28 de octubre de 2019

No era depresión, era capitalismo

Por Antonio Moreno Obando
(@monodias)

No era depresión, era capitalismo” dice una frase pintarrajeada en una de las tantas murallas de este Chile que vive su paroxismo. Por estos días, se torna más difícil establecer el límite entre el singular sufrimiento del sujeto y el efecto de una opresión social estructural. Las epistemes clínicas y sociales reagrupan sus sistemas para diferenciar sus causas, pero a quienes debemos escuchar al cuerpo que habla, se nos horada cualquier ilusión de autenticidad en la práctica.

Hay algunos chilenos que en estos días llegan a la consulta, porque a pesar de todo tienen aun el privilegio de la pregunta. Muchos otros no llegan, no los vemos en televisión, no leemos sus relatos, pero pensamos en ellos. Mas bien los suponemos en la urgencia del acto tras un galpón ardiendo, tras una estantería arrasada. Hay otros que ni si quiera suponemos, a pesar de conformar una multitud ensordecedora hace unos días. Hoy están en sus casas atónitos, quebrados financiera y moralmente, no duermen, no logran conseguir hora de atención psicológica en el sistema público, no logran financiar un tratamiento particular, incluso ni siquiera logran llegar al lugar de los tratantes por las distancias, lejanías que son culturales y territoriales.

La distinción entre el buen vivir del sujeto y el problema del Estado no ha sido inventada por los psicoanalistas. La pesada carga de estas conjeturas las dejamos en nuestra comunidad psi guardadas en el baúl de la filosofía social. Poco nos toca abrir esos viejos libros, ya poco parecen relacionarse con las lecturas especializadas a las que nos dedicamos; los guardamos en un baúl por eso, para evitar el desorden. 

Por haber dejado tan religadas esas lecturas en nuestras formaciones, hemos perdido la posibilidad del cuestionamiento crítico. Como un viejo hábito aprendido en dictadura, las preguntas que podrían interpelar nuestra identidad quedan segregadas por su condición de extrajería. El precio del olvido crítico nos dejó abandonados en un costado individualista de lo Real, corriendo siempre el peligro de repetir.  Ojalá no nos pase que asumiendo una ética como nueva y al mismo tiempo siendo parte de un componente profiláctico del modelo productivose nos aparezca una y otra vez irremediablemente lo no representado como un feroz desborde. Podrá pasarle a nuestra clase política, pero que a nosotros no. Y si nos pasara algo parecido, seríamos entonces un vector funcional e ingenuo en medio de una vieja historia de opresión. 

Como lo planeta Axel Honneth en La sociedad del desprecio, el concepto de patología de la práctica médica pensada desde la filosofía social, opera en la medida que existen ciertas suposiciones sobre la autorrealización humana. Entonces ¿Qué tipo de sujetos estamos suponiendo?

El efecto de pretender olvidar los propios supuestos y por lo tanto desconocer los propios determinantes culturales de nuestras acciones puede llevarnos a un desenlace ya anunciado: darle desde la práctica clínica de la psiquis, legitimidad a la alienación y la cosificación que produce el capitalismo neoliberal. Es que, si seguimos deshistorizados, en nombre de la neutralidad, ya no sentiremos incomodidad al orientar la cura para quien hace lazo en un trabajo opresivo, o elaborando una castración de la privación hecha de pensiones miserables, o buscando una estabilización en la relación abusiva, o peor aun, analizando la culpa de quien cumple una y otra vez la satisfacción sádica de abusar de otro. 

Parecen esas disquisiciones condiciones morales, pero se nos atraviesan con menos vigor, no resuelven porque son solo preguntas, las mismas que pueden aparecer en el propio análisis o las mismas que han animado la producción teórica y práctica para el abordaje del sufrimiento humano. Por eso la justicia no es un problema especular, no es una rectificación imaginaria, siempre ha sido una pregunta sobre lo que no logra resolverse en el sentido; si la justicia es ética, es porque es un horizonte al que no se llega del todo, es también un quiebre irremediable con el Otro, es un desclase eterno que busca con ardor y por lo tanto también es un plus, una posibilidad de producción. 

En días como hoy, la neutralidad sine qua non mas parece efecto de la alienación que semblante. Incluso hoy lo vemos en algunos colegas desde el olvido selectivo de nuestras determinaciones históricas políticas y culturales. Pero tampoco la concientización es una posibilidad de tratamiento o de dirección de la cura, precisamente porque el inconsciente, así como el problema ético de la justicia no pueden pensarse al interior del problema político de la moral. Para llegar al examen moral de la conciencia y encontrar un punto de anclaje intersubjetivo, no podemos acallar el pujante descalce que nos hace desear ética, desear justicia. 

Al parecer no es el ánimo depresivo el que nos lleva, es la pregunta crítica que nunca colma.

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