8 de julio de 2016

La Perla del Mercader

Por Francesca Lombardo

En el Museo de Bellas Artes figura entre las obras de exhibición permanente una pintura de Valenzuela Puelma, un cuadro de gran formato posiblemente neoclásico y cuya escena resulta exótica: un mercader árabe o turco exhibe a la venta una mujer a medias velada, casi desnuda en la sugestión de los velos que la cubren; es una mujer deseable y carnal que perfectamente podría ornar el prestigio de un serrallo. Este cuadro se llama La Perla del Mercader. Hace años el pintor chileno Juan Domingo Dávila realiza una obra tomando esta misma escena de subasta y seguramente también la permanencia del original en el Museo como un referente instalado, para sustituir la perla o el rostro de esta con el rostro de Verdejo, caricatura chilena del dibujante Koke popularizada en la revista de sátira política Topaze (entre los años treinta hasta los setenta del siglo pasado aproximadamente y con una distribución y una venta muy amplia). Dávila es un artista chileno que reside hace muchos años en Australia y su obra es, por decir lo menos, punzante y de una insolencia irónica y política irremediable. Aun viviendo en el exterior viaja a Chile durante años para exponer regularmente su trabajo.

Esta obra que altera a La perla del mercader oficial y museística fue expuesta, en los años noventa quizás, en una muestra que se llamó Rota y que reunía otras obras donde el autor también mutaba el rostro del personaje esperado por el de Verdejo. Parece fundamental describir este personaje de la historia del comic chileno: Verdejo es anterior a Perejil, a Condorito, es la representación más socarrona y ácida del roto chileno, flaco y astuto, entre vagabundo y bueno para todo y para nada, alcoholizado y sin mucha ilusión sobre nada y nadie, sobrevividor a todo trance, feroz como un guarén.

Un cuerpo enjuto cubierto por ropas tirillentas, unos pocos pelos hirsutos en la barba, con pocos dientes, muchas caries y seguramente aliento vinoso, es interesante que este personaje despierte entre aversión y fascinación. Posiblemente hay algo en él de irreductible, es el roto chileno de la Guerra del Pacífico, de la tropa regular que se comió el desierto y pasó a sangre y fuego a toda población que se le cruzara, que no dejó pasar el botín de guerra y, me olvidaba, que por supuesto utilizó el corvo como tenedor y corta uñas, ese corvo de origen tal vez montañés y luego usado por los mineros del salitre en el norte, su punta rapaz servía para agarrarse a los pedrugos de caliche. Es tardíamente que el Ejército Chileno lo incorpora como arma de tropa para el combate cuerpo a cuerpo. También lo vuelve el corvo desleal en la tortura y el crimen político.

Verdejo con bombachas rojas, la infantería de la nación, la carne de cañón de la patria.

El roto es temible y también salva, puede ser fiel y fiero pero nunca es muy seguro que reconozca al amo. Es pues lo más distante de lo pintoresco del pillo blando que es Perejil o de lo inocuo de Condorito, que es un pobre ave “bueno”, él podría ser un jardinero o un mocito, un junior que compra cigarros. Verdejo no es nada de eso. Él es más bien un husmeador depredador de cuidado, una característica inolvidable en su rostro es su gran boca, una boca que ríe en permanencia instaurando una distancia enorme y a la vez una connivencia irónica, insultante. Una gran boca como una herida que no cierra, desde donde se eyecta la risa, la carcajada procaz y también el insulto mestizo. Pantalones con parches en las rodillas y doblados en la basta, una faja que es un trapo enrollado a la cintura, como la faja campesina pero esta es de cargador, para proteger el riñón, hojotas en vez de zapatos que señalan lo rural cercano aún pero también el entendimiento a fondo de lo urbano y citadino.

¿Por qué hablar tanto de este personaje y comenzar con La Perla del Mercader y la sustitución? Me parece que es por la perla (en los años 1950 en adelante hubo un dúo folclórico chileno llamado “Los Perlas” que aparecían vestidos como Verdejos y cantaban con el falsete propio de la cueca chora La Cueca del Guatón Loyola). 

Pero volviendo al roto, actualizándolo, así como en la guerra él sigue dando satisfacciones, la selección chilena ahora es bicampeona y cuenta entre sus aguerridas filas con casi puros verdejos. Me gusta eso, hay una épica en eso, pero seguramente el más, el terrible, la perla heroica, es Medel,  el perro, el Gary que no deja pasar, el que juega con lesión y con el muslo embarrilado, el  que llora desconsolado cuando no se logra ganar, el que se estrella contra el palo del arco sin titubear, poniendo la parrilla costal, la cadera, lo que sea para que la pelota no entre. El perro putea sin tregua, inventa neologismos que venden duro en el mercado, hace spots publicitarios, tiene unos hijos gemelos de los que lleva tatuados sus nombres en los antebrazos, tiene una púdica dulzura cuando habla de ellos o de sus padres y de su niñez en la Palmilla.

El año pasado, o tal vez antes, después del Mundial en Brasil o unos días después de que la selección ganó la copa América por primera vez, el Ejercito de Chile, en una ceremonia más bien privada y a la que nadie más del equipo fue invitado, le entregó a nuestro perro Medel, un corvo.

¿Por qué a él y solo a él el Ejército lo distingue con esta arma particular?

Tal vez porque el hilván a la figura del roto chileno, el que se carburó con chupilca del diablo para aguantar la marcha y el combate y que sigue carburándose para aguantar la vida, es necesario renutrirlo, reposicionarlo y atraerlo, hacerlo rendir más como la mano, el hombro, los pies de obra que sostengan y defiendan a la patria.

La perla, el perro, no sabemos qué piensa del Ejército. Sí sabemos, porque lo ha dicho en entrevistas, que de no haber jugado fútbol habría sido narco. Como insolente guarén es un pirata que juega con piratas, capaz de hacer cuerpo en lo filial, no en lo institucional. Es posible que la horda fraterna sea su pertenencia, su manada. Si esta no existe o se acaba, Verdejo se guarece solo en los desagües, tapado con los cartones de su soledad.

El mercader no cesa de exhibir su perla, la regatea, la usura, solo que la gran boca que sonríe a medias desdentada y furiosa no tiene precio. El monto, el precio, el valor de cambio de esta mercancía como el mismo Verdejo vienen rotos.


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