19 de marzo de 2015

Derrocamientos Varios

Por Francesca Lombardo
 
Hacer caer de su sitio, echar por tierra, literalmente “hacer caer una roca.” Hemos visto eso con una cierta profusión en nuestras noticias recientes.  Pero esta vez me parece al menos en tres situaciones, que la “precipitación” podría ser reflexionada en el contrapunto incesante entre lo privado y lo público, lo familiar, véase parental, y también la más extensa, colectiva o social. Un contrapunto que arrastra la transmisión ética, la ideológica y la afectiva.
 
Las madres, los padres y las filiaciones reales, imaginarias y simbólicas, los avatares de la transmisión entre generaciones, los enrevesados nudos o deslizamientos en la estructura edípica criolla: son esas reflexiones las que me parecen provocativas en este caso.
 
La enorme palabra que es la “ética” pareciera estar absolutamente tejida en las relaciones de principio estructurante, es decir en las relaciones de emergencia y nutrición de lo que habrá de ser un sujeto humano cabal, quiero decir un sujeto capaz de transitar incesantemente a lo largo de su existencia entre lo singular y lo universal, entre lo individual y lo social. La ética parece que sería aquello que un humano conserva aún cuando haya olvidado todo o casi todo lo demás.
 
Supuestamente hay cosas que el humano titubea en hacer ya que compromete en esa ejecución su pertenencia al pacto social y a los grandes tendones con que ha sido criado, educado e investido. Ciertamente que aquí habrá de suponerse la fuerza y la claridad con que ese sujeto ha aprendido a representarse al otro y a los otros, con qué vara ha sido medido y por ende con qué vara medirá a su vez. Qué lugar ocupa en él la capacidad de reciprocidad, de lealtad, de solidaridad con lo plural global y no solamente con sus pertenencias más evidentes, llámese familia, clase, arcas, etc.
 
Al respecto, las situaciones a las que aludo en medio del acontecer más o menos actual de nuestras noticias y hechos sociales, dan materia a algunas disquisiciones impías.
 
Empecemos por lo que podríamos llamar “vehiculación” y premuras del grande y feroz apetito, sea este el apetito de ingesta, acaparamiento y gula, o trátese  también del apetito de no retribución, de no cargar como se debe con el error, el accidente, la lesión inflingida al otro o a los otros, esa parte que nos cabe a cada uno en el intercambio general.
 

Caval es una sigla y también una palabra de historia equina, de “cavallo” (en italiano y/o francés), el cavallier, el cavaleur tiene lo equino a la base de eso que respecta a vehiculizarse, a transportarse, es un jinete en su móvil. También es una palabra asociada a cava, a cueva, a cavar, hacer orificio, hacer bóveda. Caval podría ser lo propio de la cueva, de la oquedad y de paso y en términos de transporte también lo propio de la vena cava.
 
Caval pareciera ser una palabra que en rigor no existe en nuestro idioma. Por eso se presta a la sigla. Desconozco lo que esa sigla significa condensadamente, por lo tanto intento tratarla como palabra que remite a sus raíces etimológicas y lo que estas pueden sugerir.
 
Hablo de circulación, de tráfico, de accidentes de trasporte, hablo de lo social y en eso inserto estos episodios que nombré anteriormente: - Caval  derrocamiento de una madre.  - Accidente de tránsito, muerte e impunidad, derrocamiento de un hijo. - Penta, la gula extrema de los gerentes, de los empresarios: el derrocamiento de algunos padres  económicos por obra y gracia de la comunidad fraterna y social que devela la polución extensa y obliga a sanciones.
 
Evidentemente son derrocamientos parciales, tal vez remontables. Pero me interesa más que nada la precipitación en su momento. Importa fijar ahí la atención.
 
En Chile, el día de la elección presidencial que dio como ganadora a una mujer, --hablo de la noche donde se inicia su primer período-- la mujer electa sube al escenario para celebrarlo con sus electores. En ese aparecer y por primera vez en este tipo de exhibición, lo que vemos es comparecer ante nosotros a una familia compuesta por madre, un hijo varón, dos hijas mujeres y la madre de la madre: es ese grupo el que se hace presente como estructura disímil en referencia al modelo de la “sagrada familia” habitual. Aquí lo que es mostrado es emocionantemente sociológico, chileno y laico. Recuerdo esa fotografía para la memoria como algo hasta ahí inédito, de una dignidad y veracidad reales, indiscutibles.
 
Abuela, madre, hijas y un hijo, primogénito, un hijo hombre rodeado de mucha mujer.
 
Un hijo que se casa y a su vez tiene un hijo hombre: el caso Caval si es un caso de ganancias y vehiculaciones varias es también un arreglo de cuentas edípicas, con todo lo sangriento que esta contabilidad puede resultar.
 
En los hechos no un hijo contra la madre sino las leyes de exogamia yendo por su ración.
 
En los hechos una mujer, la otra mujer del hijo colonizando los haberes. Me parece interesante a mi esta otra lucha de clases.
 
El hijo que ocupa un lugar digamos  algo “feminizado:” a la vez como “primer damo” y también como titular de un cargo que no tiene el espesor viril de otras carteras gubernamentales, se trata de Fundaciones Socioculturales que dependen de la Presidencia de la República y que habitualmente han estado a cargo de las esposas de los presidentes.
 
Así por una mujer interpósita (la esposa del hijo) la madre es sancionada, simbólicamente derrocada. Nada mejor que una mujer para herir a otra ahí donde duele. Matices del poder femenino en sus diversas vertientes civiles y domésticas. ¿Influencia o capacidad de decisión? Tal vez ni lo uno ni lo otro, sino una capacidad medular de obstrucción, de vérselas con el contrapelo de lo oficial. Bajas políticas de la retorsión que se apoyan mejor si hay una necesidad grande de hacer flamear mucho símbolo fálico, autos muy costosos, golpes empresariales y signos de poder de exhibición mediática.   
 
El otro acontecimiento en el que me fijo se refiere a un padre y un hijo, un padre que no trasmite, es decir alarga la bebificación de su retoño más allá de lo posible. Los amigos, el  dinero, los contactos, el servilismo social, el tejido de componendas judiciales, todo cooperando en la no investidura de un hombre joven y cautivo oportunista de su no acceso a la subjetividad adulta, civil. Derrocamiento que el padre ejecuta como el patrón que es y que no quiere dejar de ser.
 
El hijo un lactante eterno e impune, jubilado de partida por su padre quien confisca la ceremonia de armarlo caballero, de trasmitirle una voluntad ética que lo conforme y lo habilite.
 
Un joven sordo y mudo ante los sucesos que lo comprometen como hechor, profitando de los favores tibios de la impunidad, flacos favores por cierto, para él, para su padre, para su clase de la cual solo se ejemplifica su deterioro y decadencia.
 
Y finalmente en estos acontecimientos que nos recorren está el caso de los gerentes, de los empresarios y padres de familia. Jefes de dineros viejos y nuevos, todos mezclados en el sálvese quien pueda. Padres con mayúscula y padres con minúscula, los dueños, los gerentes generales y los subordinados, padrecitos menores, vulnerables, identificados todos también al poder pero que caen primero y hasta se salvan un poco. Ellos son los que primero caen pero a la vez son los que en ciertas condiciones primero “cooperan,” venden y zafan. Derrocamientos a granel en la horda de padres: su asistencia grupal en la sala judicial así lo muestra. El Estado, el juez y los fiscales vienen a recordar, también como padres, que mal que mal también somos una República, algo que es de todos y que a veces al menos es bueno recordar y hacer sentir. Que la “cosa” de  todos se recupere, que podamos pensar, enjuiciar y sancionar me parece  redundantemente “una buena cosa.”

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