22 de mayo de 2015

Pater Familia Chilensis

Por Antonio Moreno Obando
@monodias

El jueves 14 de mayo, dos estudiantes fueron asesinados por un hombre. Dos cuerpos cayeron sin vida producto de las balas percutidas por otro cuerpo que lo que los sentenció en un segundo a morir bajo el fuego de su mano. Podría no haber sido una marcha por derechos el contexto, no es necesario marcar el acto político de los estudiantes para mostrar el punto que paraliza. La brutalidad radica en la simpleza, el atributo de un sujeto que sin importar la circunstancia no duda un segundo en eliminar a otro sujeto. ¿De dónde emana esta atribución moral? Tampoco es necesario apelar al trajín de futilidad y descontrol de impulsos que acompaña al pistolero para explicar el factor social que aparece de reojo en este acto. No hay que ir más lejos de los comentarios de las redes sociales para hacerse una idea, porque en medio de las condenas, se deja ver la defensa de la legitimidad del asesinato, pues el hijo intercedió por su padre, un esforzado comerciante que defendía su propiedad de jóvenes salvajes que ensuciaron su muralla tantas veces antes hermoseada.
 
Entonces desde el corte que produce la noticia de la muerte de dos jóvenes como los que habitan en cualquier familia, surge como torrente un discurso rabioso y contenido sobre la necesidad imperiosa de acabar con la vida de quien amenaza lo propio.  En este caso el acto es del hijo que sale en defensa del padre, pero cuando ese Pater Familia debe referirse al hecho en la plaza pública, igual que en el tiempo del imperio romano, solo apela a la legitimidad del acto homicida en beneficio de su patria postestas, parapetado contra los ensuciadores de la ciudad que claman por algo colectivo a causa de su flojera. 
 
El 20 de mayo en la Florida, un nuevo Pater Familia Chilensis asesinó a su esposa y a sus dos hijas. Lo que sabemos del caso por la prensa, es que el homicida deja una carta confesando su autoría y argumentando como razón a su premeditado acto que iba a ser abandonado por su mujer. La causa razonada de su asesinato es la condición, nuevamente, de un ajusticiamiento basado en una particularísima moral. Así como el número de femicidas crece, surge la expectativa de que estos asesinos son todos psicópatas consumados y no es así. Aunque la existencias de grandes perversos sueltos es una forma de localizar la angustia frente a un peligro doméstico que en cualquier casa podría ocurrir, al parecer hay algo externo a las murallas del hogar que como un (no) discurso se apropia de los cuerpos igual como si fuera una película de suspenso. 
 
A pesar del esfuerzo que hacemos a diario para regular nuestra brutalidad desde la acción política con enfoques de derecho, aún seguimos aplastados por quienes nos debemos. Desde la violencia del vitae necisque potestas,  facultad del Pater Familia Romano que le permite disponer de la vida y de la muerte de quienes están bajo su cargo incluido su patrimonio, hasta la actualización del despotes griego, hoy emprendedor déspota, antes jefe de familia que por derecho natural tiene el atributo de señor y padre, administrador celoso de la propiedad como instrumento de uso y de producción que bien pueden ser objetos como también mujeres, hijos y esclavos. 
 
Pero el Amo no nace con el capitalismo. Por eso, en este momento histórico de Chile, despedazar con dientes y muelas al ejercicio político es hoy un acto de violencia. Es una forma, aunque bien intencionada, de despojar eso que nos humaniza, nos hace falibles y contradictorios, y que por lo tanto nos permite un espacio particular para nuestro deseo en un espacio colectivo. Este aniquilamiento de la política, sea en favor del derecho a matar del nuevo Pater Familia Chilensis o en favor de los discursos ultras que sostienen la lucha social pero en base a la violencia del acto; en ambos sentidos dejan expuestos a estos cuerpos, hoy asesinos, al natural, consumidos en su propio goce mortificante, incapaces de investir, incapaces de hacer un mal entendido en medio de su profunda pureza, de su profunda simplicidad, cuerpos sin política, animalizados, destinados a producir para alimentar a quienes se quejan en la oreja, o para decapitar al que habita un pedazo de su propio cuerpo arriesgando su propiedad, sea una casa en una ciudad o su cuerpo compartido en una cama. Cuerpos de la necesidad que no tienen el material mental ni corporal para formular una demanda, cuerpos violentos, indignados con la saciedad del otro, particularmente de los políticos, pero no por una razón ética, sino por la siempre disputa del prestigio. 
 
Por estos días se escucha en los pasillos la legitimidad de herir a un joven con un guanaco si es que estaba protestando, o a un deteriorado comunicador deportivo arrollando gratuitamente a un político en la televisión para que gane menos dinero que él, cobrándose así de una afrenta antigua, o a una autoridad de nuestro empresariado pidiendo a la gente olvidarse de sus derechos para concentrarse sólo en su deber. Así con la cancha despejada, con  el silencio de los indignados taimados, nuestros Paters Familia Chilensis ven la oportunidad de entrar al espacio público, cobrándose sus afrentas, avalados por el sentido común. Quizás un día de estos nuevamente empiece la guerra entre los que tienen la palabra con moral y los animales.

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