglos pasados, tiene en su proceder la marca de otra cosa que también se gestó en el pasado reciente: el capitalismo radical. En este modo de vida, el espejismo del consumo le hace trampa al deseo del sujeto con la ilusión de que se puede tener todo, poniendo en jaque la función del inconsciente que es justamente esa alternancia entre tener y no tener. El empuje a la transparencia total tiene el mismo efecto de ilusión de que con transparencia se puede saber todo

Esta trampa al inconsciente no lo elimina. El inconsciente existe. Tanto en el consumo como en el fanatismo, la obturación de esa maquinita de alternación produce estragos en el sujeto porque deja de poder representarse y por lo tanto de rodear de mejor forma el vacío real.

Este estado de cosas, propio de la época y también, de manera local, del fin de la Transición, tiene en su centro entonces el vacío de la falta de representatividad. No solo la simple falta de representación democrática tan reclamada a causa del binominalismo, sino la falta más radical de representatividad por la obturación que paradójicamente causa la búsqueda de transparencia total. Las chanchadas de Riquelme, administrador de La Moneda, están a la vista cómo el más reciente de los hermanos pillos y aparentemente ya está liquidado con su generación 90. Están por verse aún los pasos siguientes de este empuje a la transparencia, los estragos que pueda causar y qué forma de organización política posible le sigue.



6 de julio de 2015

Antes y después (de ser Campeones)

Por Peter Molineaux

En este amanecer de la semana luego de que Chile es Campeón de América, cuando todavía suena extraña esa frase y se pueden ver aquellos penales una y otra vez sin cansancio, invito a recordar una escena, una noche entre la semifinal y la final:

Señoras con abrigo de piel o señoritas con ollas brillantes gritando desde sus autos en los barrios más privilegiados de la capital. Tuiteros chillando que ellos también tienen derecho a manifestarse. El cacerolazo ABC1 puede intentar comprenderse, primero, desde el punto de vista de los "manifestantes" de las alturas: Nosotros estamos hartos de la delincuencia, que es una forma de injusticia porque se nos viene a robar aquello que hemos adquirido legítimamente. Desde esa perspectiva, interpelar a las autoridades del Estado en una manifestación pública parece tener sentido: se está cometiendo una injusticia, un crimen. Clarito.

En cambio desde abajo, desde abajo a la izquierda, la furia emana con el argumento de que en una sociedad tan desigual, donde los privilegiados de siempre roban con cuello y corbata a todo el resto del país, no deben extrañarse de que les vayan a quitar sus joyas de sangre y sus objetos de ostentación. Clarito.

Un país dividido, con masas marchando por la Alameda sin Delicias, pidiendo la educación que terminaría con las diferencias y, más arriba, las esposas de los ricos protestando con el método que usaron hace ya más de 40 años sus madres y abuelas para quejarse de la amenaza del despoje de sus bienestares de entonces.

Un país fracturado, que paradójicamente se une en torno al fútbol, en la pasión de cantar, como en Brasil 2014, el insistente último verso del himno nacional: "O el asilo contra la opresión, o el asilo contra la opresión, o el asilo contra la opresión."

¿Cuál opresión? ¿De qué opresión canta apasionadamente el hincha pije que pagó la entrada a la Gran Final que cuesta cinco sueldos mínimos en reventa? ¿De cuál opresión canta el pioneta de La Vega que prende fuego en Avenida La Paz para calentar las manos sin importar la preemergencia ambiental? ¿La opresión de la delincuencia? ¿La opresión del peso del saco de porotos? ¿Del Comunismo o del Capitalismo?

No cantan seguramente de la opresión española, que nos cuenta la Historia que inspiró el patriotismo del himno escrito luego del paso de los Libertadores. No. Cada uno canta por el asilo que Chile le da —o debería darle— contra su opresor. Los entusiastas de la dictadura cantaban contra el marxismo. Los que celebraron la democracia recuperada entonaban contra el dictador. Hoy, post-modernismo mediante, cada uno canta por su propia opresión. Opresión en el pecho, por ejemplo.

En El Malestar en la Cultura, ya avanzada su teoría y su práctica psicoanalítica, Freud esboza una tesis simple sobre la aparente paradoja de vivir tan oprimidos por una sociedad dentro de la que de todas formas insistimos habitar: hacer civilización, juntarnos, es la única forma posible de sobrevivir como humanos, desprovistos de garras y pelajes, frente a una naturaleza potentísima y destructiva. La civilización es, también, la única forma de sobrevivir a nuestros propios impulsos —naturales— que tienen como protagonistas a la agresividad y a la sexualidad. Civilizar es juntarse para protegerse unidos contra lo de afuera y lo de adentro: establecer un orden que tiene sin embargo el costo de la represión de los propios instintos para no destruir al otro que, en términos civilizatorios, es también uno mismo. Lo civilizado es, por así decirlo, un asilo gracias a la opresión.

El cacerolazo de los privilegiados se hace caricaturesco —como la señora rica que lleva a su empleada doméstica a golpear la olla por ella— porque la queja del privilegiado es ridícula en si misma. Se quejan de llenos. Pero lo que preocupa, en este asilo largo y angosto, es que aquello contra lo que nos protege la civilización no es compartido. Quizás nunca lo ha sido, pero hoy se pone de manifiesto en la distancia abismal entre la queja contra la delincuencia —que pone al delincuente, al otro, como externo al país que construimos con nuestro esfuerzo (zurdos flojos)— y la protesta contra los abusos de los privilegiados que se hacen hace ya varios años en las calles de todo el país —que pone a esos privilegiados afuera también. Esos dos extremos, incendiados por los tipeos EN MAYÚSCULA de los comentarios de las noticias digitales y las variadas redes sociales aparecen como el reverso del fútbol de la Selección: unificador nacional, que abriga al himno ardiente como no lo hacía nada ni nadie desde los inicios de la Patria.

El caso de Arturo Vidal, que casi muere en la velocidad del ascenso desde un destino cerca de los márgenes hasta el privilegio mundial, muestra el filo de esta partición. "Te vai a cagar a todo Chile" decía El Rey Arturo al Carabinero que lo arrestó en la fase de grupos. Exige un privilegio y el sargento —afortunadamente— ejerce lo que puede juntar de ley civilizante en el país y lo lleva detenido. Sampaoli, para sorpresa de todos, ciertamente incómodo, pero intentando hacer uso de su posición política para salvar la situación, dice la palabra inclusión para que nuestro caballo de pura sangre que había estrellado su caballo rojo la noche anterior pudiera seguir adelante. Y siguió. Y esa inclusión cambió la historia repetida y repetida por los cien años del fútbol chileno. Ese acto permitió ser Campeones. Se reintegró ese impulso mortífero de Arturo a una estructura civilizada. 

Ese acto marca, como dicen los comentaristas deportivos, un antes y un después. Una forma de tramitar los impulsos que los incluye, a un costo, en un colectivo. El costo que pagó Vidal fue, seguramente, la vergüenza. Lo que recibió y debió dar al grupo fue confianza. 

El antes y el después de la fraccionada civilidad chilena no se hace aún. Estamos más cerca de construir un muro en el Cantagallo para hacer dos asilos contra opresiones distintas. Pero quizás haya un punto de inflexión, un gesto civilizador. Y quizás no. Quizás sigamos en el país de la desconfianza y los sinvergüenza.

10 de junio de 2015

El Club de los corazones verdaderamente solitarios

Por Francesca Lombardo

(Nota para la película chilena “El Club” dirigida por Pablo Larraín y ganadora del Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín 2015)

"Tras de mí, imperceptible
sin rozarme los hombros
mi ángel muerto, vigía."

Rafael Alberti. Paraíso Perdido 

Me pregunto por qué llamar comedia al género de esta película. ¿Comedia negra? La comedia implica, me parece, un aflojamiento trivial, una sustracción de densidad con el fin de entretener, aliviar, borronear lo trágico. En rigor, ni la trama, ni las imágenes, ni los textos me parecen fáciles y ligeros. Si hay risa no es por comedia sino por lo imposible y trágico, por la angustia ligada a ello. Tal vez cuando se dice “comedia” lo que se pretende es socializarla, volverla más inocua de lo que en realidad es. Nosotros sabemos por lo demás que la vida de los seres humanos se juega siempre primero como tragedia y posteriormente, dependiendo de los recursos internos y externos, tal vez como comedia. También la historia colectiva y singular se juega en esas modalidades. Me parece que El Club se juega todavía en la primera versión.

Solo lo trágico podría dar cuenta de lo enigmático, lo desgarrado y solo que la narración fílmica y textual de esta película muestra.

Más allá o más acá del juicio religioso, jurídico, público, incluso en ausencia y secreto de estos, las abyecciones solo humanas son también el secreto goce antisocial y el tropismo insalvable de disolución en él. El precio no es cuantificable, es alto pero no sabemos cuánto, algo que gira alrededor de precios, de apuestas taciturnas, de resistencia sobreviviente, de porfía humana inquebrantable; eso es lo que conforma el microclima de la obra.

Estos hombres ya no jóvenes y sin embargo cada uno aferrado al niño omnipotente y polimorfo, constituyen en sí y en paisaje algo que seguramente es el último andén antes del fin del viaje.

Un andén empozado para siempre en un límite, una frontera al borde del mar eternamente invernal, una caleta dejada por supuesto de “la mano de Dios,” lugar donde estivan derrumbes, silencios culpables y la mala conciencia de una institución religiosa que separa, fiscaliza y calla con la implacabilidad de lo mudo, es decir de lo inhumano.

Hombres cuyo parentesco radica en ser todos parias, incluida la semi monja que los ordena, nutre y organiza y que presta su astucia a la defensa encarnizada del lugar.

Pero (y este pero me parece fundamental) están los perros, los perros del pueblo, mestizos huérfanos y también los galgos con su hechura competitiva y su origen enigmático. Seguramente no pura sangre pero que aún exhiben sus raros cuerpos góticos, perros antiguos perfilados como dibujos, como signos de la cacería, de la persecución de una presa.

Lebreles veloces a los que se añade plusvalía por casta y por su eventual producción de dinero por apuesta. Animales reales y simbólicos acotados a la caleta y sobre todo a los espacios de competencia, pistas, casilleros de partida, meta, ganancia o pérdida… emoción sin límite de competir, criaturas circulantes que generan circulante.

El galgo es quizás lo único que cohesiona al grupo, lo que le da cierta vitalidad, cierta alegría y orgullo, ocupar el tiempo en entrenarlo, en desafiar el azar con cuidados adyacentes. 

Cinódromos populares y clandestinos en los bordes costeros, también en los predios del interior. Excitación de la competencia: ¿quién llegará primero? ¿Quién agarrará la presa?

¿Quién estará más cerca del señuelo que hace correr, querer, a veces hasta ganar?

La semi monja, la hermana, la única mujer es la que lleva el perro a los perros, la que tutorea su salida y su concurso, la que afronta la rivalidad con los otros hombres y perros.

Los hombres suyos observan desde lejos, se alegran o entristecen de acuerdo al triunfo o la derrota. De lejos, excluidos de lo social, participan clandestinamente de lo clandestino en una eventualidad única de divertimento y de competitividad de los hombres entre si representados por los galgos. Evento en que los solos de corazón por única vez y velozmente dejan de ser los apartados del rebaño por pecados ciertamente capitales y densos, relacionados todos con excesos de depredación diversa.

Los lebreles y esos hombres siguen corriendo por una presa o por un señuelo, no corren como los caballos para adelantar al otro, no, ellos corren porque hay una liebre en juego.

En todo o casi todo nuestro litoral, en balnearios y caletas, siempre hay galgos proletarizados que todavía muestran sus líneas antiguas y finas, enjutas como signos caligráficos.

Es a esos perros que esta nota intenta fijar.

"Grande, tapándolo todo,
la sombra fija del perro."

"¡Salta sobre ellos! ¡Hiérelos!
¡Únelos, sombra del perro!"

Rafael Alberti. Paraíso Perdido 

La mitología universal asocia el perro (Anubis, Cerbero, Xolote…) a la muerte y a los infiernos, al mundo de abajo y a la luna. El símbolo muy complejo del perro se liga a su función “psicopompa,” es decir a cumplir la función de guía mítico en la noche de la muerte luego de haber sido compañero del hombre en el día de la vida.

Enlazador de entre mundos, el perro ha prestado su rostro como guía de las almas y esto en todos los trechos de la historia cultural de Occidente.

El lebrel, a diferencia de las otras razas, es considerado como no impuro sino dotado de “baraka,” en árabe equivalente a buen augurio, suerte, fortuna. Un amuleto vivo que protege.

Los cínicos, filósofos marginales, reclaman como emblema al perro y a la constelación que lleva este nombre. Una escuela filosófica de cynos = perro en griego. Un concepto y un saber que involucra a un misterioso can brincando bajo el sol y las estrellas de Atenas.

Los filósofos de la antigüedad tenían la costumbre de dar sus lecciones en sitios particulares que se asociaban a la corriente filosófica que representaban. Así la Academia de Platón, el Liceo de Aristóteles, el Jardín de Epicuro. A manera de burla, Antístenes el cínico elige en las afueras de la ciudad un espacio de borde: en el simbolismo urbano el cínico elige los extramuros, el margen de lo social y ciudadano.

El Cinosargo, este lugar del cínico, concentra toda la fuerza del emblema y de una anécdota mítica: Durante el sacrificio ofrecido a Hércules, el dios preferido por los cínicos, un perro venido de no se sabe dónde se habría apoderado con eficaz celeridad del trozo de carne destinado al dios. Rivalizar en impertinencia y ganarle la mano a los oficiantes del sacrificio es razón suficiente para situar al animal bajo auspicios favorables.

Rapiña real y simbólica la del perro de los cínicos. Astuto que va por lo suyo y no ceja en eso.

En el  Cinosargo se encuentran los excluidos de la ciudadanía, aquellos a quienes el azar del nacimiento, la fatalidad de la vida, el delito o accidente habían vuelto indignos de tener acceso a los cargos cívicos o de pertenencia y pertinencia social. La Escuela Cínica ve la luz en los suburbios, lejos de los barrios ricos, en un lugar destinado a los excluidos y no necesariamente arrepentidos.

Un largo rodeo para volver (aunque según yo nunca he dejado de hablar de ella) a la película El Club.

La casa en una caleta olvidada, el grupo segregado reunido bajo ese techo, reglas claras de convivencia y horarios, una pequeña horticultura puertas adentro y una sola ocupación que los reúne activa o pasivamente. Esto es entrenar al galgo, picarlo en la arena de la playa tras las infinitas vueltas de señuelo o hacerlo correr linealmente para fortalecer su velocidad. 

El perro, la carrera, el ganar o perder. La apuesta, eso es lo que cohesiona a los socios del Club motivando actos extremos, desesperados y de presión inapelable.

Así, puesta en muerte de la competencia para siempre y redoblamiento del ostracismo.

También un perro o como un perro el ángel negro que vocifera, recuerda y repite todo eso que no puede ser escuchado y que finalmente vendrá a sustituirse al galgo pero esta vez como quiltro apocalíptico y demente, dando tumbos, exhibiendo la gran herida de la memoria, imposible, corrosivo, como un ángel muerto, convivir en eso y sin olvido, para siempre y sin olvido. Como quien dice: “para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni postura,” basta con sacrificar a los perros y aceptar a un ángel muerto entre nosotros.

22 de mayo de 2015

Pater Familia Chilensis

Por Antonio Moreno Obando
@monodias

El jueves 14 de mayo, dos estudiantes fueron asesinados por un hombre. Dos cuerpos cayeron sin vida producto de las balas percutidas por otro cuerpo que lo que los sentenció en un segundo a morir bajo el fuego de su mano. Podría no haber sido una marcha por derechos el contexto, no es necesario marcar el acto político de los estudiantes para mostrar el punto que paraliza. La brutalidad radica en la simpleza, el atributo de un sujeto que sin importar la circunstancia no duda un segundo en eliminar a otro sujeto. ¿De dónde emana esta atribución moral? Tampoco es necesario apelar al trajín de futilidad y descontrol de impulsos que acompaña al pistolero para explicar el factor social que aparece de reojo en este acto. No hay que ir más lejos de los comentarios de las redes sociales para hacerse una idea, porque en medio de las condenas, se deja ver la defensa de la legitimidad del asesinato, pues el hijo intercedió por su padre, un esforzado comerciante que defendía su propiedad de jóvenes salvajes que ensuciaron su muralla tantas veces antes hermoseada.
 
Entonces desde el corte que produce la noticia de la muerte de dos jóvenes como los que habitan en cualquier familia, surge como torrente un discurso rabioso y contenido sobre la necesidad imperiosa de acabar con la vida de quien amenaza lo propio.  En este caso el acto es del hijo que sale en defensa del padre, pero cuando ese Pater Familia debe referirse al hecho en la plaza pública, igual que en el tiempo del imperio romano, solo apela a la legitimidad del acto homicida en beneficio de su patria postestas, parapetado contra los ensuciadores de la ciudad que claman por algo colectivo a causa de su flojera. 
 
El 20 de mayo en la Florida, un nuevo Pater Familia Chilensis asesinó a su esposa y a sus dos hijas. Lo que sabemos del caso por la prensa, es que el homicida deja una carta confesando su autoría y argumentando como razón a su premeditado acto que iba a ser abandonado por su mujer. La causa razonada de su asesinato es la condición, nuevamente, de un ajusticiamiento basado en una particularísima moral. Así como el número de femicidas crece, surge la expectativa de que estos asesinos son todos psicópatas consumados y no es así. Aunque la existencias de grandes perversos sueltos es una forma de localizar la angustia frente a un peligro doméstico que en cualquier casa podría ocurrir, al parecer hay algo externo a las murallas del hogar que como un (no) discurso se apropia de los cuerpos igual como si fuera una película de suspenso. 
 
A pesar del esfuerzo que hacemos a diario para regular nuestra brutalidad desde la acción política con enfoques de derecho, aún seguimos aplastados por quienes nos debemos. Desde la violencia del vitae necisque potestas,  facultad del Pater Familia Romano que le permite disponer de la vida y de la muerte de quienes están bajo su cargo incluido su patrimonio, hasta la actualización del despotes griego, hoy emprendedor déspota, antes jefe de familia que por derecho natural tiene el atributo de señor y padre, administrador celoso de la propiedad como instrumento de uso y de producción que bien pueden ser objetos como también mujeres, hijos y esclavos. 
 
Pero el Amo no nace con el capitalismo. Por eso, en este momento histórico de Chile, despedazar con dientes y muelas al ejercicio político es hoy un acto de violencia. Es una forma, aunque bien intencionada, de despojar eso que nos humaniza, nos hace falibles y contradictorios, y que por lo tanto nos permite un espacio particular para nuestro deseo en un espacio colectivo. Este aniquilamiento de la política, sea en favor del derecho a matar del nuevo Pater Familia Chilensis o en favor de los discursos ultras que sostienen la lucha social pero en base a la violencia del acto; en ambos sentidos dejan expuestos a estos cuerpos, hoy asesinos, al natural, consumidos en su propio goce mortificante, incapaces de investir, incapaces de hacer un mal entendido en medio de su profunda pureza, de su profunda simplicidad, cuerpos sin política, animalizados, destinados a producir para alimentar a quienes se quejan en la oreja, o para decapitar al que habita un pedazo de su propio cuerpo arriesgando su propiedad, sea una casa en una ciudad o su cuerpo compartido en una cama. Cuerpos de la necesidad que no tienen el material mental ni corporal para formular una demanda, cuerpos violentos, indignados con la saciedad del otro, particularmente de los políticos, pero no por una razón ética, sino por la siempre disputa del prestigio. 
 
Por estos días se escucha en los pasillos la legitimidad de herir a un joven con un guanaco si es que estaba protestando, o a un deteriorado comunicador deportivo arrollando gratuitamente a un político en la televisión para que gane menos dinero que él, cobrándose así de una afrenta antigua, o a una autoridad de nuestro empresariado pidiendo a la gente olvidarse de sus derechos para concentrarse sólo en su deber. Así con la cancha despejada, con  el silencio de los indignados taimados, nuestros Paters Familia Chilensis ven la oportunidad de entrar al espacio público, cobrándose sus afrentas, avalados por el sentido común. Quizás un día de estos nuevamente empiece la guerra entre los que tienen la palabra con moral y los animales.

11 de mayo de 2015

El Punto G de Peñailillo

Por Peter Molineaux

El primer cambio de Gabinete del segundo mandato de la Presidenta Michelle Bachelet tiene como gran caído al ahora ex-Ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo. Luego de ser el principal hombre de confianza de la Presidenta, inició su desplome con el manejo de los primeros días del caso Caval y terminó de morder el polvo con la aparición de boletas realizadas por supuestos trabajos profesionales que a todas luces son pagos por su trabajo político en la pre-campaña presidencial. Estos hechos lo ponen en la misma serie que los personajes teñidos por la cochiná que resulta del cruce entre dinero y política, es decir, Wagner, los Carlos, Dávalos, la Ena, los hijos-de-Pizarro, etc. Su reacción a la seguidilla de boletas fue, para su desgracia, la misma que sus nuevos compañeros de serie: "yo no hice nada ilegal," "las asesorías sí se realizaron" y otras. 

Pero Peñailillo pertenece a otra serie, un poco más antigua, que se ha llamado G90: una generación de políticos del PPD que él lidera y que se formaron en la década de la vuelta a la democracia en Chile. Como coincidencia de nombres y ácida sincronía, a nivel internacional el G90 es el grupo formado por los países más pobres de la Organización Mundial del Comercio para reunir fuerzas y plantear posiciones comunes, intentando con esto contrapesar al G8, el pequeño grupo de los más ricos.

El G90 chileno juntó en la década de 1990 a jóvenes políticos "sin cuna," es decir aquellos que no pertenecían a familias con apellido reconocible en los poderes políticos ni económicos (que como vamos viendo son bastante más cercanos de lo que parecían). Peñailillo, vocero de la zona sur de la  Confech cuando estudiaba en la Universidad del Bío-Bío, se fue perfilando como el representante, el símbolo, de una épica meritocrática de esa generación: jóvenes políticos que por su carácter y talento entraban a lo más alto de las esferas del poder de un país que hasta entonces sólo era gobernado por una elite impenetrable. 

La escalada del G90 —que incluía además de Peñailillo a nombres como Faúndez, Riquelme y Henríquez— se perfiló dentro del aparato político desde el gobierno de Lagos, poblando los gabinetes con un aire más académico, universitario, experto que puramente político o dirigencial. De ahí que su gran corpus de trabajo en las últimas dos décadas lleve el enlodado nombre de asesorías. Por ahí el triángulo académico/económico/político encontró un fértil terreno: ese grupo de jóvenes meritocráticos podía ocupar y alternarse en cargos estatales, al mismo tiempo de asesorar o formar empresas que busquen influir en el mundo público para lograr beneficios económicos. Por ahí fueron entrando, con uno que otro escándalo (como el del G90 Harold Correa en Chiledeportes) que no por escandaloso terminó con su ascenso.

Hoy, por la misma vía que mezcla academia, empresas y política, caen.

Los G90 vivieron el fin de su adolescencia y los formadores años de la primera adultez en la década que les da su nombre. Los '90 fueron años sucios. En Europa se estaba pasando de la claridad del corte de la guerra fría entre capitalismo y comunismo a una transición basada en el florecimiento económico, pero sin grandes ideales. En EEUU, el triunfo del free world dio paso a la serie de guerras en Medio Oriente que continúan hasta hoy y que producen por su salvaje disparidad una reacción radicalizada y también salvaje. En el mundo de la cultura popular se pasó del glam y el yuppi al grunge, que en contraposición al brillo y el éxito levantaba sin muchas ganas la bandera de los trapos sucios como ropa y el desencanto como melodía. Una forma de "no estoy ni ahí" que llevó a su lengua en esta lejana esquina del mundo nuestro Premio al Limón, Marcelo Ríos. Algo de esa cultura se transmitía a nuestro territorio: en cassette, cómpac o por el cable de MTV un sonido sucio y una ética dejada permeaban a la generación de los '90. Algo de ese pathos habrá llegado en algún formato también a Cabrero, 8ª Región.

En Chile, la transición era hacia la democracia luego del reino de uno de los dictadores más afamados de la historia mundial por su brutalidad autoritaria. Se transitó en los '90, por lo tanto, de la lucha contra (o a favor) del totalitarismo a otra cosa bastante más pequeña: la medida de lo posible. Esa transición funcionó, pero no tuvo la limpieza, la pureza, de la defensa de un ideal o de la lucha contra un tirano. Tuvo la suciedad de la política de los acuerdos. Pasando y pasando. Lo pasado pisado

Lo que no se pudo tocar, es decir el sistema económico, siguió funcionando libre, mientras el foco político estaba en mantener la democracia y en el esclarecimiento y condena progresiva de las atrocidades contra los derechos humanos.

Esos son los años formativos del G90. En ese tiempo en el que la prudencia en lo político llamaba a los expertos para reemplazar a los idearios y en que lo económico liberal corría por cuenta propia, alguien tenía que asesorar y alguien tenía que pagar. La década del 2000 fue el tiempo consagrado de la política de los expertos y del ascenso de Peñailillo y los suyos.

La formación de los G90 —y la de aquellos que por edad se hicieron hombres o mujeres en la década del '90— tiene la cochiná naturalizada. Si en los '70 Amor y Paz o Patria y Libertad eran los grandes orientadores para un sujeto. En los noventa el éxito por sobre todo en lo económico y el Ni Ahí para los ideales políticos produjo sujetos pragmáticos, pero desorientados y sin autoridad propia. Expertos que asesoran a los que llevan el peso, pero que carecen de piso propio. 

Los noventa fueron de transición y los 2000 de consolidación. El 2011 marcó otra cosa, más parecida a la revolución. Hoy hay protagonistas jóvenes muy distintos al G90 en su constitución, con ideas políticas más que experticias asesorantes. Los G90, como lo fue la década que les da su nombre, parecen haber sido también de transición. 

19 de marzo de 2015

Derrocamientos Varios

Por Francesca Lombardo
 
Hacer caer de su sitio, echar por tierra, literalmente “hacer caer una roca.” Hemos visto eso con una cierta profusión en nuestras noticias recientes.  Pero esta vez me parece al menos en tres situaciones, que la “precipitación” podría ser reflexionada en el contrapunto incesante entre lo privado y lo público, lo familiar, véase parental, y también la más extensa, colectiva o social. Un contrapunto que arrastra la transmisión ética, la ideológica y la afectiva.
 
Las madres, los padres y las filiaciones reales, imaginarias y simbólicas, los avatares de la transmisión entre generaciones, los enrevesados nudos o deslizamientos en la estructura edípica criolla: son esas reflexiones las que me parecen provocativas en este caso.
 
La enorme palabra que es la “ética” pareciera estar absolutamente tejida en las relaciones de principio estructurante, es decir en las relaciones de emergencia y nutrición de lo que habrá de ser un sujeto humano cabal, quiero decir un sujeto capaz de transitar incesantemente a lo largo de su existencia entre lo singular y lo universal, entre lo individual y lo social. La ética parece que sería aquello que un humano conserva aún cuando haya olvidado todo o casi todo lo demás.
 
Supuestamente hay cosas que el humano titubea en hacer ya que compromete en esa ejecución su pertenencia al pacto social y a los grandes tendones con que ha sido criado, educado e investido. Ciertamente que aquí habrá de suponerse la fuerza y la claridad con que ese sujeto ha aprendido a representarse al otro y a los otros, con qué vara ha sido medido y por ende con qué vara medirá a su vez. Qué lugar ocupa en él la capacidad de reciprocidad, de lealtad, de solidaridad con lo plural global y no solamente con sus pertenencias más evidentes, llámese familia, clase, arcas, etc.
 
Al respecto, las situaciones a las que aludo en medio del acontecer más o menos actual de nuestras noticias y hechos sociales, dan materia a algunas disquisiciones impías.
 
Empecemos por lo que podríamos llamar “vehiculación” y premuras del grande y feroz apetito, sea este el apetito de ingesta, acaparamiento y gula, o trátese  también del apetito de no retribución, de no cargar como se debe con el error, el accidente, la lesión inflingida al otro o a los otros, esa parte que nos cabe a cada uno en el intercambio general.
 

Caval es una sigla y también una palabra de historia equina, de “cavallo” (en italiano y/o francés), el cavallier, el cavaleur tiene lo equino a la base de eso que respecta a vehiculizarse, a transportarse, es un jinete en su móvil. También es una palabra asociada a cava, a cueva, a cavar, hacer orificio, hacer bóveda. Caval podría ser lo propio de la cueva, de la oquedad y de paso y en términos de transporte también lo propio de la vena cava.
 
Caval pareciera ser una palabra que en rigor no existe en nuestro idioma. Por eso se presta a la sigla. Desconozco lo que esa sigla significa condensadamente, por lo tanto intento tratarla como palabra que remite a sus raíces etimológicas y lo que estas pueden sugerir.
 
Hablo de circulación, de tráfico, de accidentes de trasporte, hablo de lo social y en eso inserto estos episodios que nombré anteriormente: - Caval  derrocamiento de una madre.  - Accidente de tránsito, muerte e impunidad, derrocamiento de un hijo. - Penta, la gula extrema de los gerentes, de los empresarios: el derrocamiento de algunos padres  económicos por obra y gracia de la comunidad fraterna y social que devela la polución extensa y obliga a sanciones.
 
Evidentemente son derrocamientos parciales, tal vez remontables. Pero me interesa más que nada la precipitación en su momento. Importa fijar ahí la atención.
 
En Chile, el día de la elección presidencial que dio como ganadora a una mujer, --hablo de la noche donde se inicia su primer período-- la mujer electa sube al escenario para celebrarlo con sus electores. En ese aparecer y por primera vez en este tipo de exhibición, lo que vemos es comparecer ante nosotros a una familia compuesta por madre, un hijo varón, dos hijas mujeres y la madre de la madre: es ese grupo el que se hace presente como estructura disímil en referencia al modelo de la “sagrada familia” habitual. Aquí lo que es mostrado es emocionantemente sociológico, chileno y laico. Recuerdo esa fotografía para la memoria como algo hasta ahí inédito, de una dignidad y veracidad reales, indiscutibles.
 
Abuela, madre, hijas y un hijo, primogénito, un hijo hombre rodeado de mucha mujer.
 
Un hijo que se casa y a su vez tiene un hijo hombre: el caso Caval si es un caso de ganancias y vehiculaciones varias es también un arreglo de cuentas edípicas, con todo lo sangriento que esta contabilidad puede resultar.
 
En los hechos no un hijo contra la madre sino las leyes de exogamia yendo por su ración.
 
En los hechos una mujer, la otra mujer del hijo colonizando los haberes. Me parece interesante a mi esta otra lucha de clases.
 
El hijo que ocupa un lugar digamos  algo “feminizado:” a la vez como “primer damo” y también como titular de un cargo que no tiene el espesor viril de otras carteras gubernamentales, se trata de Fundaciones Socioculturales que dependen de la Presidencia de la República y que habitualmente han estado a cargo de las esposas de los presidentes.
 
Así por una mujer interpósita (la esposa del hijo) la madre es sancionada, simbólicamente derrocada. Nada mejor que una mujer para herir a otra ahí donde duele. Matices del poder femenino en sus diversas vertientes civiles y domésticas. ¿Influencia o capacidad de decisión? Tal vez ni lo uno ni lo otro, sino una capacidad medular de obstrucción, de vérselas con el contrapelo de lo oficial. Bajas políticas de la retorsión que se apoyan mejor si hay una necesidad grande de hacer flamear mucho símbolo fálico, autos muy costosos, golpes empresariales y signos de poder de exhibición mediática.   
 
El otro acontecimiento en el que me fijo se refiere a un padre y un hijo, un padre que no trasmite, es decir alarga la bebificación de su retoño más allá de lo posible. Los amigos, el  dinero, los contactos, el servilismo social, el tejido de componendas judiciales, todo cooperando en la no investidura de un hombre joven y cautivo oportunista de su no acceso a la subjetividad adulta, civil. Derrocamiento que el padre ejecuta como el patrón que es y que no quiere dejar de ser.
 
El hijo un lactante eterno e impune, jubilado de partida por su padre quien confisca la ceremonia de armarlo caballero, de trasmitirle una voluntad ética que lo conforme y lo habilite.
 
Un joven sordo y mudo ante los sucesos que lo comprometen como hechor, profitando de los favores tibios de la impunidad, flacos favores por cierto, para él, para su padre, para su clase de la cual solo se ejemplifica su deterioro y decadencia.
 
Y finalmente en estos acontecimientos que nos recorren está el caso de los gerentes, de los empresarios y padres de familia. Jefes de dineros viejos y nuevos, todos mezclados en el sálvese quien pueda. Padres con mayúscula y padres con minúscula, los dueños, los gerentes generales y los subordinados, padrecitos menores, vulnerables, identificados todos también al poder pero que caen primero y hasta se salvan un poco. Ellos son los que primero caen pero a la vez son los que en ciertas condiciones primero “cooperan,” venden y zafan. Derrocamientos a granel en la horda de padres: su asistencia grupal en la sala judicial así lo muestra. El Estado, el juez y los fiscales vienen a recordar, también como padres, que mal que mal también somos una República, algo que es de todos y que a veces al menos es bueno recordar y hacer sentir. Que la “cosa” de  todos se recupere, que podamos pensar, enjuiciar y sancionar me parece  redundantemente “una buena cosa.”