22 de diciembre de 2016

Juguete Amargo

Por Francesca Lombardo

Hace muchos años en una revista Playboy o Penthouse vi una ilustración inolvidable: el dibujo a página completa mostraba las calles de una ciudad de noche, la sombra de los edificios con algunas ventanas iluminadas y en primer plano y protagónicamente, el marco de una ventana abierta por la cual salía volando a los tumbos una muñeca inflable que había perdido su tapón de globo y que emprendía un vuelo espasmódico emitiendo ese sonido característico de la pérdida de aire retenido. También aparecía en esta ventana un hombre desnudo que gritaba desesperadamente: “¡¡¡Amor mío no me abandones!!!” 

Esa ilustración no sé si me produjo risa. Creo que más bien me provocó perplejidad, tal vez por eso no la he olvidado nunca.

El recuerdo de ese chiste en una revista supuestamente para hombres es lo que subtiende mi ánimo ahora, cuando entre las noticias del fin de año ha sido cuestión de otra muñeca inflable que ha suscitado comentarios, escandalizaciones, declaraciones de principio y en fin un sin número de emociones intensas.

La escena: reunión de empresarios y personajes de la política que afichan su presencia y con ello también su vigencia. Al finalizar la reunión hay (parece que es de tradición) entrega de regalos alusivos a cada personaje invitado… lo alusivo me parece en este caso de particular interés.

Un caballito de palo, es decir una cabeza y un palo donde montarse y galopar heroicamente. En ese caballo se puede ser Atila, El Cid, Alejandro Magno, se puede ser hasta el Llanero Solitario. Hay algo dulce en ese juguete antiguo que así como modesto es enormemente investido por el imaginario infantil. 

Un juguete se podría decir que es un objeto, una cosa abandonada irresistiblemente a una fuerza, a una voluntad exterior que usa y abusa de su poderío sobre lo inanimado de ese objeto.

Volviendo a la reunión de empresarios, hay otros regalos que no retuve pero el que fija la escena, digamos pro navideña, es por supuesto la muñeca inflable que el empresario anfitrión regala al Ministro de Economía. ¿Qué significará? ¿A qué hará alusión este don?

La muñeca en cuestión tiene el pelo negro y corto, su consistencia plástica es de un rosado dañino e inflado, su cuerpo mantiene los brazos abiertos como en un amago de abrazo que no dará jamás, las piernas están medianamente separadas pero esto da lo mismo porque lo que estas piernas podrían encerrar, es decir la supuesta oquedad genital, figura expuesta en lo que sería el pubis. La muñeca ostenta sus tres orificios, en este caso preciso el bucal figura sellado por una pegatina que dice: “Para estimular la economía”… Pero horror y error, este artefacto, este juguete amargo no puede estimular nada. Más bien en su apatía de caucho solo puede recibir, ser apretada, estrujada para culminar las emanaciones líquidas que vienen encaminadas desde la fricción-ficción solitaria. Me dicen además que a este juguete amargo los orificios le son extraibles, son algo así como cloacas atornillables que se pueden sacar para ser por ejemplo lavadas y luego vueltas a poner, de lo contrario posiblemente el juguete florecería en zonas de descomposición y sería un golpe duro al olfato, por lo tanto de estimulación nada y de economía ciertamente la no salida a mercado alguno.

Una confusión extraordinaria, un error en el regalo que no es necesariamente un error moral, sino conceptual y eso es lo que me puede parecer más sobrecogedor.

Este juguete amargo es una prótesis, eso que está y se exhibe porque lo que debería estar no está. Prótesis es el cadáver en el velatorio, él muestra eso que no está, el humano que se fue para siempre.

Prótesis y juguetes, ellos intercambian a nivel de ausencias pero el olor a muerto inunda el espacio y es muy intenso.

Reuniones y regalos de hombres entre hombres donde por cierto la alusión central es a la castración que vía lo ominoso, lo inquietantemente extraño, vuela a ras de piso. Así una prótesis para la soledad de quien no puede, no logra interceptar a otro humano, ni siquiera a un viviente animal o vegetal. Por eso se les llama consoladores, consuelan (no es tan seguro, más bien la resaltan) la falta, la impotencia varia. La muñeca, el caballo, el escándalo que suscitan tal vez tiene que ver con lo que es secreto en el individuo y que así debe permanecer para que el cuento social, político, económico todavía pueda contarse.

Secretos del individuo solo, miseria y desconsuelo, sin querer verlo, sin saber escucharlo, obtusamente travestidos en otras cosas ellos se filtran y confusamente hacen noticia.

21 de noviembre de 2016

Nuestro Estado no sindica

Por Antonio Moreno 
(@monodias)

La negociación fallida entre el gobierno y el sindicato de los empleados  públicos deja un malestar generalizado, tanto en los propios trabajadores como en los usuarios de los servicios públicos, a pesar de que ambos se declaran afectados por una misma causa: no ser reconocidos. Entonces cabe una pregunta por el lugar a donde apunta esa demanda ¿Quién es el llamado a reconocer al otro?

Lo narrado en los medios de comunicación, relata sobre un gobierno que es requerido como empleador por los trabajadores organizados, el cual respondió siempre de la misma forma, con solo un número, como una repetición pétrea en cada oportunidad de conversación. 

El malestar generalizado lo vimos en las imágenes del noticiero central: forcejeos e insultos más allá de lo republicano, deseos de murallas trasparentes para el hemiciclo, dramáticos casos de usuarios de salud más enfermos por la no atención, la Moneda cerrada para los trabajadores y protegida por fuerzas especiales; y así, en todas esas imágenes irrumpió una desolación difusa en nuestra conciencia pública. 

Lo que está en escena parece apuntar a algo más profundo que la negociación por un pequeño margen de dinero; hay algo en esa demanda que nos interpela a todos sobre la relación entre el trabajo, lo colectivo y nuestros derechos como ciudadanos.  Aparecen preguntas por la forma en la que trabajamos y por cómo nos subjetivamos en esa rutina agobiante: ¿De dónde viene ese imperativo de cumplir? ¿Cómo se define esa insuficiencia? ¿Es una construcción del psiquismo individual lo que vivimos como injusto o lo opera la condición material de nuestro modelo productivo?  Y en el caso de los empleados de la ANEF ¿Dónde empieza y donde termina su deber de seguir trabajando a pesar de cualquier oferta o descuento del gobierno? ¿De dónde emana el imperativo al cumplimiento que cae a gritos en cada espalda movilizada y cuál es el tamaño de la insuficiencia que está en juego?

Lo que hizo el gobierno como respuesta a la demanda de sus empleados, de aquellos que revindicaron una insuficiencia común en el espacio público,  fue iterar solo un número, despojando cualquier rastro de dialogo en ese encuentro. Fue una perseveración mímica,  sin considerar  siquiera las consecuencias políticas, menos aún el reconocimiento de un diálogo legítimo. Responder con sólo una sola palabra a cualquier otra palabra es una manera eficaz  de desmontar cualquier posibilidad para esos otros de encontrar en la gran otredad de su Aparato Público un lugar colectivo donde situarse. 

Por otra parte, ese usuario furioso con el paro, oprimido por su propio trabajo, con una aplastante insuficiencia personal en sus deudas, que debe volverse empresario de sí mismo para pagar un monto calculado por el mercado financiero de endeudabilidad mucho mayor de lo que su capacidad productiva puede pagar, ese mismo sujeto colmado e identificado a los valores de su empresa para la superación personal, ese sujeto apolítico que no vota y solo exige calidad en los productos y servicios que recibe más allá de si son provistos por el Estado o por un supermercado, es el mismo que en su tribuna de las redes sociales termina deslegitimando la manifestación sindical como posibilidad de colaboración colectiva. Esa manifestación colaborativa que pone una medida a la insuficiencia voraz, le parece al usuario del servicio al cliente una soberana flojera y una irresponsabilidad.

En la expresión actual de nuestra democracia, llena de silencios y omisiones, esa gran construcción colectiva garante de derechos que es el Estado, ya no tiene a su vez el reconocimiento que necesita para ofertar otro devuelta; es que su imperativo hoy está conformado no desde la ciudadanía sino que desde otros mandatos, otros requerimientos sin cuerpos, sin tiempo ni espacio, son los mandatos del mercado de valores y sus capitales transnacionales desterritorializados, única fuente capaz de situar en su discurso a los agentes de la actividad económica con sus deberes.

El gobierno no negoció con sus trabajadores porque tampoco puede reconocer la capacidad de todos los trabajadores de nuestro Estado-Nación para negociar. Ni siquiera considera sus costos políticos porque ya ni siquiera tiene adversarios. En el Chile de los imperativos del capital, la subjetivación es de uno en uno, y no hay espacios para que los colectivos puedan sindicar las condiciones materiales de su insuficiencia; no hay ni aun palabras de parte del Estado para situar ahí, en la negociación de sus propios agentes, una posibilidad para decir algo de su propio malestar, ¿qué acto puede ser más elemental que ese?

8 de julio de 2016

La Perla del Mercader

Por Francesca Lombardo

En el Museo de Bellas Artes figura entre las obras de exhibición permanente una pintura de Valenzuela Puelma, un cuadro de gran formato posiblemente neoclásico y cuya escena resulta exótica: un mercader árabe o turco exhibe a la venta una mujer a medias velada, casi desnuda en la sugestión de los velos que la cubren; es una mujer deseable y carnal que perfectamente podría ornar el prestigio de un serrallo. Este cuadro se llama La Perla del Mercader. Hace años el pintor chileno Juan Domingo Dávila realiza una obra tomando esta misma escena de subasta y seguramente también la permanencia del original en el Museo como un referente instalado, para sustituir la perla o el rostro de esta con el rostro de Verdejo, caricatura chilena del dibujante Koke popularizada en la revista de sátira política Topaze (entre los años treinta hasta los setenta del siglo pasado aproximadamente y con una distribución y una venta muy amplia). Dávila es un artista chileno que reside hace muchos años en Australia y su obra es, por decir lo menos, punzante y de una insolencia irónica y política irremediable. Aun viviendo en el exterior viaja a Chile durante años para exponer regularmente su trabajo.

Esta obra que altera a La perla del mercader oficial y museística fue expuesta, en los años noventa quizás, en una muestra que se llamó Rota y que reunía otras obras donde el autor también mutaba el rostro del personaje esperado por el de Verdejo. Parece fundamental describir este personaje de la historia del comic chileno: Verdejo es anterior a Perejil, a Condorito, es la representación más socarrona y ácida del roto chileno, flaco y astuto, entre vagabundo y bueno para todo y para nada, alcoholizado y sin mucha ilusión sobre nada y nadie, sobrevividor a todo trance, feroz como un guarén.

Un cuerpo enjuto cubierto por ropas tirillentas, unos pocos pelos hirsutos en la barba, con pocos dientes, muchas caries y seguramente aliento vinoso, es interesante que este personaje despierte entre aversión y fascinación. Posiblemente hay algo en él de irreductible, es el roto chileno de la Guerra del Pacífico, de la tropa regular que se comió el desierto y pasó a sangre y fuego a toda población que se le cruzara, que no dejó pasar el botín de guerra y, me olvidaba, que por supuesto utilizó el corvo como tenedor y corta uñas, ese corvo de origen tal vez montañés y luego usado por los mineros del salitre en el norte, su punta rapaz servía para agarrarse a los pedrugos de caliche. Es tardíamente que el Ejército Chileno lo incorpora como arma de tropa para el combate cuerpo a cuerpo. También lo vuelve el corvo desleal en la tortura y el crimen político.

Verdejo con bombachas rojas, la infantería de la nación, la carne de cañón de la patria.

El roto es temible y también salva, puede ser fiel y fiero pero nunca es muy seguro que reconozca al amo. Es pues lo más distante de lo pintoresco del pillo blando que es Perejil o de lo inocuo de Condorito, que es un pobre ave “bueno”, él podría ser un jardinero o un mocito, un junior que compra cigarros. Verdejo no es nada de eso. Él es más bien un husmeador depredador de cuidado, una característica inolvidable en su rostro es su gran boca, una boca que ríe en permanencia instaurando una distancia enorme y a la vez una connivencia irónica, insultante. Una gran boca como una herida que no cierra, desde donde se eyecta la risa, la carcajada procaz y también el insulto mestizo. Pantalones con parches en las rodillas y doblados en la basta, una faja que es un trapo enrollado a la cintura, como la faja campesina pero esta es de cargador, para proteger el riñón, hojotas en vez de zapatos que señalan lo rural cercano aún pero también el entendimiento a fondo de lo urbano y citadino.

¿Por qué hablar tanto de este personaje y comenzar con La Perla del Mercader y la sustitución? Me parece que es por la perla (en los años 1950 en adelante hubo un dúo folclórico chileno llamado “Los Perlas” que aparecían vestidos como Verdejos y cantaban con el falsete propio de la cueca chora La Cueca del Guatón Loyola). 

Pero volviendo al roto, actualizándolo, así como en la guerra él sigue dando satisfacciones, la selección chilena ahora es bicampeona y cuenta entre sus aguerridas filas con casi puros verdejos. Me gusta eso, hay una épica en eso, pero seguramente el más, el terrible, la perla heroica, es Medel,  el perro, el Gary que no deja pasar, el que juega con lesión y con el muslo embarrilado, el  que llora desconsolado cuando no se logra ganar, el que se estrella contra el palo del arco sin titubear, poniendo la parrilla costal, la cadera, lo que sea para que la pelota no entre. El perro putea sin tregua, inventa neologismos que venden duro en el mercado, hace spots publicitarios, tiene unos hijos gemelos de los que lleva tatuados sus nombres en los antebrazos, tiene una púdica dulzura cuando habla de ellos o de sus padres y de su niñez en la Palmilla.

El año pasado, o tal vez antes, después del Mundial en Brasil o unos días después de que la selección ganó la copa América por primera vez, el Ejercito de Chile, en una ceremonia más bien privada y a la que nadie más del equipo fue invitado, le entregó a nuestro perro Medel, un corvo.

¿Por qué a él y solo a él el Ejército lo distingue con esta arma particular?

Tal vez porque el hilván a la figura del roto chileno, el que se carburó con chupilca del diablo para aguantar la marcha y el combate y que sigue carburándose para aguantar la vida, es necesario renutrirlo, reposicionarlo y atraerlo, hacerlo rendir más como la mano, el hombro, los pies de obra que sostengan y defiendan a la patria.

La perla, el perro, no sabemos qué piensa del Ejército. Sí sabemos, porque lo ha dicho en entrevistas, que de no haber jugado fútbol habría sido narco. Como insolente guarén es un pirata que juega con piratas, capaz de hacer cuerpo en lo filial, no en lo institucional. Es posible que la horda fraterna sea su pertenencia, su manada. Si esta no existe o se acaba, Verdejo se guarece solo en los desagües, tapado con los cartones de su soledad.

El mercader no cesa de exhibir su perla, la regatea, la usura, solo que la gran boca que sonríe a medias desdentada y furiosa no tiene precio. El monto, el precio, el valor de cambio de esta mercancía como el mismo Verdejo vienen rotos.


9 de marzo de 2016

Sirve para otra guerra

Por Peter Molineaux

Una escena el domingo al atardecer: Hay una van de Carabineros afuera de la Embajada de Argentina en Vicuña Mackenna, frente a Almirante Simpson. Hay cuatro o cinco policías al lado del vehículo, haciendo guardia/conversando. Pasa una micro del Transantiago llena de barristas de Colo-Colo, cantando, colgando de las puertas. Tiran un objeto contundente (¿una piedra?) a un auto en la vereda del frente. Chilla la alarma. Veo a los Carabineros subirse raudos a su vehículo junto a los que ya ocupaban la patrulla (otros cuatro o cinco) y pienso automáticamente, con una moralina moderna: "ahí van, a perseguir a los malhechores..." Pero pasan los segundos, después un minuto y no comienza la sirena ni la persecución esperada. Pasa otro bus repleto de garreros golpeando la carrocería de la máquina pública. Otro minuto. La patrulla inmóvil. La alarma del auto apedreado aullando. 
Luego, terminado el peligro, silenciada la alarma, veo bajar uno a uno a los Carabineros de su vehículo, ponerse nuevamente sus gorras, retomar su guardia. Lentamente me doy cuenta de que no se habían subido a su vehículo–¡raudos!–para detener el crimen, sino por temor a ser atacados, para defenderse a si mismos de la horda desatada...
No culpo a los pacos por cuidarse, por supuesto: son un blanco jugoso para esa muchedumbre. Pero así están las cosas: el retorno de lo reprimido pasa pulsando por las arterias de la ciudad y el órgano represor arranca, se esconde, respira mejor cuando pasa eso que está llamado a aplacar. 

18 de febrero de 2016

El Huacho Riquelme

Por Peter Molineaux

Cayó Riquelme, administrador de La Moneda, uno de los últimos sobrevivientes de la hermandad G-90 del también caído hijo político de la Presidenta, Peñailillo. Cayó, como ya es costumbre en esta época de terremotos y fracturas en la institucionalidad nacional, por el cruce sucio entre política, influencia y dinero. Cayó porque la madre calló y ese padrastro que lo quiere poco lo sacó con la frase "fue un parto inducido." Ni los hermanos que ya perdieron su transitorio acceso al poder, ni alguien que se pronunciara para reconocerlo como hijo legítimo pudo detener la caída del Huacho Riquelme.

Si el padre de la patria, don Bernardo, tuvo que ser bautizado por segunda vez por un tío –un tío político- para dar legitimidad a aquel que sería llamado a liberar y dirigir los destinos de este país recién parido, ¿qué queda en nuestros tiempos sin padre para los huachos actuales de la política?

Hasta hace poco había una forma de hacer las cosas: una relación bien aceitada entre aquellos que acapararon por los medios que fuesen las fuentes de riqueza natural del país y aquellos dedicados a establecer las leyes y a administrar la nación. Tan aceitado estaba todo que era aceptada sin asombro la sabrosa práctica de que además de defraudar la representatividad popular con pagos de actores interesados a políticos, se agregaba el ahorrito de defraudar al fisco con boletas falsas. Este último plus –la yapa de la evasión de impuestos– ha sido finalmente el que da el golpe de gracia en la mayoría de los casos.

Ese acuerdo de caballeros, en realidad entre caballeros y herederos, se sostenía en la opacidad garantizada por los padres, ostentadores de los gestos autoritarios que ha producido nuestra historia desde que el huacho fundador se sostuviera en un significante prestado al extranjero O'Higgins para dar paternidad a la patria. Portales, Ibáñez, Pinochet lo siguieron para dispensar los golpes fuertes cuando fue necesario dar garantía de que esto marcha y punto. Ricardo Lagos, padre, fue el último en ejercer con éxito esa función: "En Chile las instituciones funcionan."

La opacidad del padre, que no tenía por qué dar explicaciones y que por lo tanto permitía las transacciones de los hermanos sin que se levantaran cuestionamientos, se ha ido reemplazando por el fanatismo de la transparencia, pues el exceso cerdo de la acumulación llegó a tal punto que era demasiado evidente para escamotear. Llegó a tal punto que hasta los padres no pudieron seguir sosteniendo el semblante y fueron arrastrados también hasta el lodo. 

Ahora entonces, probidad ante todo. Full disclosure. Full Monty. Nadie se salva. En eso estamos: con los trapitos al sol viéndole las manchas en las prendas interiores a todos los cagados y cagones. Cual horda de sans-culottes arrastrando por las calles al acusado en otra ola más de revolución que dejó sin cabeza incluso a los que pusieron en movimiento la propia Revolución Francesa, el entusiasmo con el que se derribó a los Carlos de Penta tuvo su retorno en SQM. Y jugar al empate ya no funciona porque los goles están hechos, y esos goles rompieron la malla que quedaba para velar aquello que debe velar la política para darle forma al lazo social: que para hacer ciudad con el otro, hay cosas que no se pueden saber, es decir, hay un campo desconocido al que no se tiene acceso siempre. Esto es, en términos psicoanalíticos, dicho simplemente, que existe el inconsciente. 

El inconsciente es una maquinita de circulación de sinsentido en sentido, de luz en sombra y viceversa. Es la manera en que el sujeto puede hacerse representar entre significantes, entre palabras, para dar forma al vacío que hay en su centro. Una alternancia entre saber y no saber es necesaria para representarse, finalmente para existir.

El fanatismo por la transparencia, como reacción lógica a la opacidad de los padres de siglos pasados, tiene en su proceder la marca de otra cosa que también se gestó en el pasado reciente: el capitalismo radical. En este modo de vida, el espejismo del consumo le hace trampa al deseo del sujeto con la ilusión de que se puede tener todo, poniendo en jaque la función del inconsciente que es justamente esa alternancia entre tener y no tener. El empuje a la transparencia total tiene el mismo efecto de ilusión de que con transparencia se puede saber todo

Esta trampa al inconsciente no lo elimina. El inconsciente existe. Tanto en el consumo como en el fanatismo, la obturación de esa maquinita de alternación produce estragos en el sujeto porque deja de poder representarse y por lo tanto de rodear de mejor forma el vacío real.

Este estado de cosas, propio de la época y también, de manera local, del fin de la Transición, tiene en su centro entonces el vacío de la falta de representatividad. No solo la simple falta de representación democrática tan reclamada a causa del binominalismo, sino la falta más radical de representatividad por la obturación que paradójicamente causa la búsqueda de transparencia total. Las chanchadas de Riquelme, administrador de La Moneda, están a la vista cómo el más reciente de los hermanos pillos y aparentemente ya está liquidado con su generación 90. Están por verse aún los pasos siguientes de este empuje a la transparencia, los estragos que pueda causar y qué forma de organización política posible le sigue.