30 de agosto de 2012

Abusando en Chile

Por Antonio Moreno Obando

El abuso aparece en nuestro entorno a diario. Como una posibilidad o de facto, en ambas direcciones se pone en las plataformas comunicaciones con protagonismo; ya casi no se habla de otra cosa. Pero a pesar del permanente cruce de acusaciones, la omnisciente conciencia del buen ciudadano decente y comedido no parece dudar en tomar una bandera única contra el bullying, contra la discriminación sexual, migratoria, racial, contra las malas prácticas empresariales, contra la pedofilia, contra el abuso de sustancias, abuso policial, abuso tributario, abuso sexual. Pero entonces si estamos todos de acuerdo ¿por qué seguimos hablando de esto como si cada uno estuviera solo contra el mundo?

Por estos días es posible ver en el canal de caricaturas Cartoon Network dos contrastantes situaciones de abuso en su franja comercial:

En la primera se puede ver al Pato Lucas frente al computador, probando suerte con una aplicación de facebook en la cual la gente opina sobre él. El gesto vanidoso del personaje comienza a desdibujarse cuando advierte que todas las opiniones son ofensivas: según el sondeo es feo, ladrón y poco hábil, datos que llegan incluso a un humillante 400% de las respuestas. La escena termina con una pregunta dicha con desgarro, arrojada al vacío: ¿quién pudo tener tan macabro propósito? En ese momento se puede ver la fotografía de un usuario con la cara de Bugs Bunny, irónico y sonriente.

En la segunda se muestra la caracterización por personas reales de personajes correspondientes a una serie infanto-juvenil habitual de la parrilla. Aparece ahí un grupo de niños que intimida directamente a un compañero de curso, causando un evidente daño moral. En la última escena aparecen todos los actores, ya fuera de sus personajes, profiriendo un mensaje dicho a coro: no hagas bullying.

Al parecer se hace al mismo tiempo el esfuerzo de acercar personajes clásicos con situaciones actuales y asociar la marca Cartoon Network con objetivos de responsabilidad social empresarial, sin importar que ambos mensajes apunten a sentidos distintos.

La forma de comprender al individuo desde un segmento o desde un perfil de consumidor determinado permite estas curiosas disonancias, las cuales dan mucho trabajo a las agencias publicitarias y a algunos estudiosos sociales para tratar de aunar lo que al parecer no tiene forma de aunarse. Pero el sujeto se escapa a la categoría y su posición centrifuga le permite habitar entre estos dos sentidos.

El público chileno hoy tiene un enorme malestar asociado al abuso y esta contradicción vista en la franja infantil por toda la familia es un buen pretexto para olvidarnos un momento del sentido “común” de las prácticas sociales saludables que brotan con facilidad de los discursos ciudadanos para pensar en la posición que jugamos al interior de este, nuestro querido y odiado lío.

Si un chileno ve con sus hijos estos spots riéndose con el primero y pensando en cambiar de canal con el segundo ¿será un criterio diferencial para diagnosticarlo como un sociópata, o para derivarlo a un programa de habilidades parentales en algún dispositivo psicosocial de su comuna?

Este año ha ocurrido un desplazamiento muy particular en los problemas internos de las comunidades educativas: de la explosión de pánico al bullying en el 2011 al acoso sexual este 2012. En ambos casos, este año con mayor escándalo que el anterior, frente a la evidencia de un hecho real y traumático, las víctimas expuestas en los medios de comunicación construyen un discurso de horror en aquellos telespectadores que si bien no han vivido el hecho real, se toman de esos discursos para sentir y pensar esa vivencia en sus propias casas.

Freud al poco andar en su construcción metapsicológica, tuvo que desconfiar de la ocurrencia real de los ataques que generaban los traumas relatados por sus pacientes. "Ya no creo en mi neurótica" le decía en una carta Freud a su amigo Fliess a propósito de los inagotables relatos de traumas sexuales.

Esta desconfianza poco compasiva de Freud levantó una dura controversia en sus seguidores, en particular en Ferenzci, por dejar fuera la variable real de lo traumatizante. El punto es que Freud jamás abandonó el estatuto traumatizante en lo real, lo que hizo fue situar en el centro una “realidad psíquica” en la cual se anudan los malestares y dolencias más agudas. Esta “fantasía” tiene una lógica, una escena y una verdad para cada sujeto, el cual vive de insatisfacciones, goces, deseos y pulsiones todas orquestadas por un lenguaje que no viene de fábrica en la información genética, sino que ya estaba cargado de significancias antes de que cada uno pudiera aprenderlo.

Una comunidad educativa que vive en la carne un abuso de poder por bullying o por acoso sexual, no es igual a aquella que pone su malestar embutido en el discurso de la amenaza inminente de algo que no ha ocurrido. Ser miembro de una comunidad amenazada por el abuso, demandante de algún especialista que los ayude con la prevención de un problema que es del otro, se tranquiliza en la medida que no es capaz de salir del sentido “común” que todos los apoderados comparten en su identificación como tal. El apoderado psicoeducado en una escuela para padres va por una expiación de su responsabilidad pero no deja la posibilidad de enredarse por la particularidad de su propio e intransferible malestar.

Esto de develar la propia relación que cada uno tiene con el abuso, al parecer no es posible de universalizar. La apropiación de ese discurso es fundamental para que no se confunda con la demanda de tranquilizarse en un remedio ajeno.

Pero también la comunidad educativa chilena en su conjunto está pensando en el abuso, en el poder, y quizás todos tengan una relación diferente a ese abuso: el de quien se siente abusado por ser segregado, o quien se siente abusado por no poder entrar a su colegio tomado. El asunto es que cada malestar en particular pueda tomar un espacio público para hacer lazo social, sin la brillantez del acuerdo sino con la opacidad de lo que contraría. En la plaza pública esta el Pato Lucas y Bugs Bunny, quejándose ambos, seguramente, por la posición particular que el dibujante les da como un mensaje que desconocen en el spot televisivo.

20 de agosto de 2012

El espejo binominal

Por Peter Molineaux

Con la llegada de la campaña electoral municipal y la sombra anticipatoria de la presidencial, los políticos establecidos afilan cada vez más sus ataques. Este gobierno ha sido incapaz de darle dirección al país. Ustedes en 20 años no hicieron nada. Nosotros disminuimos la pobreza. Ustedes usan un método sospechoso.

Ustedes y nosotros. Cuando el Senador Lagos Weber da una entrevista acalorada en la radio, termina sus frases con "¿ah?" Parece un desafío: "yo no sé si el presidente Piñera se va lograr imponer, ¿ah?" Lo dice a propósito de los ministros embarcados en tempranas pre-candidaturas presidenciales. Del otro lado la respuesta no tarda: ellos también lo hicieron con Alvear y Bachelet.

Ellos y nosotros. La lógica de Yo y el otro.

Para asegurar que ese Yo y ese otro fueran siempre los mismos, se instaló hace años algo conocido como el binominal y que cada cierto tiempo aparece en la discusión nacional. Siempre casi se cambia, pero no se hace. Mientras tanto, abajo, en la calle, los secundarios se toman los colegios, queman buses y claman: NO HAN RESPONDIDO A NUESTRAS DEMANDAS.

El sistema electoral binominal se estableció en Chile durante la dictadura militar y se legitimó dentro de la constitución de 1980 en un cuestionado plebiscito. Su fin es garantizar la estabilidad en el país a través de una fórmula electoral que favorece la existencia de dos grandes coaliciones por sobre una representatividad más directa de las distintas voces. Este video explica su funcionamiento.

El binominal permite hacer política de ellos y nosotros sin cambiar la estructura económica del país. Estabilidad. Como los Republicanos y Demócratas en Estados Unidos, Girondinos y Jacobinos en la Revolución Francesa, hay ciertas cosas sobre las que se puede pelear mientras se mantenga el orden económico de los que ya se han establecido.

Eso funciona en las democracias mientras los pueblos tengan sus necesidades relativamente satisfechas y los que se interesen en política puedan identificarse con alguno de los dos lados y disparar contra el otro. Que sea Yo contra el otro. Pero hoy algo está fallando en lo que se ha llamado crisis de representatividad. En las últimas encuestas, un bloque político tiene un 19% de apoyo y el otro un 24.

Para el psicoanálisis la relación al otro se establece en un juego de identificaciones: para ser Yo tengo que hacer primero el paso de entender que hay otro. Cuando sé que hay otro me identifico a él entendiendo que Yo también soy otro. En seguida, al operar el narcisismo, rechazo al otro como distinto a mi. Yo soy yo. El otro es otro. Nosotros y Ustedes.

Ese juego de identificaciones es un espejismo. Instala un velo que permite orientarse en el mundo, con los objetos. Una fantasía inconsciente. Mientras funcione seguimos adelante, odiando al otro, amando al otro, ignorando al otro. Por ese espejismo se tramitan nuestros afectos y nuestras pulsiones más feroces. El espejismo funcionando les da curso. Estabilidad.

Pero de pronto falla. En la vida de un sujeto, cuando tambalea su juego de espejos aparece el extravío, la queja de que algo no anda bien. Hay angustia, descontrol, dolor en el cuerpo. Hoy el juego del espejo binominal está fallando y los sujetos se dan cuenta (excepto el 19 - 24%). Una porción grandota del país no está siendo representada a través de ese sistema, y la sintomatología está a la vista.

La representatividad es parte fundamental para que el espejismo funcione, para que haya un nosotros y ustedes. El psicoanalista francés Jacques Lacan tiene entre sus frases célebres la críptica "un significante representa a un sujeto para otro significante." Eso quiere decir que para representarse, un sujeto tiene que estar entre dos palabras, entre uno y otro. Para que haya uno y otro el espejismo tiene que estar funcionando, aunque sea un engaño.

Pero el espejo binominal está quebrado. Su promesa de estabilización no se cumple porque los políticos que mantiene en el Congreso no representan a los sujetos. Cuando un senador representa a un sujeto frente a otro senador, la cosa anda. Cuando el sistema electoral asegura que un senador no represente, la cosa no anda. La cosa corre, la cosa incendia, la cosa lanza piedras.

Los opositores más duros al cambio del sistema electoral han sido de la UDI, partido fundado por el creador –y en su momento beneficiario– del binominal, Jaime Guzmán. Los otros partidos no son opositores al cambio, pero tampoco grandes entusiastas porque probablemente crean que garantiza estabilidad, especialmente para mantener el panorama político establecido (del que son protagonistas).

Si lo que interesa es la estabilidad, es decir una relativa paz social y la posibilidad de discutir si mi idea es mejor que la tuya, conviene deshacerse del binominal porque lo que desestabiliza no es que exista una variedad de representaciones. Lo que desestabiliza es que no sean representadas.

En sus primeros intentos por esbozar un aparato psíquico para el psicoanálisis, Freud tuvo que crear un término casi paradójico, en apariencia redundante: vorstellungsrepräsentanz, el representante de la representación. Extraña figura, pero necesaria lógicamente para dar cuenta de lo que se comenzaba a hacer evidente en las primeras formulaciones psicoanalíticas. Una representación es una suerte de objeto psíquico, cargado pulsionalmente, que existe e interactúa con otras en el inconsciente. Para poder ser hablada, para pasar a la consciencia, esa representación tiene que ser representada por otra representación, esta vez una palabra.

Representación-cosa, representación-palabra decía Freud. La segunda representa a la primera en la consciencia: de ahí la figura del representante de la representación. Ese paso representativo –ese paso de inconsciente a consciente– permite que se tramiten las pulsiones y se descarguen las cantidades que de lo contrario se van acumulando, causando estragos.

Los estragos de hoy no son solamente porque el gobierno no escuche. Existen porque hay representaciones que no están siendo representadas. Al no poder representarse –ser un Yo versus algún otro– no pueden entrar al juego de espejos que produce estabilidad. El binominal buscó dar esa estabilidad, pero está estructurado para evitar la representación. Hoy está mostrando sus efectos. Hoy está en crisis.

16 de agosto de 2012

El desalojo de Chile

Por Antonio Moreno Obando

La palabra desalojo es significante para la subjetividad de los chilenos porque aparece asociada a una serie de otros momentos de nuestra experiencia: desde el golpe de estado, pasando por la búsqueda de enemigos de la patria a domicilio, hasta la predicción profética de Allamand en su libro El Desalojo (2007) y la destacada participación de los municipios en la crisis educacional chilena.

El desalojo hace pensar la irrupción forzosa en un espacio donde hay un sentido operando desde una particular e irrepetible disposición de las cosas. No es tan exagerada la crisis nerviosa que le ocurre a algunas personas que extravían cosas en el hogar ¿Dónde dejé esta cuestión? Por momentos la angustia es desestructurante y deslocalizada, como si a propósito de la búsqueda de un objeto pequeño y cotidiano como las llaves, el hogar familiar se trasformara en un lugar extraño. Es que los espacios por donde circulan y habitan los sujetos logran constituirse en una materialidad que soporta el sentido, que lo hace posible y se ofrece como continente para la experiencia. Un desalojo implica violentar ese ordenamiento, implica desconocer las razones de por qué ese ordenamiento de las cosas tiene un sentido particular para quienes circulan localizados en ese lugar.

La palabra desalojo también aparece junto a la palabra lanzamiento, cuando las familias que no pagan su tributo al arrendador por ocupar un espacio son lanzados a la calle por sinvergüenzas y no entender la reciprocidad del intercambio pecuniario.

Al ser el desalojo un instrumento legal para lanzar a las personas fuera de su espacialidad simbólica, aparece también en el problema territorial de nuestros pueblos originarios en tanto mecanismo garante de la propiedad. Un día, una ley chilena se impuso de facto a la ya existente en la sociedad autóctona, sosteniendo su legitimidad argumentando un irreductible proceso histórico lleno de beneficios, desconociendo así por completo el ordenamiento simbólico de esos sujetos. Desde ahí el primer desalojo: instituir unilateralmente una lógica pecuniaria y de capital al continente vivo de sus vivencias ancestrales. A cambio Chile le entrega un papel que se puede entender desde la nueva ley como un vale por riquezas nuevas, como una especie de súper cheque restorán. Cambiar recursos que se gastan y desaparecen en el tiempo por un corte de lotes de tierra permanente en el territorio donde han vivido por siempre parece un acto de desalojo, con compensación económica claro está.

Una vez que los habitantes de estos territorios quieren recuperar el sentido de lo que su experiencia como pueblo fue perdido, son nuevamente desalojados.

¿Por qué Allamand, precandidato presidencial, eligió la palabra “Desalojo” para criticar el manejo político de la concertación? ¿Por qué la última reunión más importante de la Confech se hace en la Araucanía? Una de dos: o el nombre del libro es una coincidencia o la palabra desalojo representa para la subjetividad chilena algo mucho más amplio que una acepción o una figura legal.

Nos enfrentamos en estos días al desalojo de las tomas de los estudiantes secundarios. La operación logística de los menores tiene el sentido de una ocupación ilegal de un inmueble. Pero hay muchas diferencias entre las palabras toma y desalojo. La toma es en primer lugar realizada por aquellos ciudadanos que no tienen un lugar donde contener su experiencia o donde poder darle una localidad a sus vivencias: personas sin vivienda, sin educación, sin sus territorios ancestrales. La toma es una ocupación ilegal porque está realizada por aquellas personas que no tienen la posibilidad de pagar el tributo necesario a un dueño para poder conseguir un continente a su existencia. Vulneran la libertad porque no deja que otras personas que sí tienen para pagar los tributos necesarios puedan hacerlo libremente. La queja de los apoderados que sí quieren clases en los colegios tomados tiene el mismo sentido: déjeme pagar la educación de mis hijos al precio que yo quiera, si estamos en un país libre.

La toma tiene algo de mensaje; también tiene algo que, dicho en un gesto, va dirigido a ese mismo dueño que exige tributo: ¡Toma! Una persona que dice haciendo un “Pato Yáñez” ¡toma! esta también confesando que ha sido abusado muchas veces, que está aburrido de que le metan goles o que hagan ostentación de superioridad. ¡Toma! es un desquite, es una manera de marcar que hay un sujeto que aún sigue vivo a pesar de mostrarse invisible.

Pero toma también tiene algo de invitación, aunque asuste pensar en las ganas que pudo tener Pato Yáñez en ofrecer sus partes pudendas a los brasileños, es una manera de señalar lo que está afuera de la ecuación. Es un reconocimiento del poder del amo, pero al mismo tiempo es el derecho de poder ofrecer ese goce al Otro cuando yo quiera: ¡ahora toma!

La autoridad política tiene la obligación de leer los mensajes de quienes han votado por ellos. Es posible que la ciudadanía tenga que tolerar también que aquellos encargados de leer las demandas puedan hacerlo desde el prisma de sus propios intereses. Pero lo que no parece posible es que quien decide en esta democracia helénica, cual filosofo tecnócrata, no tenga interés en visibilizar aquellos que dependen de su decisión.

Es posible que si de alguna manera la experiencia de los excluidos tenga alguna forma de ser escuchada, la pasión por desalojar y tomar se desplace en otra cosa.

13 de agosto de 2012

Don Carlos

Por Peter Molineaux

Cuando Fernando Paulsen entrevistó al Senador Carlos Larraín en un programa radial hace algunas semanas, se refirió casi invariablemente a él como Don Carlos. En otra radio, unos días antes, la periodista Claudia Álamo hacía lo mismo. También en su página de Facebook el senador recibe casi siempre el distingo de don en los alientos de sus seguidores. Hay incluso un blog que antecede su nombre con el mismo título: doncarloslarrain.blogspot.com

El presidente de RN, más conservador que una buena parte de su partido, es considerado homofóbico y machista por declaraciones públicas que ha hecho. Ha relacionado a los homosexuales con la zoofilia y la pedofilia además de declarar que las mujeres son "débiles" a propósito de Michelle Bachelet. Sin embargo, evoca en algunos de sus interlocutores la necesidad de hacerle una reverencia: Don Carlos, déjeme hacerle una pregunta... Don Carlos, siga así...

Aunque conserve de manera sorprendente una cabellera frondosa y sin canas, el senador tiene casi setenta años. Quizás por eso se le diga así, como decirle don Luis al carnicero septuagenario. Puede ser. Pero Larraín trae algo más.

Se le escucha con aires de viejo tradicional, de patrón de fundo, con las tr pronunciadas como ch y con la lengua un poco más atrás hacia la garganta. El efecto papa en la boca. Chemendo. Ese aire, más que su edad, parece ser el gatillante de una reacción inconsciente de quien lo interpela. A este hay que decirle Don.

A la manera del usted, el don se ha transformado en Chile en una muestra de cariño. No es raro escuchar a las parejas decirse usté, entendiéndose con eso una mayor intimidad que con el informal tu. A un buen amigo –también en señal de cariño– se le da un abrazo y se le lanza un "cómo está don Pancho, compadre." Pero en el caso de Don Carlos no se trata de eso.

Ni por la edad ni por cariño, sino por lo de patrón. Un presidente, ya sea de un partido político o de una nación, no es un patrón. El patrón –el original, el del fundo– tiene una historia anclada en la Colonia y detenta el derecho a todo lo que crece y vive en su terreno, incluyendo a los humanos. Esa historia está presente en el automatismo de llamar Don Carlos al senador Larraín.

La figura patronal, que aparece en manifestaciones inconscientes como las de los periodistas de más arriba, está funcionando aún en la subjetividad de los chilenos. No en todos, pero anda por ahí.

La posición del patrón tiene el efecto de neutralizar lo que el psicoanálisis ha llamado función paterna. Esa función regula el intercambio dentro de la familia –prohibiendo el incesto– e instala la exogamia como norma general de la civilización. Separa lo íntimo de lo privado y lo privado de lo público. En tanto función, no requiere en cada familia la existencia concreta de un padre. Es la noción profunda, instalada estructuralmente, de que estamos regidos por una ley civilizadora.

En el fundo pueden haber muchas familias con distintos padres, pero cuando aparece el patrón, la ley que regula el intercambio en y entre las familias es arrasada. Él tiene derecho a todo: a las mujeres, a su prole, al trabajo, a la casa, al suelo. Y también al padre, transformado en peón. Toma lo que quiere, hace lo que quiere, porque es suyo.

Al anular al padre, el patrón reemplaza a su función. En lugar de la regulación aparece la intrusión, violenta, caprichosa y capaz de cualquier cosa.

El patrón está detrás del machismo y del acoso sexual, transformado en ideal. El marido machista y el jefe jote no son patrones de fundo, pero se identifican a su figura idealizada. Muchas veces la distancia entre lo que son y lo que pretenden ser es tal que caen al lugar de la caricatura. A un periodista no se le ocurriría tratar de don al machomenos. Pero sí a Don Carlos.

El senador hace aparecer al patrón original desde el inconsciente porque se le parece. Lo que preocupa no es Larraín, que con los años, la tintura y los chascarros se va acercando cada vez más a la caricatura. Lo que sorprende es que el patrón –la palabra, la figura– esté burbujeando en el inconsciente de periodistas más bien progresistas como Paulsen o Álamo. La reverencia que evoca la figura del senador no se circunscribe, por lo tanto, a sus fans. El pachón en Chile todavía opera con cierta amplitud. Y el hecho de que sea inconsciente lo hace más potente.

9 de agosto de 2012

Estudiantes On Fire

Por Antonio Moreno Obando

El día de ayer se llenó de palabras alrededor de la imagen de tres buses incendiados. Algunos las dijeron con indignación, otros con suspicacia frente a la oportunidad del hecho; pero más allá del vértice desde donde se mire, en ambos casos la sospecha paranoide y el presentimiento de abuso del otro se deja aparecer como malestar. Aunque estos enfrentamientos ya han ocurrido muchas veces, siempre guarda su efecto de novedad, su sorpresa nos sigue provocando más allá de los discursos que podamos articular en torno a los actos y no terminamos de purgar el apremio.

Este enfrentamiento encontró en una manifestación no autorizada nuevamente a la fuerza policial y a los estudiantes. Pero esta vez la quema de nuestro particular medio de transporte deja del lado del acto incomprensible a los menores de edad y a los adultos del lado de las preocupaciones a través de tres temas que no tendrían nada en común: reforma tributaria, calidad de educación y terrorismo.

Más tarde el dialogo entre jóvenes incautos y adultos responsables fue posible por los medios de comunicación gracias a una singular frase proferida por el secretario "inspector" general de la república: "nadie está por sobre la ley." Dio la impresión de que si el profe Chadwick hubiese podido expulsar a estos alumnos del país por atentar contra la sana convivencia nacional, no le habría temblado la mano. Pronto aparece la respuesta del alumnado indisciplinado con sus habituales justificaciones: "pero si son los empresarios de la educación lo que están por sobre la ley..."

A propósito de inspector general y autos incendiados, el año 2005 el ex-presidente francés Nicolas Sarkozy, quien por ese entonces ostentaba el mismo cargo que hoy tiene Hinzpeter en nuestro país, tuvo la oportunidad de iniciar con sus provocativos comentarios una de las olas de insurrección urbana al rojo vivo más recordadas de este nuevo milenio. Todo inició cuando dos adolescentes árabes murieron arrancando de la policía, presumiblemente asustados por la discriminación que los inmigrantes sufrían en los cuarteles. Luego, el sentir de los guetos fue representado en movilizaciones ciudadanas periféricas, ocasión ideal para que el destacado político pudiera expresar lo que a su juicio todo francés decente pensaba: "pero si ellos son la escoria..." Unas semanas después se quemaron más de 1.200 autos en París. ¿A cuántas micros quemadas estamos de que Hinzpeter sea precandidato presidencial?

Por otra parte aparece desde marzo en Buenos Aires la quema de autos en las calles, a través de actos no vinculados a manifestaciones ciudadanas, pero sí a la Federación Anarquista Informal, que al parecer mantiene operaciones en Chile y en otros países de Latinoamérica. Si usted googlea esta federación, verá posteadas cada una de las reivindicaciones que al menos en Chile estos movimientos acráticos y candentes hacen de sus actos. ¿Qué significa que los que aparecen encapuchados tengan Facebook, Twitter e incluso páginas web?

Algo del acto busca ser reconocido, porque aunque no exista un espacio simbólico para ese deseo encapuchado, tampoco puede quedarse simplemente obturado: la stasis además de guerra civil también es un coágulo de sangre que obstruye la circulación y mata.

En nuestros sistemas formativos en vías de desarrollo ese deseo en un cuerpo joven debe subyugarse, por ser aun inexperto, a través de un agente del saber. El saber es depositado en esos cuerpos en un movimiento vertical que absorbe en su control todo afán de diferenciación. Pero aunque este depósito exija siempre una apacible recepción, no reconocer el deseo que pugna por diferenciarse como una demanda propia es transformar esa subjetividad en acto para poder existir. Es tomar el lado jectum del sujeto: negar, eyectar para ser reconocido. De ahí radica la esterilidad de aquella coerción no solo del saber del profesor, del inspector general y del ministerio tecnócrata, por tratar de encarrilar al cuerpo joven desde las alforjas de la institución, sino que también de la disciplina de los cuerpos: palos, empujones, transantiago apretado en la mañana, llegaste atrasado, cállate, siéntate, aprende algo y sé alguien en la vida, sí profesor, me rindo, no me castigue, le tengo miedo.

El niño con algún déficit funcional, que hace enojar al deseo del profesor, el cual a su vez depende del deseo del otro que también se enoja con él, manda al pequeño futuro delincuente fuera del aula para que la medicina se encargue de corregir su desadaptativo impulso: metilfenidato, inhibidores de la recaptación de la serotonina, risperidona. Además algún programa conductual no sería mala idea, alguna de las fórmulas coercitivas de la terapéutica para que deje de transgredir, de tirar las mesas por el aire, de golpear al profesor, de jugar con fósforos. Pero los tratamientos fracasan una y otra vez. ¿Será este niño hijo de Satanás? Probablemente no, sólo que no puede tomar prestado algún discurso que lo admita y le permita ser reconocido. Su deseo solo puede ser acto. ¿De dónde podrá ese niño tomar un discurso que le permita acceder al lazo social? Probablemente no a través del castigo, sino más bien del reconocimiento de ese deseo en un ámbito que no sea solo el del acto. El castigo y el fármaco siguen siendo acto.

En la versión liceana de nuestro conflicto estudiantil, esta violenta y peligrosa transgresión a los normativos de convivencia de nuestro país como lo es la quema de tres buses del transantiago, tiene una paradoja encerrada en las fotografías del incendio, las cuales parecen causar más fascinación que terror. ¿Qué evoca al ciudadano pedestre la quema de aquel indigno medio de transporte en el cual debe encajonar su cuerpo a diario de dos a cuatro horas? No parece que sea el terror pavoroso precisamente lo que evoca.

Reconocer un deseo tras la capucha no es una manera de respaldar el acto y su violencia, es simplemente poner en el discurso aquello que apremia por no ser reconocido para que luego pueda renunciar y situarse en una demanda. Si las capuchas con sus piedrazos fueran vistos como un nicho de mercado, hace mucho rato que el ministerio tecnocrático habría pensado en una oferta. ¿Habrá algún hombre de visión que vea alguna rentabilidad y reconozca una demanda? Difícil es pensar que aún no ha nacido alguno en un país lleno de emprendedores. ¿Por qué queda la impresión de que hay una enorme rentabilidad en la periferia del mismo mercado, por ejemplo en el poder que da llegar a acuerdo para el financiamiento de la educación en la cámara de diputados, en formar sociedades sin fines de lucro universitarias o en las franquicias tributarias?

6 de agosto de 2012

Fúmese dos

Por Peter Molineaux

Aún no dejaban de agitarse las olas alzadas por las declaraciones del Senador Rossi acerca de la marihuana cuando apareció nuevamente Fulvio, esta vez encabezando una propuesta de ley para restringir más el cigarrillo en espacios públicos.

Parece una contradicción, una hipocresía: se fuma su vicio y quiere que dejemos el nuestro. Chaaaaaa.

Rossi ha salido en todos lados explicando que no se trata ni de meter a niños a fumar marihuana en lugares cerrados ni de prohibir el tabaco absolutamente. La idea es que los adultos tengan la libertad de fumar lo que quieran, pero que no se lo impongan a los que no quieren.

El tabaco, que siempre ha sido legal, es rechazado por sus oponentes con el desprecio altanero del moralismo: haz lo que quieras con tu salud, yo quiero preservar la mía. El ascenso moral de no fumar ha sido estelar y la caída del pucho estrepitosa. Desde ser lo más cool –y sobre todo lo más sexy– pasó a ser asqueroso, hediondo y malo. James Dean, con el cigarro en la boca y la mirada audaz, es reemplazado por fumadores entumidos y apurados afuera del restorán o abajo del edificio en el trabajo. Del centro de la foto, el cigarro pasó a los márgenes de la ciudad.

En su época de oro, soplar el humo del tabaco daba una pausa en el diálogo de las películas y permitía, por ejemplo, a Liz Taylor interesarse más por su cigarrillo que por su amante durante unos segundos: la sustracción momentánea de su deseo produciendo deseo en el otro.

La belleza tenía olor a tabaco. Y ese olor también era bello.

Hoy es puaj, lávate el hocico. Aléjate de mi. Los ceniceros se usan para poner velitas perfumadas y el fumador recibe como agregado la humillación del cuestionamiento de su capacidad cognitiva: sabes que hace mal y que es cerdo... y lo haces igual. Tonto. Luego se inicia el ataque definitivo, demoledor, victimizado: me haces mal a mi, un fumador pasivo, con tu estupidez. Me estás matando.

Algo de la estupidez está asociada a la adicción, a no poder dejarlo. Lo que no se puede dejar no es solo la nicotina, pues sabemos que los chicles y los parches no sirven demasiado. Lo que está ahí es la erogenización oral, el más primitivo de los destinos de la líbido. Ese goce, localizado durante un tiempo en el cigarrillo, se ha ido moviendo hacia la comida con la restricción del tabaquismo. Aumenta hoy la obesidad y su vecino del frente, el veganismo.

El tabaco, a diferencia de la marihuana, no vuela, pero con su nicotina entrega a los receptores del cerebro una satisfacción al gesto oral, aunque sea pasajera. Fumar es un acto autoerótico. Sin embargo, con el ascenso del discurso de lo salubre –donde la buena salud se instala como paradigma– ese acto es invadido por la muerte y, en consecuencia, por la angustia.

Es cierto que el tabaco multiplica las posibilidades de tener cáncer y otras enfermedades mortales. Uno de los actores que hizo de Marlboro Man, vaquero fumador de la publicidad, terminó militando en contra de las tabacaleras luego de enfermar. En él la muerte por tabaco fue real y su militancia fue un efecto de su forma de gozar. En la postura de hoy frente al tabaco, la muerte se impone de entrada, arrollando al erotismo que se organizó alguna vez en torno al cigarrillo.

Le sucedió algo parecido a la vida sexual con la llegada del safe sex bajo la amenaza mortífera del SIDA. Lo erótico, en el discurso de lo salubre, se transforma en muerte y es rechazado con asco. Hediondo. Cochino. El sexo pasa a ser aceptable como deporte, para mantenerse en forma y como demostración de salud: una suerte de visita al gimnasio aprobada por el doctor y sanitizada con látex, silicona y depilaciones.

Los cigarros light, las cajetillas tech y los filtros ultra, fueron el intento de las tabacaleras por sanitizar su cochinada y adaptarse a los tiempos, pero fue insuficiente.

El discurso de lo sano no es un invento del Senador Rossi. Es una tendencia mundial. El cruce de la liberación de la marihuana y la restricción del tabaco tiene para él un encuentro racional en un punto medio en el cual hay que regular las sustancias. Eso es esperable de un Senador de la República, llamado a establecer leyes que regulen el goce. Como dijimos en Fúmese uno, es necesario para mantener el pacto social.

Pero las historias de ambos fumables son bien distantes. Fumar marihuana no mata. Tampoco es históricamente sexy. Tiene más bien el atributo de permitir el acceso al campo de lo espiritual, saltándose el problema de la erótica y de la muerte, introduciendo otro goce. En cambio, los fumadores de tabaco –pasivos y activos– están en la pelea contingente y son tomados por el discurso de la época: consumo y salud batiéndose sobre sus cuerpos y sus hábitos con las conocidas armas de las pulsiones de vida y de muerte. Va ganando la muerte, disfrazada de ciencia de la vida saludable.