18 de febrero de 2016

El Huacho Riquelme

Por Peter Molineaux

Cayó Riquelme, administrador de La Moneda, uno de los últimos sobrevivientes de la hermandad G-90 del también caído hijo político de la Presidenta, Peñailillo. Cayó, como ya es costumbre en esta época de terremotos y fracturas en la institucionalidad nacional, por el cruce sucio entre política, influencia y dinero. Cayó porque la madre calló y ese padrastro que lo quiere poco lo sacó con la frase "fue un parto inducido." Ni los hermanos que ya perdieron su transitorio acceso al poder, ni alguien que se pronunciara para reconocerlo como hijo legítimo pudo detener la caída del Huacho Riquelme.

Si el padre de la patria, don Bernardo, tuvo que ser bautizado por segunda vez por un tío –un tío político- para dar legitimidad a aquel que sería llamado a liberar y dirigir los destinos de este país recién parido, ¿qué queda en nuestros tiempos sin padre para los huachos actuales de la política?

Hasta hace poco había una forma de hacer las cosas: una relación bien aceitada entre aquellos que acapararon por los medios que fuesen las fuentes de riqueza natural del país y aquellos dedicados a establecer las leyes y a administrar la nación. Tan aceitado estaba todo que era aceptada sin asombro la sabrosa práctica de que además de defraudar la representatividad popular con pagos de actores interesados a políticos, se agregaba el ahorrito de defraudar al fisco con boletas falsas. Este último plus –la yapa de la evasión de impuestos– ha sido finalmente el que da el golpe de gracia en la mayoría de los casos.

Ese acuerdo de caballeros, en realidad entre caballeros y herederos, se sostenía en la opacidad garantizada por los padres, ostentadores de los gestos autoritarios que ha producido nuestra historia desde que el huacho fundador se sostuviera en un significante prestado al extranjero O'Higgins para dar paternidad a la patria. Portales, Ibáñez, Pinochet lo siguieron para dispensar los golpes fuertes cuando fue necesario dar garantía de que esto marcha y punto. Ricardo Lagos, padre, fue el último en ejercer con éxito esa función: "En Chile las instituciones funcionan."

La opacidad del padre, que no tenía por qué dar explicaciones y que por lo tanto permitía las transacciones de los hermanos sin que se levantaran cuestionamientos, se ha ido reemplazando por el fanatismo de la transparencia, pues el exceso cerdo de la acumulación llegó a tal punto que era demasiado evidente para escamotear. Llegó a tal punto que hasta los padres no pudieron seguir sosteniendo el semblante y fueron arrastrados también hasta el lodo. 

Ahora entonces, probidad ante todo. Full disclosure. Full Monty. Nadie se salva. En eso estamos: con los trapitos al sol viéndole las manchas en las prendas interiores a todos los cagados y cagones. Cual horda de sans-culottes arrastrando por las calles al acusado en otra ola más de revolución que dejó sin cabeza incluso a los que pusieron en movimiento la propia Revolución Francesa, el entusiasmo con el que se derribó a los Carlos de Penta tuvo su retorno en SQM. Y jugar al empate ya no funciona porque los goles están hechos, y esos goles rompieron la malla que quedaba para velar aquello que debe velar la política para darle forma al lazo social: que para hacer ciudad con el otro, hay cosas que no se pueden saber, es decir, hay un campo desconocido al que no se tiene acceso siempre. Esto es, en términos psicoanalíticos, dicho simplemente, que existe el inconsciente. 

El inconsciente es una maquinita de circulación de sinsentido en sentido, de luz en sombra y viceversa. Es la manera en que el sujeto puede hacerse representar entre significantes, entre palabras, para dar forma al vacío que hay en su centro. Una alternancia entre saber y no saber es necesaria para representarse, finalmente para existir.

El fanatismo por la transparencia, como reacción lógica a la opacidad de los padres de siglos pasados, tiene en su proceder la marca de otra cosa que también se gestó en el pasado reciente: el capitalismo radical. En este modo de vida, el espejismo del consumo le hace trampa al deseo del sujeto con la ilusión de que se puede tener todo, poniendo en jaque la función del inconsciente que es justamente esa alternancia entre tener y no tener. El empuje a la transparencia total tiene el mismo efecto de ilusión de que con transparencia se puede saber todo

Esta trampa al inconsciente no lo elimina. El inconsciente existe. Tanto en el consumo como en el fanatismo, la obturación de esa maquinita de alternación produce estragos en el sujeto porque deja de poder representarse y por lo tanto de rodear de mejor forma el vacío real.

Este estado de cosas, propio de la época y también, de manera local, del fin de la Transición, tiene en su centro entonces el vacío de la falta de representatividad. No solo la simple falta de representación democrática tan reclamada a causa del binominalismo, sino la falta más radical de representatividad por la obturación que paradójicamente causa la búsqueda de transparencia total. Las chanchadas de Riquelme, administrador de La Moneda, están a la vista cómo el más reciente de los hermanos pillos y aparentemente ya está liquidado con su generación 90. Están por verse aún los pasos siguientes de este empuje a la transparencia, los estragos que pueda causar y qué forma de organización política posible le sigue.