9 de agosto de 2014

El Ideal Tradicional de Van Rysselberghe

Por Peter Molineaux

Esta semana, la Senadora UDI Jacqueline Van Rysselberghe se enfrentó al Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) con sus declaraciones basadas en un estudio realizado en la Universidad de Texas financiado por un grupo lobista ultraconservador cristiano de Washington, el Family Research Council. Entre los dichos de la parlamentaria destaca lo siguiente: 

"Lo óptimo para un niño es tener una figura paterna y una materna que tengan una relación estable para poder desarrollarse emocional y psicológicamente bien." Luego profundiza en su lectura de las conclusiones del estudio tejano: "(...) porcentualmente las parejas homosexuales tienen mucho mayores niveles de inestabilidad, tienen mucho mayores niveles de violencia, y se ha visto, además, que los niños que viven con parejas homosexuales también tienen mayores niveles de ansiedad, de inestabilidad laboral cuando son adultos y de una serie de otros factores que llevan a pensar que es mejor que vivan con un referente materno y paterno tradicional."

Al escuchar la respuesta del Movilh, que subrayó el descrédito generalizado del estudio en cuestión, Van Rysselberghe acusa a los movimientos homosexuales de ser "extremadamente agresivos" cuando hay gente como ella que tiene una "posición distinta," intentando con esto relativizar el consenso académico de que no hay efectos psicológicos negativos en niños criados por parejas homosexuales al ser comparados con aquellos criados por parejas heterosexuales.

Además de la homofobia, que por supuesto recibirá siempre una reacción fuerte de las agrupaciones de diversidad sexual, la Senadora utiliza la palabra óptimo para describir la situación perfecta para la crianza: mamá, papá, amor por siempre. Ese ideal, clavado en los corazones de los más conservadores, tiene por su estructura el efecto violento de excluir de la vida familiar a aquellos que no cumplen con las características que exige, arrastrando a su paso a las madres o padres solteros, viudas o divorciados, a los abuelos, a las tías, hermanos mayores o padrastros, sean homosexuales o heterosexuales que crían hijos. Para aquel ideal solo vale la crianza dentro del matrimonio tradicional entre un hombre y una mujer, esa institución que por lo demás carga en su historia con toda la serie de nupcias forzadas, golpes de macho, asesinatos y otras tantas barbaridades que siguen al y vivieron felices para siempre...

El Ideal Tradicional se alimenta y prospera en el sector conservador de nuestro país que representa la Senadora Van Rysselberghe así como en las agrupaciones reaccionarias en todo el mundo occidental. El problema es que ese Ideal, al ser defendido en el Senado y al impedir que se aprueben las leyes efectivas que permitan el acceso de los homosexuales al matrimonio y a la adopción de hijos, ejerce el efecto de la exclusión de una parte de los ciudadanos de un buen pedazo de la vida civil.

El ideal funciona dentro del aparato psíquico como Ideal del Yo, es decir aquello con lo que el Yo se compara desde las exigencias morales y sociales de la cultura en la que ese Yo habita. El Yo se identifica al ideal. Quiere parecérsele, por así decir. El Ideal Tradicional que promueven los ultraconservadores, que funciona de hecho incluso en los aparatos psíquicos de buena cantidad de almas más bien progresistas, tiene efectos devastadores en aquellos sujetos que por su historia u orientación sexual no pueden parecérsele. Sobran los testimonios de la crisis que vive un adolescente gay al enfrentarse a ese mismo ideal en su propio mundo interno o de el derrumbe que produce una separación matrimonial en los que ya no soportan estar casados a pesar de querer el matrimonio para toda la vida.

Cuando Van Rysselberghe promueve en lo político su Ideal y busca sus efectos en lo legislativo, intentando ejercerlo sobre la vida de las personas que no se le parecen, actúa anulando violentamente la singularidad de la diferencia de cada historia de cada sujeto en lo más íntimo: su vida sexual y su vida familiar.

Un aspecto central del argumento de la posición de la Senadora es que esto se hace para proteger a los niños, quienes necesitarían de un referente materno y paterno para desarrollarse como se debe.

La importancia de la diferencia entre un sexo y otro en el inicio de la subjetivación de un niño es innegable desde Freud. El hecho de que hay uno que tiene y otro que no inaugura todas las diferencias que siguen, haciendo posible justamente la singularidad que tendrá que vérselas más adelante con los ideales que aterrizan en el aparato psíquico desde la cultura reinante. Esta necesidad de diferencia podría tentar a un psicoanalista a decir que debe, entonces, haber un padre y una madre para que un infante humano se convierta en sujeto. Pero la necesidad de diferencia no es en cuanto a la diferencia sexual anatómica de los que la Senadora llama referentes maternos y paternos, sino a la instalación simbólica del tener y no tener, que ocurrirá de todas maneras en niños y niñas porque, justamente, existen niños y niñas con anatomías distintas – uno que tiene y otra que no tiene. 

Desde ahí los pequeños aparatos psíquicos de esos niños se abastecen de toda la diversidad que se les presente. Un niño incorpora la diversidad desde que sabe de la diferencia. Sin embargo, si crecen con una ley defendida por parlamentarios que excluyen a sus padres, madres, primas, tíos o hermanas por no caber en el Ideal Tradicional, están más expuestos a desarrollar esos mayores niveles de ansiedad e inestabilidad que preocupan tanto a Van Rysselberghe y los suyos.