30 de abril de 2013

Laurence o el discurso canalla

Por Peter Molineaux

La renuncia de Laurence Golborne a la candidatura por la presidencia como abanderado de la UDI se concretó pocos días después del fallo de la Corte Suprema en contra de su antiguo empleador, Cencosud. Se condenó al holding a devolver 70 millones de dólares por cobros abusivos en sus tarjetas de retail y las miradas se volvieron inmediatamente hacia el sonriente ex-ministro porque esos abusos se cometieron cuando él era Gerente General de la firma. Fue el inicio del fin. La estaca definitiva vino con el reporte de su participación en una sociedad establecida en un paraíso fiscal del caribe. Estruja a la gente acá y guarda su plata allá para no pagar impuestos. #CaGolborne.

Su defensa fue precaria, titulando: "Yo seguía órdenes del directorio." Luego, "siempre he hecho lo que la ley exige," abriendo el flanco de la diferencia entre lo legal y lo ético.

Al conocer la condena a su Cencosud, Horst Paulmann hizo una declaración muy extraña en la que se alegraba por lo acontecido: "La Corte Suprema definió una nueva forma de trabajar, nosotros vamos a acatarlo y estamos muy contentos en el directorio de que no se haya aplicado multa y no haya que pagarle al Gobierno, sino que esto va 100% hacia nuestros clientes, y todo lo que es para nuestros clientes es bueno para nosotros."

Esa forma de pensar –y también de actuar– dice lo siguiente: voy a acatar la ley, pero si no me lo prohiben explícitamente voy a lucrar al máximo que permita el mercado. El mercado, es decir la competencia, es justamente lo que los grandes holdings como Cencosud van tragando. También explicita Paulmann que su interés son sus clientes y no el gobierno, o sea nuevamente el Mercado y no el Estado. Es una ideología conocida, de libertad económica. De sonrisa y marketing. De venta, venta, venta. Conquistar nuevos mercados y que no se meta el estado.

Esa ideología es la que elige a Golborne como Gerente General y también como candidato a la presidencia. Pero es más que una ideología: es una forma de hacer lazo social. No es sólo una forma de pensar, una serie de ideales por los cuales luchar, sino que se trata de un discurso y como tal tiene efectos sobre el goce, los intercambios y los cuerpos de los sujetos.

Cuando Lacan elaboró sus cuatro discursos en 1969, pensó en "cuatro y no más." Cuatro modos de hacer lazo. Fueron el discurso del amo, el del histérico, el universitario y el del analista. Cada uno tenía una particular manera de lidiar con la verdad, con el objeto, con el otro, etc. Hasta ahí las cosas iban bien, pero en los años siguientes el septuagenario Jacques empezó a hablar de un quinto discurso, de una bestia voraz que asomaba para nuestra época: el discurso capitalista. Lo bautizó también con el preciso pseudónimo de discurso canalla.

Es una forma astuta de hacer lazo social, pero que está destinada a reventar. En los otros discursos hay siempre un punto de fuga, algo que se escapa permitiendo que la cosa marche. En el discurso del amo, por ejemplo, a pesar de que el amo se dirige al esclavo para dominarlo, éste último tiene el saber para producir y el amo entonces está en verdad en una posición precaria, en falta. Eso mantiene el lazo, la necesidad de apelar a otro. El discurso universitario intenta cubrir con el saber al objeto –explica, publica, da cátedra– pero produce en el sujeto una falta porque el saber no cubre suficientemente al objeto, al mundo. La verdad del discurso universitario no es el saber sino el amo. Por eso unas doctrinas caen y otras se impulsan por movimientos de poder más que por superaciones intelectuales.

Cada uno de los cuatro discursos deja espacio para un movimiento y eso permite que algo circule. Con eso que escapa, que sobra, se hace algo. Para enlazarse con el otro es necesario que algo falte en el uno. Sino ¿para qué el otro?

La astucia del canalla es hacer una trampita en la operación. Pillo el capitalista. El artilugio consiste en poner al sujeto como agente de su falta y hacerlo creer que es el amo. Quiero eso y me lo llevo. Lo saco con la tarjeta. Lo tengo. Así produce un circuito cerrado en el que se ofrecen objetos –cualquier objeto– al sujeto como satisfacción de su falta sin permitir que nada escape. Como el consumidor sucumbe al engaño de ser el amo en el mundo de la oferta constante, su demanda se relanza y se vuelve a relanzar en una turbina de excesos sin freno. La válvula de escape, que era en los cuatro discursos justamente aquello que no se puede satisfacer, queda clausurada. En el acto de consumo el sujeto se consume y se dirige hacia la implosión.

Paulmann se alegra de que se devuelvan los 70 millones de dólares a sus clientes porque sabe que eso va a volver a entrar en el circuito capitalista. Simplemente tiene que seguir ofertando cualquier cosa y seguirá el consumo de los sujetos y la acumulación del holding. Golborne enfrentaba su campaña de la misma manera, ofreciendo cualquier cosa tanto a la UDI como a su electorado para conquistar votos. Una campaña publicitaria.

Afortunadamente la política chilena no está aún en el punto de admitir que se opere dentro de ella con el discurso canalla. Había una expectativa puesta en Sebastián Piñera para traer la excelencia del mundo privado al gobierno, pero fracasó en el camino y hubo que traer políticos como Allamand, Matthei o Chadwick para hacer funcionar al país. Golborne era el representante de esa idea del primer Piñera, donde los ideales se reemplazaban por slogans y la forma era más importante que el contenido. Lo que estaba detrás, ciertamente, no eran ideas políticas sino una manera de hacer las cosas, aquella del discurso capitalista. Con ese intento de reemplazar la política por gerencia el país ardió. Aquí algo del sujeto todavía se subvierte.

No ha sido posible gobernar con el discurso canalla porque la política funciona con el discurso del amo, con esa máquina de tramitar ideales, ideas, ideologías. La trampita capitalista de reemplazar los ideales por cualquier cosa no ha resultado para lo público porque lo público es el lugar por definición del lazo social, ese que la trampita busca evitar. Horst lo sabe. Sebastián lo aprendió. Laurence se está enterando.

8 de abril de 2013

El Nombre del Papá

Por Peter Molineaux

Se ha aprobado en el Congreso Nacional una modificación al Código Civil que cambia los artículos en los que se otorga el cuidado de los hijos a la madre en el caso de una separación conyugal. Detrás de esta modificación está una organización que se llama Amor de Papá, compuesta sobre todo por padres que han sufrido lo que ellos llaman una discriminación y la injusticia de perder legalmente la tuición de sus hijos cuando sus ex-parejas recurren a los tribunales y hacen uso del Código que las favorece explícitamente.

En un punto de su tramitación durante el año pasado la Ministra del Sernam, Carolina Schmidt, y la diputada María Angélica Cristi de la Comisión de Familia introdujeron en la ley "amor de papá" (así busca ser llamada por la organización) una norma supletoria que dejaría a los niños a cargo de la madre mientras durara el juicio. Esto para los Papás significaba que su esfuerzo legal quedaría en "letra muerta," desatando en sus entrevistas y en su página web una campaña contra la Ministra Schmidt llena de superlativos, descalificaciones e incluso un poster con la foto de ella y la leyenda "SE BUSCA ¡Ministra MACHISTA! Facilita el MALTRATO a los Hijos de la Patria." Veíamos por la prensa la pelea entre los Papás y la Mujer esperando que pronto se materializara la ley que ponga finalmente a los niños como interés superior.

Los Papás recibieron en marzo de este año el respaldo en el Congreso y en el mundo académico para rechazar el intento de la Ministra por matar su ley. A pesar de esto Carolina Schmidt ha expresado que va a introducir algunos ajustes "técnicos de redacción" en la ley a través del Sernam, levantando las sospechas de los Papás que temen que sea una forma tramposa de lograr el objetivo que tiene Ella de mantener la discriminación. La Ministra, La Mujer, quiere seguir jodiéndonos a los Papás. Se revive en la escena nacional el fantasma de la escena judicial: Ella nos quiere quitar el derecho de ver a nuestros hijos. A pesar de que la Ministra tuiteó que no va a cambiar nada de lo acordado en el Congreso y que es una "buena ley," los Papás siguen indignados, suspicaces.

La petición de la organización Amor de Papá es bien sensata: piden igualdad de derechos y deberes. Sin embargo, la pasión con la que pelean con la representante estatal de los intereses de la mujer revela entre líneas otra cosa que tiene que ver justamente con lo que la igualdad ante la ley intenta regular: la diferencia. La fundamental entre estas –la primera– es la diferencia sexual. En la relación con el otro sexo se pone en juego esta distinción original que es consecuencia de la disparidad anatómica constatada en la infancia y que impregna toda alteridad futura. Tener o no tener no es lo mismo. Remite a la castración, a la impotencia, a la incompatibilidad, a lo imposible.

La forma más simple de rechazar la castración es atribuírsela a otro y, por morfología genital, la que parece más evidentemente castrada es la mujer. Pero el retorno del alejamiento por esa vía es el de la mujer castradora, aquella que por no tener nada que perder –por ya estar castrada– viene por lo más preciado. En el caso de los Papás, los hijos. Es un esbozo de las historias de amor que terminan judicializadas. Eres TU la culpable. No, eres TU. No vas a ver más a tus hijos. Te voy a demandar.

Apelar a la ley, es decir al tribunal, tiene en principio la función de establecer un orden en aquello que ha sido devastado por los avatares de las diferencias entre unos y otros. Los sujetos litigantes una vez pensaron –sintieron incluso– que estar juntos era la conquista de la grieta de su diferencia. Cuando esa ilusión cae, el reclamo es justamente hacia el otro y la respuesta del otro es un reclamo aguerrido hacia el uno por aquello que falta. Bajo esta guerra irresponsable (porque la castración es responsabilidad de cada uno) están los niños producidos por esa relación que intentó cubrir la grieta. El peligro para esos niños es ser tomados como nueva promesa de alivio para la serie diferencia-castración-impotencia. Es lo que intenta evitar explícitamente el Derecho con el interés supremo del niño.

La ley, en clave psicoanalítica, tiene desde Freud su fuente en el Padre. La entrega de los mandamientos a Moisés por Dios-Padre a condición de matar a su propio hijo es en la tradición Judeocristiana uno de los actos simbólicos ejemplares que ligan la Ley con lo Paterno. Había ahí un garante, un ser supremo, potente, que velaba por que se hiciera justicia más allá de lo que sucediera en la tierra, incluyendo la muerte. Pero ese Dios no es en nuestros días el centro del universo ni de la voluntad.

Ese Padre tampoco.

Desde hace un tiempo se discute en los círculos psicoanalíticos sobre la caída del Padre en nuestra época. Es todavía polémico, pero lo que Lacan llamó el Nombre del Padre, es decir un referente simbólico que asegura que las cosas anden, ya no anda tanto. Esto significa que aquello que se sostenía para ordenar y vérselas con la diferencia se desdibuja, imponiendo consecuencias para lo masculino, lo femenino y para las dinámicas en torno a la sexuación y el síntoma.

La caída del Padre podría limitar, por ejemplo, al patriarcado que ha convivido de manera sorprendente con la estructura marcadamente matriarcal de la familia chilena, produciendo con ese paralelo la particular síntesis de hombres machistas mamones. La caída del Padre podría también permitir que aparezcan nuevos ordenamientos estructurados en torno a otros parámetros que no son la Ley, lo simbólico, la prohibición.

El amor de papá se perfila como una de esas novedades. La definición de Papá que da la organización en su página web dista ampliamente del Padre y, para evitar confusiones, tiene que preocuparse incluso de explicitar que no está definiendo a una madre. No es que los Papás quieran ser mamás, pero se le parecen más que al Padre. Ahora bien, el Padre antiguo, el Dios-Padre no es un modelo a seguir en su violencia, en su intransigencia aplastante, en su juicio desconsiderado. Pero sin él, sin esa posición garante, se hace difícil lidiar con el otro sexo a pesar de la promulgación de una ley nacional que apunte a la igualdad. El motor de la lucha no es la desigualdad sino la diferencia.

El único que sabía hacer algo con esa diferencia era el Padre. Los Papás, ante su caída, levantan una ley que busca igualarlos con la mujer en un intento más por ganarle a la impotencia que la existencia de su sexo produce. Aunque esta ley sea un éxito, su promulgación no evitará el fracaso de la igualdad como antídoto para la diferencia.