26 de noviembre de 2014

Fibromialgia*

Por Peter Molineaux y César Jara

*Publicado en la última edición de la revista Psiquiatría y Salud Mental, órgano oficial del Instituto Psiquiátrico "Dr. José Horwitz Barak" y de la Sociedad Chilena de Salud Mental; Año XXXI; Nº 1.

El desafío que la fibromialgia le pone al psicoanálisis tiene efectos tanto en su teoría como en su clínica. Los síntomas conversivos, tan presentes en las histerias que contribuyeron al nacimiento de la teoría freudiana, tenían para el analista un significado oculto: el cuerpo estaba representando algo reprimido por el aparato psíquico, causando estragos en la vida neurótica. La idea de Freud fue que esta era una manera que el inconsciente usaba para burlar la represión y lograr de forma enmascarada su fin último: decir lo indecible. En la sociedad victoriana, donde la restricción de lo sexual predominaba, las señoritas bien educadas hacían síntomas en el cuerpo que estaban altamente cargados de aquello que debían esconder en la esfera social. Entonces la mano se entumecía hasta donde era cubierta por el guante, símbolo de elegancia, o una paciente enmudecía por callar el nombre del amante prohibido. Los radicales síntomas apabullaban al saber médico por no corresponder a ninguna localización explicable desde lo neurológico. En otros casos más acrobáticos, el cuerpo convulsionaba de forma tan sugerente que no podía pensarse más que en el orgasmo teatralizado. Lo reprimido encontraba en el cuerpo un lugar para hablar.

Esas conversiones cedían, luego del descubrimiento del inconsciente y el método freudiano, a la interpretación del psicoanalista. La lógica era la siguiente: al revelar aquello que estaba representando, ese síntoma somático se liberaba del afecto asociado a él, quitándole su potencia y dejando en paz al cuerpo. 

En nuestros días, la fibromialgia presenta el problema de no tener en su estructura esa carga simbólica de antaño. No se la ha podido leer como una clave que busca ser interpretada para revelar alguna verdad. Aparece como una simple persistencia, impermutable, sin resultar su remoción a través de la clásica interpretación analítica. La clínica victoriana no funciona para esta nueva manifestación física que, al igual que su antecesora histérica, no responde a ninguna causa anatómica.

Pero el psicoanálisis también ha pasado por las épocas y ha elaborado su praxis –el entrelazado de su teoría con su clínica– al calor de las décadas y embebido de los discursos que desde el siglo XX iban preparando al XXI.

El analista francés Jacques Lacan se sirvió de la lingüística, del estructuralismo, de las matemáticas y la topología para relanzar al análisis del alma hacia nuestra época. La realidad humana, para él, tiene tres registros. Algo así como tres partes que la componen y que se articulan para configurar la experiencia del sujeto. Las llamó lo simbólico, lo imaginario y lo real. En términos generales, lo simbólico es el lenguaje, es decir la estructura lógica que sostiene al mundo a través de la palabra. Lo imaginario es la presentación del mundo, la pantalla sobre la que proyectamos nuestra realidad y percibimos algo del otro. Lo real es lo no-simbolizado, la ritmicidad de la carne, el cuerpo sin nombre.

Lo que funcionaba en Freud también funcionaba al principio para Lacan: la supremacía de lo simbólico. Había algo que representaba a otra cosa y eso tenía que ser revelado, interpretado, leído.

Pero, junto con la época, el psicoanálisis lacaniano ha ido trasladándose desde una clínica de lo simbólico a una clínica de lo real. 

Lo real no es la realidad. Se nos presenta como desconocido, misterioso, indecible y al mismo tiempo extrañamente familiar. Lacan lo concibe en un principio como un resto, lo que queda afuera de la intersección de lo simbólico y lo imaginario. Pero hacia el final de su vida fue prestándole más atención y con ayuda de la topología le dio una importancia equivalente a los otros dos registros en lo que llamó el nudo borroméo

Ese nudo –y la función que puede tomar en él lo real– explica en cierta medida a la fibromialgia y a las otras nuevas manifestaciones del cuerpo que no se revisten de simbolismo como son el cutting en adolescentes o el colon irritable.

El borroméo se arma así: tres argollas de un material flexible se entrelazan de tal manera que cuando se tire de dos de ellas la restante quede al medio, tensada e impidiendo que las otras dos se suelten. En términos psíquicos esto significa, a grandes rasgos, que en momentos de dificultad uno de los registros –real, simbólico o imaginario– funciona manteniéndose estirado y sin cortarse para que la estructura se mantenga. En términos simples: uno de los registros aguanta al resto de la estructura psíquica, impidiendo que se desarme.

Lo que aguantaba en la época de Freud, en una cultura en la que la represión predominaba, era el registro simbólico: parálisis en las piernas para significar el oculto deseo sexual, por ejemplo. Esa argolla del nudo lograba retener a las otras dos, manteniendo la estructura a través de la expresión de lo que de otra manera no podía decirse. Hoy se presentan cada vez más casos en que la argolla que se tensa para sostener a las otras no es la misma: en este principio de siglo se apela cada vez más a lo real para retener a los otros dos registros del nudo.

La caída de los grandes ideales que hacían posible la primacía de lo simbólico –El Padre, La Patria, La Libertad, El Pueblo, El Trabajador, Las Escrituras– junto con el ascenso del acceso al consumo han provocado en el cuerpo el fenómeno del dolor como anudamiento de la estructura. Es decir que el aplacamiento de lo simbólico en favor de la insaciable exigencia de la época –el consumo– ha hecho que lo único que pueda resistirse a ser consumido sea lo real de la carne. De ahí la queja de esa carne que no sabe más que expresarse con su fibra. 

Fibromialgia: dolor del tejido conjuntivo, aquel que constituye desde el embrión la base de todos los tejidos musculares del cuerpo. Fibro-mi-algia: me duele el cuerpo hasta la fibra y no hay símbolo ni imagen que lo pueda interpretar.


9 de agosto de 2014

El Ideal Tradicional de Van Rysselberghe

Por Peter Molineaux

Esta semana, la Senadora UDI Jacqueline Van Rysselberghe se enfrentó al Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) con sus declaraciones basadas en un estudio realizado en la Universidad de Texas financiado por un grupo lobista ultraconservador cristiano de Washington, el Family Research Council. Entre los dichos de la parlamentaria destaca lo siguiente: 

"Lo óptimo para un niño es tener una figura paterna y una materna que tengan una relación estable para poder desarrollarse emocional y psicológicamente bien." Luego profundiza en su lectura de las conclusiones del estudio tejano: "(...) porcentualmente las parejas homosexuales tienen mucho mayores niveles de inestabilidad, tienen mucho mayores niveles de violencia, y se ha visto, además, que los niños que viven con parejas homosexuales también tienen mayores niveles de ansiedad, de inestabilidad laboral cuando son adultos y de una serie de otros factores que llevan a pensar que es mejor que vivan con un referente materno y paterno tradicional."

Al escuchar la respuesta del Movilh, que subrayó el descrédito generalizado del estudio en cuestión, Van Rysselberghe acusa a los movimientos homosexuales de ser "extremadamente agresivos" cuando hay gente como ella que tiene una "posición distinta," intentando con esto relativizar el consenso académico de que no hay efectos psicológicos negativos en niños criados por parejas homosexuales al ser comparados con aquellos criados por parejas heterosexuales.

Además de la homofobia, que por supuesto recibirá siempre una reacción fuerte de las agrupaciones de diversidad sexual, la Senadora utiliza la palabra óptimo para describir la situación perfecta para la crianza: mamá, papá, amor por siempre. Ese ideal, clavado en los corazones de los más conservadores, tiene por su estructura el efecto violento de excluir de la vida familiar a aquellos que no cumplen con las características que exige, arrastrando a su paso a las madres o padres solteros, viudas o divorciados, a los abuelos, a las tías, hermanos mayores o padrastros, sean homosexuales o heterosexuales que crían hijos. Para aquel ideal solo vale la crianza dentro del matrimonio tradicional entre un hombre y una mujer, esa institución que por lo demás carga en su historia con toda la serie de nupcias forzadas, golpes de macho, asesinatos y otras tantas barbaridades que siguen al y vivieron felices para siempre...

El Ideal Tradicional se alimenta y prospera en el sector conservador de nuestro país que representa la Senadora Van Rysselberghe así como en las agrupaciones reaccionarias en todo el mundo occidental. El problema es que ese Ideal, al ser defendido en el Senado y al impedir que se aprueben las leyes efectivas que permitan el acceso de los homosexuales al matrimonio y a la adopción de hijos, ejerce el efecto de la exclusión de una parte de los ciudadanos de un buen pedazo de la vida civil.

El ideal funciona dentro del aparato psíquico como Ideal del Yo, es decir aquello con lo que el Yo se compara desde las exigencias morales y sociales de la cultura en la que ese Yo habita. El Yo se identifica al ideal. Quiere parecérsele, por así decir. El Ideal Tradicional que promueven los ultraconservadores, que funciona de hecho incluso en los aparatos psíquicos de buena cantidad de almas más bien progresistas, tiene efectos devastadores en aquellos sujetos que por su historia u orientación sexual no pueden parecérsele. Sobran los testimonios de la crisis que vive un adolescente gay al enfrentarse a ese mismo ideal en su propio mundo interno o de el derrumbe que produce una separación matrimonial en los que ya no soportan estar casados a pesar de querer el matrimonio para toda la vida.

Cuando Van Rysselberghe promueve en lo político su Ideal y busca sus efectos en lo legislativo, intentando ejercerlo sobre la vida de las personas que no se le parecen, actúa anulando violentamente la singularidad de la diferencia de cada historia de cada sujeto en lo más íntimo: su vida sexual y su vida familiar.

Un aspecto central del argumento de la posición de la Senadora es que esto se hace para proteger a los niños, quienes necesitarían de un referente materno y paterno para desarrollarse como se debe.

La importancia de la diferencia entre un sexo y otro en el inicio de la subjetivación de un niño es innegable desde Freud. El hecho de que hay uno que tiene y otro que no inaugura todas las diferencias que siguen, haciendo posible justamente la singularidad que tendrá que vérselas más adelante con los ideales que aterrizan en el aparato psíquico desde la cultura reinante. Esta necesidad de diferencia podría tentar a un psicoanalista a decir que debe, entonces, haber un padre y una madre para que un infante humano se convierta en sujeto. Pero la necesidad de diferencia no es en cuanto a la diferencia sexual anatómica de los que la Senadora llama referentes maternos y paternos, sino a la instalación simbólica del tener y no tener, que ocurrirá de todas maneras en niños y niñas porque, justamente, existen niños y niñas con anatomías distintas – uno que tiene y otra que no tiene. 

Desde ahí los pequeños aparatos psíquicos de esos niños se abastecen de toda la diversidad que se les presente. Un niño incorpora la diversidad desde que sabe de la diferencia. Sin embargo, si crecen con una ley defendida por parlamentarios que excluyen a sus padres, madres, primas, tíos o hermanas por no caber en el Ideal Tradicional, están más expuestos a desarrollar esos mayores niveles de ansiedad e inestabilidad que preocupan tanto a Van Rysselberghe y los suyos.

14 de julio de 2014

La violencia de estos acuerdos

Por Antonio Moreno Obando
@monodias

El regreso de nuestra vieja política de los acuerdos nos ha dejado inquietos. Si bien reaparecen estos selfies de unidad como una forma de dar tranquilidad al lego reclamante, deja en todas las partes un resto de insatisfacción. Llegan temprano las quejas de vulneración de los principios, pero rápido se responde que la madurez política  es así. Aun considerando los avances en las tácticas de los bandos, hay algo en esta repetida ecuación que nos recorta algo más que lo aceptable.  

Resulta útil tomar el problema que plantea el italiano Esposito sobre la tensión irreductible entre el acto político y la filosofía política: así como el uno trata de provocar al otro, por más que lo intenten no hay forma de que estén en una relación continua. Esta separación se hace familiar al psicoanálisis, ya que a partir de un alma humana escindida, eso que es provocado desde el conflicto como un acto, nunca logra ser sofocado o al menos explicado del todo desde las representaciones y el orden de sentido que supone la filosofía política y sus lógicas.

Desde este problema entonces nos cabe la pregunta de si nuestra política de los acuerdos está más del lado de un genuino acto político o está del lado de la parsimonia filosófica de una explicación en favor de la estabilidad.

Este problema del acto político y su realidad viene a enredarse en la lectura que hace Marcuse de Freud sobre el mecanismo de la sublimación y su función en la sociedad, entendiéndola como el esfuerzo del aparato psíquico por cambiar el objeto sexual de nuestras pulsiones en favor de satisfacciones más aceptables para un sujeto que por ser social, es exigido y vigilado. Dice Marcuse “la cultura obtiene una gran parte de la energía mental que necesita sustrayéndola de la sexualidad.” Luego agrega una cita de Freud en El malestar en la cultura: “el trabajo diario de ganarse la vida ofrece una particular satisfacción cuando ha sido seleccionado libremente.” Marcuse problematiza la posibilidad de que las condiciones materiales del trabajo y su forma de producción en este modelo económico permitan efectivamente al sujeto trabajador elegir libremente lo que hace.

En un territorio como el chileno, los cuerpos son exigidos para ser mejor que el otro, para tener el máximo mérito en sus niños y así merecer una educación de calidad cuyo fin es ser entrenado en una labor que en la adultez le permita calificar a la máxima capacidad de endeudamiento. El resultado es que los montos de insatisfacción en esta cadena productiva nacional son directamente proporcionales a los esfuerzos que debemos hacer para hacer crecer la economía.

¿Dónde queda en el sujeto el profundo disgusto por su trabajo? ¿En qué minuto y de qué forma ese malestar aparece en el espacio público y qué relación tiene con la violencia?

Volver a darse la mano para un acuerdo, hoy en este país, no es necesariamente un genuino acto político. Sí es posible entenderlo como un ordenamiento de las representaciones que pueda darle una mayor operatividad a las actuales lógicas de producción. Si el acto de nuestra maquina productiva tiene estatuto de político o de violencia, es otra discusión que debemos dar muy pronto, de una vez por todas. Quizás para la asamblea constituyente.

Pero, desde la lógica de Esposito, este nuevo reordenamiento de Reforma Tributaria no logra ser un genuino acto político. Solo alcanza a ser una reafirmación ideológica desde la cual no hay espacio para acoger el conflicto, todo lo contrario, más bien pretende controlarlo hasta hacerlo parte de su equilibrio. En ningún momento pretende decir algo sobre el malestar de los cuerpos que trabajan sin satisfacción alguna en una cadena productiva, esos que han salido a la calle durante estos años a marchar por otra educación para sus hijos, que han votado a regañadientes por la actual Nueva Mayoría y que deben mirar cómo sus representantes se fortalecen en lógicas que no les pertenecen como votantes.

Actos políticos más bien parecen las manifestaciones de violencia que no hemos parado de ver mientras se reinstalaban los grandes acuerdos. Una y otra y mil veces, el conflicto asoma sin razones, pero cometidos por esos cuerpos llenos de algo que no tiene forma de explicarse en la lógica de los acuerdos. Entonces una y otra vez la plaza pública con sus representantes condenan y sancionan moralmente aquello con lo cual no son capaces de relacionarse, esperando que esos actos sean al fin acomodados a los acuerdos que con tanta tinta han firmado.

Si bien el malestar estará siempre presente en nuestros cuerpos trabajadores, aunque paguen más o menos impuestos, lo que se pide a los representantes de la ciudadanía y a sus mecanismos instituciones es al menos un reconocimiento del acto político; pero no la política de etiquetarse en sus propias fotos, sino de hacer el gesto de poner en palabras nuestros malestares, nuestras sexualidades, nuestras subjetividades, porque todo eso es en definitiva lo que constituye y legitima el Estado.

28 de junio de 2014

La emergencia del canto "a capela" del himno patrio

Por Mauricio Pizarro
@mpizarrocastill

Es difícil que el canto “a capela” de los hinchas durante el mundial de fútbol Brasil 2014 pasara indiferente, al margen de la nacionalidad de quien lo escuchaba. Fuimos testigos de cómo la emoción del canto nos llevó hasta al punto de las lágrimas junto a esa sensación de “piel de gallina” cada vez que, al término del minuto protocolar, los chilenos lo continuaban entonando hasta el final. Los medios de comunicación de todo el mundo no tardaron en elogiar esta acción como algo inédito, novedoso y como una inesperada muestra de patriotismo.

Los chilenos que cantaban a “todo pulmón” en cada partido, fueron los protagonistas de una “emergencia," es decir, de aquello que emergió inesperadamente como novedad para todo el mundo.

Ahora bien, ¿Qué devela de nuestro “ser” chileno esta muestra explícita de patriotismo? ¿Es posible realizar un análisis social de los marcos referenciales y sociales de cómo se configura el sujeto chileno?

Para poder responder estas preguntas, regresemos brevemente a la emergencia. Esta se configura cuando algo irrumpe como inesperado, pero trae consigo un sentido, entrega información sobre aquello que no es visible en el entramado social. Una especie de radiografía, porque se requiere de otro tipo de “luz” para mostrar lo que no se ve a simple vista.

Una paradoja

Por un lado, aparecieron miles de hinchas que como embajadores de lo chileno, se esforzaron por arengar y mostrarle al mundo que el himno patrio los convocaba, los unía y los hacía iguales, casi hermanos –se pudo pensar en más de una oportunidad– porque todos hicieron fuerza común por un solo ideal: ¿ganar? No. Es mucho más que eso. 
 
Después de esta muestra de “nacionalismo," cualquier persona podría haber pensado que Chile evidenciaba ser un país unido, colaborativo y solidario. En el fondo, Chile aparecía con una identidad, donde las diferencias de todo tipo no existían (aunque fuese por breves segundos).

Por otra parte, en Santiago las noticias informaban cómo después de cada triunfo la masa celebrante destruía lo que encontraba a su paso: buses quemados y secuestrados, robos y malos tratos. ¿Dónde estaba el ideal que nos convertía en hermanos al punto de las lágrimas? ¿Podría tratarse del mismo patriotismo?

Una pregunta que es difícil de evadir nos apunta en la siguiente dirección: lo que muestra cada una de estas acciones sociales y cómo aparecen como contraste la una de la otra. Es decir, por un lado, el pueblo canta anidado, unido en una sola voz; por otro lado, la misma unión podría ser capaz de arrasar con lo que encuentra a su paso. ¿Qué es esta impulsividad de la marea roja (acá y allá)?

Es posible que el fenómeno de masa del cual tan ilustrativamente nos habló Freud (1921) dé respuesta, en el sentido de que una masa puede contar con ciertas ligazones afectivas que la convierten en un solo cuerpo unido por un mismo ideal. Una horda sin una cabeza visible que actúa colectivamente de manera impulsiva, sin lograr razonar.

Lo anterior, sin duda, podría profundizarse. No obstante, lo que importa por el momento es tratar de analizar la emergencia que aparece como “unidad” –para muchos envidiable– mostrada en el estadio y algunas de las características cívicas del ser sujeto chileno que aparecen como paradójicas.

Características criollas

Chile, como toda nación, tiene lo propio: la idiosincrasia que lo distingue de otra cultura. Así, tenemos nuestras propias costumbres y nuestros personajes célebres (Eloísa Díaz Insunza, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Clotario Blest, etc.). Así mismo pareciera ser que somos un pueblo de contrastes: Chile es un país tremendamente conservador, llevó años legislar una ley de divorcio, ni hablar del aborto en casos especiales, o la insistencia del Estado en considerar la marihuana como droga dura. Pero por otro lado, Chile entrega el primer título a una mujer (Eloísa Díaz) como médico cirujano en 1887, caso inédito puesto que fue la primera en Chile y Latino América. Sumado a lo anterior, hemos sido protagonistas de elegir democráticamente dos veces a una presidenta de la república mujer, separada y agnóstica.

Además de estos contrastes (fragmentados o esquizoides si se prefiere), son muchas otras las costumbres que se han internalizado o importado tales como, por ejemplo; Halloween, Fifteen Party, Oktoberfest, etc., las que se viven y celebran como si fueran propias. ¿Qué nos dice este hecho sobre las características del pueblo chileno? Un análisis rápido devela una sociedad que tiene dificultades para “ver” y “apreciar” lo propio. Pareciera que lo anterior sólo se consigue al momento de presentarse el fenómeno de la masa: mundial de fútbol, teletón, Chile ayuda a Chile en lluvias o terremotos, pero si no está presente este componente inusitado, sino aparece algo novedoso (emergencia) volvemos a lo de siempre: apatía en el saludo, incapacidad para tomarle la mano a un no vidente, el afanoso empeño de sostener la cara de “culo” en el metro, o negarse a dar el asiento a la embarazada o persona de la tercera edad, apatía al momento de asistir a las votaciones en cada elección, conducir a la ofensiva sin armonía, no atreverse a saludar al vecino, etc. Pareciera que en la singularidad nos cuesta ser lo que no somos en la masa. La masa nos brinda el soporte que la inseguridad de lo individual nos priva.

La violencia y los encapuchados, una mirada política

Los medios de comunicación han destacado los hechos en cada celebración post partido, y como se decía más arriba, ha quedado de manifiesto el desenfreno y descontrol social (en Chile y en Brasil). ¿Acaso el descontrol social será una expresión del descontento social que sólo puede gatillarse cuando el fenómeno social de la masa lo posibilita? ¿Acaso aparece este acto social impulsivo-agresivo cuando cede la represión? ¿Es una manera de manifestarse colectivamente en contra de algún tipo de “violencia” que padece el trabajador común, el estudiante sin mucho capital cultural ni oportunidades ciertas?

Es posible analizar las manifestaciones y desmanes de manera individual, sin embargo, sería un análisis incompleto, puesto que es innegable que la horda opera como masa y que algo enuncia en su arrebato impulsivo. Enunciación que está en otro lugar y que amerita ser indagada.

Es lícito preguntarse: ¿hacia quién va dirigida la agresión en cada destrozo de un bus o de un banco o de una farmacia? ¿Qué se cuela en este acto social impulsivo?

Una definición de violencia (que es diferente a la agresión) indica que es una situación donde el sujeto queda sin la posibilidad de escapar de ella, es un atrapamiento que lo anula en su cualidad de ser, es una opresión vertical que invisibiliza. Pues bien, ¿las manifestaciones de los “chuligans” –como los han llamado en la prensa– podría obedecer a algo de esto? Veamos.

Las acciones de canto jubiloso y destrozos realizadas por los hinchas son una puesta en escena, es una actuación que expresa algo, es una catalización social que tiene su propio lenguaje. ¿Pero cuál?, revisemos un par de ejemplos:

a) Sensación de desigualdad: No es difícil darse cuenta de que muchas personas son víctimas de desigualdades económicas o brechas socio-económicas, las cuales son percibidas como injusticia, por ejemplo: alzas en los combustibles, sueldos a los que solamente se les actualiza el IPC, mientras que por otro lado aparecen las astronómicas ganancias de las APF, ISAPRES y cadenas comerciales. ¿Acaso esto no podría ser una manera de violencia en el sentido de que el sujeto violentado queda anulado y desesperanzado sin la posibilidad de que su reclamo sea oído?

b) La educación: Hoy por hoy, está en boga la reforma a la educación que apunta a cambiar tres ejes (fin al lucro, a la selección y al copago), sin embargo, para lograr esto requiere del éxito de la reforma tributaria. Es posible que en este marco, la ciudadanía perciba esta situación como una sensación en que los que ganan fortunas (muchos de ellos católicos de misa semanal) no quieren tender una mano para que todos puedan vivir con dignidad. ¿Acaso el trabajador y estudiante no lo percibe también paradójico o contradictorio y por lo tanto como otra forma de violencia?

Tal vez, el canto “a capela” a un solo compás traiga consigo esta ilusión de igualdad y dignidad, que se contrasta paradójicamente con la furia desbordada. Arrebato que se rebela contra los otros encapuchados, esos que han violentado constantemente a muchas hordas que, en complicidad de la masa y sin mucho control de sí mismos, emergen como emociones y/o sentimientos desbordados. Es cierto que desmedidos, pero también en cada acto de agresión contra lo propio y lo del otro, se puede extraer un texto que está detrás del acto.

Seguramente, las acciones de estos hinchas no se pueden simplificar a sentimientos de ser maltratados por la desigualdad que persiste y que lo viven constantemente, pero la desconfianza hacia el otro, los gestos ausentes de corresponsabilidad o la seguridad social mejoraría si todos y, en el grado que les corresponde, pudiesen visualizar al otro como igual, como sujeto de derecho y no como alguien que suscita el temor amenazante producto de la persistencia de las brechas que generalmente son sociales y económicas. De esta manera, el ciudadano común, el hincha apasionado encuentra en estos espacios sociales la oportunidad (no muy consciente de ello) de expresar agresivamente un malestar que no logra verbalizar sino que actuar.

5 de junio de 2014

Aborto y Deseo

Por Peter Molineaux

Uno de los ejes centrales en la discusión sobre el aborto, del aborto como tal —legal y seguro–, es la pregunta por el inicio de la vida. Si el inicio es en la concepción, la madre #prestaelcuerpo y las autoridades morales se atribuyen dominio sobre esa mujer porque portaría a un pequeño inocente que necesita protección. Y cuando ese bebé nazca, como sugirió en su momento Sebastián Piñera, la madre, aunque sea una niña, tendrá que desarrollar la madurez suficiente para cuidar a la criatura. Es un tema tan apasionante para el Ex-Presidente que le dedicó desde twitter sus únicos comentarios sobre la Cuenta Pública del 21 de mayo de la Presidenta Bachelet, rompiendo de cierta manera la tradición en la que los presidentes salientes eligen no referirse a temas de contingencia política, por lo menos durante un tiempo prudente luego de dejar La Moneda. Habla, como lo hacen los opositores al aborto, de los niños que están por nacer.

La actual Ministra de Salud, Helia Molina, causó polémica el fin de semana pasado con su frase "Es la mujer la que apechuga en el embarazo, no el cura, ni el de la UDI" en referencia a la conocida posición de la Iglesia Católica y de la derecha conservadora. Esa es la defensa de una mujer desde la preocupación por su salud, por su vida, contra la colonización moralizante de su cuerpo.

El problema de la determinación del inicio de la vida es justamente el problema de cuándo eso que crece en el vientre de una mujer se convierte en otro, distinto a su cuerpo: un otro que por ser sujeto tendría derechos humanos entre los que prima, por supuesto, el derecho a la vida. Hablar de niño o de bebé durante el embarazo apunta en ese sentido. Los niños que están por nacer.

Al pensar el momento de la concepción como el momento en el que aparece un niño, se proyecta hacia ahora lo que sería en el futuro un bebé nacido, ya separado del cuerpo de la madre. Sin embargo, cuando efectivamente nace ese bebé, sigue pegado al cuerpo de la madre y el apechugamineto al que se refiere la Ministra es literal. El pecho, la leche, el abrigo, la mirada de la madre, hacen que viva esa criatura, pero no como un otro sino todavía como parte de su cuerpo. De hecho el infante humano, si sabe algo de su existencia, es en lo que ve en la mirada de su madre. Aunque la madre biológica no esté, por las razones que sean —abandono, adopción, muerte, depresión post-parto—, para hacer existir a ese bebé alguien cumplirá esa función para que el niño que ya nació se vaya haciendo sujeto. Sin esa función no hay sujeto. Es lo que sucede en el síndrome de hospitalismo descrito por Spitz.

Aquella función que lleva a cabo la madre tiene en su centro algo absolutamente singular y bien antojadizo que se llama deseo. El deseo de la madre es el que hace vivir a eso que está por nacer, incluso bastante más allá de su nacimiento. De hecho, lo que los psicoanalistas conocen como el Estadio del Espejo, momento en que por la identificación especular a un otro el bebé humano empieza a organizar su yo, accediendo justamente a la subjetivación, puede no ocurrir hasta los 18 meses. Es decir que ese cuerpo del bebé es aún del cuerpo de la madre el tiempo cronológico equivalente hasta a dos embarazos luego de nacido. Es su deseo sobre su cuerpo el que sostiene a esa vida por nacer y, sobre todo, o por más tiempo al menos, ya nacida. Se reafirma el argumento del apechugamiento: sin el deseo de la madre el bebé no puede vivir.

Ahora bien, el deseo de una mujer no tiene por qué coincidir necesariamente con el deseo de ser madre. Pero es su deseo inconsciente el que permite que se acoja en su vientre a ese apéndice que crece. Dicho simplemente: no hay embarazo no deseado. Hay deseo allí. Puede ser, claro, el deseo de ser madre, pero también puede ser otro deseo: el deseo de hacer lazo, de ser amada, por ejemplo; o el deseo de estar y permanecer embarazada, sin parir jamás. O en su versión más tanática: deseo de joder al otro o de joderse a si misma o a su propia madre o padre. Nada de eso tiene por qué estar alineado con el deseo de ser madre.

La lógica de los niños que están por nacer, en su defensa de la vida, fuerza al deseo de una mujer a someterse al ideal de la maternidad. Lo que se salta, lo que no toma en cuenta, es que para que esa vida viva tiene que haber deseo y que en el umbral entre el deseo de esa mujer que se embarazó y esa madre que hace vivir a una criatura hay un paso que solo puede dar ella.

Es un paso que no incumbe más que a ella porque aún se trata de su deseo.

Ese aún es el que interesa como espacio posible, como momento de decisión de continuar o no con eso que se hizo cuerpo en su cuerpo por su deseo. Abortar, en ese umbral, tendrá que ser legal para que ese tiempo exista, aunque dure algunos días o semanas, porque esa decisión tiene que ser tomada sin convertir a una mujer que desea en criminal por no desear ser madre. Por el otro lado, para no ir demasiado lejos en una sola dirección, el aborto no puede ser banalizado al punto de convertirse en método anticonceptivo porque el deseo que permite cada embarazo no es banal y algo del acto de interrumpir la gestación también irrumpe, a veces brutalmente, en el aparato deseante de esa mujer que se embarazó.

15 de mayo de 2014

Acceso y Absceso

Por Francesca Lombardo

Hasta fines de este mes de mayo en el Teatro La Memoria se está exhibiendo una obra dirigida por Pablo Larraín y actuada por Roberto Farías. Es un largo monólogo que perorea, ofrece, se excede, se reconcentra y en una lengua dislocada, llena de actos apenas puestos en lenguaje, escenifica la hemorragia del sin lugar total de un sujeto descalabrado de principio a fin.

Nada más virulento que la fuerza inicial y la fuerza terminal, la fuerza del vagido de la cría naciendo y el ronquido de la agonía. Pareciera ser eso lo que escuchamos atragantadamente en los cincuenta minutos que dura en escena. Palabras que son cosas palpitantes, pre-semióticas, embadurnadas aún de los detritus placentarios y de la larga catástrofe de haber nacido así no más… sin equipaje, sin palo mayor, sin ancla más que el cuerpo con su gloria y su tragedia.

Me quedo suspendida en la palabra acceso, que da nombre a la obra. Lo más directo es evidentemente lo que se refiere al tránsito por un umbral, tener o no tener la posibilidad, el derecho, la suerte de acceder o no a algo.

En una segunda posibilidad la palabra también indica crisis, ataque, exposición total o parcial de algún tipo de saturación que se vuelve incontenible. Brote, brusca llegada o regreso de un fenómeno patológico por el momento incontenible y en estas acepciones nos acercamos por contigüidad, por fondo y forma significante a la palabra absceso.

Maravillosa potencialidad de las palabras, absceso también es crisis y remite a tránsito, a circulación. Urgencia inminente de dar salida, de drenar lo que ya no puede más mantenerse fijo y colectado.

Un punto culminante de dolencia e insoportabilidad de los tejidos infiltrados por pus, un volcán erigido y palpitante apuntando a eclosionar, a abrirse una salida que descargue, que drene.

Tal vez la obra invita a mirar el absceso, verlo latir al extremo, por momentos ver su punta de picadura, su punctum y la perforación que nunca logra el vaciamiento completo porque quizás eso sería aún recuperable, saneable, higienizable.

Estamos invitados a ver eso, el daño enquistado ya sea en quistes duros o blandos, necrosis transgeneracional que no obedece ya, que no responde a institucionalidad alguna ni a buena o mala conciencia social ninguna.

Sandokan, el héroe de Salgari (apodo del protagonista), como un chamán extraviado se sigue enfermando gravemente en y por su pueblo. Sandokan gana su vida y mientras lo hace drena en el lenguaje, en los gestos, en la violencia feroz el no querer morir aún.

Este gladiador urbano enarbola un cuerpo que es a la vez absceso y acceso traficado por curitas, tíos, gimnasios, hogares de internación, pizzas… Sandokan del Transantiago es una medida sacrificial que en general pasa desapercibida y que a la vez no deja de ser una medida económica que concierne a los flujos, así como concentración necrótica y supuraciones varias en la carne expuesta ofertada a cualquier postor para que supuestamente otras áreas del organismo simulen salud, vendan y compren indulgencias, hagan abstracto aquello que escapa, resiste, se pudre y en esa descomposición enumera lo irrecuperable del bastión de carne humana sufriente y gozante contra todo y a pesar de todo.

La obra está ocurriendo. Véanla.

8 de mayo de 2014

Deseo Gratuito y de Calidad

Por Antonio Moreno Obando
@monodias

A propósito de esta nueva jornada ciudadana en el nombre de la educación, somos todos otra vez convocados por los estudiantes a tomar posición sobre la manera en que estamos modelando nuestro pacto social y no será este el día en que ignoremos este llamado.

Nos aparece hace ya largo rato una pregunta por cuál es el lugar que tiene este atributo misterioso llamado calidad en materias educativas. Esta búsqueda de la cualidad diferenciadora en un modelo de mercado, resulta en una enorme insatisfacción que se instala como una incógnita, llenado de producciones argumentativas de toda clase en los medios. Mientras unos intentan como siempre dominar el misterio y pretender responder en forma rápida y rentable, otros se quedan en la posibilidad de quedarse un momento en el problema para devolverse hacia la búsqueda de un sentido que no termina de llegar, pero que provoca participación y producción de conocimientos nuevos.

En estas discontinuidades, en donde las necesidades no quedan del todo satisfechas a través de las tasas de retorno o de probados modelos técnicos, surge un lugar propicio para que los conceptos psicoanalíticos se pongan a trabajar.

Muy temprano en la obra de Freud aparece un irremediable descalce humano entre el impulso natural a la sobrevivencia y aquel que en forma gratuita y costosa destinamos al placer. Esta diferencia sitúa en lugares paralelos por un lado a la necesidad con su fin de satisfacción predeterminado y por otra al deseo que siempre deja un resto de insatisfacción para seguir siempre deseando.

En cierto momento de la lectura lacaniana, esta necesidad se desnaturaliza en la ambigüedad del lenguaje y queda bajo la formulación de una demanda, la cual si bien puede por momentos pretender algo determinado, en definitiva apunta a una demanda de amor en el sentido amplio.

Así como en el siglo XX se abrió una pugna en las psicologías preguntándose si acaso hay respuestas psíquicas naturales que cancelen determinados apremios, de alguna manera en nuestro incipiente siglo XXI chileno, vemos inquietudes similares replicadas en el espacio público, particularmente en los últimos tiempos a propósito de la buena Calidad y su inseparable búsqueda de Atributo.

Si acaso el problema de la calidad en la educación se tratara de necesidades, el concepto de calidad estaría más o menos definido por criterios de formulación estratégica y la optimización de los procesos objetivos puestos en juegos en el aula. Esta afirmación desde el lente omnisciente del commodity, simplifica el acto del aprendizaje a la adquisición de la adecuada información para la adaptación al medio y su consecuente éxito en la sobrevivencia. Pero a pesar de este intento de pulcritud metodología, de todas formas arrastra inevitables a prioris ya conocidos, como por ejemplo entender al hombre como un organismo individual, perfectamente natural, potencialmente apto si las proteínas del adn mitocondrial lo permiten, heterosexual por fisiología, sano mentalmente y siempre buscando el éxito. Desde estos supuestos, el aprendizaje se logra cultivando con información estimulante al instinto natural bien inspirado para sobrevivir y ser el más apto en un salvaje mundo libre.

Pero si por un momento pensamos esta calidad desde la vereda del deseo y su demanda de amor irreductible, si lo leemos desde el malentendido del lenguaje, si no queremos saciar del todo la insatisfacción que produce, nos encontraremos con un sujeto determinado por un colectivo y por lo tanto con una posición subjetiva, para bien o para mal.

Deseo en este sentido irreductible significa que lo que ese sujeto logra demandar no está del todo articulado en lo que dice, pero que desde ese resto humano es capaz de producir cultura y crear formas diversas para el pacto social. Entonces el aprendizaje ya deja de estar en la dimensión del más apto y se acerca a la dimensión del placer.

Si la demanda del lado del deseo es escuchada y acogida, algo se va transfiriendo del uno hacia el lugar del Otro en la forma de una demanda de amor, especialmente si le ocurre en una sala de clases a un niño que está al cuidado de un adulto significativo. La producción de ese adulto a cargo es una oferta de discurso que se empalma como un saber en el deseo de sentido de un niño, posición deseante que se volvió política el 2011 cuando para recuperar esa subjetividad debieron tomarse sus colegios.

Lo obtuso de la demanda callejera, lo que porfiadamente persiste hasta hoy tiene que ver con la demanda de amor, esto es, educación gratuita y de calidad como un derecho. Es un derecho a transitar por la escuela como un lugar que le dé cabida a la subjetividad, que acoja a los sujetos en sus demandas, esas que se enuncian como urgencias inmediatas, pero que luego deviene en un espacio gratuito para el amor, de ese imposible que busca a diario una cualidad.

Pidamos en el espacio público lugar para nuestro deseo como un derecho en la ciudad, derecho a una erótica con el conocimiento, que sea igual para todos, que sea gratuito y que su calidad sea la capacidad de seguir siempre deseando.

25 de abril de 2014

La Furia Urbana

Por Peter Molineaux

Esto empezó con los automóviles. Se ha llamado road rage y se trata de la ira desplegada en las calles y carreteras por aquellos sentados detrás del volante. En la versión chilena se escuchan los gritos alusivos a los escrotos, familiares o vida sexual del conductor que ha osado interponerse entre el iracundo y su ruta: ¡saco 'e hueeeaaas! ¡conchetumareeeee! ¡vieja culiaaaaaa!

La película ganadora del Oscar en 2006, Crash, ponía en boca de uno de sus protagonistas un conmovedor pero fantasioso análisis sobre los choques: "en L.A. nadie te toca. Siempre estamos detrás de metal y vidrio. Creo que extrañamos tanto ser tocados que chocamos en nuestros autos los unos con los otros para poder sentir algo."

En Santiago, hoy, la ira al volante ya está consagrada. Sin embargo, lo que llama la atención es que algo de esa explosión rabiosa ha rebalsado los límites de la calle motorizada para encontrar expresión tanto en las ciclovías como en las veredas de la ciudad. Ya los Ciclistas Furiosos inauguraron en los noventa la rabia pedaleante y recientemente se agrega la novedad de los caminantes enrabiados con los ciclistas por andar en la vereda. Los peatones reaccionan, quizás, al susto que vivieron alguna vez al confundir una ciclovía con un sendero y recibir el grito o la convulsión del timbre de algún ciclista: ¡por la ciclovía no, hueón!

Lo que preocupa de esta furia, su característica especial, es que cada protagonista enrabiado está enchuchado desde el sentimiento de que lucha por su derecho. El otro, el que cruza su camino, está pisoteando o atropellando el trecho de ciudad que es mío. Esta combinación de ira y derecho tiene la particularidad de que la certeza de tener la razón autoriza al sujeto a desatar su rabia sin freno. Como la ira de Dios, que a diferencia de la humana sería santa y no pecadora, se perfila la ira con derecho. Se produce así una alianza inflamable entre la moral y el impulso que causa constantes gritoneos en las calles de la ciudad.

En El Yo y El Ello, Freud introduce para el psicoanálisis lo que se conoce como la segunda tópica, una novedad en la manera de ubicar los elementos del aparato psíquico. Además de los dos términos que dan nombre a la obra, se presenta al Superyó como tercera instancia intrapsíquica. El Ello, la reserva pulsional del aparato, busca saciar los instintos más básicos del sujeto sin importar el costo. El Superyó, representante interno de las prohibiciones y restricciones de la civilización, exige con rigor y castigo que se haga lo moralmente correcto. En el medio, aquel que Sigmund llamó vasallo, es decir el Yo, intenta mantener las cosas en relativa paz, dando algunas satisfacciones a cada lado y viéndoselas con la presión de los aumentos de tensión dentro del aparato.

Para ayudar en su humilde tarea, el Yo se sirve de la tradicional oposición entre lo que quiere el Ello y lo que restringe el Superyó. Si el uno quiere el desenfreno carnal, el otro hace uso de su aliado, el Sentimiento de Culpa, para aplacar con los valores de la civilización reinante aquellos impulsos que amenazan el orden establecido. El Yo en ese caso, sólo tiene que hacer de auspiciador del Superyó y reprime los instintos más básicos, manteniendo la añorada calma... ya le dará un lugar en los sueños a las peticiones ardientes del Ello.

Sin embargo, como en el sadismo o el masoquismo, cuando en el Superyó ocurre la transformación con aires perversos que introduce una moral incivilizada, es decir en la que no hay que entregar nada a cambio del goce, el vasallo –el Yo– no puede mantener alejado mucho tiempo al Ello, pues para éste es irresistible la oferta de gozar sin perder. Cuando se logra esa alianza entre Ello y Superyó, dejando al Yo desprovisto de su capacidad para negociar, se producen estas descargas pulsionales que tienen la particularidad de estar autorizadas por el Superyó a través de un Bien que se sustenta en lo antojadizo.

Que el Bien sea mi pista por la que transita mi habitáculo intocable o mi vereda para los que andamos a pie o mi ciclovía para los que evolucionamos más allá del motor ("un auto menos, amigo") tiene, además del sello individualista que no pasa por el pacto social, una ética del cualquier cosa, propia tanto del post-modernismo hecho sentido común como del discurso capitalista. Para el primero: cada uno con su verdad. Para el segundo: no me haces falta porque si falta me lo compro.

En este contexto ético, Mi Bien es El Bien y en el aparato psíquico ocurre que el Yo, fiel a sus inicios como efecto del narcisismo, no ve barreras frente a Su Bien y se hace a un lado para dar curso a la alianza entre el Ello que quiere todo y el Superyó que le autoriza el goce sin restricciones en el acto de castigar sádicamente al infractor del Bien.

El año 2011, para los nostálgicos del Movimiento Estudiantil, la calle encendió con una chispa fundada en el Bien Común. Además, su crítica al lucro estaba anclada en la claridad que dio ese destello respecto a la trampa del capitalismo galopante, con la fórmula astuta que este aplica sobre el sujeto y que recordábamos el año pasado al hablar de Laurence. Pero ya reinstalados los semáforos y repavimentada la acera quemada, se vuelve a sentir en la calle ese aire de furia contra todo aquel que no comulgue exactamente en mi idiosincrasia.

Desde sus bolsillos y carteras, los sujetos así cargados con la ira con derecho, hacen lo mismo en las redes sociales. El linchamiento digital de Rafael Gumucio la semana pasada por twitear una frase relativamente cruel y bastante infundada sobre los animales siendo rescatados del incendio en Valparaíso muestra a este fenómeno furioso exacerbado por el anonimato y la inmediatez del aparato electrónico. Amar a los animales, en ese caso, toma para los linchadores el lugar del Bien y el Yo baja la guardia fascinado por que el Bien sea suyo, dejando que la pulsión agresiva que convive en el Ello con las pulsiones sexuales se desate hasta frases de amenaza de castigo físico para el escritor e incluso para su familia.

La ira con derecho, aquella que se autoriza a si misma la desde un Bien cualquiera, tiene en su filo la capacidad de permitir a cada uno descargar su pulsión contra cualquier otro sin restricción, lo que va justamente en contra de la función de la ciudad: proteger a los precarios seres humanos de las fuerzas de la naturaleza y, por supuesto, de la fuerza de su propia furia.

8 de abril de 2014

De la Seducción y su Política

Por Antonio Moreno Obando (@monodias)

Bachelet es presidenta por segunda vez y la plaza pública vociferante habla de ella: de su simpatía, de su ser mujer, de su popularidad, de su transversalidad, de sus capacidades presentes o ausentes, de sus evasivas, de su cuerpo, de su ropa, de sus gestos. Desde esta trama de imágenes se forma una gran matriz —madre de la cual se desprenden como retoños, diversos discursos ciudadanos llenos de esperanzas y temores.

Entonces surge la pregunta de si acaso hay o no una estratagema para impulsar la redistribución de los actuales flujos económicos y si estará debidamente pensada su relación lógica con la calidad de un proceso productivo llamado educación. Las declaraciones programáticas por estos días generan panfletos de horror que anuncian el desfalco de todos los bolsillos, sean estos grandes o chicos. Es que cualquier emprendedor visionario entiende que una planificación estratégica diseñada desde el interés del dueño, debe poner las inversiones donde el retorno esté asegurado. Esto no se ejecuta mediante una asamblea constituyente para accionistas, simplemente opera técnicamente y de facto.

La presidenta no da las respuestas técnicas específicas esperadas, al menos no en público, y deja a los mercados (editoriales) especular. Es como si Bachelet fuera acusada de seducir en base a una apariencia. Quizás esa ausencia sea precisamente el dispositivo transformador que da espacio para que tome sentido el postergado hijo de vecino y también sea la causa del horror en quien tiene una necesidad voraz por llenar. Vivimos la seducción o la apasionada aversión hacia la presidenta del género femenino, particular forma de amor en los polos que también opera en toda Latinoamerica hacia sus gobernantes, más allá de si corresponde el presidente vigente al cuerpo de un hombre o el de una mujer.

Baudrillar escribe de la seducción, estableciendo una diferencia entre la sexualidad masculina y la sexualidad femenina basándose en la condición política de esa ausencia. Es una respuesta crítica a aquellas posiciones feministas de los '60 en donde la sexualidad de la mujer no debía jamás ser en base a las apariencias sino constituirse desde una sustancia para diferenciarse de la de los hombres. En cambio Baudrillar reivindica el valor de la seducción de la apariencia como simbólico, apariencia que en ausencia de una sustancia permite un espacio para el surgimiento de algo que no estaba. Esta sexualidad de lo simbólico se opone al estatuto de facto de la política masculina con su tiranía de la presencia que llena y domina. 
 
Desde la afirmación freudiana del destino anatómico de la sexualidad, el camino de la sexualidad de la mujer encuentra un escollo y al mismo tiempo una condición de producción para su propio género como una construcción cultural para la sexualidad, arrasando con el cuerpo biológico. Si lo anatómico es el destino, la mujer no basa su sexualidad y placer en la funcionalidad de la recepción del hombre y la fecundación. Para Baudrillar esta sexualidad femenina trasforma al cuerpo, lo metaforiza y lo disloca de su funcionalidad con su deseo.

Si acaso ese femenino queda del lado del deseo y de la dimensión simbólica de la seducción, eso que falta da un espacio para el surgimiento del pensamiento en el cuerpo. Esa falta que para el psicoanálisis es condición y posibilidad de la producción permanente, es además una respuesta subversiva a la monolítica concentración del poder, falocrática y dominante.

Volviendo desde ese femenino a nuestra realidad, podemos pensar en darle una vuelta a la falta de respuestas tras la sonrisa de Bachelet y la suposición de su incompetencia tecnocrática. Podría pensarse que en tanto seducción, más allá de la mera simpatía, al reconocer implícitamente la falta en lo dicho, su política de la apariencia oferta una posibilidad para que la ciudadanía tome sus palabras y también sus malos entendidos. La seducción de lo simbólico deja espacio para el surgimiento de un pensamiento nuevo y le pone el cuerpo a esa espacialidad para que los discursos púbicos confluyan a pesar de sus discrepancias. La reciente caída del falocratismo millonario para el advenimiento de una política de lo femenino, nos da una breve oportunidad para hacer un desplazamiento en las retenciones mortificantes de nuestra economía afectiva, material y bursátil, porque estamos en la aparición de una operatoria de la seducción y no del anhelado control del retorno. Al menos es una posibilidad de que así sea por un tiempo, hasta que las estratagemas de los intereses vuelvan a expulsar lo subjetivo, igual como ha ocurrido siempre, desde el logos griego y su conquista de la naturaleza hasta la ciencia económica que anima incluso hoy la lógica del know how y de los grandes capitales.

Esta política de la seducción no se pone en juego solo porque nuestra presidenta sea mujer, también la hemos visto en las particularidades de los actuales presidentes latinoamericanos a pesar de ser hombres. Más allá de la biología del varón-hembra, es la construcción de una sexualidad y de una política de la seducción lo que le da un nuevo marco a nuestras erogeneidades y sus relaciones. También en Chile lo vemos en los liderazgos de algunos de nuestros alcaldes, como en Providencia o en Santiago, así como los diputados recién electos que parlamentan sin corbata o quedándose sentados en el momento en que se rinde culto al poder de facto.

Mientras la presidenta entrante usa los poderosos dispositivos transformadores de la seducción, la avanzada del poder material y su reivindicación de libertad para ser propietario de todos los flujos construye complejas tramas deliroides para retomar el poder en 4 años más. Sería la esperanza de todos aquellos que asqueados de sonrisas y palabras al viento, hoy esconden sus cuerpos para evitar ser seducidos por las transformaciones y perder algo de lo que guardaban solo para su propio cuerpo.

6 de enero de 2014

Una interpretación para el sueño de Carlos Peña sobre educación pública

Por Antonio Moreno Obando

En el día de ayer, el habitual columnista del Reportajes del diario El Mercurio, Carlos Peña, escribió un análisis de dos planas sobre el programa de educación de la presidenta electa Michelle Bachelet llamada “La revolución blanda”. El autor desplegó una serie de argumentos para problematizar sus medidas, formando a su vez una cadena con variados conceptos filosóficos y políticos como fundamento de su crítica. Uno de los conceptos seriados en esa cadena fue el de Condensación de Sigmund Freud. Considerando que es muy escaso hoy en día leer textos sobre nuestra vida civil y cotidiana sostenidos desde un marco de referencia más profundo, resulta inevitable tomar un contrapunto de lectura para alejar las cavilaciones de las certezas y dejar el mensaje transcurrir como los malos entendidos del lenguaje, tan importantes para el psicoanálisis.

Cito: Hoy se cree que todos los viejos problemas de la justicia pueden resolverse con una reforma sagaz del sistema educativo. Este raro reduccionismo es parecido a lo que Freud, en La interpretación de los sueños, llama condensación: varias cadenas de ideas reducidas a un único punto, donde todas ellas se entrecruzan. En este caso, las cadenas de ideas son la desigualdad de ingresos, la carencia de meritocracia, la falta de capital humano, la incultura. Todas esas ideas se intersectan y condensan en una sola: la institución educativa.

La condensación acá es tomada como uno de los mecanismos de lo que Freud llamó trabajo del sueño, propio del proceso primario del inconsciente, que toma una serie de recuerdos agrupándolos sin una coherencia lógica para la consciencia en una imagen para la construcción onírica durante el dormir. La referencia de este concepto aparece en la columna en medio de una trama de argumentos donde se repiten más de una vez palabras como inundar o ambigüedad, aludiendo a fuerzas irracionales que irrumpen en el ponderado “uso público de la razón”. Se hace así visible el malestar de un columnista que pone en palabras mediante la denuncia de una distorsión de la discusión política, que concentra su atención en el ámbito educativo y despolitiza los otros ámbitos del espacio público.

Más adelante, para explicar la porfiada repetición de la desigualdad en nuestras escuelas, aparece mencionado habitus de Bourdieu, concepto inspirador para las teorías de la pedagogía crítica y sus concepciones reproduccionistas. Explica que en las escuelas hay cierta transmisión de códigos que expresan inequidades estructurales en un contexto social más amplio, razón por las cuales muchas de las medidas reducidas a focos paliativos no logran dar un vuelco a las condiciones simbólicas y materiales segregadoras desde la cuales se construyen los discursos que nuestros niños aprenden en el aula.

Una vez involucrado en este recorrido, algo en la elección del concepto de condensación para introducir la dirección de estos argumentos deja sorprende, al referirse a un concepto artífice del proceso constructor de los sueños y sus enigmas. Es como si toda esa elaboración de estos malestares apareciera en el texto como una pesadilla, mezclando temas inconexos, generando monstruosidad en los argumentos, callejones sin salida, repetición una y otra vez de las mismas cosas. 

Para Freud no fue fácil darle un sentido unívoco a los mecanismos de condensación y desplazamiento. Sin embargo lo que queda articulado es que la censura cumple un rol fundamental al gatillar la desfiguración que operan estos mecanismos para distraer a la consciencia del carácter traumático de las representaciones reprimidas. Esta articulación permite no solo encontrar un modo para interpretar los sueños sino fundamentalmente explicar la formación de un síntoma como expresión de un deseo inconsciente que debe disfrazarse para aparecer consciente. Por eso Freud llamo al síntoma un “compromiso de solución” pues con las transmutaciones de la condensación y el desplazamiento, el síntoma al igual que un sueño, un lapsus o un chiste, puede llegar a la conciencia y así buscar de alguna forma de descarga. 

Para Lacan y la incorporación de la lingüística estructural a la comprensión de los conceptos freudianos, esta condensación freudiana inspirada en lo hidráulico ahora se entenderá como una metáfora, es decir, una manera de volver a decir lo que ya estaba dicho de otra forma en alguna parte de ese aparato anímico que ya no está encerrado en un solo individuo, sino que es la estructura del lenguaje en su conjunto. Avanzando en la misma dirección Lacan en su texto “La instancia de la letra” habla de aquella tradición que se transmite estructuralmente en los discursos, como un ordenamiento que ya no pertenece a un solo sujeto y que revela una forma de ordenamiento en donde se producen las significaciones. 
 
Acá nuevamente llegamos a los problemas que porfiadamente repiten las mismas condiciones de significación para nuestros estudiantes, estos puntos de la estructura que nos obligan a reproducir nuestros significados en la competencia por el rendimiento académico y el éxito individual de los que pueden, de la separación entre las clases y la condicionalidad de los derechos, los mismos que también son el habitus de Bourdieu, o los principios reproduccionistas de la pedagogía critica que nos sitúan en un laberinto de desigualdad.

En la formulación problemática que nos propone Carlos Peña, dejo como contrapunto un solo matiz: esta convergencia de todos los temas políticos a un solo ámbito llamado condensación no es una reducción, es una metáfora que está diciendo nuevamente nuestras mismas decepciones republicanas, que en su particular modo de aparecer ahora resulta admisible como contenido para nuestra neoliberal conciencia expresada en sus lugares de poder. Es una metáfora y por lo tanto también es un síntoma, una formación de lo inconsciente que como un malestar se presentifica para señalarnos algo de nuestro deseo, es una solución de compromiso, una manera de situarnos también como sujeto en el entramado social, de implicarnos y poder señalar un camino que vaya a favor de nuestra subjetividad.

5 de enero de 2014

Hey, Hey, Hey. Malo el chiste

Por Peter Molineaux

El video lanzado para iniciar el año por la banda nacional Los Tres ha logrado levantar reacciones airadas desde varias sensibilidades tanto en las redes sociales como en los medios tradicionales de prensa.

La Ministra del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam), Loreto Seguel, condenó el clip en su cuenta de twitter declarando que “naturaliza la violencia y el femicidio como forma de resolver conflictos. Chile no necesita esto!”

Por otro lado, aparecen voces llamando a la calma con la idea de que es sólo una canción mientras que otras llaman al incendio porque ¿CÓMO NO SE PUEDE DECIR NADA EN ESTE PAÍS SIN QUE A UNO LO HUEVEEN?

De todas formas, si el fin de un video clip es hacer conocida masivamente a una canción, este logró su objetivo. Sin embargo, la calidad de la obra audiovisual, más allá de su efectividad, ha sido cuestionada. Aparentemente buscaba lograr un tono irónico o cómico: basta mirar la cara de juego de Titae en la mayoría de las escenas o el cadáver de la mujer bailando para sospechar que iba en esa dirección. Sin embargo, el director Boris Quercia intenta agregar provocación con la inclusión absolutamente gratuita de una escena lésbica. También usa el recurso del realismo chileno de sus personajes recordando su estilo en la serie Los 80. Todo confluye en una mezcla que no resulta. Un mal chiste que se quema con un tema altamente sensible.

Seguramente al escuchar la canción, sin el video, ni la Ministra ni las redes sociales habrían tenido reacciones tan encendidas. Los Tres nos tienen acostumbrados musicalmente a un cierto nivel de ironía y humor de vez en cuando: son los autores de Somos tontos, no pesados y su cuarto álbum se llama Fome, por ejemplo.

El video clip de Hey, Hey, Hey, sin embargo, hizo la parte de chiste fome y nadie se rió.

Chiste fome cae mal.

En su exploración del funcionamiento del alma humana, Freud dedicó una de sus obras fundacionales al Chiste y su Relación con lo Inconsciente. Su tesis era que el chiste es usado para hacer pasar material inconsciente reprimido a la consciencia, evadiendo los mecanismos de la represión y causando esa convulsión placentera llamada risa. En lo inconsciente están, por supuesto, los deseos más oscuros e inconfesables que por ese breve momento en que son pasados al entendimiento por el chiste causan el placer de ser expresados. Por ser considerado sin seriedad, el chiste permite la paradoja de mantener y burlar la represión al mismo tiempo. El material de un chiste no puede ser dicho directamente por ser socialmente rechazado y el comediante recurre a los mecanismos de condensación y desplazamiento para lograr su efecto. La ironía, que parece ser la intención de la canción de Los Tres, opera por desplazamiento de un contenido en su contrario. Para esta canción se trataría de condenar el femicidio cantando un femicidio. Si esa ironía funciona, se entiende que la banda está en realidad condenando la brutalidad, lo que dependerá de la sutileza de su sentido del humor. Esta canción, empero, se difundió asociada al mal chiste de su video clip y el chiste no funcionó.

Como le pasó a Michael Richards (el Cosmo Kramer de Seinfeld) cuando intentó hacer un chiste utilizando la palabra nigger contra un miembro de el público que lo interrumpía en su show de stand-up, el clip de Los Tres recibe su castigo social por no dar en el clavo del humor y decir sin chiste aquello que todos condenamos.

La delicadeza del chiste es decir aquello que deseamos decir a pesar de su naturaleza reprochable. Por eso la reacción en este caso ha sido tan amplia y apasionada: el mal chiste revela el deseo inconsciente machista de un hombre, lo que es burdamente subrayado por ese otro deseo inconsciente masculino que es la escena lésbica escenificada por el clip con dos mujeres típicamente heterosexuales (otra cosa hubiese sido poner a dos lesbianas con características más masculinas, más butch, pero aquí operó el inconsciente de un hombre). Lo que hace arder las redes sociales es que como no funcionó ni condensación ni desplazamiento por la saturación que produce el deseo de provocación del clip, se entrevé el deseo del hombre. 

Ese deseo masculino, patriarcal, sin las represiones que garantiza el pacto social, es justamente homicida (también femicida, claro) y violador. Los esfuerzos civilizadores de la vida en común hacen que la agresión y los impulsos sexuales se recluyan en las capas más profundos de cada sujeto, pero aparecen justamente en los hombres cuando se levanta la guardia que la cultura les impone. Aparecen en la borrachera, en el estadio, en el cenit del éxito, en la confrontación, en el taco y en la carretera. Aparece ciertamente menos en las mujeres, ya que por estructura lo femenino tiene otros accesos al goce.

Frente al mal chiste nos ha tocado intentar dar una interpretación. ¿Qué cresta quisieron decir Los Tres? La que puede aportar el psicoanálisis es que al fallar el chiste muestra con demasiada claridad un deseo reprimido que por su naturaleza debe mantenerse reprimido y quizás aparecer con mejores máscaras la próxima vez. Pero hay que buscarle interpretación a ese mal chiste, porque la alternativa que elige la Ministra del Sernam es darle sentido literal, lo que significa, como en la psicosis, no entender que una cosa puede significar otra cosa que lo que dice.

En esto se basa toda la experiencia de la civilización: a pesar de que lo más terrible es la existencia del otro —es decir del otro sexo— hay que inventar algo para que eso se pueda llevar en relativa paz y no destruir al/a la del frente. Es buena idea hacer una canción y un video, pero si nos sale mal el invento se nota lo terrible. Por el otro lado, si nos ponemos literales para la lectura de los inventos la tranquilidad va a durar poco.