22 de noviembre de 2017

Francesca Lombardo ha devenido

Por Antonio Moreno Obando 
(@monodias)

En junio de 1980, en una revista de filosofía y literatura llamada “Margen”, cuyo director era Justo Pastor Mellado, Francesca Lombardo escribió la primera parte de un ensayo llamado “reflexión sobre el heterogéneo”. Sus primeras frases eran así: 

“Como la masa del encéfalo misma, surcado de grietas, de circunvalaciones complicadas, de pliegues, el cerebro es una pequeña caja de música. A cada cuarto de hora, una bailarina de porcelana hace una ronda patética, siguiendo la antigua melodía de una música vagamente conocida, pero identificable.
¿Por qué llamar caja de música al cerebro, masa informe, feto prisionero a perpetuidad de la celda ósea de los parietales, occipitales y del hueso frontal? Caja de música y cajita de Pandora, donde residen en vigilia perpetua, la muerte, el trabajo y la enfermedad. Pero el cerebro es también una caja fuerte, un depósito que conserva el capital de lo aprendido, y también es el lugar donde todo lo aprendido deviene informe, disfrazándose en el simulacro, el teatro, la locura. La muerte es el obrero universal, la fuga, la transgresión, conoce la clave de esta cámara de seguridad. El mapa desconocido de los hemisferios es una escritura, un sánscrito indecible. (…)”

Pareciera, 37 años después de este texto, que en esa cajita guardó todo lo que nos trajo. Así Francesca ha devenido, entre la imagen y la abyección real, cajita de Pandora que se expande desde su texto escrito y muerto; así ha sido, con nosotros, su devenir; devino materia poética, devino fuga, indiscernible. Porque esa, su muerte obrera, ahora, más tarde hizo su parte, al fin baila libre del surco de su ronda, empujada por la vibración de su celda ósea, arrojada irremediablemente hacía el khaos.

Lo que nos queda es su transgresión, ese es su heterogéneo. Una escritura en directo trayecto hacia el desgarramiento del goce. Vino sola de lejos para hacer un trabajo de la enfermedad, forjado en el fuego acuoso del vientre sangrante, ahí mismo, en el frío pabellón de obstetricia del Hospital Salvador, justo en aquellos rincones donde lo real se manifestaba sin contenciones. En medio de ese derrame, de esos vacíos, el trabajo mortuorio y vivificante de su escritura se hizo, igual que Laquesis, la Moira hilandera, desanudando la carne envuelta.

En el propio abismo del origen medimos los hilos del destino y desde esas longitudes trenzamos junto a ella nuestras alienaciones y separaciones. Así nos filiamos, en bandada desacompasada, viajábamos y regresábamos como la pulsión vuelve a su nido de borde. Pero el tiempo diacrónico pasaba reificante: en el costado vimos como la institución de la transmisión construyó sus monumentos, vimos con ella de reojo como el saber perfeccionó sus suplementos, transgenizó sus cátedras con textos asépticos, indexó hordas de conjuntos vacíos.

Mientras todo cambiaba, algo en esa madre de torrentes desmedidos no cesaba, algo quedó suspendido, permaneció afecto; será acaso porque tuvo varias muertes que conocía los conductos oscuros del cuerpo, quizás por eso se dedicó a decir romances sobre los flujos, las durezas y los orificios. Así fue su trayecto, como un atravesamiento que no se reducía, que ganaba monto cada vez; quizás por eso mientras sospechaban de su imaginario en las casas de los oficios y su sucesión de números en las solapas, ella prefirió encontrar un lugar más allá de la fatalidad, donde se pueda compartir el amor y no el odio.

Pero ese es su legado, su tránsito, fuimos testigo de ello; al menos ella pudo pasar para quedarse. Por eso devino ahora que recodamos su última muerte, devino como aleteo del pájaro de Ibis, tinta fúnebre y milagrosa que tejió destinos, que dejó costuras escritas entre el arte y la clínica, entre el significante y el goce, entre lo que vive y lo que muere.

Desde la transgresión de su llegada pasaron décadas, pero de un tiempo ritual, porque la horizontal era su raigambre y también lo era la vertical, su columna, la vértebra, la metáfora, la sincronía, las columnas de Salomón, el rayo solar; por esa vertical hizo stasis, subvirtió, libró sus guerras civiles, vasculó, saturó.

Su heterogéneo ahora es su sánscrito indecible. 



1 comentario:

  1. gracias por el texto. Transmite profundamente bien de ella, y de quién escribe como un testigo, acompañante y receptor de su transmisión. Con todo lo que tiene de oscuro y luminoso. De quién acompaña y puede leer también la humanidad, los intentos de transformación y el sufrimiento de esos intentos.

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